Acerca de Jordi Díaz Callejo

Ingeniero. Máster en Patrimonio Cultural

Las fuentes Wallace, entre el romanticismo y el marketing

Foto: Albert Armengol

Uno de los dos ejemplares de fuente Wallace que quedan en el espacio público de Barcelona, el situado ante el cine Comèdia, en la esquina de la Gran Via y el paseo de Gràcia, perfectamente restaurado y en servicio.
Foto: Albert Armengol

Las transformaciones en el abastecimiento de agua producidas en Barcelona durante la segunda mitad del siglo XIX trajeron consigo la proliferación en el espacio público de las fuentes para beber. En este marco se incorporaron al patrimonio de la ciudad las fuentes Wallace, un modelo característico de París.

Barcelona es porcentualmente la ciudad de Europa con más fuentes públicas para beber, con una densidad de poco más de una fuente por cada mil habitantes y un total aproximado de 1.650 unidades. Dejemos aparte las fuentes con finalidad ornamental, las que no tienen la función de calmar la sed del viandante. Este elevado número se debe principalmente a las dificultades surgidas a finales del siglo XIX y principios del XX para establecer un sistema de abastecimiento de agua a las viviendas unificado, eficiente y económico.

Históricamente, la construcción de cada nueva infraestructura asociada al abastecimiento de agua ha traído siempre aparejada la inauguración de un nuevo grupo de fuentes. Así, por ejemplo, durante el siglo xvi se formalizó una de las primeras redes de fuentes públicas con la llegada del agua captada de los manantiales y las minas de Collserola. Las fuentes situadas en las plazas de Sant Miquel y del Blat, ahora desaparecidas, eran las más céntricas e importantes. De entonces son también las tres fuentes más antiguas que permanecen en funcionamiento y uso: la de Santa Anna (1356), en la confluencia de la calle de Cucurulla con la avenida del Portal de l’Àngel; la de Sant Just (1367), situada en la plaza del mismo nombre, y la de Santa Maria (1403), frente a la basílica de Santa Maria del Mar.

Foto: Pérez de Rozas / AFB

La fuente de Santa Eulàlia de la plaza del Pedró, en una imagen de los últimos años cincuenta o primeros sesenta del siglo pasado.
Foto: Pérez de Rozas / AFB

Una segunda oleada importante de fuentes se incorpora  a los espacios urbanos con la inauguración del acueducto de Montcada, el año 1826. En total se construyeron seis, todas ellas singulares. La primera, en la plaza del Pedró, está dedicada a la patrona de la ciudad, santa Eulalia; es un antiguo monumento que se reconvirtió en fuente y como tal se inauguró el día de esta santa (12 de febrero) del mismo año, para celebrar la llegada de las primeras aguas. La segunda está dedicada a Hércules, fundador mitológico de la ciudad; situada en la calle Nou de la Rambla, se inauguró unos meses después, en septiembre. Siguieron otras en la calle de la Cadena, la plaza de Sant Pere, la Barceloneta y el andén de la Marina. Actualmente, de todas ellas se conservan tan solo las dos primeras.

Durante la segunda mitad del siglo XIX se inició un período con grandes expectativas sobre el crecimiento de la ciudad y, en consecuencia, del consumo de agua, lo que propició transformaciones relacionadas con el abastecimiento. Aprobado el plan del Eixample, se derriban la ciudadela construida por Felipe V y gran parte de las murallas, y paralelamente se produce un importante aumento de población.

La revolución del agua

El acueducto de Montcada, inaugurado en 1826, como queda dicho, era una infraestructura imprescindible que permitía prever cierta estabilidad en el abastecimiento y acometer con confianza las reformas urbanísticas aprobadas. Por otra parte, se produjeron una serie de avances técnicos relacionados con la hidráulica que, sumados a los nuevos sistemas de organización empresarial, iban a convertir el agua en un producto más del mercado capitalista. De este modo se impulsó la aparición de un entorno de negocio característico de la Revolución Industrial.

