Acerca de Genís Sinca

Periodista y escritor

El alcalde Porcioles y la Operación Cataluña

© Pérez de Rozas / AFB
El gorila albino del zoológico de Barcelona, Copito de Nieve, visita al alcalde en el Ayuntamiento, en marzo de 1967

Como alcalde de Barcelona (1957-1973), Porcioles encarnó el retrato robot del colaborador catalán ideal de Franco: pieza clave de la Operación Cataluña para limpiar la imagen del franquismo en el país, fue criticado por la construcción de la gran Barcelona urbanística, moderna a la vez que caótica, y también alabado por acciones como la creación del Museu Picasso o el retorno de la histórica compilación del Código Civil catalán.

Josep Maria de Porcioles i Colomer (Amer, 1904 – Vilassar de Dalt, 1993) se ha convertido con el tiempo en una de las figuras más paradójicas y difíciles de interpretar del panorama político catalán, sobre todo por la contradicción enorme de su labor.

Por un lado participó activamente en la dictadura del general Franco, con actuaciones controvertidas como, entre otras, la construcción de barriadas periféricas en las que se amontonaba la población inmigrada del sur de España, a menudo verdaderos rincones suburbanos –Ciutat Diagonal, la Pau, el Turó de la Peira, Sant Roc de Badalona, la Mina de Sant Adrià, Bellvitge de L’Hospitalet, etc.–, o la destrucción parcial de la arquitectura modernista de Barcelona, fomentando bloques de pisos de estilo populista y los famosos remontes y sobreáticos, con un énfasis especial en el barrio del Eixample.

Sin embargo, por otro lado, Porcioles desarrolló la necesidad personal de ejecutar numerosas realizaciones que, viendo lo que significó el franquismo en Cataluña, merecen ser calificadas de positivas. Por primera vez tras la victoria franquista de 1939, Porcioles da apoyo a manifestaciones del folclore y la cultura popular catalana, como los bailes de sardanas (prohibidas por Franco) o la fiesta de los Tres Tombs. En el mismo sentido, también dio muchas facilidades para la creación del Museu Picasso y la Fundació Miró. Se mire como se mire, se trataba de una actuación sorprendente, en cierto modo compensatoria en la personalidad del jurista, muy de la época: una ambigüedad sui generis, también muy porciolesca, entre lo positivo y lo negativo, que culminó en 1960 con la aprobación histórica por parte de las Cortes españolas, y gracias a las negociaciones del propio alcalde, de la llamada Compilación del derecho civil especial de Cataluña, un logro mayoritariamente desconocido por el gran público pero de una importancia simbólica y jurídica capital para el país.

Esta Compilación se insería en el histórico Código Civil de Cataluña y le devolvía su antigua solidez; una obra colectiva, consensuada por el Parlamento de Cataluña, que daba plena legitimidad a un derecho catalán propio. Para entenderlo, la recuperación de la Compilación, casi única y pionera a escala europea, devolvía la legitimidad a la serie de normas civiles modernas que habían sido suprimidas con la invasión borbónica de 1714. En resumen, en su raíz básica, simbolizaba el retorno de la libertad civil de las personas. La Compilación culminaba un largo proceso histórico, fruto de la Renaixença cultural y del catalanismo político y, por contradictorio que pueda parecer, salía del catalanismo estrecho, moderadísimo, de un hombre cercano a la dictadura, como si los orígenes y la moralidad fuesen más potentes que la alineación política del personaje.

Porcioles también planteó el ambicioso Plan Barcelona 2000 y una exposición universal para Barcelona en 1982, que no llegó a realizarse, pero que dio la primera idea para unos Juegos Olímpicos. Todo ello, mientras los polígonos crecían de manera distorsionada, caótica y vertical, como si el alcalde que patrocinaba, construía y hacía estallar la especulación y los negocios privados en aquella Barcelona de los años sesenta, arruinada por la posguerra, fuese atacado por una especie de esquizofrenia que tenían que sufrir igualmente otros numerosos personajes del régimen, como Joan Antoni Samaranch. El antiguo delegado nacional de Educación Física y Deportes de Franco se empeñó en conseguir los Juegos de Barcelona 92, en una ambiciosa campaña personal de lavado de imagen ante la historia y ante sus paisanos, seguramente por haber alzado la mano con firmeza durante la dictadura. El caso de Porcioles es similar.

