Acerca de Eva Vila

Música y directora de cine. Profesora de la UPF

Música transformadora

© Stéphane Carteron

© Stéphane Carteron

Una serie de nuevas propuestas han empezado a cobrar protagonismo en los últimos años en el mundo de las artes y de la educación artística. Son proyectos elaborados a partir de la experiencia de las aulas, pero dotados de un carácter más flexible y sensibles a una realidad social que pretenden mejorar, y que cuentan con el poder de la música como factor de desarrollo cultural y humano. Los encabezan figuras con un perfil distinto al tradicional, que combinan la creatividad y el activismo.

Redescubriendo el poder de la música

La verdadera acción musical no habla de resultados numéricos, sino del valor transformador de la música y de la riqueza del arte como catalizador de las necesidades sociales.

© Fabiola Llanos
Trombonista de la Sant Andreu Jazz Band, una formación nacida hace siete años en el seno de la Escola Municipal de Música Sant Andreu.

La enseñanza artística, y en concreto la musical, ha sido en los últimos años revisitada por diferentes miradas. No solo por la Administración o los educadores, sino también por los artistas, los educadores sociales y los propios alumnos. Por un lado, ha habido que revisar los contenidos de los programas tanto en la enseñanza obligatoria como en la superior con el fin de equiparar la música a otras materias, y como resultado de ello, Barcelona cuenta hoy con tres centros que ofrecen titulación de grado superior de Música: la Escola Superior de Música de Catalunya (ESMUC), el Liceu y el Taller de Músics. Por otro lado, han crecido el número de escuelas de música y la oferta de actividades extraescolares. Todo ello ha contribuido a cerrar un proceso de normalización de los estudios que nos ha permitido empezar a salir de una situación tan anómala como lo es el hecho de que el arte ocupe desde hace tiempo un lugar periférico dentro de la construcción de nuestra sociedad.

La verdadera acción musical, sin embargo, no habla del número de escuelas, de resultados numéricos ni de ventas, sino del valor transformador de la música y de la riqueza del arte como catalizador de las necesidades sociales. Esta es la razón por la que nuevas propuestas en el mundo del arte y de la educación artística han cobrado protagonismo. Son proyectos que miran a largo plazo, que buscan una salida solvente a una crisis espiritual y de valores; propuestas que innovan y abren nuevas vías; caminos que no se dibujan en torno a las mesas de los despachos, sino en la calle, en contacto con los niños y niñas, y que se convierten en fieles indicadores de las transformaciones de la sociedad a la vez que se transforman con ella.

En el debate del momento, diversas voces coinciden en un hecho que no puede eludirse por más tiempo: no se puede renunciar a la cultura si no se quieren perder los valores que contribuirán al crecimiento de las personas y a las aspiraciones identitarias de una sociedad. Si bien en otros campos, como el de la sanidad, es habitual tomar medidas para prevenir costes y paliar así los efectos futuros de los malos hábitos de la población, es aún utópico plantear herramientas similares que nos permitan ocuparnos del alma de la sociedad del mañana. Con la escasez de recursos, se evidencían las prioridades de la comunidad y de las personas. Educar a través del arte es una oportunidad que nos permitirá desarrollar aprendizajes significativos para construir la sociedad que se va conformando.

De un tiempo a esta parte, nuevas metodologías situadas fuera de los marcos establecidos proponen cambiar la consecución de objetivos por la concesión de un margen más amplio a la creatividad. Es partiendo de la experiencia en las aulas como empiezan a construirse nuevas propuestas que nacen con un carácter más flexible y más permeable a los cambios sociales a fin de poder responder constantemente a las necesidades de la comunidad, y que de esta manera otorgan, ahora sí, un verdadero rol de barómetro social a la educación artística y a la cultura.

Nuevas figuras profesionales aparecen también a partir de dichos cambios. Nace un nuevo perfil, entre creador y activista, que deberá compaginar las facetas de artista, docente, trabajador social y gestor. Alguien capaz de implicar y relacionar los responsables de ámbitos muy diferentes. Ellos son los responsables de impulsar una renovada acción musical y artística. Estos profesionales se vinculan y crean red: las entidades, los barrios, las escuelas; pero, sobre todo, están comprometidos con los niños y jóvenes y con sus familias. Una dedicación abierta, que aún no está del todo inventada, y con un amplio campo por recorrer. En las páginas que siguen exploramos algunos ejemplos.

