La segunda jornada de CULTUROPOLIS llenó el Paralelo de debates y experiencias en torno a los derechos culturales, las identidades, el conocimiento y la sostenibilidad

18/11/2022 - 12:15 h

Ayer tuvo lugar en la sala Paral·lel 62 y El Molino la segunda jornada de CULTUROPOLIS, con debates, charlas, talleres y un congreso académico, en torno a los derechos culturales. Puntuales, y en pijama, Alba Rihe y Gloia Ribera abrieron la sesión con una breve actuación en clave de humor para situar a la audiencia y darle la bienvenida. Mientras las dos performers hablaban sobre cómo está de caro el café con leche, la sala se llenaba hasta tal punto que no quedaban asientos vacíos.

Si cada jornada tuviera una temática estrella, la de ayer por la mañana fue poner en contexto el concepto de derechos culturales. ¿A quién apelan? ¿Cómo hay que garantizarlos? En el primer debate, en la sala Paral·lel 62, moderado por Gemma Carbó, directora del Museo de la Vida Rural de la Fundación Carulla, participó el filósofo Patrice Meyer-Bisch, la antropóloga Lucina Jiménez y el artista Jordi Ferreiro. La pregunta de partida era clara: ¿Derechos culturales, para quién? Y aunque la respuesta es sabida desde un inicio (para todos), para poder responderla correctamente no se pueden perder de vista muchos aspectos como, por ejemplo, el de acotar qué son los derechos culturales.

Lucina Jiménez explicó que en México antes se hablaba de ellos en segundo plano, ya que primaban los derechos humanos, pero que cuando empezaron a hablar de derechos culturales, surgieron las dudas: “¿qué es lo que se debe proteger?”. La pregunta introdujo en el debate de Paral·lel 62 dos cuestiones complementarias: la identidad y la dignidad. Según Meyer-Bisch, cuando hablamos de identidad hablamos del reto del conocimiento. Y para reconocernos, necesitamos reconocer a las demás personas, por eso, necesitamos compartir todas las formas del saber, ya sea a través de la cocina, de las lenguas o de los derechos fundamentales.

De las identidades al acceso del conocimiento. Jordi Ferreiro puso de relieve su importancia para democratizar la cultura. «Hay una falta de archivos pedagógicos. Debemos generarlos para poder tener referencias y modelarlas a nuestra manera». Y destacó el gran papel que juegan los espacios locales y de proximidad en este proceso: «el centro cultural de mi barrio me transformó como persona, ciudadano y artista». Los tres estuvieron de acuerdo en que una persona tiene derecho a participar en los recursos culturales que le permitan vivir su proceso de identificación durante toda la vida, y que es necesario “analizar las prácticas para ver qué funciona y qué no funciona”, tal y como expuso Meyer-Bisch. A esto, Ferreiro añadió: “tenemos que estar presentes en los proyectos culturales, sobre todo en sus inicios, pero llegado el momento, es importante saber cómo desvincularse y pasarlos al pueblo”.

El segundo debate se centró en responder a la pregunta ¿Se pueden garantizar los derechos culturales? Moderado por Inês Câmara, presidenta de la asociación A Reserva, participaron el investigador Fran Quiroga, la abogada especializada en derechos humanos Laurence Cuny y el profesional de la cultura y la política Luca Bergamo. Para Laurence Cuny es crucial compartir el conocimiento sobre derechos culturales y puso de ejemplo el caso de Francia, donde una ley garantiza el acceso a los procesos culturales. Según la abogada, era curioso que no se hubiera recibido ninguna queja en el marco de los derechos, pero sí contra formatos y contenidos de eventos culturales. Solo en los últimos meses, se contabilizaron unas 200 en esta línea. ¿Por qué ocurre esto? ¿La gente no se siente lo suficientemente cómoda para reclamar sus derechos o es la falta de organización que hace que no los ejerzan?

Otro mecanismo relevante para lograr esto son las comunidades en las que poder apoyarse. Quiroga resaltó que «para garantizar los derechos es muy importante la comunidad y asegurar que las personas podamos acceder a los centros culturales, además de tener nuestros espacios de enunciación». Además, para poder garantizar los derechos culturales a largo plazo es necesario que se valoren por parte de la sociedad. Una forma de conseguirlo sería reformulando la forma en que se plantean los proyectos culturales: “debemos hacer una rendición de cuentas a la ciudadana para demostrar que gracias a estos procesos culturales, las comunidades donde se implementan están más cohesionadas, hay más felicidad y gracias a esta transparencia también obtenemos un presupuesto y más legitimación”, afirmó Quiroga.

En CULTUROPOLIS también se profundizó en un tema a menudo olvidado, el del vínculo de los derechos culturales con el equilibrio ambiental, social y económico. Cultura y sostenibilidad: ¿mito, moda o necesidad? estuvo moderado por Isabelle Le Galo Flores, directora en España de la Fundación Daniel y Nina Carasso, y contó con la participación Rocío Nogales Muriel, directora de la red EMES, Jordi Panyella, de Pol·len Edicions, John Crowley, presidente de PHGD Group, y Alexandra Xanthaki, relatora especial de la ONU en materia de derechos culturales, que también centró el acto inaugural de CULTUROPOLIS. Los cinco protagonizaron un debate donde se compartieron experiencias propias, puntos de vista -incluso, se recitó poesía-, y se puso mucho énfasis en definir el concepto de sostenibilidad.

Para John Crowley , la sostenibilidad es en sí misma un mito, una moda y una necesidad. «Una cosa es sostenible si puedes mantenerla indefinidamente y no lo es si no puedes continuar sin chocar contra un muro». Por tanto, Crowley consideró esencial identificar los muros para poder trabajar con soluciones bien identificadas. Según Rocío Nogales, «hay que tomar conciencia de los límites del mundo en el que vivimos y que este despertar nos ayudará a hacer, a decir y a hacer diciendo». En definitiva, para ella este despertar nos llevará a apropiarnos de los saberes de las comunidades, puesto que las soluciones que necesitamos ya existen en las sociedades. Toda actividad conlleva una huella de carbón, de eso eran conscientes todos los ponentes, pero el objetivo es encontrar soluciones para minimizarla. En este sentido, Jordi Panyella dejó claro que «el libro ecológico no existe, ya que todo siempre tendrá un impacto, pero como también tiene un impacto positivo cultural, lo continuaremos haciendo a la vez que intentamos reducir al máximo el impacto ecológico».

La jornada reunió muchas más actividades. En El Molino se celebraron las ponencias del congreso académico, diversos talleres y la presentación de proyectos, de experiencias reales que suponen pasos adelante en el ejercicio de los derechos culturales desde todas sus dimensiones. Y en ambas salas se organizaron talleres para empujar iniciativas como la elaboración de un decálogo de ideas para una carta municipal de derechos culturales digitales. Hasta el sábado, CULTUROPOLIS seguirá haciéndonos reflexionar sobre derechos culturales y celebrándolo en una fiesta pública en la calle con la que se cerrarán las jornadas.