Acerca de Antònia Hernández Balada

Directora del XIII Congreso Internacional de Ciudades Educadoras

Construir identidad a través de la educación

Cuando hablamos de educación no nos referimos solo a la enseñanza, sino también a formas de vivir y de convivir, a la distribución del tiempo, a los modelos de acogida o al control del ruido. Una oferta educativa de calidad, basada en el principio de la igualdad de oportunidades, se puede convertir en herramienta clave para contrarrestar los fenómenos de exclusión.

Foto: Joan Tomàs

Imagen de la exposición Encajados, con fotografías de Joan Tomàs sobre los habitantes del barrio de Sant Pere, Santa Caterina i la Ribera, en un solar de la calle Canvis Nous, l’any 2012. El solar, a la derecha, se convirtió en un espacio abierto a la creación artística.
Foto: Joan Tomàs

La ciudad, como recuerda el preámbulo de la Carta de Ciudades Educadoras aprobada en el I Congreso celebrado en Barcelona en 1990, dispone de incontables posibilidades en ⁠el ámbito de la educación, entendida como el proceso de enseñanza y aprendizaje de una persona a lo largo de su vida. No podemos confundir educación con escolarización. La ciudad es un agente educativo permanente, plural y poliédrico capaz de contrarrestar los factores deseducativos, que desagraciadamente también existen.

En el XIII Congreso Internacional de Ciudades Educadoras, que se celebró en Barcelona en el año 2014, se propuso que estas ciudades se construyesen sobre tres pilares básicos: la inclusión, la participación y la innovación. Tres ejes que se alimentan mutuamente. Las políticas inclusivas, que inciden en ámbitos como la vivienda, el trabajo, la salud, los recursos, la educación o la cultura, favorecen el compromiso participativo de los ciudadanos mediante el diálogo intercultural, el trabajo en red, la cooperación entre sectores y la solidaridad. Por consiguiente, el fortalecimiento de los vínculos comunitarios y los intercambios culturales potencian la generación de ideas, el talento, la creatividad, el arte y la innovación. Y al final todo ello aporta beneficios en forma de progreso económico, impulsando el aprendizaje y el emprendimiento y generando confianza y oportunidades de compartir proyectos.

El reto de la exclusión

Un denominador común de las ciudades actuales es la creciente tasa de desigualdad y de exclusión. Una exclusión que afecta a diferentes ámbitos –económico, político, cultural, relacional, digital, generacional y de género– y que se plasma en una serie de realidades: un urbanismo segregador, una oferta educativa desigual, una desocupación crónica, una marginación cultural, una vivienda precaria, una falta de asistencia sanitaria, una falta de acceso al transporte, etc. No podemos olvidar, no obstante, que donde se halla el problema también reside la solución. La ciudad no solo genera efectos negativos, sino que al mismo tiempo puede ser la mejor proveedora de recursos convivenciales, sociales y democráticos a favor de la inclusión.

De hecho, la acción municipal permite incidir en las causas de la exclusión y transformar la realidad social a partir de acciones basadas en valores como la equidad, la solidaridad, el respeto por las diferencias y la promoción del desarrollo sostenible, para generar sociedades más cohesionadas y democráticas que garanticen el ejercicio de los derechos básicos de la ciudadanía. Pero, si además la ciudad es educadora –es decir, ha elegido conscientemente ejercer el rol de agente educador– todavía potencia y genera más políticas de participación ciudadana, de trabajo y colaboración entre todos los agentes sociales y educativos que las configuran, sabe dar relevancia democrática a sus acciones y puede fortalecer la acción cívica, la inclusión social y la riqueza económica de su entorno.