El irresistible magnetismo de la Sant Andreu Jazz Band

Tras el proyecto de la Sant Andreu Jazz Band (SAJB) se adivina una filosofía de trabajo que hace que sus integrantes, niños y jóvenes de entre siete y veinte años, lleguen a tocar por necesidad, por el deseo de sentirse bien y comunicarlo a los demás.

La formación de la escuela musical de Sant Andreu en el transcurso de un ensayo.

Hoy no se puede entrar en la escuela municipal de música del Eixample. Un montón de gente de todas las edades colapsa la entrada. Hay un concierto de la Sant Andreu Jazz Band, la orquesta de niños y jóvenes con más glamour del momento, dirigida por el jazzman Joan Chamorro. Una formación con tres discos, una película documental y una proyección internacional que motiva a músicos de todas partes a venir a Barcelona para colaborar en el proyecto.

En sus filas, niños y niñas, chicos y chicas, de entre siete y veinte años trabajan conjuntamente un repertorio de jazz, sobre todo de swing de los años treinta y cuarenta, con melodías cantables y un ritmo que tiene sus orígenes en el baile. ¿Dónde está el magnetismo de la SAJB? Se podría resumir en un gesto, el de Elsa Armengou, una niña de siete años, en el momento en que da el tempo a una orquesta de veinte músicos antes de alzar la trompeta y ponerse a tocar. Y después, la alegría, el ritmo y la naturalidad con que consiguen transmitirnos la música subidos a un escenario.

Tras este proyecto se adivina una filosofía de trabajo que les hace llegar a tocar por necesidad, por el deseo de sentirse bien y comunicarlo a los demás, familia, amigos y público. ¡Cuán necesarias son estas experiencias en nuestro frágil ecosistema! En el año 2011, la Sant Andreu Jazz Band llena el Palau de la Música. Sin duda, la SAJB ha contado con el fuerte reclamo que supone que un grupo de niños y niñas sean los protagonistas de esta historia, así como con el carisma de una voz como la de Andrea Motis. Pero solo hay que acercarse a uno cualquiera de sus ensayos para descubrir también la voz de Magalí Datzira, la trompeta de Alba Armengou o el saxo de Eva Fernández. Aparte de estar repleta de buenos músicos, la gran virtud de la SAJB ha sido acercar un jazz clásico y popular a un público que hasta ahora no se había sentido llamado por esta música. Glenn Miller, Louis Armstrong o Sarah Vaughan han entrado a formar parte de la banda sonora de muchas personas con la misma naturalidad que los niños suben al escenario como una parte más de su aprendizaje.

La Sant Andreu Jazz Band nace hace siete años dentro de la escuela de música municipal de Sant Andreu como un grupo instrumental más, sin la pretensión de convertirse en nada de lo que es hoy. El resultado es el producto del trabajo metodológico de uno de sus maestros, Joan Chamorro, reconocido por su trayectoria de treinta años como músico, sobre todo como saxo barítono en diversas formaciones, y veinticinco años como profesor. Un bagaje que le ha permitido hacer crecer el aprendizaje pedagógico hasta encontrarse hoy con los frutos de su trabajo. Después de cinco años, el proyecto de la SAJB supera las expectativas de la escuela de Sant Andreu de modo que resulta complicado mantenerlo dentro de su marco. Para la escuela no resulta fácil gestionar una formación de alumnos que en un momento dado puede generar ingresos a través de la venta de discos, conciertos, etc.; por eso se acuerda que siga caminando fuera. En 2011 la Sant Andreu Jazz Band pasa a ser un proyecto independiente y autofinanciado que utiliza las instalaciones de la escuela de música del Taller de Músics, en las instalaciones municipales de Can Fabra.

