Acerca de Francesc Ginabreda

Periodista y corrector

Historias dibujadas que cruzan fronteras

Un regalo para KushbuUn regalo para Kushbu

Varios autores

Coedición: Astiberri Ediciones y Ayuntamiento de Barcelona

Barcelona, 2017

131 páginas

Desde hace un tiempo, la literatura de no ficción ya no solo la integran las páginas ilustres de autores como Capote, Mailer, Carrère o Caparrós, sino también las páginas ilustradas de las novelas gráficas, que han hecho posible el binomio riguroso y socialmente comprometido formado por el periodismo y el cómic. Un regalo para Kushbu es el ejemplo más cercano que tenemos en el tiempo y el espacio de esta hibridación de géneros.

Una de las principales características de Barcelona es su condición cosmopolita, integradora y multicultural, que hace equilibrios entre la recepción turística y la acogida migratoria; entre el ocio y la actividad económica, por un lado, y la solidaridad y la responsabilidad social por otro. La  diversidad, sin embargo, presenta un reto complejo: promover la igualdad de derechos y oportunidades de aquellas personas que llegan en busca de un futuro mejor y que, solo por su procedencia o aspecto físico, fácilmente pueden ser estigmatizadas.

Esta objetivación paternalista no hace otra cosa que reforzar la primera piedra del engranaje de la exclusión: el prejuicio. Las herramientas de inclusión social y laboral son los mejores activos que les podemos ofrecer, y afortunadamente funcionan con garantías gracias al trabajo en red y la colaboración de las entidades y los organismos públicos.

La fundación Mescladís es una de dichas entidades, y trabaja con personas y asociaciones vinculadas al activismo, la educación, el arte y la cultura. Desde su punto de encuentro, el Espacio Mescladís impulsa un proyecto que genera sus propios recursos a través de diversas iniciativas de economía social y solidaria, de formación y acompañamiento en el mercado laboral a personas con especiales dificultades para acceder a un puesto de trabajo.

En diciembre este proyecto incrementó sus dimensiones con la publicación de una novela gráfica insólita: Un regalo para Kushbu. Historias que cruzan fronteras, producida por Mescladís y la asociación Al-liquindoi. Un libro que ha acabado juntando nueve vidas a través de nueve historias anónimas, tan parecidas a las de tantas personas pero tan poco escuchadas.

Es un ejercicio que hace más presente la conciencia colectiva que todos tenemos el deber de asumir, de compartir, porque sus historias podrían ser nuestras, porque no hace tantos años fueron las de nuestros abuelos. No olvidar el pasado y no ignorar el presente; la memoria no ha de ser caprichosa. “Soy hombre, nada de lo que es humano me es indiferente”, decía el comediógrafo latino Terencio. Un regalo para Kushbu nos recuerda exactamente eso: los protagonistas de estas historias son personas reales, obligadas a huir de su país, que llegan a un lugar desconocido buscando una vida más fácil, más justa, más humana.

La particularidad de esta novela gráfica que cruza fronteras, tanto en sentido figurado como literal, es que ha sido dibujada a diez manos por los ilustradores Tyto Alba, Cristina Bueno, Sagar Forniés, Miguel Gallardo, Martín López Lam, Andrea Lucio, Susanna Martín, Marcos Prior, Sonia Pulido y Manu Ripoll. También cuenta con fotografías de Joan Tomás y con un guión del escritor Gabi Martínez. El cómic, que nace del proyecto Diálogos Invisibles desarrollado por Martín Habiague, Jessica Murray y Joan Tomás (presentado en el DOCfield Barcelona), explica las peripecias de estas nueve personas y nos hace partícipes de sus miserias y esperanzas, de su lucha particular contra el abuso y la discriminación, la persecución y la guerra.

Un regalo para KushbuEn una época condicionada por las migraciones masivas y los silencios también masivos y generalizados de una gran parte de países que presumen de ser democráticos tras sus fronteras, Un regalo para Kushbu se convierte en un testimonio del apoyo y la solidaridad que han encontrado sus protagonistas para hacer frente a la exclusión: Farida, procedente de Afganistán; Raju, de la India; Basanta y Kushbu, de Nepal; Dilora, de Uzbekistán; Ilyas, de Marruecos; Bubakar, de Níger; Soli, de Nigeria; y Camilo, de Colombia. En la contraportada del libro, Elvira Lindo afirma que “tenemos que poner rostro y nombre a los que buscan refugio” sencillamente porque “es una obligación moral”. “Queremos acoger” no solo tiene que ser un grito, sino una realidad.

