Acerca de Isabel Segura Soriano

Historiadora

Clotilde Cerdà, entre la música y el activismo social

Foto: Álbum de Clotilde Cerdà i Bosch. Biblioteca de Catalunya

Clotilde Cerdà, en La Habana, retratada con el sombrero del cuerpo de bomberos de la ciudad.
Foto: Álbum de Clotilde Cerdà i Bosch. Biblioteca de Catalunya

En el último tercio del siglo XIX, actuar y pensar desde una perspectiva feminista y antiesclavista podía tener consecuencias. La compositora y arpista Clotilde Cerdà i Bosch, hija de la pintora Clotilde Bosch, esposa de Ildefons Cerdà, pudo constatarlo en primera persona.

Clotilde Cerdà i Bosch nació en Barcelona en 1861, según el registro civil, o un año más tarde, según indica un apunte del diario de su padre, Ildefons Cerdà. De hecho, se dice que el autor del Eixample no era su padre biológico, y aunque la reconoció como hija y le dio su apellido, la excluyó del testamento que redactó en 1864, el mismo año en que su matrimonio con la pintora Clotilde Bosch acabó rompiéndose.

Foto: Álbum de Clotilde Cerdà i Bosch. Biblioteca de Catalunya

Clotilde Cerdà tocando el arpa a los seis años.
Foto: Álbum de Clotilde Cerdà i Bosch. Biblioteca de Catalunya

A los quince años, cuando ya era una celebridad, reconocida internacionalmente por sus conciertos de arpa con el nombre artístico de Esmeralda Cervantes, Clotilde Cerdà llegó a Cuba, procedente de Nueva York y de Filadelfia, donde había actuado en la exposición internacional de 1876. Había estallado la primera guerra de independencia; no era el mejor contexto para la música y por eso el capitán general de la isla, Jovellar, le había recomendado que lo pospusiera cuando ella le manifestó sus intenciones de ir. Pero Clotilde no hizo caso y se presentó en el Teatro Tacón, el más importante de La Habana. Quería ir a Cienfuegos, pero la hicieron desistir de ello porque era demasiado arriesgado. Actuaciones aparte, estableció contactos con los independentistas de aspiraciones republicanas y contrarios al sistema esclavista. Enrique Trujillo, miembro de la Sociedad Literaria Hispano-Americana, fundada en Nueva York por José Martí, vinculó a la arpista con el movimiento. “La causa de la independencia de Cuba tuvo en ella una centinela avanzada”, escribió. El gobierno español estaba pendiente de sus actos, aunque de momento dejó tranquila a la arpista.

Facilitar una “educación brillante” a las mujeres

Y seguía pendiente de ella cuando en 1883, de regreso en Barcelona –donde dos años antes se había incorporado a la logia masónica Lealtad– inició las gestiones para crear un centro de enseñanza específico para mujeres, con el objetivo de ofrecer una “educación brillante, más bien práctica que teórica”. Se trataba de facilitar el acceso de las mujeres a la formación y de exigir su derecho a la profesionalización. Así fue como al cabo de dos años nació en el número 10 de la Rambla la Academia de Artes y Oficios de la Mujer. Clotilde Cerdà se rodeó de mujeres que ya tenían una larga trayectoria profesional y un prestigio reconocido, como la poetisa Josepa Massanés, la doctora Dolors Aleu i Riera –primera doctora en medicina de España– y la periodista y novelista Antònia Opisso, pieza capital en el organigrama de la academia.

Foto: Álbum de Clotilde Cerdà i Bosch. Biblioteca de Catalunya

Clotilde Cerdà con alumnas de su academia, en 1885.
Foto: Álbum de Clotilde Cerdà i Bosch. Biblioteca de Catalunya

El proyecto, creado, financiado y gestionado por mujeres, tuvo muy buena acogida. El número de alumnas iba creciendo día tras día. Las asistentes a las clases nocturnas llegaron a ser 270 y no se admitieron más solicitudes debido a las reducidas dimensiones del centro. Un año después de la inauguración se plantearon construir un edificio de nueva planta para dar respuesta a las necesidades de espacio y de organización de la academia.