© Fabiola Llanos

Hay que hacerse mayor

Chamorro tiene muy claro que el objetivo no es generar dinero, pero que eso no implica limitar a la SAJB a una formación de escuela: “Quiero que el proyecto se haga mayor para que la gente compruebe qué música son capaces de hacer unos niños de nueve y doce años, y para provocar que otros chicos se enamoren de ella”. La necesidad de explicar qué se está cocinando en la SAJB es tan fuerte como la necesidad que tienen los niños y niñas de sentir que los conciertos y la música que hacen son “de verdad”. Tan reales como los nombres a los que se refieren constantemente durante los ensayos o los conciertos: Billie Holiday, Sidney Bechet… ¿Es pretencioso que intenten imitar un sonido que les ha enamorado para conseguir que los demás se enamoren de él? Es el método tradicional de transmisión del flamenco, o el mismo con el que ha crecido el hijo de Alfons Carrascosa, la última incorporación a la SAJB, que, como tantos hijos de músicos, ha empezado tocando por imitación, viendo y escuchando a sus padres y a los amigos de sus padres que invadían su casa.

Más que la repetición de estudios y escalas de una manera mecánica, lo que repiten los niños de la SAJB son la escucha de los grandes temas del jazz. Seguirlos e imitarlos es su primer deseo; después, la ilusión de formar parte de un colectivo de amigos y músicos, y, por último, en los conciertos, compartir escenario con unos invitados de lujo como Jesse Davis, Terell Stafford o Wycliffe Gordon, que durante el concierto en el Palau de la Música se convirtieron en sus colegas. Si la música no conoce fronteras, ¿por qué no llevar a los alumnos a cruzarlas más allá de los muros de una escuela?

Chamorro parte de la idea de que la mayor parte del aprendizaje de la música tiene que venir a través de la audición. Cuando un niño empieza hay que ir directamente a la música, al sonido, y no a su codificación a través del lenguaje, porque aún no sabemos si aquella persona tendrá la necesidad de utilizarlo. La música debe ir por delante de la escritura: “No es una metodología nueva, pero ha creado muchas reticencias porque, según como se analice, se puede considerar antidogma y anticonservatorio. Aún hay muchas cosas que nos parecen inamovibles. Se da por sentado que los niños tienen que agruparse por edades o empezar a aprender a través de la lectura y la escritura musical. Pero así estamos diciéndole al niño que ha de esperar a tener una técnica perfecta para poder tocar música o subir a un escenario. Según lo establecido, la mayoría de los niños, sobre todo los más pequeños, no pueden llegar a subir a un escenario como Dios manda y ofrecer una buena propuesta”. Para dejar constancia de todo lo que estaba pasando, Chamorro comenzó a pensar en grabaciones de discos y DVD. La primera fue con grandes amigos y músicos catalanes como Ricard Gili, Dani Alonso o Josep Traver, que quisieron participar del espíritu de la SAJB y presentarlo como una fiesta.

© Fabiola Llanos

Enseñar a amar la música

“A menudo oímos en las conversaciones que ‘la mayoría de los niños no estudian’ y muchos profesores prefieren pasar a trabajar con alumnos mayores porque ‘al menos les podemos exigir más’. Eso es un error que hemos cometido –explica Chamorro–. Naturalmente, tiene que haber voluntad y rigor, pero ¿qué significa exigir? El profesor debe saber cómo motivar o incentivar a los niños y antes de enseñar música tiene que enseñar a amar la música. Hay que lograr que el presente musical con los niños sea atractivo, que vean la música como algo divertido. Un niño nunca estará motivado por el estudio si le decimos que dentro de un año, si estudia, tocará bien. Mis alumnos empiezan con una canción que sacan de oído y que podrán tocar a la semana siguiente. Para un niño una nota en sí misma no es importante, pero sí la melodía que tiene en la cabeza”.

Cansado de años de estudio que no ofrecían a los alumnos la certeza de poder tocar con la misma naturalidad con que se lee un libro, Chamorro pensó que algo no se estaba haciendo bien en la manera de enseñar. Como profesor de lenguaje musical en el Taller de Músics, desarrolló un sistema de colores para explicar las tonalidades, las relaciones entre las notas y otros elementos de la armonía, de modo que facilitaba la improvisación, entre otras cosas.