Empresarios y emprendedores relacionados con el mundo del agua participan de un clima eufórico basándose en la previsión del crecimiento urbano que traerá el desarrollo del Eixample. Construcciones modernas y nuevas formas de higiene y de confort doméstico hacen esperar un gran incremento del consumo de agua en las viviendas; el agua será necesaria también para el riego y la limpieza de las nuevas calles, parques y jardines y otros espacios urbanos, en los que también habrá que construir más fuentes, y a todo ello se añadirá la creación de modernos servicios y equipamientos municipales con grandes necesidades de agua como mercados, mataderos, servicio de bomberos, etc.

No podemos olvidar, además, que aún faltan unos años para la llegada de la electricidad como principal fuente energética y, de momento, la instalación de cualquier nueva factoría industrial o la ampliación y mejora de las existentes se basa en la tecnología del vapor. La industria aún no ha terminado de desplazarse a las poblaciones de los alrededores, y los recintos fabriles de Ciutat Vella y del barrio de Sant Pere, grandes consumidores de agua, se encuentran todavía muy activos. En definitiva, el negocio del agua afronta el futuro con excelentes perspectivas, lo que hace que se le sumen capitales de nuevas empresas y sociedades que aspiran a convertirse en proveedoras de la ciudad.

De la Compañía de Aguas a la SGAB

A partir de la década de 1870, debido a su manifiesta incapacidad financiera y de la subordinación a los poderes estatales y los propietarios urbanos, el Ayuntamiento no pudo modificar las infraestructuras de captación y distribución al ritmo que la ciudad necesitaba y dejó espacio suficiente para que gran número de sociedades, algunas con capacidad para abastecer apenas unas pocas manzanas del Eixample, iniciasen proyectos ambiciosos. El fenómeno se hizo extensivo a los pueblos del Llano de Barcelona, entonces todavía no anexionados a la capital.

Por otra parte, una nueva Ley de Aguas promulgada en 1879 venía a ratificar y dar confianza empresarial a una práctica ya bastante extendida, la de obtener beneficios de la explotación privada de concesiones hidrológicas para el suministro de poblaciones.

Hasta ese momento las fuentes de Barcelona siempre habían sido abastecidas por agua de titularidad pública. La aparición de nuevos operadores puso fin a esa situación, aunque las fuentes siguieron prestando servicio gratuito a los ciudadanos gracias a los acuerdos y convenios establecidos entre el Ayuntamiento y las diferentes empresas concesionarias.

En 1867 se producen dos hechos destacados en la modernización del abastecimiento de agua: el inicio de la construcción de la Torre de las Aguas de la asociación de propietarios de agua del Eixample y la constitución de la Compañía de Aguas de Barcelona (CAB).

Foto: Vicente Zambrano

Un detalle de la Torre de las Aguas del Eixample.
Foto: Vicente Zambrano

A los pocos años de su fundación, la CAB ya fue capaz de proveer de agua la villa de Gràcia, la zona central del Eixample y Ciutat Vella. “Explotaba una concesión de aguas subterráneas en Argentona y Dosrius, y las hacía llegar a Barcelona mediante un acueducto cerrado que desembocaba en un depósito situado en el Guinardó […], ofreciendo al mismo tiempo, por primera vez en España, modalidades de contratos de servicio con contador”1, una innovación que permitía pagar con arreglo al consumo.

Foto: Vicente Zambrano

La Torre de las Aguas del Eixample, construida a partir de 1867 por el arquitecto Josep Oriol Mestres y el ingeniero Antoni Darder en el interior de la manzana situada entre las calles de Roger de Llúria, Bruc, Consell de Cent y Diputació. Hoy en día forma parte de un jardín público.
Foto: Vicente Zambrano

Aquella gran actividad empresarial de las décadas de 1860 y 1870 trajo lo que algunos autores han definido como la “revolución del agua”2. Cada sociedad quería aportar mejoras en el suministro y colonizar, con su red de abastecimiento, cuanto más territorio mejor. Tan solo un par de décadas más tarde fue declinando la euforia. La demanda no había resultado tan alta como se esperaba y la competencia entre sociedades se volvió feroz, mientras que las inversiones necesarias para las infraestructuras de captación y redes de distribución quedaban fuera del alcance de la mayoría de los nuevos agentes. Ello impulsó la fusión de gran número de pequeñas suministradoras y provocó la absorción o la quiebra de muchas otras. La concentración empresarial fue rápida y total, hasta el extremo de que en 1896, por ejemplo, el servicio de abastecimiento del Eixample estaba ya en manos de la Sociedad General de Aguas de Barcelona (SGAB), la nueva sociedad de capital francés surgida de la liquidación de la CAB.