En paralelo, la secretaria de la academia, Antònia Opisso, publicó Diario de un deportado, una novela en forma de diario. Su protagonista y supuesto autor era Carlos Atregui, un residente cubano a quien deportaban a España tras ser acusado de mantener posiciones antiesclavistas y autonomistas. Con la obra, Antònia Opisso tomaba parte en el debate sobre la esclavitud, aún vigente en aquellos momentos pese al acuerdo internacional que la prohibía. La autora se declaraba abiertamente antiesclavista a través de las palabras de su personaje: “Soy abolicionista”.

Amenaza realista

En busca de dinero para ampliar la academia, Clotilde planificó un viaje a Estados Unidos para conseguir la financiación que no encontraba en Barcelona ni en el resto de la Península. Desde el día 1 de enero de 1887 ya sabía que algunos sectores realistas no solo no le apoyarían para garantizar la continuidad del proyecto, sino que se opondrían a él explícitamente. El conde Morphy, secretario de la reina regente de España, María Cristina, le dijo en una carta: “Yo creí que V. aspiraba a tocar muy bien el arpa o a lo sumo a ser una gran artista; […] pero un día aparece V. en Cuba, como queriendo resolver por su influencia el problema de la esclavitud, y presidiendo manifestaciones y juntas que nada tienen que ver con el arte; y ahora la veo a V. erigida en protectora de la clase obrera catalana y de la educación de la mujer”. A continuación le recomendaba/ordenaba que callase, y que en caso contrario se atuviera a las consecuencias. Era una amenaza en toda regla: “Si los periódicos dicen tonterías, no les haga V. caso, ni se meta a formular acusaciones, ni a hacer cargos o dar consejos, sin suficiente conocimiento del asunto; porque el resultado tendrá que ser contraproducente”.

La amenaza de Morphy se materializó. La Academia de Ciencias, Artes y Oficios de la Mujer tuvo que cerrar por falta de apoyos y por el déficit presupuestario que arrastraba. El 29 de marzo de 1887, Clotilde Cerdà hizo públicas las cuentas de la academia: “La diferencia entre el déficit, 12.960, y lo que falta pagar, que son 3.750, ha sido sufragada por la Directora”. Clotilde emprendió el vuelo, acompañada por su inseparable madre.

Exilio europeo

La arpista y activista deambuló por media Europa, sin tener residencia fija. El 1 de octubre de 1888 Jacint Verdaguer le escribe: “Vegí ab gran pena los contratemps, que acabaren per allunyarla de la patria; més recorde que tots som desterrats en aquest mon” [Veo con gran pena los contratiempos que acabaron alejándola de la patria; pero recuerde que todos somos desterrados en este mundo].

Foto: Álbum de Clotilde Cerdà i Bosch. Biblioteca de Catalunya

Portada de un folleto con la conferencia que dio en 1893, en el marco de la Exposición Internacional de Chicago, sobre la mujer en Turquía, firmada con su pseudónimo artístico.
Foto: Álbum de Clotilde Cerdà i Bosch. Biblioteca de Catalunya

Desde Constantinopla, adonde llegó invitada para dar un concierto y ya no dejaron que se marchase, Clotilde –sentada en “mullidas otomanas, en la terraza cubierta de enredaderas”– escribió a Víctor Balaguer el 22 de septiembre de 1892: “Amigo mío, fundé la Academia de Ciencias, Artes y Oficios para la Mujer y, como si hubiera fundado una escuela de malas costumbres, así se desencadenaron todas las malas posiciones sobre mí. Con una pérdida de 22.000 pesetas la cerré y tomé el vuelo hacia los países en donde se aprecia y recompensa el mérito”.