Chamorro continúa: “Cuando trabajas a partir de la música en sí misma, sin pensar en la codificación del lenguaje, y lo haces a partir de lo que tú sientes, estás creando una conexión auténtica con el instrumento. Los resultados con grupos de niños de siete años, por ejemplo, son sorprendentes. No tocan nada que no escuchen o canten interiormente. Ese es su lenguaje. Como estudian a partir del placer y las ganas, todo se les queda mucho más. ¡Y cómo improvisan! ¡Ya nos hubiera gustado a muchos músicos improvisar como improvisan estos pequeños! Tan solo esa conexión profunda con el instrumento les hará llegar a ser músicos creativos; un músico que no solo lee, sino que tiene la capacidad de cantar, de colocar los dedos y saber qué sonará”.

Hasta ahora los ocho componentes que han salido de la SAJB están haciendo carrera musical aquí y fuera del país, pero al margen de que acaben dedicándose profesionalmente a la música o no, Chamorro tiene muy claro que esta ya formará parte para siempre de su huella vital.

El proyecto Voces, o la semilla venezolana

Dieciséis niños inauguraron en el año 2004, en Gràcia, el proyecto Voces y Música para la Integración, una iniciativa con la que el director Pablo González revivía en Barcelona la práctica y la teoría musicales del famoso Sistema Nacional de Orquestas Juveniles e Infantiles de Venezuela.

El proyecto Voces, dirigido por el músico venezolano Pablo González, se basa en el trabajo con la voz y, en una segunda fase, en el ejercicio instrumental colectivo. En la página anterior, el jazzman Joan Chamorro, profesor del Taller de Músics, durante un ensayo con la Sant Andreu Jazz Band.

Cuando la Orquesta Sinfónica Simón Bolívar todavía no era lo que es hoy, es decir, un símbolo de integración social a través de los valores de la música, José Antonio Abreu ya ponía en cada uno de sus alumnos la semilla de un gran proyecto. Actuando desde la nada, desde la base, desde las provincias, sin medios, sin ningún referente, hizo depositarios de un sueño ambicioso a los primeros jóvenes que trabajaron a su lado: el sueño de construir en cada ciudad del país, junto a la iglesia y el ayuntamiento, un centro orquestal para niños y jóvenes. Unos espacios que Abreu denominaría “núcleos” y que constituirían la base del Sistema Nacional de Orquestas Juveniles e Infantiles de Venezuela, conocido en todo el mundo como “El Sistema”.

Desde sus inicios, toda la sensibilidad del maestro Abreu ha ido dirigida a transmitir a sus alumnos la importancia de la música como fenómeno socializador; por eso, cada uno de ellos, además de tocar, siempre ha tenido ante sí la opción de formar una nueva orquesta. Asimismo, se ha dedicado a la labor de sensibilización musical pero desde la base, en los lugares más desfavorecidos por la pobreza y la marginalidad, a los que ha llevado la música como herramienta de rescate social. Cuentan que una vez Abreu pidió que llamaran a un joven de diecisiete años que había ingresado en la cárcel por robos en bancos y delitos mayores. “Te ofrezco la oportunidad de que cambies tu vida y a cambio te doy un clarinete –le dijo–. Quiero que estudies en El Sistema”. “¿Y no tienes miedo de que te robe el clarinete?”, le preguntó el chaval. “No lo robarás porque es tuyo”, le respondió el maestro.

La misma voluntad de inclusión fue la que llevó al músico venezolano Pablo González a iniciar el proyecto Voces y Música para la Integración en Barcelona. Fue en el año 2004, en el barrio de Gràcia, donde encontraron acogida en el oratorio Sant Felip Neri. Así fue como dieciséis niños se convirtieron en fundadores de lo que es la semilla de El Sistema venezolano implantada en Barcelona. La idea inicial era incorporar a niños que venían de fuera. En esos momentos la oleada de inmigración era enorme y empezaban a surgir serios problemas dentro y fuera de la escuela. ¿Por qué no llevar a cabo un programa parecido al de las orquestas juveniles de Venezuela, pero con la intención de reunir a niños y familias de fuera con otros de aquí? Nueve años después, la falta de integración aún se debe, más que antes, a motivos económicos; el estatus de muchas familias ha cambiado y los niños tienen que adaptarse. “¿Hay alguna manera mejor, por lo tanto, que hacer frente a la nueva situación cantando, tocando y divirtiéndose?” Pablo nos explica que a muchos de los niños que ahora están en la orquesta les veía jugar a fútbol en la plaza de al lado hasta que un día le pararon para decirle que querían estudiar flauta, violín o contrabajo. Y sigue: “Después conocemos a la familia, a los padres, y si es necesario, llamamos a su puerta. Lejos de la idea de crear un gueto con unas características específicas, aquí tenemos niños de todas partes. Cuando tocamos, todos somos iguales. Hay hijos de médicos que podrían pagarse una escuela de música, pero prefieren estar aquí con nosotros”.

