- Xavier Theros (textos), Consuelo Bautista (fotografías)
- Ajuntament de Barcelona / Editorial Comanegra
- Barcelona, 2013
- 504 páginas
Se percibe un desequilibrio, hasta cierto punto solo aparente, en cuanto echamos un vistazo al índice de Barcelona a cau d’orella, de Xavier Theros: cuatrocientas páginas hablan sobre la Barcelona histórica, la parte de la ciudad que, de la plaza de Catalunya abajo, incluye La Rambla, el Raval, Ciutat Vella, la Barceloneta o Montjuïc, y solo cien abordan la “gran Barcelona” de más allá. Theros lo reconoce en la página 406, y da el motivo, relacionado con el origen de este libro. Todo deriva de la Guía secreta de Barcelona, de Josep Maria Carandell, de la que este volumen es actualización: una operación complementaria de la reciente puesta al día de Barcelona pam a pam, de Alexandre Cirici Pellicer, por parte de Itziar González, quien también ideó esta propuesta.
Barcelona a cau d’orella, pues, recorre los mismos lugares que el libro de Carandell e intenta recuperar el espíritu: “No hablaba en absoluto del patrimonio material de la ciudad –con sus monumentos y edificios–, sino de otro tipo de patrimonio etéreo, cambiante y a veces caótico, que se podía definir más por el movimiento que por la forma”. A menudo se recuperan extensas citas, como si el volumen actual fuera un palimpsesto de aquel libro publicado por primera vez en 1974. Y, sin embargo, esta distancia cronológica crea diferencias inevitables: hace cuarenta años, Carandell sacaba a la luz una Barcelona oculta bajo el discurso franquista con el fin de liberar una verdad reprimida. En cambio, Theros se mueve por un paisaje espectacularizado, una Barcelona convertida en parque temático, sin sangre en las venas, una ciudad devorada por su imagen. Un simulacro decadente.
Pero quizás esa descompensación tiene otro motivo. Excepto en las introducciones históricas de cada capítulo, el texto se organiza como un paseo por calles, pasajes, plazas y edificios que son evocados con precisión; son la clave para acceder a una historia, a una curiosidad erudita, al origen de una frase hecha, a un universo desaparecido. La Barcelona de Theros (y de Carandell) no es la de la planificación urbanística, sino la de los barceloneses que van viviendo el día a día; una Barcelona que no es perceptible a vista de pájaro, solo intuible a pie de calle. Una ciudad legible, infinita, inacabable. Y que es ella, también, un palimpsesto, unos encantes. Y una ciudad así se reconoce más bien en aquello que todavía denominamos el “centro” que en los diversos distritos, a menudo recientes.
Por otra parte, es como si esa Barcelona histórica contuviera todas las demás: en su tortuosa deriva de flâneur, Theros se entrega a digresiones, separadas del texto principal, y en su interior trata temas que superan los límites de cada capítulo. Por eso decíamos al principio que el desequilibrio es aparente: aparecen el bar musical Heliogàbal, la plaza de Les Arenes o la plaza del Raspall. El texto es laberíntico, a veces caótico: hay reiteraciones, y realmente le habría ido bien una corrección ortográfica. Hay tal exuberancia de datos que se echa de menos un índice de calles para orientarse en los frondosos ramajes del texto. Pero Theros se mueve con la libertad de un pianista de jazz, con un amor indudable por la ciudad. Es un libro que hay que leer poco a poco, entreteniéndose.