Cuando en 1957 el dictador le escogió como alcalde de Barcelona, por designación directa, sabía muy bien lo que se hacía. El fiel director general de los Registros y del Notariado del Ministerio de Justicia, así como experimentado notario de Barcelona y procurador en Cortes, era el personaje ideal para ocupar el cargo. Porcioles sería alcalde durante cuatro mandatos consecutivos; dieciséis años seguidos. Pero su elección se había producido a tenor del cambio de rumbo urgente que Franco había tenido que poner en marcha a finales de los cincuenta, que tiene como ejemplo significativo el retorno de la Compilación catalana.

Según el notario de Barcelona Lluís Jou, dicho cambio de dirección del régimen, “más allá de la capacidad de convicción del alcalde de Barcelona, forma parte de la estrategia del cambio económico iniciada dos años antes y de lo que después se ha conocido como Operación Cataluña, un intento del franquismo de encontrar más simpatías en nuestro país, de romper el recelo por la nueva política económica y de ganarse en el extranjero una cierta credibilidad aperturista que solo tenía posibilidad de éxito si se hacía desde Cataluña”. Jou también afirma que “es una estrategia que Porcioles promovía, también con la idea de que una mayor colaboración permitiría arrancar más concesiones” del dictador. En cualquier caso, la Compilación recuperada, paradójicamente, dio alas al régimen, y de este modo Porcioles fue clave para la apertura del franquismo hacia nuevos esquemas políticos y económicos; la gestión posibilista de su gran Barcelona, con la serie de ambigüedades inconexas que la caracterizaron, se volvió imprescindible para que el Estado español pudiera ingresar en las instituciones económicas internacionales.

© Hemeroteca de La Vanguardia
Portada de La Vanguardia del 21 de julio de 1960 con la noticia de la aprobación por las Cortes franquistas de la compilación del derecho civil especial, y la imagen de Porcioles dirigiéndose a los procuradores.

Porcioles, como catalán integrado en el franquismo, encarnaba una gran paradoja. Ya cuando había sido presidente de la Diputación de Lleida (1940-43), por ejemplo, había logrado la devolución a la ciudad de la catedral, convertida en cuartel del ejército por Felipe V, y allí fundó el Instituto de Estudios Ilerdenses, centro crucial de promoción cultural en las tierras de Poniente. Como alcalde de Barcelona, se le reconocen los méritos de haber promovido una ley especial para la ciudad, la Carta de Barcelona, que le permitía actuar de manera muy presidencialista, prescindiendo de las estructuras del régimen; de haber ideado y llevado a cabo el sistema de abastecimiento de aguas procedentes del Ter; de haber conseguido también la devolución a la ciudad de la montaña y del castillo de Montjuïc, y de haber fomentado la realización de todo tipo de ferias y congresos, así como las primeras inversiones en el metro después de la Guerra Civil.

Porcioles era un hombre de misa, de creencias profundas, juicioso; tenía un aire aristocrático, señorial, y como se encallaba con algunas palabras (era tartamudo), resultaba aún más entrañable, comedido, distante. Pero lo más importante es que era notario. Un hombre de fiar, que había seguido la carrera de su padre y de su abuelo. Había ganado oposiciones para ser notario en Balaguer en 1932 y también había sido dirigente local de la Lliga. Cuando estalló la Guerra Civil, después de meses de detención en la cárcel Model, huyó a Francia. Al volver asumió el destino natural de tanta gente liberal de derechas: se adaptó al régimen franquista, hasta el punto de asumir sus tics más criticables y negativos. Bajo el lema de que “el mejor camino es ir de la revolución a la concordia”, como alcalde de Barcelona se le ha criticado con dureza que fomentase en exceso la circulación y el tráfico viario dentro de la ciudad, con proyectos como la Ronda del Mig, la avenida Meridiana, los túneles de Vallvidrera o la red de aparcamientos por concesión.

En el caso de los túneles de Vallvidrera, se le hace responsable de dejar inacabado el proyecto, porque colapsan la entrada en Barcelona desde la Via Augusta. Según el proyecto inicial, la famosa obra tenía que conectar con otra gran vía que cruzaría la ciudad hasta la calle Numància y hasta Montjuïc, objetivo que habría agilizado enormemente el tráfico en horas punta, pero que evidentemente no se acabó de llevar a cabo. Otros lo han acusado de eliminar los tranvías y de haber municipalizado excesivamente el transporte público con la implantación del autobús urbano, porque la medida tampoco logró desatascar de coches la ciudad. Sea como fuere, y pese a las críticas, que a veces han sido realmente duras, lo que nadie puede discutir es, indudablemente, el carácter de ciudad moderna que Porcioles dio a Barcelona, en la línea de las primeras grandes urbes del mundo y, con todos sus pros y contras, también una de las más visitadas y admiradas.

