Acerca de Marià Marín i Torné

Cofundador de The Gaudí Research Institute con Pere-Jordi Figuerola y Manuel Medarde

Gaudí: poeta de la piedra, erizo del arte

© Pere Virgili
Gaudí elaboró el proyecto de la iglesia de la Colonia Güell con la idea de que tuviese el menor impacto ecológico posible y de que respetase y a la vez mimetizase los pinos de la zona, plantados por Joan Güell. En la imagen, el campanario y los ventanales con elementos de trencadís: los relieves de los distintos materiales potencian el juego de luces.

Desde su muerte, Gaudí ha generado mucha batalla de cenáculo, pugnas ideológicas y políticas antes que artísticas, al tiempo que buena parte de las vanguardias expresaban directamente fascinación por él. En este largo viaje en torno a su obra y a su personalidad creadora han surgido permanentes islas de salvación, aunque siempre envueltas en tormentas de polémica.

Las investigaciones realizadas a partir de cientos de piezas y objetos y miles de documentos inéditos permiten un nuevo relato sobre Gaudí. Este dossier se dedica a quienes han entendido su magnitud y han preservado su memoria para los que la quisieran reencontrar, en especial a Manuel Medarde, maestro y amigo, y a aquel anónimo coetáneo de Gaudí que vio en él a un poeta de la piedra.

El legado de un creador, inventor e innovador

La nueva investigación ha revelado a un Gaudí pionero, adelantado a su tiempo e innovador en procesos de trabajo, aparte de creador de las nuevas formas que ya conocemos. El arquitecto nos aporta un legado aplicable en múltiples disciplinas.

© Pere Virgili
Gaudí elaboró el proyecto de la iglesia de la Colonia Güell con la idea de que tuviese el menor impacto ecológico posible y de que respetase y a la vez mimetizase los pinos de la zona, plantados por Joan Güell. En la imagen, columnas que imitan el tronco y las ramas de un árbol.

En el Museo Diocesano de Barcelona se conserva el libro de firmas de pésame por la muerte de Gaudí. Es un pliego considerable, prueba documental de la fama del arquitecto y de la resonancia de su fallecimiento. En él hallamos los nombres de personalidades políticas y culturales junto a un número ingente de personas no identificadas. De entre estas, que son la mayoría –señal de cómo el pueblo quería a Gaudí–, me llamó la atención un nombre en particular.

No era “nadie”. Ya me entienden, quiero decir que no era ninguna autoridad, nadie conocido. Conmocionado por la tragedia y consciente de lo que aquella pérdida significaba, tomó una hoja de papel para expresar en ella su dolor y su admiración. Es un texto precioso, de tono mesurado y relativamente largo. Lo debió de pensar bien, porque no hay arrepentimientos ni tachaduras, y lo concluyó con un símil genial: “Si Verdaguer era el Arquitecto de las Letras, Gaudí era el Poeta de la Arquitectura”. El hombre debía de ir a la capilla ardiente con su papel y se encontró con que ya había un libro oficial de pésame, de modo que tomó unos alfileres y lo prendió justo en la hoja opuesta a la que ostenta las firmas de grandes nombres de la política, del arte y de la sociedad. El libro se exhibe abierto por esa página.

Impresiona la cantidad y la contundencia escrita de la expresión de duelo colectivo. Para los autores de las innumerables cartas, telegramas y artículos periodísticos, había muerto un santo, un genio y un patriota, el Arquitecto de Dios y del Universo, el Dante de la Arquitectura. Así de claro, así de rotundo, así de compartido. Pero el nombre de Gaudí cayó inmediatamente en una etapa prolongada de olvido y hasta de menosprecio. Paradójicamente, casi tres cuartos de siglo después se convertiría en uno de los iconos más originales de Barcelona y de la historia del arte.

Desde que murió (en 1926) y hasta hoy, Gaudí ha generado mucha batalla de cenáculo. Han sido pugnas ideológicas y políticas antes que artísticas, al tiempo que buena parte de las vanguardias históricas y las de segunda y tercera generación han expresado directamente fascinación por su figura. Tal ha sido desde Walter Gropius y Le Corbusier hasta Miró o Perejaume, traspasando antípodas electivas tan distantes como las de Tàpies y Dalí, que reivindicaba “las formas orgánicas, terroríficas y comestibles, de esencia sagrada”. Un caso curioso: en 1927, Herman G. Scheffauer, periodista del New York Times Magazine, afirmaba que Barcelona era “la ciudad más fantástica del mundo” por el carácter innovador y creativo del nuevo arte de Cataluña, cuyo máximo representante era Gaudí, autor de la Sagrada Familia, “obra […] naturalista y geométrica, con sorprendentes torres-campanarios que semejan botellas de vino en forma de espiral’”.

Factura

© Pere Virgili
Gaudí verificaba todas las facturas junto con sus encargados y ayudantes, y las firmaba personalmente. En esta de un proveedor de material de cerrajería, se aprecia su firma abajo a la derecha.

Más paradojas aparentes: pese a los altibajos, siempre ha pervivido un aprecio de la sociedad por la obra de Gaudí, que ha considerado sus formas como propias hasta que el canibalismo económico del turismo se las ha arrebatado, en un proceso de expropiación pública de su uso ciudadano. Proceso continuamente acelerado de reducción de Gaudí a un activo económico, más relacionado con la gaudimanía, el merchandising y la aportación turística al PIB que con la cultura y el uso civil. El Hospital de Sant Pau y el Park Güell serían ejemplos recientes del fenómeno, junto con la pérdida del sentido expiatorio y de limosna de la Sagrada Familia. Es algo que hay que debatir.

