Carles Lalueza Fox: "Un museo es una obra siempre inacabada"
Después de una larga y prolífica trayectoria de investigación estudiando genomas antiguos y la evolución de especies de homínidos, desde hace unos meses, Carles Lalueza Fox se enfrenta a un nuevo gran reto: conciliar su trabajo en el laboratorio con el de dirigir una institución de envergadura en la ciudad, el Museo de Ciencias Naturales de Barcelona.
Con Lalueza Fox mantenemos una conversación sobre cómo ha tomado el relevo de Anna Omedes, la anterior directora, y cuáles son sus prioridades, así como otros aspectos de su investigación y de su carrera profesional.
¿Cómo llevas los primeros meses al frente del Museo?
Bien, es una tarea muy variada y muy diversa. Hay muchos frentes abiertos, no solo en la investigación, sino en las colecciones, las exposiciones, la labor social que realiza el Museo… Gestionar los recursos y gestionar a un equipo de más de 50 personas es un reto apasionante.
¿Seguirás en la línea de Anna Omedes, la directora anterior?
Ella tenía su equipo y su planteamiento de Museo. En mi opinión, un museo es una obra siempre inacabada. A veces, cuando alguien lleva mucho tiempo en un mismo proyecto, tiene la tentación de pensar que aquello es su obra, pero yo creo que un museo es una institución que evoluciona porque la sociedad también lo va haciendo. Un museo debe poder afrontar los retos del siglo XXI, como el cambio climático, por ejemplo. Por mucho que tú consideres que es una obra cerrada, no es así. Y pasará con la persona que venga después de mí, es decir, el Museo seguirá evolucionando.
¿Y qué legado te ha dejado?
Su gran legado es haber montado la exposición permanente en el Fórum que se inauguró en 2011 y era, sin duda, un reto enorme, ya que era un edificio que no había sido pensado como museo inicialmente.
¿Cuáles son los retos prioritarios a los que debes hacer frente?
Hay muchos. El principal que me he autoatorgado es hacer que el museo tenga una parte de investigación y que ésta esté orientada a los retos que nos enfrentamos como sociedad: prioridades como el cambio climático, la crisis de biodiversidad, la sostenibilidad, la urbanización planetaria o la extinción masiva de especies. Me gustaría que el Museo pudiera tener voz en estos aspectos, ya que nos afectan como sociedad y, además, en parte pueden relacionarse con las colecciones del propio Museo, que tiene más de tres millones de especímenes.
¿En qué consiste esa relación?
En la Tierra existen millones de especies, de las que se calcula que entre 35.000 y 40.000 están en peligro de extinción. La inmensa mayoría de las especies no están descritas ni estudiadas genéticamente: menos de un 1% tiene el genoma secuenciado y no se pueden comprender los problemas de conservación de las especies, como por ejemplo la pérdida de diversidad genética, si no se estudian muestras de los últimos 100 o 200 años como las que se conservan en museos de ciencias naturales de todo el mundo.
Por tanto, los museos de ciencias naturales tienen la posibilidad de intervenir en esta crisis no solo describiendo especies sino describiendo la diversidad genética que han perdido y siendo actores activos en los retos que tenemos delante como sociedad. Esto es un desafío científico que requiere un centro de investigación para poder enfrentarlo.
¿Qué otras prioridades te marcas?
Otra cosa con la que nos encontramos en el Museo es que tenemos las colecciones y la investigación en un edificio que no es el adecuado y que no fue creado a tal efecto, el Castell dels Tres Dragons. Además, el hecho de ser un edificio patrimonial nos limita a realizar ciertas instalaciones. Por tanto, no solo se trata de un proyecto de investigación que hay que empujar, sino que además tiene una necesidad estructural.
La tuya es una trayectoria científica brillante. ¿Cómo es que te has decidido a dar el salto al frente de una institución como el Museo?
Es algo muy personal. Sencillamente, tenía la sensación de que estaba haciendo siempre lo mismo, sin aprender demasiadas cosas nuevas y me sentía muy cómodo haciendo esto. También tenía la necesidad de intentar incidir más en la divulgación y el cambio social; pienso que tengo cosas que aportar. Tengo la sensación de que la ciencia está algo aislada de la sociedad y, pese a tener impacto mediático, no tiene más recorrido.