La academia subsistió apenas dos años, pero su clausura no fue un hecho aislado. El congreso femenino que se planteaba organizar en Palma nunca se llevó a cabo. La vida de la revista La Ilustración de la Mujer, en la que Clotilde escribió más de un artículo, tuvo una corta duración. Todos aquellos proyectos, que crearon espacios de debate y formación como bases para la mejora de las condiciones de vida de las mujeres y de los hombres y para participar en el desa­rrollo social desde una perspectiva sexuada en femenino –¿por qué no llamarla feminista?–, fueron clausurados.

Las amenazas, el exilio, no la detuvieron. Cuando estaba en Turquía, Clotilde Cerdà recibió una carta de invitación de la World’s Columbian Exposition, que tenía que celebrarse en Chicago en 1893, para dar allí una conferencia sobre la educación de las mujeres en Oriente. Acudió y habló sobre Education and Literature of the Women of Turkey. Y también actuó en un concierto dirigido por Theodore Thomas dentro de los actos de la exposición y en otro privado para el presidente de Estados Unidos, Stephen Grover Cleveland, y su esposa, Frances Folsom.

Le seguimos el rastro hasta Brasil, donde fue la delegada de la asociación pacifista internacional Alliance Universelle des Femmes Pour la Paix, y donde murió su madre. De allí se trasladó a México, donde dio clases en el conservatorio de la capital; ya había abandonado los conciertos. Más tarde volvió a Barcelona y en 1915 se instaló definitivamente en Tenerife, donde fallecería en 1926.

Clotilde Cerdà no es una excepción. Como decía Christine de Pizan en el siglo XV, encontraríamos más mujeres como ella si nos tomáramos la molestia de buscarlas.

La construcción simbólica del suburbio

Foto: Oriol Maspons / Col•legi d’Arquitectes de Catalunya.
Imagen perteneciente a un reportaje fotográfico de encargo sobre el barrio de Montbau en sus inicios, en los primeros años sesenta del siglo pasado, donde se busca una apariencia de discurso realista y no tendencioso. El barrio lo proyectó el Patronato Municipal de la Vivienda para paliar la falta de vivienda causada por la gran afluencia inmigratoria de la época.

Con las oleadas inmigratorias de mediados del siglo pasado el suburbio devino una realidad inquietante, y la inmigración un problema que había que resolver desde la asistencia. ¿Hasta qué punto perdura hoy en día la estigmatización del suburbio?

Hace pocos días miraba y admiraba fotografías en un archivo. Eran imágenes del barrio de Montbau, allá por los primeros años sesenta del siglo pasado. Arquitectura moderna, barrio modélico, urbanísticamente hablando. Una modernidad que los fotógrafos, también modernos, destacaban. Ni que decir tiene que todas las imágenes que contemplaba aquel día eran de reconocidos fotógrafos, que habían sido contratados por los arquitectos que diseñaron el barrio, las constructoras que lo levantaron o bien por la entidad pública que lo promovió, en este caso el Patronato Municipal de la Vivienda.

Las fotografías captaban las fachadas de los nuevos y modélicos bloques de pisos, de la primera fase de construcción del barrio. También pude ver algunas de la plaza, de la todavía hoy magnífica plaza que actúa como centro vital del barrio, a la que dan casi todas las calles.

Pero ¿cómo eran las viviendas? Quería ver los interiores y especialmente las cocinas –espacios olvidados en la iconografía, excepto en la publicitaria. Me pasé un montón de horas revolviendo y admirando fotografías. ¿Y dónde estaban los habitantes? No aparecían por ningún lado. Finalmente una secuencia, una especie de reportaje, captaba a un hombre con un colchón a cuestas. Las imágenes lo seguían hasta que lo descargaba en un interior. No se podía distinguir del todo la estancia, pero el centro de la imagen lo ocupaban un hombre y una mujer en medio de un batiburrillo de muebles, colchones y utensilios dispuestos sin orden ni control. Me entretengo mirándolas. Parece que al final he encontrado a algún futuro inquilino del barrio.