Seis años con la Orquesta Simón Bolívar

Pablo González tuvo el privilegio de compartir seis años de ensayos con José Antonio Abreu en la Orquesta Simón Bolívar. “Si nos explicaba una frase musical, era acompañada de toda una filosofía. Para Abreu, cualquier nota musical tiene capacidad de transmitir. Lo que has de saber es qué quiere decir aquella frase y poner tu sentimiento para expresarla; de otra manera puedes tocar, pero no llegas a comunicar. El compositor checo Antonín Dvo?ák, por ejemplo, invitado a dirigir el Conservatorio de Nueva York, fue el primero que permitió a los músicos negros entrar en un conservatorio, ¡en un momento en que incluso se creía que un negro no podía tocar el violín por razones biológicas! Solo desde este posicionamiento, desde una cierta radicalidad, puede salir una pieza como la Sinfonía del Nuevo Mundo. Mientras los niños están aquí haciendo música, intentamos que tengan presente también lo que está pasando al otro lado”.

Cautivado por el instrumento, Pablo entró en el núcleo de su ciudad, Maracaí, con tan solo doce años. “Cuando entré, me dieron un violonchelo y me pusieron a tocar en la orquesta. Tan solo dos meses más tarde tuvimos un encuentro con el maestro Abreu en el Poliedro de Caracas. Imagínate: veinte niños de la provincia dentro de un estadio lleno de gente para tocar con una orquesta de quinientos músicos. ‘Aquí no hacemos falta’, pensé. Pero para el maestro y para El Sistema todos éramos importantes. Tocamos la Quinta de Beethoven”.

Pablo González entró en el núcleo local del sistema venezolano de orquestas juveniles cuando solo tenia doce años. En la imagen, ensayando el violonchelo con una de sus alumnas barcelonesas.

En el fondo, lo único que quiere el proyecto Voces es llegar a crear orquestas juveniles que suenen cada vez mejor y conseguir que los niños se lo pasen bien. En un primer momento, el trabajo se basa en la voz y después en el ejercicio con el instrumento de forma colectiva. Solo llegar, los niños ya salen a cantar a la calle con sus compañeros. Así se les abre en seguida la oportunidad de participar, de estar en los conciertos, de ver la sociedad de una forma diferente.

Fue en uno de estos conciertos en el Centro Cívico Les Basses, del barrio del Turó de la Peira, donde la concejala del Distrito se enamoró del proyecto y les ofreció el centro como sede. El proyecto también dispone de espacios en Roquetes (donde funcionan otras iniciativas desde hace tiempo, como la Banda Sinfónica Roquetes Nou Barris), Ciutat Meridiana (donde casi no hay escuelas de música) y Sant Andreu. La idea es crecer y lograr convertir estos espacios en lugares de referencia para los niños y niñas, donde puedan formar sus grupos (orquestas de cámara, coral, etc.) y sentirse parte del proyecto con nuevas iniciativas (hip-hop, teatro musical…).