Un regalo para Kushbu es otro ejemplo del auge consolidado de la novela gráfica como expresión literaria en este siglo, sobre todo en lo referente a las historias con un alto componente de denuncia social basadas en hechos reales. Con el referente icónico indiscutible de Maus, la crónica dibujada y el ejercicio de memoria histórica que le acompaña se ha convertido en otro modo de representar la no ficción periodística. Atisberri, junto con Norma, Sinsentido y Planeta Cómic, es una de las editoriales punteras en la publicación de obras de este género, en el que sobresalen autores como Joe Sacco, Guy Delisle, Marjane Satrapi, Rutu Modan o el valenciano Paco Roca. Un regalo para Kushbu sigue la línea de Los vagabundos de la chatarra (2015), el cómic escrito por Jorge Carrión e ilustrado por Sagar Forniés que nos brinda la oportunidad de pasear por la Barcelona de Ciutat morta a través del periodismo gráfico.

Pero Barcelona no es solo la reflejada en Ciutat morta; es también la ciudad refugio que desde hace muchos años ha demostrado sus virtudes democráticas e integradoras. El compromiso social y cultural de Mescladís continúa dando sentido a una percepción que, a pesar de las injusticias, sigue más viva que nunca.

La Revolución Rusa en Barcelona: mucho ruido y pocas nueces

Foto: Brangulí / Arxiu Nacional de Catalunya

Manifestación en el actual paseo de Lluís Companys, entonces Saló de Sant Joan, el 2 de diciembre de 1917, para pedir la amnistía para los presos políticos y sociales y la readmisión de los trabajadores despedidos durante la huelga de agosto.
Foto: Brangulí / Arxiu Nacional de Catalunya
Tropas en la calle durante la huelga de la Canadenca de 1919, un movimiento social que sí triunfó, al contrario de la huelga de 1917.
Foto: Brangulí / Arxiu Nacional de Catalunya

En medio de una gran crisis política y social, los sindicatos CNT y UGT, con el apoyo del PSOE y de los partidos republicanos, convocaron una huelga general revolucionaria en el verano de 1917. La Revolución Rusa, en curso en aquellos momentos, favoreció la creación de unas expectativas exageradamente optimistas.

Uno de los libros que conservo con más cariño desde que era pequeño es Tintín en el país de los soviets, joya editorial publicada originariamente entre 1929 y 1930 en el semanario belga Le Petit Vingtième. Se dice que fue un encargo ex profeso del diario Le Vingtième Siècle, conservador, católico y nacionalista, para hacer propaganda anticomunista durante el gobierno de Iósif Stalin. Así fue como Hergé envió a Tintín y a Milú a la tierra hipotética del socialismo para desenmascarar sus políticas y descubrir los secretos de un régimen contradictorio que hará lo que sea por sacárselo de encima. Siempre en vano: Tintín, el periodista que no escribía, mezcla de Indiana Jones y Sherlock Holmes, volverá a casa recibido como un héroe. Metáfora ideológica de entreguerras.

Este fue uno de mis primeros contactos con Rusia, seguido de una consistente y dilatada lista de iconos, peligros públicos, tópicos y referencias diversas en medio de las que también se halla presente la revolución, cuyo centenario se celebra este año y por cuyo motivo escribo este artículo. Concretamente, sobre sus efectos en España, en Cataluña y en la Ciudad Condal. Pongámonos en antecedentes.

Barcelona, “la Rosa de Fuego”, poco después de la Semana Trágica. Primera Guerra Mundial en curso y una España neutral en plena crisis colonial. Gobierno de la Mancomunitat con Prat de la Riba al frente. Y la CNT a la vuelta de la esquina. Primeros servicios de taxis y autobuses urbanos…, y protestas de las compañías de tranvías. La economía en horas bajas, despidos laborales, el obrerismo en ebullición creciente y el sistema de la Restauración en la cuerda floja. Inestabilidad y discordia social latentes. Al cabo de poco, en una Rusia asolada por el hambre y la inflación, estalla la revuelta contra Nicolás II.

