Acerca de Jordi Armadans

Presidente de FundiPau (Fundació per la Pau)

Iniciativas por la paz y el desarme

El rechazo al servicio militar, las manifestaciones contra la guerra y la educación por la paz en las escuelas y el tiempo libre forman parte del patrimonio pacifista histórico de Barcelona y Cataluña.

Foto: Dani Codina

El monumento al general Joan Prim, del parque de la Ciutadella, engalanado con símbolos y eslóganes pacifistas durante el Festival per la Cultura de la Pau de mayo de 2000.
Foto: Dani Codina

Cuando me pongo a escribir este artículo, se acaba de saber que Textron, la última empresa norteamericana productora de bombas de dispersión (una especie de bomba de bombas, cuyos impactos son altamente indiscriminados y que está dotada con unas cargas explosivas que pueden permanecer activas, sin explotar, hasta años después del conflicto), ha decidido dejar de fabricarlas.

El caso es interesante, porque Estados Unidos no es firmante de la convención internacional que prohíbe las bombas de dispersión y, por lo tanto, la empresa tiene, legalmente, todo el derecho a producirlas y venderlas. Entonces, ¿por qué ha dejado de hacerlo? Porque considera que hay demasiadas “dificultades legales” (la existencia del tratado lo hace todo más complicado incluso para los países que quisieron quedar fuera de él) y por la “reducción de pedidos”. Efectivamente, gracias al tratado hay menos países que usan y compran bombas de dispersión y, en consecuencia, la oferta no puede mantenerse al mismo nivel.

Foto: Dani Codina

Acampada antimilitarista en la plaza de Espanya, en mayo del 2000. Esta acción y la de la foto anterior, más una gran manifestación y una colgada de sábanas blancas en los balcones, las convocó una plataforma de más de doscientas entidades para protestar contra la organización en Barcelona del desfile del Día de las Fuerzas Armadas.
Foto: Dani Codina

He aquí una noticia aparentemente menor pero en realidad muy importante, pues demuestra que el trabajo por la paz, la desmilitarización y el desarme (ya sea en su vertiente más activista y de calle, o en la menos llamativa de incidencia diplomática) es útil. Lo es para cambiar políticas globales, crear tratados y hacer que empresas armamentísticas… se vean obligadas a cerrar el chiringuito.

Es posible –y lógico– que algunas situaciones especialmente lamentables (Siria, Iraq, Afganistán, Somalia…), el crecimiento del número de conflictos armados, la vitalidad del comercio de armas, etc., nos haga pensar que todo está perdido. Pero, pese a estas gravísimas y preocupantes realidades, también es cierto que a veces se consigue establecer complejos y laboriosos acuerdos de paz (en Colombia, por ejemplo), o que, en los últimos años, ha habido avances significativos en el ámbito del desarme y el control de armas que deberíamos ser capaces de valorar: por el cambio que han supuesto en la escena internacional y porque se han producido gracias a la sensibilización, la concienciación y la movilización de la ciudadanía a través de ONG y otras entidades y con la realización de campañas. Y Barcelona y Cataluña también han participado en todos estos cambios.

“La mili no mola”

De hecho, el rechazo al servicio militar, las manifestaciones contra la guerra y la educación por la paz en las escuelas y en las instituciones educativas del tiempo libre son algunas muestras de esta vitalidad, de este patrimonio, en clave de paz, que la ciudad y el país atesoran.

Durante los años ochenta y noventa, en todos los países democráticos en los que convivió la conscripción (un servicio militar obligatorio) con el derecho a la objeción de consciencia, la mayoría de jóvenes hacían la mili y una minoría optaban por la objeción.

En Cataluña, el número de jóvenes que no iban a la mili llegó algún año a ser superior al de jóvenes que la cumplían. Es decir, había más jóvenes que optaban por alternativas al servicio militar (objeción, insumisión) que no por hacer lo que tocaba. Sin duda, muchos factores (la existencia y la actividad del movimiento de objeción, la extensión social del problema, cuestiones políticas, la tardanza del Estado en gestionar la objeción y el modo caótico en que lo hizo) influyeron en ello; pero, mírese como se mire, es un dato muy relevante y, a menudo, desconocido.