Duplicación de la red de suministro

A partir de ese momento se consolida una doble red de suministro. Por un lado, la de la SGAB –existían otras empresas, pero de ámbito urbano muy localizado–, que lleva el agua a través del acueducto de Dosrius hasta el Guinardó y a partir de ahí la distribuye a media ciudad, y por otro lado, la red pública que, desde las minas de Collserola y mediante el llamado acueducto Baix de Montcada, sigue abasteciendo otro sector, básicamente Ciutat Vella y la Barceloneta.

Esta red municipal estaba destinada, en principio, a satisfacer servicios públicos, como las fuentes de los nuevos terrenos urbanizados, el riego, los urinarios públicos, la limpieza, los mercados y el alcantarillado desarrollado según el proyecto de Pere Garcia Faria –que requería de un flujo continuo de agua para funcionar adecuadamente–, siempre que estos servicios se encontraran en el área de influencia de distribución del acueducto Baix de Moncada; fuera de estos límites, el Ayuntamiento se veía obligado a adquirir el agua a las empresas privadas. Como destaca Manel Martín en Aigua i societat a Barcelona entre les dues exposicions (1888-1929), “las diferencias en el servicio municipal eran, sin embargo, reveladoras de la tecnificación de una y otra red de captación, conducción y distribución”. Las fuentes municipales no tenían grifo, eran de chorro continuo, “fruto de un sistema de abastecimiento basado en la conducción por agua rodada”, por gravedad, “y con una carencia casi absoluta de elementos de control de la distribución: sin depósitos adecuados y sin mecanismos de regulación de la presión”.

La red pública mantendría durante muchos años estas deficiencias, pese a que los gobiernos municipales liberales de algunos periodos se preocuparon de mejorarla. La situación de duplicidad generó una rivalidad entre el operador municipal y el empresarial, ficticia en buena medida, ya que, de hecho, la dependencia del abastecimiento privado era notable.

En este contexto de doble red y de cierta competencia entre la SGAB y el Ayuntamiento es cuando aparecen en las calles de Barcelona las fuentes Wallace.

Arte de calle: fuentes y farolas

Las tres décadas finales del siglo XIX también constituyen un período de mucha actividad en cuanto a la instalación de fuentes. Ya hemos mencionado que, por una parte, se tenía que dotar al nuevo Eixample de las fuentes públicas necesarias y, por otra, a determinados espacios emblemáticos había que proveerlos de elementos de mobiliario urbano singular, en el marco del programa de mejora y embellecimiento de la ciudad. Las fuentes, junto con el alumbrado, constituyeron una parte de esos elementos urbanos elevados a la categoría de arte que aún conservamos a día de hoy.

Foto: Frederic Balell / AFB

La fuente de Canaletes en 1908.
Foto: Frederic Balell / AFB

Como ejemplo de farolas singulares citemos las del paseo de Gràcia, las de la avenida de Gaudí –procedentes del cruce del mismo paseo de Gràcia con la Diagonal–, las de la plaza Reial o las del paseo de Lluís Companys. De esta época son también las fuentes de hierro fundido con una columna coronada por una pita o agave, y las que realizó el arquitecto municipal Pere Falqués (1850-1916) para la plaza de Sant Pere y la rambla de Canaletes. Esta última, que con los años se convertiría en la fuente emblemática de Barcelona, sintetiza dos elementos básicos de los servicios públicos municipales, la distribución del agua y el alumbrado, representados por los cuatro grifos y las farolas que coronan la columna.

El hierro se había impuesto ya en toda Europa como elemento estructural de la construcción, y ahora adquiere, además, un papel importante en la normalización y modernización del paisaje urbano. El hierro colado es el material elegido para el nuevo mobiliario de las calles, como exponente de la tecnología del momento y símbolo de modernidad. No es de extrañar, por lo tanto, que sea también el material seleccionado para las fuentes de la mayoría de las ciudades europeas, incluida Barcelona.