Foto: Oriol Maspons / Col•legi d’Arquitectes de Catalunya.
Imagen perteneciente a un reportaje fotográfico de encargo sobre el barrio de Montbau en sus inicios, en los primeros años sesenta del siglo pasado, donde se busca una apariencia de discurso realista y no tendencioso. El barrio lo proyectó el Patronato Municipal de la Vivienda para paliar la falta de vivienda causada por la gran afluencia inmigratoria de la época.

Oigo una voz me dice: “Estas fotografías son un montaje”. ¿Cómo? “Son un montaje”, repite con la misma contundencia y suavidad. Es la voz de Fernando Marzà, responsable del Archivo Histórico del Colegio de Arquitectos. Dejo de mirar fotos. Me interesa más lo que me explica Fernando: “La gente del barrio no se reconoce en estas imágenes”. Me lo dice él, que vive en Montbau.

Durante unos días ese comentario me lleva de cabeza. Miro y remiro papeles y recurro a textos para contrastar las imágenes fotográficas con los discursos textuales.

“Estas cuevas, estas barracas, estas inmundas mezcolanzas, origen de las más catastróficas destrucciones del espíritu familiar, morbo aniquilador de las mismas esencias de la especie”, decían las autoridades de la época. Y el Patronato Municipal de la Vivienda, por su parte, remachaba así el mensaje: “Para alojar a innúmeras familias que hoy viven en pésimas condiciones materiales que dan como resultado una amoralidad que ni nos atrevemos a describir”. No se podía hacer un retrato más inquietante del futuro habitante de aquellos barrios tan modernos. Y eso que el Patronato, en el caso de Montbau, veló por conseguir un barrio interclasista y que no fuera rojo.

Un sujeto amoral

Pese a la modernidad arquitectónica, en la articulación discursiva de la fotografía, los textos y las memorias oficiales al habitante del suburbio se le mostraba “hacinado”, amontonado, y el amontonamiento provocaba amoralidad. El sujeto suburbial era, por lo tanto, amoral.

En la tensión, en la lucha por definir la Barcelona de los años cincuenta y sesenta, las imágenes pretendían dar apariencia de realismo, de discurso no tendencioso. La misma apariencia de realismo que se otorgó a Donde la ciudad cambia de nombre (1957), de Paco Candel, localizada en el barrio de las Casas Baratas de Can Tunis, otro polígono residencial, construido durante la Dictadura de Primo de Rivera, en 1929. La obra de Candel no pasó desapercibida a los habitantes del barrio y su respuesta no dejó indemne al autor: “A las encolerizadas Casas Baratas, que un día me quisieron linchar”, escribió en una novela posterior, Han matado a un hombre, han roto un paisaje, obra fechada en 1959.

¿Quién es barcelonés?

¿Es barcelonés el habitante del suburbio?

En el polígono, en el suburbio, lisa y llanamente, todos son migrantes, lo sean o no lo sean realmente. En Barcelona la gran mayoría somos migrantes, de primera, segunda o tercera generación. Desde que Barcelona derribó las murallas, hace muchos, muchos años, la ciudad fue creciendo con la aportación de personas recién llegadas y otras que habían nacido en la ciudad y que, en un momento determinado, cambiaron de barrio: de Sants a Montbau, de Sant Andreu a la Guineueta, del Raval a Can Tunis…

” La gran mayoría de población de Barcelona es migrante, de primera, segunda o tercera generación. “

La imagen que más ha circulado sobre los migrantes de fuera de Barcelona, más allá de las mismas personas migradas, los muestra acarreando maletas muy poco elegantes, a punto de reventar. Demasiado a menudo se olvida que tras la migración, especialmente en los años cuarenta y cincuenta, además de motivos económicos también los había políticos. Personas que abandonaban su lugar de origen por miedo a las represalias por su adscripción al ideario republicano, o que no encontraban trabajo por sus ideas políticas. Personas, también, en algunos casos, que venían con una formación y una experiencia profesional que aprovechó la industria, especialmente la textil. Y una última imagen sobre la migración: siempre eran hombres; ellos llegaban primero. Varios estudios han puesto de relieve que no siempre fue así. Quiero mencionar el magnífico de Clara-Carme Parramon Similituds i diferències. La immigració dels anys 60 a l’Hospitalet, en el que aporta luz sobre el comportamiento migratorio según las comunidades de origen y demuestra que, en muchos casos, las mujeres fueron las primeras en migrar.