El territorio que descubre Tintín, más o menos distorsionado, es inimaginable sin la Revolución Rusa, pero hay que entender que ha pasado una década y que quien gobierna ya no es Lenin, sino Stalin, que Trotski ha sido desterrado y que el régimen bolchevique empieza a introducir los planes quinquenales. En España, el tiempo de la Dictablanda se agota a la espera de pasar el relevo a la Segunda República y poner punto y aparte a los mandatos borbónicos. Pero el sistema de la Restauración ya hacía tiempo que había entrado en crisis, y fue en el contexto de la Revolución Rusa cuando Alfonso XIII vio peligrar más seriamente su estabilidad.

Obsolescencia política

En 1917, la agitación militar y política estaba más viva que nunca y coexistía con las protestas del movimiento obrero y las reclamaciones de algunos partidos que querían modernizar la monarquía, como la Lliga Regionalista de Francesc Cambó, que reclamaba la autonomía de Cataluña, una reforma constitucional y la conversión de las Cortes en constituyentes en el marco de un estado federado. Pese a las contenciones económicas, la burguesía sacaba partido de la neutralidad española durante la Gran Guerra, ya que esta situación le permitía hacer negocio con las exportaciones. Pero la realidad social del país era otra, con una miseria creciente que contrastaba con la opulencia de las clases pudientes. Mientras la riqueza de unos aumentaba, la conciencia de clase de otros se acababa de consolidar. Y una parte del Ejército, a su vez, decidía movilizarse contra la arbitraria división jerárquica de la organización.

Foto: Josep M. Sagarra i Plana / Arxiu Nacional de Catalunya

La segunda reunión de la Asamblea de Parlamentarios tuvo lugar el 19 de julio de 1917 en la Ciutadella; los 68 asistentes pidieron unas cortes constituyentes que abordaran la reforma del régimen político.
Foto: Josep M. Sagarra i Plana / Arxiu Nacional de Catalunya

Según el historiador José Luis Martín Ramos, en 1917 se produce una crisis política grave, pese a que las alternativas mayoritarias “se orientan a reformar el sistema desde el sistema, o con otro sistema, pero no a una revolución social”. Reformas, pero no sacudidas. En esta coyuntura, la Lliga y el nacionalismo catalán ven su oportunidad y con la excusa de la reforma aspiran a participar en la gestión del Estado, a tener más poder en un país en el que la división política se ve agravada por la presencia disruptiva de aliadófilos y germanófilos. El rey, sin ir más lejos, era germanófilo y tenía ministros aliadófilos. José Luis Martín Ramos, investigador del Departamento de Historia Moderna y Contemporánea de la UAB, que en el pasado mes de junio participó en el seminario del MUHBA “Crisis y revoluciones en Barcelona, 1917”, resume las circunstancias hablando de obsolescencia política. Todo indicaba que aquella sociedad estaba llegando a una encrucijada y que tenía muchos números para acabar siguiendo otro camino.

En esta atmosfera veleidosa, las grandes ofensivas a que se ha de enfrentar Alfonso XIII son tres: la militar, formalizada a través del famoso conflicto de las Juntas de Defensa; la política, que se traduce en la polémica Asamblea de Parlamentarios, y la social, la más clamorosa, encabezada por un movimiento obrero en proceso ascendente que se alía con el republicanismo y se pone a hacer política. Tres propuestas de cambio de tres entornos bien diferenciados. Cuando llegan las noticias sobre los hechos de Rusia, el estallido revolucionario parece inevitable. El único problema aparente, la falta de consenso, volverá a ser determinante para amortiguar su fuerza.