Foto: Albert Armengol

Base de la fuente situada al final de la Rambla, con el nombre de la empresa suministradora –la Sociedad General de Aguas de Barcelona–, el escudo de la ciudad y la leyenda “agua tomada directamente del contador”; se aprecia la pileta en forma de concha con el caño, que se añadieron a la fuente original.
Foto: Albert Armengol

Los modelos de fuente instalados en Barcelona más conocidos y populares son fruto de esta tendencia y de los procedimientos iniciados con la industrialización del siglo XIX, que se basaban en la fabricación seriada y modular.

Llegada a Barcelona: ¿filantropía o marketing?

La fuente Wallace se inserta también en este contexto de ordenación de los servicios y de dotación de mobiliario en el ámbito urbano. Se trata de un modelo fabricado por la prestigiosa fundición francesa de Val d’Osne, en el departamento del Alto Marne, en el noreste de Francia.

La versión más extendida sobre su origen cuenta que en 1872 Sir Richard Wallace (1818-90), filántropo millonario inglés, encargó al escultor francés Charles Auguste Lebourg (1829-1906) el diseño de diferentes fuentes para aliviar los problemas de abastecimiento y distribución de agua que afectaban a la ciudad de París.

Richard Wallace era un personaje muy bien considerado en el mundo artístico y del coleccionismo de arte. Durante la guerra franco-prusiana de 1870-71 se distinguió en París por su actividad filantrópica, financiando un hospital, repartiendo víveres y atendiendo a los militares heridos durante el asedio de los prusianos. Entre otras acciones, se cuenta que creó también un cuerpo de ambulancias, que pagó de su propio bolsillo.

Parece ser que la capital francesa, mermada de recursos, tenía muchos problemas para garantizar la distribución de agua y que allí donde llegaba se hacía pagar a un precio inasumible por gran parte de la población. Según relata una crónica publicada en 1921 en la revista Hojas Selectas, “paseando un día por París, y encontrándose sediento, pensó Wallace en los infortunados que no podían, como él, satisfacer tan urgente necesidad en algún establecimiento apropiado; y así nacieron las fuentes de agua potable que llevan su nombre”.3 Wallace donó unas cincuenta fuentes a París y a la ciudad norirlandesa de Lisburn. Se crearon tres modelos diferentes: el grande –el más común y de mayor éxito–, uno más pequeño y otro para incrustar en muros.

Foto: Albert Armengol / Archivo ARCA

Parte superior de la fuente situada al final de la Rambla, reproducida a la derecha en una viñeta satírica de L’Esquella de la Torratxa de 1892.
Foto: Albert Armengol / Archivo ARCA

Conmocionado por los efectos de la posguerra, Wallace concibió también que el modelo mayor y más elegante sirviera como símbolo de hermandad de los habitantes del viejo continente. Se propuso “crear una cadena de amistad entre los pueblos, cuyos eslabones estarían representados por estas fuentes”4, y a tal fin encargó cientos de ejemplares para regalar a las principales ciudades europeas. El diseño gozó de un éxito notable, lo que propició que con los años el fabricante las comercializara y las distribuyera por muchas otras ciudades y países del mundo. Según esta misma versión, difundida por varios autores, fue el propio Wallace quien regaló a Barcelona doce unidades con ocasión de la Exposición Universal de 18885.

Por el contrario, la información que presentamos aquí prácticamente en exclusiva, fruto de la investigación que hemos llevado a cabo en archivos y publicaciones, sugiere que las fuentes llegaron a Barcelona por iniciativa del grupo inversor francés que en 1882 fundó en París la Société Générale des Eaux de Barcelone, conocida entre nosotros como Sociedad General de Aguas de Barcelona (SGAB).

La nueva empresa gestora del suministro pudiera haber sido, pues, la promotora e introductora de este modelo de fuente como reclamo publicitario y con un interés puramente comercial, con total independencia de las intenciones originales de Richard Wallace. Hay detalles que lo corroboran o al menos ponen en duda la versión legendaria y romántica más extendida.

Hasta el momento no se ha localizado ningún documento ni se tienen noticias de ningún acto protocolario de recepción de las fuentes por parte del Ayuntamiento, ni existe constancia ni registro en los libros de Actas Municipales desde 1884 hasta 1890 en los que se mencionen las fuentes. Tampoco tenemos constancia de que ninguna publicación ni periódico recogiese la noticia de la recepción o instalación de estas doce fuentes supuestamente regaladas a la ciudad. Algo que es de extrañar, pues un hecho así hubiera constituido un acontecimiento ciudadano de relevancia.