Fue durante la fiesta mayor de Barcelona de 2011, La Mercè, cuando las dos hijas gemelas de Ana, Bàrbara y Fabiola, violín y violonchelo respectivamente, de siete años, encontraron su oportunidad. “Cuando las vimos, nos quedamos de piedra”, nos cuenta Ana. Era un domingo a mediodía. Llovía. Todo el grupo de la coral estaba sobre la tarima que habían instalado en medio de la plaza de Catalunya. En seguida contactaron con ellos y empezaron con la sensibilización y el canto. Dos meses después ya elegían un instrumento y entraban a formar parte de la orquesta A. Hoy las vemos ensayando con la orquesta B. Todo el mundo está concentrado en la preparación del concierto que darán en el Auditori de Barcelona con la Orquesta Sinfónica de Barcelona y Nacional de Cataluña (OBC), junto con los niños de Xamfrà, otro proyecto que utiliza la música como herramienta de transformación social en el barrio del Raval.

Aparte de la OBC, cada vez son más los músicos que se acercan a estas propuestas para colaborar en ellas. Hace dos años que Natali Smirnoff, violinista de la Sinfónica del Vallès, se dirigió a Les Basses para ofrecerse como voluntaria. Poco podía imaginarse que allí encontraría a Pablo, con quien había compartido la experiencia de tocar durante cuatro años en la Simón Bolívar: “Le saludé y después de ponernos al día le confesé que me sentía como en uno de los núcleos”. Ellos son una de las primeras generaciones de músicos que salen de El Sistema. Más tarde han surgido nombres tan conocidos como Gustavo Dudamel, de treinta y dos años, director de la Simón Bolívar desde 1999 y uno de los principales emblemas de El Sistema, un marco que ha creado diversos productos (formaciones musicales) con el fin de exportar la identidad nacional y la cultura venezolanas. Su éxito es la demostración de que cuando un país entiende cuál es su riqueza es capaz de exportarla con unos resultados que superan las expectativas.

Pertenecer a la Simón Bolívar es la meta más alta en El Sistema venezolano, y solo llegan los mejores. Estar en lo alto de la pirámide significa convertirse en el referente para 350.000 niños y más de 180 núcleos en todo el país. Si bien se exige un nivel para tocar en ella, en cambio no existe un límite mínimo de edad; Natali conoce a niños que han entrado con doce y trece años. Los que no llegan a hacerlo se quedan dando clase en los núcleos o formando otros, porque el movimiento de orquestas juveniles es constante.

“Lo que de verdad cuenta –nos explica– es que, cuando escuchamos un núcleo de un barrio de una provincia venezolana y después a la Simón Bolívar, no tenemos ninguna duda de que algún día aquella orquesta llegará a sonar igual. Porque no es tan solo una cuestión musical, sino también de ideología”. El modelo se ha intentado exportar por todo el mundo. Francia es uno de los pocos países en los que no ha tenido el éxito esperado, porque su prioridad se centra en la búsqueda de los mejores alumnos de los conservatorios, con el objetivo de conseguir una orquesta que suene muy bien. Se pierde la esencia. “Mucha gente con quien coincidimos, hoy solistas o directores de las mejores orquestas del mundo, no habrían llegado donde están si no hubiera sido por la música. Por eso aspiramos a tener algún día una gran orquesta juvenil en Barcelona, una orquesta profesional que haya salido de nuestro propio sistema”.

La nueva pedagogía de Barris en Solfa y Do d’Acords

El músico argentino Pablo Pérsico, instalado en Barcelona desde 2007, es el alma de un nuevo sistema pedagógico, Integrasons, que se ha encarnado en dos formaciones infantiles y juveniles ubicadas en Badalona y Poble-sec.

© Arxiu Integrasons / Marta Pich / SGAE
La orquesta Do d’Acords durante el concierto que realizaron el mes de junio del año pasado con la colaboración del cuarteto de cuerdas de la OBC, en la sala Artèria del Paral·lel.

En todas las orquestas hay un momento en que el solista se juega el tipo. ¿Qué pasaría si sonase fuera de lugar? Todo el grupo, toda la pieza, se resentiría de ello. Ese momento, inscrito en una partitura e interpretado en un instante de nuestro presente, nos remite a la base de todo un proyecto educativo como el del compositor argentino Pablo Pérsico. Una nueva metodología que contempla en su base la posibilidad de que un día tengamos que jugárnosla con toda una orquesta detrás y un público delante. Cuando escuché por primera vez a la orquesta Barris en Solfa me vino a la cabeza Mireia Farrés, trompeta solista de la OBC, tocando los primeros compases de la Quinta sinfonía de Mahler con toda la orquesta casi en silencio. ¿Cómo arrancar un barco que después tendrá que llevar velocidad de crucero?