Uniones improbables

Después de la huelga de veinticuatro horas organizada en diciembre de 1916, la CNT y la UGT volvieron a colaborar con el objetivo de paralizar el país durante más de un día, y en seguida recibieron el apoyo del PSOE y de los partidos republicanos. El trasfondo de la huelga, obviamente, tenía otra dimensión, proyectada por la esperanza de que el Ejército estuviera al lado de los manifestantes, como en Rusia. Pero el Ejército, igual que los políticos, les volvió la espalda. Y no solo eso, sino que reprimió duramente la protesta. La explicación es sencilla: los militares disidentes habían conseguido que el rey les escuchase. A partir de aquí, su compromiso político o las ansias de cambiar de régimen eran una mera abstracción, y poca cosa les unía con las protestas del movimiento obrero y el anarquismo.

La falta de apoyo de las fuerzas políticas también se comprende si consideramos las aspiraciones que tenían unos y otros. Ver a Cambó y a la CNT luchando juntos era tan improbable como hoy un pacto entre la CUP y la antigua Convergència. Y aunque esto último haya sucedido, la primera hipótesis no fue nunca una realidad. El líder de la Lliga, además, tampoco fue aceptado por las Juntas de Defensa, lo que truncó su posible alianza en las luchas parlamentarias. Las tres patas de la crisis política se rompieron. La huelga, por lo tanto, pondría de manifiesto la desunión de los sublevados, los partidos políticos y los movimientos sindicales, y rompería la homogeneidad de la Asamblea de Parlamentarios. Una vez concluida, la CNT y la UGT agudizaron sus diferencias, el Ejército volvió a apoyar al poder oficial…, y los partidos republicanos, de la mano de la burguesía, hicieron lo mismo. El eterno promiscuo y permeable pragmatismo político.

La huelga y los porqués del fracaso revolucionario

La capital catalana se detuvo durante cinco días, entre el 13 y el 18 de agosto. Pese al fracaso global e ideológico de la protesta, el Gobierno declaró el estado de guerra y la violencia se dejó sentir en muchos sectores de una población convulsa que, poco después, pasaría a ser conocida como “la ciudad de las pistolas”. Nada que envidiar al Chicago de Al Capone. La huelga se saldó con treinta y dos muertos, unos sesenta 0heridos y ciento ochenta detenidos. Una tragedia que habría podido ser peor, pero la revuelta fue más corta y menos transcendente de lo que se esperaba. Se había generado un exceso de expectativas revolucionarias, favorecidas por los hechos de Rusia, donde los bolcheviques estaban a punto de alcanzar el poder. Otro hándicap nada menor en comparación con el caso ruso era la ausencia de intelectuales que apoyaran a los revolucionarios. En el resto de ciudades peninsulares en las que hubo movilizaciones destacadas el resultado no fue diferente. La huelga general había sido un gatillazo. Pero la conflictividad social no se disipó.

Lo demuestra, dejando a un lado el pistolerismo, la huelga de 1919 de La Canadenca (el nombre con que era conocida popularmente la empresa de producción y distribución eléctrica Barcelona Traction, Light and Power, de origen canadiense). Y nos podemos plantear una pregunta razonable: ¿por qué esta funcionó y la de 1917 fracasó?

Foto: Josep M. Sagarra i Plana / Arxiu Nacional de Catalunya

Tropas en la calle durante la huelga de la Canadenca de 1919, un movimiento social que sí triunfó, al contrario de la huelga de 1917.
Foto: Josep M. Sagarra i Plana / Arxiu Nacional de Catalunya

El historiador Pelai Pagès, que también participó en el seminario del MUHBA, lo atribuye a diversos factores, empezando por la poca coordinación entre la CNT y la UGT (la huelga de La Canadenca, en cambio, solo la convoca la CNT, que unos meses antes había creado el sindicato único). “Fue demasiado precipitada y el Gobierno provocó que fuese así”, explica Pagès. La falta de colaboración con el Ejército y los partidos políticos llevó a que el ímpetu revolucionario acabara de desinflarse. Además, en el año 1919 se siguen notando los efectos del final de la Primera Guerra Mundial –nada que ver con el panorama de 1917. Y, por último, la cuestión fundamental: detrás de la huelga de La Canadenca –que se extendió a otros sectores industriales hasta convertirse en general– hay, en palabras de Pagès, “una demanda clave, al margen del malestar social”, la jornada laboral de ocho horas. Y eso sí que fue un éxito.