Por otra parte, también parece insólito que Wallace, con sus buenos deseos de fraternidad entre los pueblos y las naciones europeas, no realizase aquella donación a la capital del país, Madrid, o al menos de manera compartida a las dos ciudades más importantes de España.

Ejemplares personalizados

Hay que añadir también que los originales que se conservan en Barcelona, a diferencia de los de otras ciudades, están personalizados con el escudo local y una inscripción alusiva a la empresa suministradora. Como hemos explicado más arriba, durante los últimos años del siglo XIX se consolidó una red dual de abastecimiento, la de titularidad municipal y la privada. Esta última, aun siendo de reciente aparición, ya estaba casi exclusivamente en manos de la SGAB. ¡Qué poco delicado por parte de Wallace habría resultado hacer un regalo a una ciudad y poner en él el nombre de la empresa que en aquel momento le hacía la competencia al Ayuntamiento en el suministro de agua!

Por debajo del escudo y la inscripción, que aparecen repetidos en dos laterales de la fuente, se lee otro texto que, aunque ahora pueda parecer banal, no lo era en su momento: “Agua tomada directamente del contador”. Barcelona padeció a lo largo de aquel siglo varios episodios de enfermedades infecciosas, algunos de los cuales se atribuyeron a la contaminación del agua6. La información que se daba en estas fuentes, situadas en lugares estratégicos, de que el agua no provenía de depósitos sino de un contador –lo que ofrecía superiores garantías sanitarias– cabe interpretarla como una operación de marketing de la SGAB.

Desde el punto de vista de los técnicos y responsables políticos municipales, e incluso de la aceptación popular, hay que destacar también que, a finales del siglo XIX y principios del XX, el modelo Wallace era el último grito en fuentes urbanas, la fuente de moda llegada de París, donde la compañía tenía su sede. La capital francesa era por entonces la ciudad más importante de Europa y Barcelona se miraba en ella; durante muchos años todo lo que procedía de París tenía el éxito asegurado entre nosotros.

Sobre la fecha de su implantación no hemos encontrado ningún dato concreto, pero sí una viñeta satírica de L’Esquella de la Torratxa del 30 de septiembre de 1892 sobre la reciente instalación de una de las fuentes en la Rambla. Además de quedar clara la intención de criticar el suministro privado de agua, el tono de sorpresa del texto que acompaña a la viñeta sugiere que aquel ejemplar pudiera ser el primero que se vio en las calles de la ciudad. En todo caso, es indudable que al menos una fuente, esa, no llegó con ocasión de la Exposición Universal de 1888.

Notas

1. Martín Pascual, Manel. “La revolució de l’aigua”. En Guardia, M. (editor). La revolució de l’aigua a Barcelona. De la ciutat preindustrial a la metrópoli moderna, 1867-1967. Barcelona: Museo de Historia de Barcelona. Ayuntamiento de Barcelona, 2011. Pág. 70.

2. Con este nombre organizó el Museo de Historia de Barcelona una exposición en el Salón del Tinell en el año 2011.

3. Vicente Cascante, I. “Fuentes públicas urbanas, pozos y cisternas en los distintos países”. Hojas Selectas. Barcelona, 1912. Núm. 121, pág. 806-814.

4. Conillera i Vives, P. L’aigua de Montcada. L’abastament municipal d’aigua a Barcelona. Mil anys d’història. “Descobrir el medi urbà”, núm. 8. Barcelona: Instituto de Ecología Urbana de Barcelona. Ayuntamiento de Barcelona, 1991.

5. Varios autores han recogido esta versión. Pere Voltes, en el libro Historia del abastecimiento de agua de Barcelona, de 1967, es la referencia hallada más antigua.

6. Con respecto a este tema se puede consultar el cap. III, “Insalubritat urbana i necessitat d’aigua als anys vuitanta”, de Martín Pascual, J.M., en Aigua i societat a Barcelona entre les dues exposicions (1888-1929). Barcelona: Universitat Autònoma de Barcelona, 2007.