La orquesta Barris en Solfa, que dirige el propio Pablo Pérsico, la forman quince niños de diversos orígenes y cada uno de ellos dispone de entre cinco y seis instrumentos diferentes. Todos son instrumentos únicos y fascinantes: didjeridú, guaguatube, xilófono, arpa china, bongo, maraca… Hoy presenciamos un ensayo de la orquesta. Cada niño responde a las indicaciones de Pablo Pérsico en función de lo que está escuchando en ese momento y elige un instrumento. La maraca es igual de importante que el xilófono, o viceversa. Se trata de decidirse por el sonido que sea más adecuado en función de lo que está haciendo el resto de compañeros. La metodología incita a equivocarse y no hay que evitar ni temer el error, sino integrarlo en la experiencia.

La improvisación colectiva es algo que queda lejos de las programaciones oficiales de las escuelas, pero en Barris en Solfa forma parte del aprendizaje inicial del niño. Cada uno de ellos es invitado a dirigir la orquesta y llevarla a una improvisación siguiendo parámetros muy sencillos. Todos quieren tocar, todos quieren dirigir, todos quieren más; están sedientos de música. Son niños procedentes de diferentes escuelas, propuestos por las entidades sociales del barrio. Cada martes y jueves se encuentran en el Consorci Badalona Sud para trabajar con Pablo Pérsico y sus colaboradores, algunos profesores de música y otros voluntarios que empezaron sin conocimientos musicales y que los han ido adquiriendo al mismo tiempo que los niños.

Hoy todo es concierto y complicidad: los colaboradores tocan mezclados entre los niños, las niñas y el propio Pablo, que nos recuerda que lo que estamos escuchando se basa en meses de trabajo sin tocar ni una sola nota. Aquellos niños, con diferentes circunstancias familiares, llegaron hace dos años a este espacio para convertirse en niños sin problemas. La música estaba en un cuarto o quinto término. “Empezamos construyendo instrumentos y jugando con los sonidos, porque, mientras construimos, todos somos iguales. Si no construimos todos juntos, si tu compañero no toca contigo o no toca bien, eso te afecta a ti. Y no es una cuestión filosófica ni de interpretación: ¡el oído no miente! ¡Cuando vas desacompasado se ve a la legua! Por eso la música nos obliga a trabajar en equipo. Tenemos que trabajar juntos para que este niño no vaya a destiempo respecto a los demás, porque eso es problema de todos. Relegar la responsabilidad del grupo a los niños es cambiar el foco de la educación.”

La metodología Integrasons

El proyecto propone una nueva metodología de iniciación musical permeable a trabajar cuatro valores fundamentales: escucha, atención, respeto y comunidad. Esta metodología, denominada Integrasons, se basa en la degustación del sonido y en el trabajo tímbrico. Nunca había oído a los niños hablar con tanta naturalidad del timbre, de las dinámicas o de la estructura de una pieza. Para Pablo, es importante explicar a un niño que el sonido que está percutiendo tiene que oírse desde el principio hasta el final, que hay que fijarse en cómo se ejecuta porque eso tendrá una incidencia en todos los demás y, por tanto, que debe observar y trabajar en equipo. En el aprendizaje musical, el timbre acostumbra a ser uno de los elementos más olvidados, la última lección del libro a la que no llegamos nunca. Para él, trabajar a partir del timbre y el sonido permite abrir una nueva dimensión, un nuevo camino de entrada a la música que no es el de la línea melódica ni el lenguaje musical, sino el del sonido como vibración. Entender la música como un conjunto de vibraciones. “¿Qué somos, si no? ¡Vibración! A partir de aquí vibramos todos juntos. Mi propósito ha sido jugar con las vibraciones –explica–. Conectarme con la capacidad de los niños de sorprenderse y fascinarse por el sonido, y a partir de ahí, desarrollar una metodología nueva”.

Por tal motivo, hace años que Pérsico dedica un gran esfuerzo a la búsqueda y la selección de instrumentos por todo el mundo, así como a la colaboración con lutieres que participan en el proyecto generosamente.