Foto: Joan Tomàs

Montaje de la exposición Encajados en el solar de la calle Canvis Nous, l’any 2012. El solar se convirtió en un espacio abierto a la creación artística.
Foto: Joan Tomàs

No se educa exclusivamente en los centros de enseñanza, sino también en la calle o en la familia. Y cuando hablamos de educación no nos referimos solamente a la enseñanza, sino también a formas de vivir y de convivir, a la distribución del tiempo, a los modelos de acogida, al control del ruido, etc. Pero es evidente que una oferta educativa de calidad, ya sea en el ámbito formal o no formal, basada en el principio de la igualdad de oportunidades, se puede convertir en una herramienta clave para contrarrestar los fenómenos de exclusión, con resultados exitosos a medio y largo plazo. Y en este marco la escuela juega un rol central en cuanto a ser una fuente de conocimiento y de desarrollo de competencias personales necesarias para la vida y un laboratorio activo de diversidad social y cultural que permite formar a una ciudadanía responsable, crítica y participativa.

En definitiva, las ciudades educadoras están mejor preparadas para luchar en pro de la cohesión social. Precisamente sus acciones se caracterizan por tener una visión integral y un enfoque transversal, por basarse en políticas preventivas y proactivas, por favorecer la inclusión en un nivel máximo y por hacer propuestas socioeducativas decididas. Justo cuando el estado del bienestar ha entrado en crisis, las ciudades educadoras se han esforzado por facilitar recursos y distribuirlos equitativamente; por potenciar, desde las entidades sociales y el voluntariado, unas políticas inclusivas que abarquen toda la realidad comunitaria, orientadas por el principio democrático de igualdad y no por ningún tipo de paternalismo, y por promover iniciativas y proyectos urbanos dirigidos especialmente a los más vulnerables, con servicios sociales suficientes y servicios de seguridad eficientes y respetuosos de los derechos humanos.

Comunidad e identidad

Solo cuando la ciudad incluye, educa, apuesta por la equidad y expresa solidaridad es cuando construye vínculos de confianza y pertenencia; en definitiva, cuando crea comunidad, que es el objetivo básico de las ciudades educadoras. Unos vínculos, insisto, solo posibles de trabar y preservar –porque hemos de ser conscientes de que son frágiles– aplicando los derechos universales y reales de la ciudadanía, que aseguren el contrato social del estado del bienestar; compartiendo y preservando el patrimonio cultural y lingüístico; participando activamente en procesos cívico-asociativos, y usando adecuadamente el espacio público y el tiempo.

Desde los ámbitos de la filosofía y la sociología hoy se establece que las identidades se dividen como mínimo en dos grupos: las individuales y las colectivas, también denominadas comunitarias. Para poder hablar de identidades colectivas se requieren dos elementos: una comunidad que transciende a sus integrantes, en este caso una ciudad, y unos rasgos comunes básicos compartidos por todos los miembros, cada vez más difíciles de definir en núcleos urbanos que se caracterizan por ser multiculturales, multiétnicos, multirreligiosos y multilingüísticos. De hecho, igual que no todas las ciudades son educadoras, tampoco todas las identidades colectivas son inclusivas. Es decisión de sus integrantes aplicar mecanismos de invitación o de discriminación de nuevos miembros. Y ya hemos comprobado que la sacralización de las diferencias puede ser muy peligrosa.

En este sentido, en las ciudades educadoras tenemos claro que la clave del futuro es potenciar lo que une a los miembros de la comunidad y no lo que les separa. Por muy diferentes que sean las creencias, las opciones políticas y el origen geográfico o social de las personas, cuanto antes seamos capaces de subrayar sus elementos comunes más pronto podremos empezar a construir un proyecto juntos. Y esto no es sinónimo de homogeneización. Una identidad comunitaria no debe asfixiar las identidades individuales, porque en la diversidad se encuentra la riqueza. Si la identidad es la conciencia que una persona tiene de ser ella misma y de lo que la singulariza, una ciudad también tiene que ser capaz de garantizar que todos sus miembros disfruten con libertad y seguridad de su identidad individual.

En conclusión, solo la identidad colectiva, suma de los puntos de unión de las diversas identidades individuales, harán única una ciudad. Y así lo defienden las ciudades educadoras en el punto séptimo de la Carta: “La ciudad tiene que saber encontrar y preservar su propia y compleja identidad. Esto la hará única y será la base para un diálogo productivo en su seno y con otras ciudades”.