Oriol Tort, el alma de La Masia del Barça

El actual Barça no podría explicarse sin la figura semianónima de Oriol Tort Martínez (Barcelona, 1929-1999), el cazatalentos que descubrió a Guardiola, Iniesta y Xavi, personaje clave del fútbol moderno, que dedicó toda una vida al FC Barcelona para crear una cantera futbolística eficaz y productiva, con una manera de jugar y entender el fútbol de ataque que define al Barça actual.

© Archivo FC Barcelona
Tort en una presentación de los equipos inferiores en el Miniestadi del Barça.

Para empezar, Oriol Tort hubiera considerado superfluo que le dedicasen un artículo de prensa; aún más exagerado que a alguien se le ocurriera la feliz idea de que un edificio tan emblemático como La Masia, la cantera en la que se han formado decenas de futbolistas y que él mismo hizo crecer, fuera bautizada con su nombre. A su manera desenfadada y humorística, el legendario buscapromesas que descubrió a auténticos diamantes en bruto como Cesc, Iván de la Peña, Amor, Valdés, Gabri, Iniesta, Xavi, Celades y un largo etcétera, por no citar la casi totalidad de la plantilla del Barça actual, banqueta incluida (Vilanova y Roure también provienen de La Masia Oriol Tort), hubiera dicho que no había para tanto. Tort era un hombre extraordinariamente humilde, que vivió única y exclusivamente para preservar al FC Barcelona en su concepción particular de entender el juego, importada de Holanda y de la Europa del Este, y que encontró en el Dream Team de Johan Cruyff su mejor marco de expresión.

Después de haber pasado por la mayoría de las etapas futbolísticas posibles en el Barça, como jugador y entrenador de la sección infantil, finalmente, en 1977, Tort se estableció como coordinador del fútbol base. Pero fue bajo el mandato de Josep Lluís Núñez (1978-2000) cuando se le encargó la tarea más especial y subterránea: buscar nuevas promesas, formar una cantera de futuras estrellas enmarcada en el símbolo de la antigua masía del siglo XVIII que se encuentra justo al lado del Camp Nou. Oriol Tort se convirtió en cazatalentos futbolístico cuando este oficio apenas empezaba a nacer de manera amateur.

En realidad, Tort compaginaba el scouting con su trabajo cotidiano de representante de productos farmacéuticos. Cuando terminaba de trabajar, iba a ver partidos, sobre todo infantiles. Los fines de semana se dedicaba de lleno a ello. A veces, en plena temporada, era capaz de ver in situ de quince a veinte partidos de fútbol. En casi tres décadas de actividad continuada, ante la mirada de Oriol Tort le dieron al balón centenares, miles de niños, que no sabían que el buscapromesas del Barça estaba en la grada para observar, analizar y detectar futuras estrellas. Era su especialidad. Y pronto pudo comprobarse.

Un día entre tantos otros, sus ojos se fijaron en un niño muy pequeño, físicamente esmirriado, que jugaba en el Gimnàstic Manresa y tocaba el balón con una destreza fuera de lo usual. Encajaba con lo que buscaba. Tort lo tenía claro: aquel niño se adecuaba perfectamente al fútbol de ataque que quería construir el Barça desde la base, el fútbol típicamente holandés que Rinus Michels y Johan Cruyff habían instaurado y que sería la base del futuro Dream Team de los noventa: inteligencia, técnica, rapidez. Aquel niño delgaducho sería su prototipo. Tort acababa de descubrir a Pep Guardiola.

A continuación, el mítico cazatalentos ponía en marcha la otra gran habilidad, aún más valiosa: hablar con sus padres. Les convencía para que el niño entrase en la Masia y fuese educado en la cantera del club para jugar en los infantiles, y les aseguraba que no solo no perdería en sus estudios, sino que potenciarían el aspecto educativo y escolar del pequeño. Más aún, Tort les explicaba que en la Masia les hacían crecer en el marco de una serie de valores personales basados en el respeto y la amistad.  Y si todo iba bien, quizás llegaría a jugar en el primer equipo del Barça.