Buenos acordes en Poble-sec

La metodología Integrasons es también el motor de la orquesta infantil y juvenil que, con el nombre de Do d’Acords, hace cuatro años que vertebra en Poble-sec un proyecto de carácter pedagógico, artístico, cultural y social.

El compositor argentino Pablo Pérsico, director de un proyecto educativo basado en una nueva metodología de iniciación musical que se desarrolla en Badalona y Poble-sec.

Pablo Pérsico llegó a Barcelona en el año 2007 para cursar un máster en Gestión, empezó a colaborar en distintas orquestas y entró en las aulas de las escuelas e institutos con el fin de trabajar conjuntamente con los maestros y conocer las particularidades de Cataluña. Hacía diez años que Pablo trabajaba en escuelas de música en Argentina, concretamente, en escuelas para hijos de dirigentes. El conocimiento de las diferentes realidades es lo que probablemente le ha permitido imaginar una nueva metodología que ha ido contrastando en grupos heterogéneos de niños de todas partes. Los resultados están en constante evolución, pero lo que es indudable es que permite imaginar que hay una integración en los valores que se puede aprender y trabajar a partir del sonido, y que tiene resultados excepcionales en el desarrollo de los niños y en su capacidad de generar futuro.

La orquesta Do d’Acords ha conseguido animar a participar en ella a los habitantes de todo un barrio sin diferencias de raza ni de nivel económico, a las instituciones, a los colectivos y, lo más importante, a decenas de niños que esperan que aquel músico que un día se presentó en su escuela para sacar instrumentos alucinantes de su carrito, hoy les ofrezca la oportunidad de sentirse únicos y parte de un todo. “Poble-sec se merece una orquesta de niños que represente al barrio –dice Pablo–. Creo en la capacidad de Poble-sec de generar una orquesta de alta calidad con proyección internacional, no tanto por el nivel técnico que puedan tener en violonchelo o trompeta, como porque serán únicos a la hora de dar conciertos aquí y en Europa, en lo que respecta a su creatividad, su relación con el instrumento y la relación entre ellos. Serán un ejemplo para descubrir a través de ellos con qué naturalidad se puede crear y transmitir la música”.

El pasado mes de junio la sala Arteria Paral·lel se llenaba de aplausos por el concierto que Do d’Acords ofreció en colaboración con el cuarteto de cuerda de la OBC, músicos de tabla y didjeridú, y un lutier que diseñó un instrumento fascinante para la ocasión. “El aplauso tiene un poder enorme de retroalimentar la energía del niño en forma de autoestima –explica Pablo–. El proyecto adquiere sentido en aquel reconocimiento que permite a los niños entender muchas cosas. El crecimiento es tridimensional porque hacen algo que ni ellos esperaban de sí mismos. Por unos momentos, son el centro de atención, son escuchados por otros en un lugar idílico y, además, reciben un aplauso que saben que es sincero y agradecido. Cuando el niño siente esto, entra en un proceso de transformación. Ha encontrado un hábito, un no sé qué que le incita y le estimula, una curiosidad, una base que le permitirá sostenerse dentro de la sociedad en que vivimos. El arte como vehículo de transformación”.

En un horizonte cercano, Pablo Pérsico se plantea el reto de cómo enriquecer la formación de un instrumento en relación con el trabajo tímbrico y sonoro realizado según los principios de su metodología. Si bien es cierto que Integrasons rompe con la educación tradicional de un instrumento, potencia muchísimo su aprendizaje en fases posteriores, porque hay una serie de valores entendidos y bien establecidos. “La educación musical tal como la hemos concebido nos conduce a perder oportunidades que van más allá de tocar una partitura. A largo plazo, el valor que te da el estudio de un instrumento es inigualable. Un niño que llega realmente a tocar el instrumento y a comunicarse con la música consigue una riqueza inagotable. Si el niño se autoadjudica la relación con la música, establece para siempre un hilo conductor de su vida. Lo que más me interesa es que los niños sean creadores; no formo intérpretes, sino creadores. Y creo que esta es la mayor necesidad de Europa en este momento: formar líderes positivos”.