A raíz de la profesionalización de las fuerzas armadas impulsada por el Gobierno español, la incorporación a filas se convertía en un proceso voluntario; por tal razón, de repente, se precisaba seducir a los jóvenes para que se incorporaran. El gran desgaste causado a la imagen del Ejército por el franquismo y por el golpe de estado del 23F obligaba al Gobierno a llevar a cabo un considerable esfuerzo para reclutar soldados.

Escuelas, científicos y desfiles

A raíz de todo ello y del malestar que muchos militares experimentaban ante la extensión social del antimilitarismo durante los años ochenta y noventa, el Gobierno español desarrolló un programa consistente en promover la “cultura de defensa”, con la voluntad de reforzar el apoyo de la ciudadanía a la política de defensa y el consenso para asumir los costes económicos e implicarse en ella personalmente.

El plan contemplaba una relación más estrecha de las fuerzas armadas con el mundo asociativo, las entidades juveniles y la enseñanza. Se pretendió que las escuelas impartieran asignaturas sobre defensa, que los centros de enseñanza conocieran la vida militar sobre el terreno y que los militares pudieran visitar los centros para conferenciar sobre la salida profesional de hacerse soldado.

También, en aquel contexto, el Gobierno fomentaba una participación importante de España en proyectos armamentísticos europeos (hoy se pagan las consecuencias en forma de una deuda inasumible: cerca de 30.000 millones de euros comprometidos con la industria militar): financió proyectos de investigación y desarrollo (I+D) relacionados con el ámbito militar. El estado de la OCDE que menos dinero dedicaba a I+D pasó a militarizar buena parte de ese tan escaso gasto. Así pues, si la mili había dejado de existir, la militarización se iba a otros campos y ámbitos: al mundo de la enseñanza y la investigación científica.

Este hecho también generó nuevas campañas que, por cierto, surgieron de Barcelona: “Escuelas objetoras” y “Basta de investigación militar”. Las dos campañas tuvieron un gran impacto y acabaron logrando que los proyectos de militarizar la enseñanza y la ciencia se redefinieran a la baja.

Barcelona también guarda otro tesoro: el hecho de haber acogido la movilización más importante realizada en toda España –y seguramente en gran parte de Europa– contra un desfile militar. En el año 2000 un festival y una gran manifestación mostraron el rechazo a la apología del militarismo que suponía celebrar un desfile de estas características. Pocas personas son todavía conscientes de esto, pero de aquellas movilizaciones y de los respectivos impactos surgió el impulso necesario para que se aprobara en el Parlamento la Ley de fomento de la paz, el Consell Català de Foment de la Pau y, más adelante, el Institut Català Internacional per la Pau.

Fundació per la Pau

Cartel de la Fundació per la Pau conmemorando la firma del Tratado de Oslo (2008), que prohíbe las bombas de dispersión. A la derecha, portada y tres imágenes de la publicación Seriosament… 25 arguments per la pau en còmic, de la misma entidad.

Dando pasos hacia el desarme

A principios de los años noventa, a raíz del fin de la guerra fría, de los movimientos por la paz y los derechos humanos surge una nueva agenda global, junto a nuevos planteamientos y formas de trabajo. De la atención concedida hasta entonces a los bloques y las armas de destrucción masiva, se pasa a atender a los conflictos de larga duración, su impacto sobre la población civil y el uso y abuso de las armas pequeñas y ligeras.

La sociedad civil pone en marcha una nueva y ambiciosa campaña para intentar suprimir un arma especialmente cruel y sanguinaria, de efectos altamente indiscriminados sobre la población: las minas antipersona. Si bien, en sus inicios, la campaña parece condenada al fracaso, al cabo de cinco años alcanzará su gran objetivo: un tratado global de prohibición de las minas (Ottawa, 1997), pese a que las potencias principales están claramente en contra. De aquí surgirá, una década más tarde, un acuerdo contra las bombas de dispersión (Oslo, 2008).

En Barcelona, una campaña, la C3A (Campaña contra el Comercio de Armas), empezó a poner el foco en este comercio en 1988. Unos años más tarde, la campaña denominada “Secretos que matan” supuso la incorporación de ONG más allá del pacifismo tradicional. A escala global, la organización Control Arms clamará por regular el comercio mundial de armas. Toda esta labor, acumulada, logra resultados, tanto en el ámbito estatal como, finalmente, global: un tratado para intentar poner freno al descontrol y la proliferación del comercio de armas, responsable de centenares de miles de víctimas producidas por la violencia armada en el mundo.