© Archivo FC Barcelona
Oriol Tort durante una comida en La Masia.

Tort no dejaba nada al azar. Comía con los niños en La Masia, bromeaba; era alegre, simpático: con frecuencia imitaba a personajes y les hacía reír, y también jugaba con ellos. Estaba atento a quienes sentían añoranza. A los que venían de más lejos, como Arnau o Arteta, se los llevaba a casa cuando llegaba el fin de semana y hacían vida familiar con los Tort. Nunca un club de fútbol ha sacado tanto partido a largo plazo de un trabajador comprometido y sensible como Oriol Tort.

El trabajo de scouting en Can Barça empezó a sistematizarse y profesionalizarse en 1980 con la entrada en el organigrama del fútbol base del club de un personaje aún más crucial y desconocido, Joan Martínez Vilaseca (Manresa, 1943), hoy todavía en activo como agente buscapromesas de la FIFA. Joan Martínez, a quien el Barça fichó directamente del RCD Espanyol, formó un tándem perfecto con Oriol Tort. Veintiocho años de trabajo continuado. Llegaron a ser conocidos como el Dream Team del despatxet [despachito], como el propio Martínez llamaba a la oficina que compartían en las antiguas dependencias del FC Barcelona, situadas sobre el Palau de Gel del Barça. Construyeron una verdadera fábrica de futbolistas base.

Tort se centró en los infantiles y Martínez en los juveniles. A él se debe el descubrimiento de Carles Puyol, por ejemplo, que entró en el Barça in extremis con diecisiete años, directamente porque lo recomendó. Martínez era como Tort, pero en moderno. Los hallazgos de Cesc o de Bojan Krkic fueron de hecho cosa suya. Pero daba igual; Tort y Martínez eran modestos, frugales, discretos. El trabajo en el despatxet era frenético, apasionado, constante. No había ordenadores, solo un teléfono fijo. Martínez recuerda la frugalidad, la coordinación y la alegría con que trabajaban. Bromeaban con un teléfono móvil de plástico fingiendo que llamaban a grandes estrellas.

© Archivo FC Barcelona
Oriol Tort con un jugador del equipo juvenil, en 1980.

Tort trabajaba con un montón de papelitos que llevaba en el bolsillo. No tenía agenda. La información de las jóvenes promesas futbolísticas se guardaba en carpetas. La consigna era ver el mayor número de partidos posible. No existían los fines de semana, e iban de un campo a otro. Un trabajo de trinchera, voluntariamente sencillo, sacrificado, desconocido por el gran público. No buscaban laureles. Formaban un equipo a dos bandas. Vieron juntos a una cantidad innumerable de niños. Empalmaban viajes para no perderse nada. Hipotecaban las horas de ocio con la familia para ver a niños jugar al fútbol. Hacían lo que fuera.

En los años noventa, el despatxet Tort/Martínez empezó a dar resultados evidentes. Y lo más importante, el gran secreto, la idea holandesa de Michels y Cruyff: hacer debutar a las jóvenes promesas formadas en la Masia con el primer equipo. “Ver a un chaval como Iniesta –explica Martínez Vilaseca– debutar en el Camp Nou era nuestra recompensa”. Nadie imaginaba la paciencia, el esfuerzo, las horas que había detrás. Es la historia de Xavi, Guardiola, Iniesta, Puyol, que debutaban de la mano de entrenadores holandeses como Cruyff, Van Gaal, Rijkard, bajo la consigna de culminar el trabajo de la formación base del club.

Con la llegada de los tiempos modernos, el sistema de papelitos de Tort quedó obsoleto. Los ordenadores y las impresoras entraron en los despachos. Todo el mundo quería informes, fichas, estudios exhaustivos. Tort, que no había escrito nunca informe alguno, veía que su época se terminaba. Los clubs de fútbol forzosamente se modernizaban. En los últimos años Martínez le ayudaba tanto como podía, pero la época de Tort se había acabado. Todo ello coincidió con un cáncer de huesos. Tort era un fumador empedernido. En 1999 murió. Durante el sepelio, Guardiola dijo de su descubridor: “Hoy el Barça es menos sabio”. Y Josep Mussons, directivo histórico del club, afirmó que “si hiciéramos una lista con todos los futbolistas que descubrió Tort, se podría dar la vuelta al estadio”. La declaración más impactante y definitiva la pronunció Del Bosque: “Oriol Tort representa aquel personaje anónimo pero de una importancia capital para todos los clubs”.

