En Cataluña se desperdicia anualmente el 7 % del volumen total de comida adquirido por las familias, los restaurantes y los comercios. El despilfarro alimentario es un problema global contra el que se puede luchar con una mejora de la legislación y con proyectos sociales, pero también con iniciativas individuales y domésticas.
Muchos hemos oído en casa desde pequeños que la comida no se tira. Antes no disponíamos de las facilidades ni de la tecnología de hoy para adquirir, conservar y cocinar alimentos. Aun así, las familias aplicaban métodos de conserva y elaboraban recetas de cocina para aprovechar al máximo los ingredientes de que disponían. El ajetreado ritmo de vida de nuestra sociedad ha provocado que parte de estas buenas prácticas se haya perdido.
Un estudio de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) ha estimado que, en Europa, la media de alimentos desperdiciados en el hogar se sitúa alrededor de los 95 kg anuales por habitante. El estudio concluye que un 33 % de la comida que producimos en el mundo para el consumo humano la perdemos o la tiramos en algún punto de la cadena alimentaria.
Juan Marcos de Miquel, fundador de la iniciativa Nevera Solidaria, apunta que, cuando los alimentos ya no son aprovechables para el consumo humano, pueden reutilizarse para elaborar comida para animales, como abono y finalmente como residuo. “Consideramos los alimentos como mercancías: esta es la causa de fondo del despilfarro. Compramos más de la cuenta, no nos planificamos la alimentación, buscamos ofertas para comprar más y por si acaso”. Miquel, que es también jefe del Servicio de Salud Pública del Vallès Occidental Oeste, ilustra esta situación con un ejemplo: “Cuando yo era pequeño, para merendar había pan con chocolate. Ahora acumulamos infinidad de alimentos en la despensa sin preocuparnos de si caducan”.
El proceso de producción, almacenamiento y transporte de alimentos deja una importante huella ecológica. Cuando tiramos comida también perdemos los recursos usados en su producción –suelo, agua, energía– y contribuimos de modo indirecto al incremento de emisiones de dióxido de carbono.
En Cataluña se desperdician anualmente 262.000 toneladas de alimentos, el 7 % del volumen total adquirido por las familias, los restaurantes y los comercios, según el estudio Diagnosi del malbaratament alimentari a Catalunya, que la Universidad Autónoma de Barcelona (UAB) elaboró en 2010 para la Agencia de Residuos de Cataluña. Esta cifra supone que cada catalán tira al año, de promedio, unos 35 Kg de comida, cantidad equivalente al consumo de una persona durante 25 días. Con el volumen total desperdiciado se podría alimentar a más de medio millón de personas al año.
En Barcelona un ciudadano consume anualmente 550 kg de comida, lo que supone un gasto de 1.560 euros por persona y año. La pérdida anual debida al despilfarro es de 112 euros por habitante, o de 841 millones de euros para toda Cataluña. La mayor parte del despilfarro (el 58 % del volumen global) se origina en los hogares; siguen en porcentaje los supermercados (16 % del total), la hostelería (12 %), el comercio al por menor (9 %), el catering (4 %) y los mercados municipales (1 %).
Juan Marcos de Miquel explica que el problema de la normativa española es la falta de concreción y de medidas que obliguen a los sectores de la alimentación a reducir las tasas de despilfarro. “La legalidad española deja en manos de productores y fabricantes la decisión de retirar de la comercialización los alimentos elaborados si creen que pueden ser un peligro para el consumidor; y, claro, el miedo y la falta de información hacen que se descarten alimentos sin estudiar antes si son o no son realmente peligrosos para la salud. Al final, las barreras son el miedo y la falta de solidaridad”.
EL FACTOR SOCIAL
En Barcelona están en marcha numerosas iniciativas para reducir el despilfarro de alimentos. Paco Muñoz, vicepresidente de la Plataforma Aprofitem els Aliments (PAA), afirma que el acontecimiento más importante en este terreno es El Gran Dinar [la gran comida], evento organizado una vez al año por diferentes entidades de Cataluña y de toda España. También existe el programa “Barcelona comparte la comida”, de la entidad Nutrición sin Fronteras, a través del cual hoteles y restaurantes ceden los excedentes alimentarios a entidades sociales. “La mayoría de las iniciativas dependen de la sociedad civil –lamenta Muñoz–. Echamos de menos una normativa específica en las ordenanzas y en los requisitos para la contratación pública que obligue a todos los servicios de restauración de la ciudad a luchar contra el despilfarro”. Así pues, iniciativas no faltan, pero sí que hay un déficit de información y de formación ciudadana, de solidaridad y de valentía entre los productores de alimentos y, en general, de conciencia social para asumir que no es un problema de unos cuantos malgastadores, sino que afecta a todo el planeta.
El Banco de los Alimentos, una experiencia pionera El Banco de los Alimentos de Barcelona nació en 1987, de la mano de Jordi Peix y Josep Miró i Ardèvol; fue el primero de España y uno de los primeros de Europa. Estas entidades actúan para dar salida a los excedentes generados en diferentes puntos de la cadena alimentaria, canalizan donaciones de particulares, organizaciones y empresas y promueven campañas de recogida. Los alimentos así reunidos los distribuyen entre entidades sociales para que los hagan llegar a las personas necesitadas. Los bancos de alimentos se organizan en federaciones territoriales y en una red mundial.