La inmigración era un problema. “Un hecho que ejerce una influencia negativa […] es que la condición económica y social de la gran mayoría de recién llegados es mucho más humilde que la de los elementos locales”, escribía Jordi Pujol, en un monográfico de la revista Cuadernos de arquitectura dedicado a los barrios, en 1965. La persona migrante era “una preocupación” a resolver desde la “asistencia”, en palabras del propio autor, y no desde el reconocimiento de derechos.

La reticencia a la hora de otorgar la consideración de barcelonés o barcelonesa no solo se extendía a la primera generación; también a los hijos y las hijas, que igualmente eran considerados charnegos pese a que su madre o su padre fueran catalanes. Ahora bien, no en todos los casos. Difícilmente se aplicaría el apelativo a Muñoz Ramonet, hijo de padre andaluz y de madre catalana, uno de los empresarios textiles más importantes del franquismo, que murió en Suiza para evitar ser encarcelado por fraude fiscal. La condición de migrante o de charnego estaba en relación con la capacidad económica y no con la procedencia geográfica.

El inquietante suburbio

El suburbio siempre generaba, genera, noticias inquietantes, tanto para publicaciones especializadas como divulgativas. Podía, puede, ser un problema urbanístico o arquitectónico; podía, puede, ser un problema de asimilación, de comportamiento, de droga, sí, sí, de venta de droga, de sexo o de rock-and-roll, pero problema, en definitiva.

El suburbio era “una enfermedad, una enfermedad ciudadana de proporciones inmensas”, leemos en Tele/Estel el 18 de noviembre de 1966. No importaba demasiado la exactitud geográfica al hablar de conductas no apropiadas para un ciudadano de Barcelona. El suburbio no siempre se correspondía con un espacio concreto. Era, es, una construcción, una articulación discursiva.

¿Qué capacidad de negociación tienen los habitantes suburbiales con las imágenes que los representan?

Foto: Ginés Cuesta / Archivo Histórico de Roquetes-Nou Barris.
La señora Gertrudis en su bien dispuesta cocina de las Cases del Governador, retratada por su vecino Ginés Cuesta.

Foto: Kim Manresa / Archivo Histórico de Roquetes-Nou Barris.
Los vecinos como sujetos de la acción política, en una imagen de Kim Manresa de los últimos años setenta.

El actor y fotógrafo Ginés Cuesta, habitante de las barracas de Les Corts y después emigrante en las Cases del Governador, del barrio de Verdun, retrató a su vecina, la señora Gertrudis, en la cocina comedor de su casa. Cocina comedor que, pese a sus reducidas dimensiones, no presenta desorden ni amontonamiento. Ginés Cuesta retrató a la señora Gertrudis sin impostura. Compartían “una comunidad de significados”, en palabras de Marta Rosler.

Kim Manresa, otro fotógrafo y habitante de la periferia, construía imágenes de las vecinas y los vecinos como actores de la escena política, si entendemos por política el hecho de estar y actuar entre los demás.

Desde Sant Adrià, por su parte, Javier Pérez Andújar escribe Paseos con mi madre (2011): “No hay manera de estar cerca de Barcelona si antes no lo estuvieron tus antepasados”.

¿Hasta qué punto perviven los estigmas creados sobre los habitantes del suburbio? ¿Por qué mecanismos se renuevan? ¿A quién o a qué amenaza el suburbio? Y, finalmente, ¿cómo afectan estos estigmas a la vida de los habitantes de los barrios?