El extraño caso del doctor Robert, el alcalde indignado

La figura insólita de Bartomeu Robert i Yarzábal (Tampico, 1842 – Barcelona, 1902), el popular doctor Robert, dio un vuelco a la política barcelonesa durante los siete meses que estuvo al frente del Ayuntamiento, período que culminó con un cierre de cajas en el que el alcalde, indignado, incitó a los contribuyentes a dejar de pagar sus impuestos a Madrid.

El caso del doctor Robert es único y excepcional. Jamás un alcalde de Barcelona ha dejado en la ciudad una marca tan profunda y en tan poco tiempo. Se dedicó a la política únicamente los tres últimos años de su vida, pero, en tan solo siete meses como alcalde de Barcelona, aquel médico honesto, ponderado, pragmático, a quien sus alumnos de la facultad recordaban como “el profesor tranquilo”, cambió radicalmente el rumbo político y social de la ciudad.

Imatge Barcelon

© Ajuntament de Barcelona
Homenaje al doctor Robert, el pasado 14 de abril de 2012, con motivo del 110 aniversario de su muerte.

Tras una carrera científica incuestionable de casi tres décadas, la figura del doctor Robert, catalán por parte de padre, mexicano de nacimiento y con raíces en Sitges, había llegado a ser popular en el mundo de la medicina. Se hizo médico siguiendo la tradición familiar, y después de una brillante trayectoria como facultativo y también como profesor, se erigió en renovador de la docencia y la práctica médicas en la Cataluña del último cuarto del siglo XIX. A la vez era un barcelonés comprometido, que pertenecía a numerosas entidades cívicas, culturales y científicas como miembro o directivo.

Pero el impacto del desastre colonial español de 1898 –la pérdida de las últimas colonias de ultramar del imperio–, con el consiguiente repliegue político del Estado español y su reclusión definitiva en el territorio peninsular, le hizo descubrir el “catalanismo”. Una toma de conciencia política que le llevaría a convertirse en pionero atípico del catalanismo y, de resultas, a hacer pública su indignación contra el centralismo como alcalde de Barcelona.

Justo después del desastre militar, en noviembre de 1898, el ciudadano Robert tomó conciencia del endurecimiento centralista del Gobierno de Madrid. Fue uno de los firmantes del mensaje a la reina regente –suscrito por una serie de instituciones económicas y culturales representativas de Cataluña– en el que se reclamaba “una amplia descentralización administrativa”. Era, sin duda, una crítica inesperadamente severa al sistema central de Madrid, emitida por un grupo de ciudadanos que pedían también una regionalización del Estado. Con este único antecedente político, avalado por el prestigio profesional y la fama de honestidad cívica y de altruismo que había alcanzado a lo largo de tres décadas ejerciendo como médico, el doctor Robert fue nombrado alcalde, por real orden, el 14 de marzo de 1899. Un hecho inaudito en la historia de Barcelona, sobre todo porque era neófito en el mundo de la política. Una parte de la prensa madrileña, irritada, afirmó que el médico barcelonés era un “separatista”.

Carrer antic barcelona

© Josep Domínguez / AFB
La plaza de la Universitat en una imagen tomada entre 1929 y 1932, con el monumento que le dedicó la ciudad, obra de Josep Llimona. Las autoridades franquistas lo retiraron en 1940. Tras la muerte de Franco la obra se restauró y en 1979 ocupó su emplazamiento actual, en la plaza de Tetuan.

Para acabar de arreglarlo, el Gobierno central del presidente Silvela-Polavieja acababa de constituirse con el apoyo electoral del ministro de Gracia y Justicia, el prestigioso jurista barcelonés Manuel Duran i Bas, con la promesa de llevar adelante un proyecto regeneracionista y descentralizador. El doctor Robert tuvo en él un papel principal: su alcaldía solo duró siete meses, pero sería intensa y controvertida, inesperadamente movida. Cuando el nuevo alcalde se dio cuenta de los proyectos presupuestarios y fiscales discriminatorios del ministro de Hacienda, Fernández Villaverde, puso el grito en el cielo. Se indignó, no ya como alcalde, sino como ciudadano: las imposiciones de Madrid y la voluntad centralizadora le parecieron un ataque frontal a Barcelona.