Por otro lado, venimos de dos años de pandemia en los que he estado mucho en casa y supongo que de no haber sucedido no hubiera hecho el cambio. Vi que necesitaba cambiar y quizás hubiera salido otra cosa que también me hubiera interesado.
¿La propia investigación también te ha empujado a realizar este cambio?
Debo decir que en la investigación que estamos haciendo con las colecciones del Museo se le puede aplicar la investigación que he estado haciendo en los últimos años. Por ejemplo, he recuperado algunos genomas de especies extinguidas y estoy estudiando la diversidad perdida de especies en peligro de extinción, y creo que esto puede tener una aplicación en la conservación. Por tanto, tiene todo el sentido del mundo que este ámbito lo pueda promocionar desde mi conocimiento.
¿Hacia dónde crees que debería avanzar la investigación en el Museo?
En primer lugar, para que sea efectiva, el Museo debería contar con más personas dedicadas a la investigación que las existentes ahora. Esto liga con la idea de aportar nuevo conocimiento sobre la crisis planetaria actual, pero también con la de aportar recursos al Museo mediante proyectos competitivos.
Por tanto, necesitamos incrementar la plantilla para buscar estas líneas que he comentado anteriormente relacionadas con el Antropoceno, el período en el que estamos cambiando el clima planetario e incidimos sobre todos los ecosistemas. Es necesario identificar las líneas en las que el Museo puede aportar algo e intentar captar talento joven que quiera trabajar aquí y que, además, pueda aportar nuevos recursos a través de las convocatorias competitivas europeas y nacionales. Talento joven que además pueda colaborar con el equipo de conservación y viceversa.
¿Y cómo encajaría este centro de investigación en el proyecto estratégico de la Ciutadella del Conocimiento?
Lo cierto es que prefiero hablar del “litoral del conocimiento”, porque el centro de investigación debería estar vinculado a la parte expositiva que está en el Fòrum y allí hay terrenos sin edificar que serían ideales para establecerlo. Esto permitiría vincular tanto las exposiciones como la gestión administrativa, las colecciones y la investigación en un mismo entorno.
Si hablamos de litoral del conocimiento, veremos que no sóoo podemos incluir todo lo que se desarrollará en el Mercat del Peix, sino que tenemos la UPC en el campus del Besòs, el Instituto de Ciencias del Mar y el PRBB entre otros, todos ellos enfocados a aspectos como diversidad, sostenibilidad, cambio climático… Realmente es raro encontrar una ciudad actual con tantos centros de investigación de este nivel en el litoral.
Lo importante sería establecer conexiones estratégicas entre todos estos centros, o los grupos que trabajen en acciones que puedan ser comunes porque así habría más masa crítica.
¿Y qué pasaría con la Ciutadella, entonces?
En la Ciutadella, donde tenemos el Museo Martorell y el Castell dels Tres Dragons, creo que debería reformularse por la misma idiosincrasia de estos edificios, que son patrimoniales y en los que no se pueden hacer laboratorios ni centros de investigación. Deberían ser edificios más bien relacionados con una parte de difusión del conocimiento, una parte expositiva, una parte de historia de la ciencia en Barcelona, y eso sí podría ligarse a la inmediatez de lo que se haga en el Mercat del Peix.
Anna Omedes comentó que quien tomara su relevo lo haría en un buen momento para innovar. ¿Te has marcado nuevas metas que comporten innovación?
Los museos están viviendo diversas revoluciones. Una de las más importantes es la revolución tecnológica. En el caso de exposiciones, por ejemplo, tecnologías como la realidad aumentada permiten hacerlas más visuales e inmersivas. Basta con que te descargues una aplicación para móvil y enfocas unas etiquetas que hay en el suelo, y te aparecen diferentes organismos del ecosistema donde estás, ¡que puedes fotografiar con el móvil y todo! Tecnologías como éstas permiten ampliar el espacio expositivo y hacerlo más inmersivo. Esto es algo que se está iniciando y que en el futuro hará que estas experiencias sean más personales, a pesar de estar entre otros visitantes.
¿Y en otros aspectos del Museo como las colecciones?
