Tanto da que esté en la ciudad, un entorno que propicia el anonimato y hace más fácil mantener los secretos inconfesables, o en un mundo rural donde todo el mundo se conoce o, como mínimo, eso cree. En cualquiera de estos escenarios, el buen vecino o vecina que os deja un huevo cuando hace falta o que mantiene impoluto el rellano de la escalera podría ser perfectamente un criminal despiadado. Lo sabe Mercè Balada, una autora que se pasó una larga temporada visitando hemerotecas para reunir en 2020 en un volumen, Barcelona en negre. Crims i criminals (1890-1956), una escalofriante colección de muertes violentas. También miran al pasado los periodistas Tura Soler y Jordi Grau, que repasan en Sense càstig: deu crims impunes (2023), crímenes quizás cometidos por algún buen vecino o vecina que no se llegaron a resolver nunca. Y ya en un entorno rural, Lladruc a les estrelles (2022), la ficción imaginada por Aniol Florensa, lleva a un pequeño pueblecito dos cosas que creíamos que no encontraríamos allí: pornografía y un reguero de sangre y de cadáveres. Pensáoslo dos veces antes de tocar el timbre de la casa del vecino...