Durante estos años quedó demostrada la incompetencia de los gobernantes y el consiguiente agotamiento de un régimen incapaz de ofrecer respuestas a los desafíos del momento. El descontento estaba generalizado, pero en 1923 el general Primo de Rivera suspendió la Constitución e instauró una dictadura que duró hasta 1929.

El mar y las dos caras de la libertad

El autor de El mar interior, que formó parte del movimiento punk londinense, halló dos vías de expresión al margen de la música: la literatura y el mar, con la libertad como denominador común. De todo ello habló en septiembre en el CCCB.

Barcelona. Foto: Vicente Zambrano

Fachada marítima de Barcelona, con la avenida del Mare Nostrum en primer término en el lado izquierdo de la foto, materialmente a pie de playa.
Foto: Vicente Zambrano

Hace millones de años que el hombre transforma la naturaleza y la adapta a su sistema de vida, sobre todo a partir de los grandes avances de la técnica. Lo llamamos civilización, y en general lo asociamos al progreso de la especie. Nuestra voluntad de dominio, con todo, se diluye en cuanto entra en contacto con el mar, una frontera insondable que separa la historia humana de la natural. Y no obstante no podemos dejar de establecer vínculos con ella. En Barcelona solo hay que pasear por el paseo del Mare Nostrum para entender el gran valor simbólico de esta relación.

“En las civilizaciones sin barcos, los sueños se secan”, dijo Foucault. Quizás por ello el escritor británico Philip Hoare (Southampton, 1958) define el mar como “el alma de una civilización”: un espacio que nos define, conecta y separa, tanto física como culturalmente. Es “un elemento más allá de nosotros” que no podemos controlar, que ocupa dos tercios del planeta y donde reside, kilómetros abajo, un 90 % de la vida del ecosistema global. Y no conocemos ni una décima parte –sabemos más del espacio exterior que de los océanos. Pero en la misma medida en que lo desconocemos, nos nutrimos de él, lo atravesamos con espíritu aventurero y escribimos relatos apasionantes. Eso es lo que hace Philip Hoare, autor de El mar interior (Ático de los Libros), que nos propone redescubrirlo a través de un viaje literario que mezcla la autobiografía, la divulgación científica y la historia cultural.

Hoare, que formó parte del movimiento punk londinense de la década de los setenta, encontró dos vías de expresión al margen de la música y de sus predilectos David Bowie y Roxy Music: la literatura y el mar, con un denominador común que proclama sin reservas y que no es otro que la libertad. Una libertad que le sirve para explotar la creatividad, para reflexionar y hacernos reflexionar sobre nuestra relación con el medio natural que nos rodea. En el caso del mar, la libertad está asociada con la esperanza y los descubrimientos, con la conexión entre culturas y con la agradable nostalgia del retorno, pero también con una realidad paralela mucho más sórdida que tiene dos puntas de lanza de triste actualidad: la contaminación y la crisis de los refugiados. Es la otra cara de la libertad: la tragedia y el terror.

La cultura contra las ansias depredadoras

El mar es un contenedor. Una fosa. El testigo indiferente de desastres humanos y ambientales que no hace más que reflejar la paradoja de la existencia de los animales racionales, que somos capaces de reunir en una misma isla del Mediterráneo a un refugiado y a un turista, una patera y un crucero de lujo. De verter al agua desechos, plásticos y sustancias químicas sin fin mientras declaramos leyes para proteger a algunos de los animales que la habitan.

Hoare parte de la noción del mar como frontera para explicar las situaciones dramáticas de las personas migrantes y la problemática de los residuos; dos cuestiones que preocupan especialmente a las grandes ciudades marítimas de Europa, como Barcelona; en cuanto capital del Mediterráneo, capital cultural, icono de la integración, del turismo y la modernidad y metrópoli abierta al mar. Abierta, por ello, a un sistema de ciudades mediterráneas en red que cooperen para afrontar tales situaciones con el compromiso humanitario que legitime su política de acogida. Un reto y un deber más necesarios que nunca, vistas las medidas desiguales que los estados europeos han implementado, con dos escollos difíciles de franquear: las fronteras y las leyes.