Una obra escultórica

Foto: Albert Armengol

Variante de la fuente Wallace denominada “de los niños”, también realizada en Francia y adquirida por el Ayuntamiento en 1875. Está situada en el paseo de Picasso, frente a la avenida del Marquès de l’Argentera.
Foto: Albert Armengol

En Barcelona solo quedan dos de las doce fuentes Wallace que se cree que llegaron, además de la también original de la sede social de Aigües de Barcelona, la variante conocida como “de los niños”, y algunas réplicas.

Sea cual sea el motivo de la llegada de la fuente Wallace a nuestra ciudad, cabe destacar que se trata de una obra escultórica por sí misma. Los ejemplares son de hierro fundido, construidos a base de piezas fabricadas en serie, y se realizaron en la fundición de la Val d’Osne. Miden 271 cm de alto y pesan 610 kg. Sobre una base octogonal, se sitúan cuatro cariátides que con manos y cabeza sostienen una cúpula rematada por cuatro peces con la cola entrelazada y la punta de una lanza. Las figuras representan la bondad, la simplicidad, la caridad y la sobriedad. Aunque a primera vista puedan parecer iguales, las esculturas muestran detalles que las distinguen, ya sea la posición de rodillas y pies, el modo de prenderse los vestidos al pecho o los peinados. La Simplicidad y la Sobriedad tienen los ojos cerrados; la Bondad y la Caridad, abiertos. Están realizadas con toda clase de detalles: solo hay que fijarse, por ejemplo, en los dedos de las manos y los pies, en los que se distinguen incluso las uñas.

Las figuras encarnan también las cuatro estaciones: la Simplicidad, la primavera; la Caridad, el verano; la Sobriedad, el otoño, y la Bondad, el invierno. El simbolismo está presente también en los laterales de la base. De los cuatro más amplios, dos presentan el escudo de la ciudad y varias leyendas, mientras que en los otros dos solo se aprecia el escudo. Los otros cuatro laterales, con apariencia de contrafuertes e iguales entre sí, tienen en la parte superior una concha de donde mana un rosario de perlas que, según textos franceses, representan el oído y la palabra. Estas cuatro caras incluyen también la inflorescencia femenina y hojas de anea o espadaña (Typha latifolia), que vive a orillas de los cursos calmos de agua dulce, en los charcos de los torrentes y en las balsas. La anea aparece como elemento simbólico en numerosos modelos de fuentes.

Además de su carácter artístico, otro elemento que singularizaba las fuentes Wallace originales era que para beber se precisaba un recipiente, pues el agua brotaba del centro de la cúpula, por su interior, y las cariátides impedían acercar la cabeza al chorro. Para recoger el agua se disponía de unos vasos atados con cadenillas a unos bucles formados por las trompas de unos elefantes dorados, visibles entre las bases de las cariátides. El sistema se descartó por poco higiénico y en su lugar, para poder beber, se añadió a la columna una pileta en forma de concha con surtidor.

Foto: Albert Armengol

Parte superior de la fuente del paseo de Gràcia con Gran Via.
Foto: Albert Armengol

Foto: Albert Armengol

Base de la fuente del paseo de Gràcia en la esquina de la Gran Via.
Foto: Albert Armengol

En Barcelona quedan solo dos de las doce fuentes que supuestamente llegaron, la situada en la rambla de Santa Mònica y la de la esquina del paseo de Gràcia con la Gran Via, frente al cine Comèdia. Las otras son imitaciones y réplicas sin calidad artística. Hay otra original en la sede de Aguas de Barcelona, en la calle del General Batet de Collblanc, la misma que durante años estuvo en los jardines de la anterior sede de la compañía, en la confluencia del paseo de Sant Joan y la calle de la Diputació.

La versión de los niños

Y también es posible encontrar una fuente original más, fabricada y firmada por la fundición francesa Antoine Durenne de la Val d’Osne. A primera vista podría confundirse con el modelo de las cariátides y, de hecho, también se la llama Wallace. La principal diferencia es que incluye a cuatro preadolescentes, dos niños y dos niñas, en lugar de las figuras femeninas. Los niños tienen el pelo corto y están prácticamente desnudos; solo un pliegue de ropa les tapa los genitales. Las niñas llevan una cinta que les recoge el pelo y una especie de túnica que deja los pechos al descubierto. La cúpula es muy diferente de la otra, y lo mismo la base, de forma circular, con una especie de contrafuertes y decorada con motivos vegetales, sin alusión alguna al mundo acuático. El grado de detalle y ornamentación es similar. De este modelo solo hay un ejemplar que durante muchos años estuvo en el parque de la Ciutadella y en 2009 se trasladó a su exterior, al paseo de Picasso, junto a la puerta del parque encarada con el paseo del Marquès de l’Argentera.