El doctor Robert, sin experiencia ni perfil político definido, quedó enormemente decepcionado. De entrada no entendió nada. A los pocos días de haber jurado el cargo se marcó como objetivo luchar “por una cuestión moral” contra una voluntad centralizadora que consideraba del todo injusta y por librar a Barcelona del caciquismo madrileño. Robert se indignó e hizo un llamamiento a los ciudadanos para que dejasen de pagar la contribución. En un abrir y cerrar de ojos puso el sistema patas arriba y logró que los contribuyentes barceloneses se declarasen en estado de rebelión. Un hecho histórico sin precedentes.

El llamamiento tuvo un éxito y una difusión inesperados. Se sumaron a él decenas de comerciantes, sobre todo tenderos, así como un grupo suficientemente nutrido de pequeños industriales que se comprometieron a dejar de pagar. La intransigencia del Ejecutivo de Madrid empujó a los indignados a una radicalización de posiciones que culminaría en septiembre de 1899 con una huelga fiscal y, sobre todo, con la negativa definitiva a pagar la contribución, tal como había propuesto el alcalde: el famoso tancament de caixes [cierre de cajas]. Este hecho convirtió al doctor Robert, de manera inesperada, en la figura política más popular de Cataluña.

En pleno conflicto –un trastorno político y social considerable, con comercios, tiendas y pequeñas industrias barcelonesas decididas a suspender el peaje contributivo a Madrid–, el doctor Robert, en lugar de de acobardarse, siguió dando apoyo incondicional a los gremios de la rebelión. Aquello aún era más insólito y sorprendente. Desde su despacho de la Alcaldía el primer ciudadano indignado intentaba frenar y obstaculizar con todo tipo de picarescas políticas y administrativas las medidas coercitivas y represivas del Gobierno central.

El tira y afloja del doctor Robert con Madrid llegó a un punto insostenible y, el 22 de octubre, presentó su dimisión por razones de dignidad civil y de coherencia. El carácter excepcional de este gesto provocó una ola de adhesiones y homenajes por toda la ciudad. Un apoyo ciudadano nunca visto antes que, junto con su propia experiencia fugaz como alcalde, le situó, de manera inesperada, en el mismísimo centro de un movimiento catalanista que apenas empezaba a despuntar.

El portavoz de la famosa protesta barcelonesa, siguiendo el rastro reivindicativo iniciado con el cierre de cajas, fue elegido diputado por la Lliga Regionalista casi enseguida. Robert fue el diputado más votado de la circunscripción barcelonesa y la cabeza visible de un vuelco histórico, ya que su figura pionera encarnó la recuperación, mediante el sufragio popular, de unos derechos largamente secuestrados en Cataluña. El ex alcalde encabezaba el estreno político del catalanismo en el Parlamento español. En Madrid no salían de su asombro.

Bartomeu Robert i Yarzába

© Josep Domínguez / AFB
Bartomeu Robert i Yarzábal en 1904

Dos días después de su toma de posesión, el 17 de julio de 1901, el doctor Robert pronunció su primer discurso de réplica al mensaje de la Corona. Los diputados españoles se conturbaron. Pero, al contrario de lo que se creía, su debut fue un éxito. La habilidad y la elegancia de su estilo oratorio y su didactismo, firme y conciliador al mismo tiempo, hicieron que se ganase el respeto del hemiciclo madrileño. El recién llegado, como quien no quiere la cosa, acababa de normalizar la presencia del catalanismo en la vida parlamentaria española.

En noviembre de 1901 le tocó encabezar el primer gran debate del siglo XX en torno al “problema catalán”. Didáctico, sereno, tranquilo, hizo una reivindicación sorprendente, la de un modelo autonómico de Estado, con una frase que dejó estupefacto al hemiciclo: el objetivo de este modelo era que “en Cataluña nos podamos gobernar nosotros mismos”.

Su muerte fulminante, de un ataque al corazón, el 10 de abril de 1902, acabó por convertir al doctor Robert en un mito, como pionero de una manera de hacer política pacífica, honesta y valiente, que le valió el reconocimiento definitivo de la sociedad y la construcción de un monumento espectacular, actualmente situado en la plaza Tetuan de Barcelona.