Philip Hoare. Foto: Miquel Taverna / CCCB

Philip Hoare durante su intervención en el CCCB, el mes de septiembre pasado.
Foto: Miquel Taverna / CCCB

Barcelona no se puede entender sin su relación con el mar. La historia, el arte y la cultura llevan siglos dejando constancia de ello. Estos tres conceptos son justo los que invoca Hoare para plantar cara a la vorágine de dominio que parece imbuirnos a “civilizarlo” todo sin considerar los efectos. Precisamente, contra la idea del supuesto progreso, acentuada desde la Revolución Industrial, el escritor británico, que en septiembre pasó por el Centre de Cultura Contemporània de Barcelona (CCCB) para hablar de estos temas y de su obsesión por las ballenas, encuentra en dos pinturas del Romanticismo la manera sintética y metafórica de transmitir su mensaje optimista pese a nuestras ansias depredadoras: La balsa de la Medusa (1819), de Théodore Géricault, y El barco de esclavos (1840), de William Turner. La primera, porque el foco del cuadro es la figura de una persona negra “que hace de guía”. La segunda, porque lo que falta es justamente el foco, que se desdibuja para hacer evidente la inmensidad y la fuerza del mar –la naturaleza– frente al progreso. El arte, la cultura, no tanto como remedio, sino como esperanza. Como conciencia colectiva y, en esencia, como lo que nos conecta. Como el mar.

Pero si hablamos de conexiones hemos de hacerlo inevitablemente de las ballenas, un símbolo de lo que implica nuestra separación del mundo natural, por un lado, y un emblema de cultura submarina ajena a la nuestra, desarrollada por una especie más antigua, organizada matriarcalmente y capaz igualmente de sentir empatía, por otro. Su sentido de pertenencia es móvil, comprensible en tanto que comunidad que se desplaza. Todo ello lo sostiene Hoare y, pese a la pasión que siente por el mar, lo dice con los pies en el suelo, amparándose en los estudios científicos que parecen demostrarlo. Otra particularidad de estos cetáceos es su manera de comunicarse, con la emisión de sonidos variables y complejos que viajan miles de kilómetros a través del agua. “Jacques Cousteau escribió que el océano era el mundo del silencio. No podía estar más equivocado. El sonido es la esencia del mar”.

El Mare Nostrum

Al otro lado de la superficie marítima –“la piel del océano, en palabras de Melville–, la historia humana sigue su curso prendida a la tecnología. Hoare pone énfasis en la “conquista del mundo” mediante la civilización constatando una evidencia propia de cualquier sociedad más o menos acomodada: “Sin los aviones y los ordenadores ya no podemos existir. Estamos perdidos”. Tales son los caprichos de la técnica. Pero tampoco podemos vivir sin el mar: “Las ciudades nacen y crecen gracias al mar, gracias a todo lo que les suministra para alimentarse, a las importaciones y las exportaciones, al turismo”. Como Barcelona. Y subraya la significación del Mare Nostrum, cuyo sentido de posesión habla por sí mismo para ilustrar una relación compleja de dominio y dependencia a la vez, con una expresión del tiempo de los romanos. Pero este Mare Nostrum que a duras penas conocemos (en Barcelona, Shanghái, Buenos Aires o Dubái), tan precioso y calmado, es el lugar más contaminado del mundo, donde miles de personas se juegan la vida en busca de un futuro mejor. Ironías del progreso.

Mientras tanto, el Mare Nostrum también puede ser nuestro mar interior. Un ejercicio de introspección para sumergirnos en nosotros mismos y explorar las emociones y los miedos que tenemos o que nos rodean. Philip Hoare nos conduce hacia el origen de nuestra existencia, este mar que nos proporciona el aire que respiramos y la comida que ingerimos, que transporta nuestro comercio (más de un 90 % del volumen global) y que condensa historias y especies fabulosas e ignoradas, aunque seamos contradicciones con patas. El mar no es nuestro refugio, pero tampoco lo es la técnica. Nuestro refugio, nuestra esperanza, es, simplemente, la cultura (el arte) –porque es lo que “nos justifica como seres humanos”– y la conciencia, aceptando la belleza y las reglas incontrolables de la naturaleza: “¿Qué sería la vida sin riesgos?”, se pregunta el escritor británico. Seguramente sería lo mismo que una civilización sin barcos, sin sueños.