Un agente educativo permanente, plural y poliédrico

Hay que formar a las personas para que puedan adaptarse a la globalización, para facilitarles la intervención en la complejidad mundial y para permitirles mantener la autonomía ante una información desbordante y controlada por los poderes económicos y políticos.

El XII Congreso Internacional de Ciudades Educadoras renuió en Barcelona, entre los días 12 y 16 de noviembre, a representantes de 200 ciudades de 36 países agrupadas en el marco de la Asociación Internacional de Ciudades Educadoras (AICE). Los plenarios, las ponencias y los talleres del congreso giraron en torno al lema “Una ciudad educadora es una ciudad que incluye”.

La Asociación Internacional de Ciudades Educadoras se organiza en torno a redes territoriales, redes temáticas y congresos. El congreso se puso en marcha en Barcelona en el año 1990 con el lema “Ciudades educadoras para niños y jóvenes”. Desde entonces se ha celebrado con periodicidad bienal en Gotemburgo, Bolonia, Chicago, Jerusalén, Lisboa, Tampere, Génova, Lyon, São Paulo, Guadalajara (México) y Changwon, en la República de Corea. En el 2016 será el turno de Rosario, en Argentina. Los participantes del primer congreso recogieron en una carta fundacional los principios básicos para el impulso educativo de la ciudad. Partían del convencimiento de que el desarrollo de sus habitantes no se puede dejar al azar.

Hoy, más que nunca, la ciudad, ya sea grande o pequeña, es un sistema complejo y, al mismo tiempo, un agente educativo permanente, plural y poliédrico, capaz de contrarrestar los factores deseducativos. Como apunta Àngel Castiñeira en este mismo dossier, “la ciudad educadora del futuro se construye sobre tres modelos complementarios e integrados: la ciudad inclusiva, la ciudad participativa y la ciudad creativa”.

Estamos ante uno de los grandes retos del siglo xxi. En primer lugar, hay que invertir en educación en cada persona, de modo que sea cada vez más capaz de expresar, afirmar y desarrollar su propio potencial humano a través de su singularidad, su creatividad y su responsabilidad. En segundo lugar, se deben promover condiciones de plena igualdad para que todas las personas puedan sentirse respetadas y ser respetuosas, capaces de dialogar. Y, en tercer lugar, hemos de conjugar todos los factores posibles para que se pueda construir, ciudad a ciudad, una verdadera sociedad del conocimiento sin exclusiones, que garantice un acceso fácil de toda la población a las tecnologías de la información y de las comunicaciones.

La humanidad no está viviendo solo una época de cambios, sino un verdadero cambio de época. Como afirma Josep Maria Coll en el artículo que cierra el dossier, “la globalización ha facilitado el acceso al conocimiento, pero también ha reducido la educación a un instrumento del progreso material”. Hay que formar a las personas para que puedan adaptarse críticamente a los retos y a las posibilidades que se abren con la globalización de los procesos económicos y sociales, y para que puedan participar activamente en ellos; para facilitarles la intervención desde el mundo local en la complejidad mundial, y para permitirles mantener la autonomía ante una información desbordante y controlada por los centros de poder económico y político.

La diversidad es inherente a las ciudades actuales y se prevé que se incremente en el futuro. Por eso, uno de los retos de la ciudad educadora es promover el equilibrio y la armonía entre identidad y diversidad, teniendo presentes las aportaciones de las comunidades que la integran y el derecho de todas las personas que conviven en ella a sentirse reconocidas desde su propia identidad cultural. Vivimos en un mundo de incertidumbre que da la máxima importancia a la búsqueda de seguridad, que a menudo se expresa como negación del otro y con desconfianza mutua. “La educación, entendida integralmente, debe ser la guía del crecimiento humano, social y tecnológico si no quiere convertirse en esclava de las peores pulsiones individualistas, competitivas, tecnocráticas y autoritarias”, alerta Joan Manuel del Pozo en este mismo dosier.