Al respecto, cabe destacar la digitalización que se empezó hace unos años, pero que realmente es muy importante continuar y que representa un reto tecnológico enorme, común a todos los museos de ciencias naturales del mundo. Nosotros tenemos tres millones de especímenes, ¡pero hay museos enormes que tienen más de cien millones! Es, por tanto, una tarea ingente, no solo de digitalización sino de creación de un gemelo digital que contenga toda la información del espécimen material de la colección. Y esa información debe ser accesible y consultable por todo el mundo.
Hablemos un poco de tu investigación. Este año se concederá el Nobel de Medicina a Svante Pääbo por los trabajos sobre los genomas de homínidos extinguidos en los que has participado. ¿Te sientes parte de ese reconocimiento?
Bien, se trata de equipos de investigación y he colaborado con él desde 2005. Debemos tener una docena de trabajos publicados conjuntamente, pero a él le reconocen su papel pionero en un campo que comienza en 1984 y en el que Pääbo realiza su primer trabajo en 1985. Hoy todo parece posible, pero hay que tener presente que en aquella época, desvelar el genoma de un ser extinguido como el neandertal parecía algo imposible. Él lo inició y este ha sido su papel central.
En el pasado, coincidimos con los neandertales. ¿Cómo fue la convivencia?
Hoy podemos ver los resultados de algunos encuentros. Algunos de esos encuentros terminaron mal; en otros, hubo cruces con descendencia fértil. Nosotros llevamos en nuestro genoma un 2% de los genes de los neandertales. Está claro que de todas formas eran grupos diferentes y tenemos dinámicas diferentes.
¿Y por qué se extinguieron?
Los neandertales son muy interesantes cuando hablamos de especies en extinción, ya que muestran todas las señales genéticas que vemos en especies ya extinguidas o que están en peligro de extinción.
¿Qué tipo de señales?
Hablo de señales de declive demográfico en las que vas acumulando fragmentos cromosómicos sin diversidad en tu genoma, porque las poblaciones disminuyen, cada vez encuentras menos individuos con los que reproducirte e incrementa la endogamia. Por tanto, la poca diversidad genética puede ser un indicador de que una especie está en peligro de extinción. Esto lo hemos visto en los neandertales.
Debido a nuestra especie?
Bien, hemos observado que los neandertales ya estaban en peligro de extinción cuando se encontraron los humanos modernos procedentes de África. Cuando analizamos los genomas de Homo sapiens del paleolítico superior, hace entre treinta y cuarenta y cinco mil años, no vemos estas señales de declive, es decir, no eran grupos demográficamente pequeños como ya lo eran los neandertales. Tenían dinámicas demográficas distintas.
El declive en neandertales remonta a cien o doscientos mil años atrás, mucho antes de la llegada del Homo sapiens. Nuestra especie quizás era más numerosa, con poblaciones más grandes, más interconectadas, más flexibles, que podrían constituir la puntilla de los últimos neandertales que quedaban. Pero en cualquier caso, los neandertales declinaron antes a causa de un entorno claramente duro, con episodios glaciares… Europa era un lugar bastante hostil donde vivir.
Así, ¿nos supimos adaptar mejor?
Probablemente, hubo un cambio demográfico asociado a la tecnología, quizás también asociado a la genética. Tanto los neandertales, en el oeste de Eurasia, como los denisovanos, en el este, tenían poblaciones muy pequeñas. Las poblaciones de Homo sapiens, procedentes de África, se mezclaron con estas especies; aceptaron híbridos y esto les permitió adaptarse más rápidamente a las duras condiciones de latitudes elevadas. África era un entorno cálido y más estable, incluso a modo de ritmos circadianos y estacionalidad climática. En Europa te encuentras con oscuridad en invierno y luz en verano, lo que requiere también una serie de adaptaciones que tienen efectos cognitivos. Nuestra especie se adaptó más rápidamente a estas condiciones gracias a la hibridación con neandertales.
Por otro lado, quizás había patógenos, tal y como sugieren algunos genes presentes en el sistema inmunitario, cambios fisiológicos relacionados con una dieta más carnívora, probablemente porque hay menos recursos vegetales en latitudes frías… Es decir, nos adaptamos más de prisa en todas estas condiciones y, al mismo tiempo, esto podría haber acelerado la extinción de los neandertales.
¿Nuestra especie sigue evolucionando aunque la tecnología permite que nos adaptemos mejor al entorno?