Alimentando la conciencia social La Plataforma Aprofitem els Aliments trabaja acercando a todos los agentes implicados en la cadena de los alimentos para encontrar soluciones compartidas al problema del despilfarro. Sus líneas de actuación incluyen la organización de actos festivos y populares de sensibilización, acciones de mediación y de asesoramiento y trabajo para impulsar una ley específica. “Todos los que asisten a nuestras comidas toman conciencia de que han de cambiar de actitud y comportamiento en casa, como consumidores y como ciudadanos, para ayudar a modificar las reglas de cómo nos alimentan y cómo nos alimentamos. Los asistentes aprenden a saberse parte de la solución”, afirma Paco Muñoz, vicepresidente de la entidad.
La responsabilidad de Mercabarna Cada año se comercializan en Mercabarna dos millones de toneladas de alimentos. Según un estudio de la UAB, de estos productos se desperdician nueve millones de kilos (el 0,5 %). El director general de Mercabarna, Josep Tejedo, explica que con el fin de reducir esta cifra Mercabarna decidió perfeccionar el proceso de gestión de residuos del Mercado Central de Frutas y Hortalizas e inició una relación de colaboración con el Banco de Alimentos, al cual ha cedido el uso de un almacén de 425 m2.
Los alimentos imperfectos son comestibles “Vivimos en un mundo en el que se nos presiona para ser perfectos, pero ni las personas ni los alimentos lo son”, afirma Mireia Barba, fundadora de la organización Espigoladors, que recoge excedentes de producción de alimentos y los hace llegar, en un 95 %, a organizaciones sociales. El objetivo es luchar contra el despilfarro alimentario y apoyar a personas en riesgo de exclusión social. Para ello utilizan la marca Es Im-perfect, la primera de toda España que comercializa productos alimentarios de alta calidad a partir de excedentes de fruta y verdura y que, gracias a su bajo precio, contribuye a dar acceso a una buena alimentación a personas con dificultades económicas.
Solidaridad a través de la nevera La iniciativa Nevera Solidaria facilita que la gente pueda abandonar sus restos alimentarios en unas neveras (quince en todo el territorio español) para que aquellas personas que lo necesitan los puedan recuperar en buen estado. En palabras de su fundador, Juan Marcos de Miquel, “representa un símbolo que tiene que inducir a la reflexión. Una vez que se instala una nevera solidaria, es necesario realizar publicidad en el entorno y aprovechar su presencia para iniciar otros proyectos de concienciación de la población”.
Supermercados con iniciativa La organización danesa DanChurchAid creó el año 2015 el primer supermercado del mundo que solo vendía comida y otros productos con pequeños defectos o a punto de caducar a mitad de precio: Wefood. También a escala europea encontramos la oenegé The Real Junk Food Charitable Foundation, impulsora del primer supermercado del Reino Unido que vende comida que ha superado la fecha de consumo recomendada. Cuando reciben la comida rechazada de bancos de alimentos, restaurantes, cafés o eventos, el voluntariado de la oenegé inspecciona la comida con la vista, el olfato y el gusto. De esta modo pueden determinar si es apta para el consumo humano y evitan que toneladas de alimentos se tiren sin ningún control.
ESTRATEGIAS PARA EVITAR TIRAR ALIMENTOS
Más de la mitad de los alimentos desperdiciados en Cataluña procede de los hogares. Pequeñas acciones como el cambio de algunas costumbres y una mejor planificación de la compra tendrían notables efectos positivos a gran escala.
Para reducir el despilfarro, la iniciativas más simples y responsables tienen lugar en las cestas de la compra y en las cocinas de cada ciudadano. Empecemos, por ejemplo, por una mejor organización de la compra. Una de las causas principales por las que acabamos tirando mucha comida es la falta de planificación, que se traduce en la adquisición de alimentos que finalmente no consumimos. Confeccionar la lista de la compra, pensar el menú semanal y cocinar las raciones justas son acciones que permiten ahorrar dinero y residuos.
¡Atención a las etiquetas! Hay que conocer su información para actuar en consecuencia y con sentido común. La fecha de caducidad indica la fecha a partir de la cual el consumo de un alimento puede suponer un peligro inmediato para la salud. En cambio, la fecha de consumo preferente señala el límite temporal a partir del cual no se garantiza que el producto mantenga todas sus propiedades organolépticas (sabor, olor, textura, etc.), aunque todavía se pueda consumir sin riesgo sanitario.
Grupos de consumo ecológico Una solución alternativa que ha empezado a extenderse es la de los grupos de consumo ecológico. Es una forma de consumo que se basa en la relación directa con los productores para adquirirles productos locales, de temporada, frescos y ecológicos. Generalmente funcionan como cooperativas en las que las familias se distribuyen las tareas: contactar con los proveedores, preparar las cestas de cada unidad familiar, cobrarlas un día asignado a la semana, controlar los stocks, etc. Este modelo de consumo cuenta con más de un centenar de grupos en Cataluña, de los que casi el 82 % se encuentran en Barcelona y su provincia.