Acerca de Kiko Amat

Escritor

Un taxi llamado exceso

Taxi, Carlos Zanón

Taxi

Autor: Carlos Zanón

Ediciones Salamandra

Barcelona, 2017

364 páginas

Harry Crews decía que en literatura el talento no iba mal, pero que lo que importaba era el coraje. A Zanón le sobra. Habla de padres e hijos y abuelas, de Horta y El Guinardó, de la burguesía o de “la parte baja de la clase media”. En cuanto hinca el azadón en su zona y linaje, su talento brota como un géiser.

Taxi es la quinta novela de Carlos Zanón. Con ella ha cumplido una de las obligaciones fundamentales de todo autor, que es adentrarse en lo inexplorado. Zanón solía ser prudente: sus novelas eran discretas, perceptivas, normales solo en apariencia. Su género era (nominalmente) la novela negra, que narraba en una Barcelona proletaria sin los habituales clichés del género. El estilo era esquelético pero nada derivativo. Se cuidaba de eructar, rapear o dar voces. Entregaba lo que se esperaba de él.

Con Taxi todo eso ha cambiado. Se trata de un animal poco común: la buena novela excesiva. En literatura, por norma general, el exceso no conviene. La contención y el vigor lo son todo. Zanón ha ignorado esta receta. Se ha vuelto estridente, incontinente, desaforado. Incluso salaz. Taxi chilla, masculla, canturrea la Velvet, encadena citas y metáforas, se autocompadece y opina de lo lindo. La voz de Sandino, el adúltero y errabundo taxista, dañado pero noble, que conduce su taxi esquivando malandros y enamorándose de MILFs pijas, peripatético como Ulises, narcisista como Jagger, grandilocuente como Marinetti… Su voz, decía, borbotea incesante como la labia de un cocainómano a las cinco de la mañana. Al borde del llanto. Con un calentón.

Tal exuberancia sería desaconsejable en la mayoría de novelas. Y sin embargo, Zanón mantiene la suya a flote. ¿Cómo? Fácil: siendo muy bueno y teniendo mucho que decir. Sandino se contonea como una popstar prosopopéyica, pero la escritura posee la hondura, el bagaje y la consistencia de un viejo iceberg ártico. Taxi está lleno de ornamento, sí, pero no es delito, pues los cimientos son sólidos. Es como una canción del “muro de sonido” de Phil Spector: sobran violines y arpas, pero debajo hay excelencia. La decoración, en Taxi, no oculta la ausencia de energía o ideas. Un chillón abrigo de proxeneta sobre un bello traje a medida.

Taxi, Carlos Zanón

Foto: Vicente Zambrano

Harry Crews decía que en literatura el talento no iba mal, pero que lo que importaba era el coraje. A Zanón le sobra. Habla de padres e hijos y abuelas, de Horta y El Guinardó, de la burguesía (“la belleza y el éxito como normas y no como excepciones al feísmo de […] su barrio y su gente”) o de “la parte baja de la clase media” (“jamás iniciaron o evitaron guerras, pero han ido a todas y han perdido la mayoría y se han pasado de bando a la primera ocasión para comer caliente en casi todas. Ni épica ni galones”). En cuanto hinca el azadón en su zona y linaje, su talento brota como un géiser: “Recuerda cuando de chaval subía con sus colegas a este mismo cementerio. Cuando se dejaban caer a la cola del grupo María José y él para besarse entre las tumbas, magrearse, las manos bajo aquellos jerséis a veces hechos por abuelas o comprados en Marga en un tres por dos. Ese aroma a acné, cigarrillos, sexo y colonia de bebé, llevado y traído por una brisa como aquella, salada, espesa, de un estío que nunca era como uno imaginaba, dentro de una ciudad que no parecía haberlos tenido jamás muy en cuenta ni a ellos ni a sus padres”. Es el mejor Zanón.

¿Y qué hacemos con los elementos, digamos, alborotados, de la novela? Aceptarlos, me parece a mí. Taxi es un contrato. Como leer a los surrealistas: uno accede a topar con relojes derretidos y unicornios priápicos. En Taxi uno acepta el canalleo, el ligoteo, el rockismo y los raptos líricos, porque se incluyen en el paquete. Otros autores magníficos tienen estilos protuberantes, totalitarios (incluso, a ratos, molestos): David Gates, Mark Richard, el Céline de Muerte a crédito… Carlos Zanón es así, hoy. Ha escrito un libro imperfecto, muy suyo, que funciona y reverbera y emociona a pesar de los acoples. Taxi, de hecho, se parece al Sandinista! de The Clash que lo inspira: desearías que lo hubiesen dejado en doble, no triple, álbum; que hubiesen eliminado lo sobrante. Pero, por otro lado, jaleas el arrojo, la curiosidad, la aventura; el gozo y el pathos y la rabia que desprende. Y cuando lo terminas, se queda contigo. Quizás para siempre.