Foto: Albert Armengol

Detalle de la cúpula de la fuente “de los niños” del paseo de Picasso.
Foto: Albert Armengol

Según el catálogo digital del Museo Virtual de Arte Público del Ayuntamiento de Barcelona, la fuente de los niños se adquirió en 1875 y es posible que el diseño fuera obra también de Charles Lebourg, realizado por encargo de la fundición o a partir de un modelo descartado por Wallace.

Hay réplicas de la fuente Wallace en el cruce de la Gran Via con la calle de Marina, en la confluencia de la avenida Diagonal con las calles de València y Roger de Flor, y también en la Rambla, a la altura de la plaza Reial.

Las fuentes Wallace son piezas que ayudan a reforzar el carácter patrimonial del espacio público y nos ayudan a interpretar y leer el tiempo en el paisaje de la ciudad. Y a la vez nos hermanan con otras ciudades europeas y del mundo en las que palpitaba la modernidad a fines del siglo XIX y comienzos del XX.

Tres ciudades y tres fuentes características

La Serie Barcelona encarna el modelo de fuente más habitual en nuestras calles. Se comercializa con diferentes nombres relacionados con la ciudad y se ha convertido en un icono urbano.

Foto: Albert Armengol

Una fuente de la Serie Barcelona situada en la confluencia del paseo de Sant Joan y la calle de Casp; el modelo figura todavía en el catálogo de su fabricante, Benito Urban de Manlleu, con el nombre de Barcino.
Foto: Albert Armengol

La única capital europea que aventaja a Barcelona en número de fuentes es Roma, que supera las 1.900 unidades, pero con una población mayor. Su densidad de fuentes por cada mil habitantes es de 0,69. París, que tradicionalmente también tuvo y conserva muchas fuentes, dispone de unas 820 unidades, con una densidad de 0,36. En Barcelona hay una fuente por cada millar de personas.

Cada ciudad posee un modelo que singulariza el paisaje urbano. En Roma la fuente característica es la llamada Nasone, un ejemplar cilíndrico de hierro fundido de unos 120 cm de altura, que empezó a fabricarse masivamente durante la década de 1920 a partir de un modelo inicial de 1872. El nombre proviene de la forma del caño, que recuerda una nariz. Es de chorro continuo, sin grifo, y desagua directamente a la alcantarilla. Hay que destacar el orificio superior del caño: si se obtura con la mano la salida principal, el agua brota hacia arriba y así se puede beber con más comodidad. Las Nasone llevan un escudo con la sigla del gobierno de la antigua Roma, representativa aún de la ciudad, SPQR.

La Wallace es la fuente emblemática de París, también de hierro fundido, y fue diseñada y producida en 1872.

Foto: Wikimedia

Una vetusta Nasone de la Via Annia Faustina de Roma.
Foto: Wikimedia

Foto: Wikimedia

Un  ejemplar Wallace de la calle parisina de Polibeau.
Foto: Wikimedia

En cuanto a Barcelona, la fuente más característica y habitual es la perteneciente a la Serie Barcelona, comercializada por varios fabricantes con nombres diferentes, pero siempre relacionados con la ciudad: Barcino, Condal y Barcelona son algunas de las denominaciones usadas por las fundiciones que aún la tienen en catálogo con pequeñas variantes y elementos distintivos. Se trata también de un modelo de hierro fundido que se monta sobre una base de hierro u hormigón en la que se apoya la reja del desagüe y la columna con el grifo. La producción es seriada, a base de módulos y piezas independientes que se montan en el taller. El conjunto completo pesa unos 250 kg. Su característica principal –acaso la que le ha permitido sobrevivir en una ciudad que durante años se consideró la capital del diseño, con un espacio público hoy totalmente modernizado– es la robustez y la capacidad de incorporar, sin modificaciones, diferentes grifos con mecanismos de ahorro de agua. Es un modelo muy popular que se ha convertido en un icono urbano; prácticamente la mitad de las fuentes públicas de nuestras calles pertenecen a esta serie.