Algunas adaptaciones obvias del pasado ya no tienen sentido. Imaginemos genes implicados en la miopía. Antiguamente, era una dificultad para adaptarse; ahora con unas gafas o una operación sobrevives y, al mismo tiempo, dejas los genes a la descendencia. Esta semana salió un trabajo en Nature sobre los genes que estaban involucrados en la supervivencia en la edad media de las epidemias de peste negra. Esta enfermedad mató en el siglo XIV entre un 30 y un 50% de la población europea. ¿Esto es al azar o hay variantes genéticas que te predisponen a sobrevivir? Se han encontrado algunas variantes así y, de hecho, nosotros somos los descendientes de las personas que sobrevivieron, muchas de las cuales tenían estas variantes. Con la gripe del 18 ocurrió algo parecido. Esto es evolución y nuestra especie sigue evolucionando.
¿Y con el COVID-19? ¿La vacuna nos ha permitido pasar el filtro de la selección natural?
Con la pandemia de COVID-19 habrá pasado lo mismo, aunque con diferencias, ya que ha muerto más gente mayor y por tanto la descendencia puede haberse visto menos afectada. Pero también se han producido factores sociales y de pobreza que han condicionado el acceso a la vacuna. Por ejemplo, desde el inicio de la pandemia se observó que la gente poco calificada que no podía hacer teletrabajo y que se dedicaban, por ejemplo, a repartir paquetes o atender a cajas de supermercados, tenían una mayor exposición al virus. En países como Estados Unidos estos trabajos se distribuyen claramente por poblaciones y la afroamericana estaba afectada por la enfermedad de forma desproporcionada comparado con otras poblaciones. Las pandemias tienen esa implicación de aspectos genéticos, sociales y médicos.
¿Hacia dónde se orienta tu investigación actual?
Tengo varios frentes abiertos. Sigo estudiando las poblaciones europeas en períodos más históricos. Tengo literalmente cientos de genomas del período púnico, romano, visigodo, islámico… Hay cosas muy interesantes.
Luego también estoy trabajando con especies extinguidas. Tengo la idea de intentar realizar un proyecto para “desextinguir” una mariposa, es decir, crear una mariposa que tenga nada de la especie extinguida. Es algo que nunca se ha hecho.
¿Y eso?
En realidad es una excusa para desarrollar una serie de metodologías que puedan aplicarse en conservación. A menudo, los animales en peligro de extinción acumulan una serie de mutaciones que llamamos deletéreas que hacen que los últimos individuos de la especie prácticamente no puedan reproducirse porque se ve afectada su fertilidad. Aunque queden algunos individuos vivos, son tan poco viables que la especie en sí está condenada a desaparecer. Estas mutaciones podrían eliminarse con técnicas de edición genética.
Ésta es una de las cosas que me gustaría hacer durante los próximos años, así como implicarme más en la búsqueda del museo. ¡Hasta que el cuerpo aguante!
Pues tienes por años, ¿no?
En ese país cuando llegas a cierta edad, te obligan a retirarte. Incluso si eres investigador emérito, no recibes financiación. En Estados Unidos, en cambio, sí… Podría entrar de becario en Estados Unidos.
A lo largo de tu trayectoria has hecho mucha divulgación, has publicado libros, participado en medios y charlas… ¿Por qué crees que es importante esta práctica?
Está cada vez más claro. En los proyectos europeos, por ejemplo, ahora te piden que expliques no sólo que vas a hacer en cuanto a investigación sino cómo vas a transmitirla a la sociedad. Es una pata que antes se percibía como un hobby del investigador, pero ahora se ve como una parte esencial del retorno social de la investigación.
Y dirigir el Museo es un paso más en tu labor divulgativa. ¿Cómo encaras el futuro en este sentido?
Por el momento es muy interesante. Es decir, hay mucho trabajo por hacer y hay un muy buen equipo de personas que me acompaña; en realidad, me he dado cuenta de que trabajar en un museo es a menudo más vocacional que trabajar en la academia. Ahora me encuentro con ganas y aprendo cosas cada día –y creo que también puedo aportar– y eso es lo que importa a cierta edad. Tienes que salir de tu zona de confort. Espero que todo fructifique y salgan cosas interesantes.