En este largo viaje de idas y venidas, pérdidas y reivindicaciones, se han erigido permanentes islas de salvación, investigación y preservación de Gaudí, siempre rodeadas, no obstante, de tormentas de polémica:

—La continuidad pétrea, de obra y de voluntad, de la Sagrada Familia. Siempre resistente al embate de numerosas campañas de desprestigio y de insulto, gracias al poder moral que le otorga el relevo mantenido de las fuentes y sus valores (Ràfols, Matamala, Jujol, Martinell, Puig Boada, Bonet Garí…).

—Los cuatro gatos como Garrut y Bassegoda que, a menudo desde los márgenes, salvaban y estudiaban piezas, obras y documentación, y se afanaban por proteger las palabras pétreas e interpretativas de Gaudí, muy a menudo en contacto con la investigación y la aplicación de la vanguardia internacional (de Frei Otto a Collins), mientras aquí dormitábamos. Mención especial a la humilde pero persistente labor de los Amigos de Gaudí.

—Una serie de intelectuales que, más allá de los círculos gaudinistas, vieron su valía y batallaron contra el escandaloso vacío. Destaca con luz propia la visión innovadora, profética y combativa de Juan Eduardo Cirlot.

— Y, de modo especial, una multitud anónima que ha sido la salvaguardia del recuerdo y de pruebas materiales y documentales capaces de revolucionar el conocimiento del genio. De entre todos, quiero destacar a la gente de la Colonia Güell y a los trabajadores y colaboradores de Gaudí, que Manuel Medarde ha conocido, estudiado y apreciado. Maestro del método científico de investigación, Medarde ha sabido unir el estudio directo de las obras de Gaudí, multidisciplinar y sin apriorismos, con el de las fuentes y los documentos, y todo ello con la antropología de campo aplicada a los que conocieron al maestro y trabajaron con él. Este método de investigación le ha permitido recuperar centenares de piezas y objetos y, sobre todo, 5.800 documentos inéditos firmados por el propio Gaudí.

Los frutos de esta investigación son tan sabrosos que ya podemos (re)escribir auténtica y documentalmente un nuevo relato sobre Gaudí, reafirmando aquí, matizando allá y desmintiendo donde sea necesario. Junto con un retorno a las fuentes documentales primigenias (Ràfols, Matamala, Puig Boada…), el nuevo conocimiento obliga a repetir el estudio directo de las obras desde novísimas perspectivas y situar a Gaudí en el lugar que le corresponde desde un punto de vista académico. El primer paso: publicar. El segundo: exponer. El tercero: llenar vacíos incomprensibles, como el de cátedras de Gaudí.

Pero hay más: aspectos insospechados, sorprendentes. La investigación, en un giro inesperado, se ha convertido en semilla e impulso para la innovación actual. Hemos descubierto a un Gaudí pionero, adelantado a su tiempo, innovador en procesos de trabajo, aparte de creador de las nuevas formas arquitectónicas que ya conocemos. Un creador-inventor-innovador que, más allá de la etiqueta de arquitecto, y desde la inimitabilidad de su estilo, nos aporta un legado aplicable hoy en día a múltiples disciplinas, desde el diseño ergonómico hasta la gestión empresarial.

… Y es que Gaudí es complejo, muy complejo

Gaudí se paseó entre la arquitectura y la acción social, recorriendo todos los campos y los caminos del arte, la ciencia y la gestión. Por la química, la tridimensionalidad y la fotografía de alta resolución, la cromatología y la iluminación como practicidad y símbolo. Por el cine, el cooperativismo social, la educación, el feminismo, el cristianismo y el anarquismo. Por el mundo de las corporaciones y los negocios, dando él mismo los primeros pasos del coworking, el codesign, el networking y las técnicas just-in-time. Por la higiene y la seguridad en el trabajo. Por el dominio del oficio y la incorporación del diseño. Por la cerámica y la ebanistería. Por la invención de lo que necesitaba y quería y por la admiración hacia Edison, modelo y guía. Por la ecología como pensamiento y fundamento, por la eficiencia energética como voluntad y necesidad, y por el naturalismo, el reciclaje y la sostenibilidad. Por eso tan moderno de la ingeniería como cooperadora necesaria de la arquitectura, por la física constructiva, la geometría, el cálculo y el modelismo previo a los planos. Por la gastronomía, la salud y el deporte en las funciones de la praxis del arquitecto. Por la música y la acústica de los objetos y del espacio. Por la liturgia y el uso social en la concepción arquitectónica. Por el urbanismo y el paisajismo. Por el I+D+i como método de trabajo…

Todo eso es Gaudí, de todo se preocupó, todo lo estudió y trabajó con equipos ad hoc, en una combinación magistral de equipos fijos y flexibles, siempre interdisciplinarios. Todo lo que fuera conveniente o necesario lo aplicó a su obra y, si no existía, se lo inventaba, ya fuera pieza, material, técnica o método. En Gaudí todo encaja y todo tiene sentido: no hay lugar para la improvisación ni la futilidad. Obra y pensamiento, funcionalidad técnica y humana son las tramas y las urdimbres que, si las deshaces, pierdes el tejido y entonces, entre las manos, te queda solo una maraña de hilos inexplicable.

Es como un rompecabezas: aparentemente las piezas son incomprensibles y se presentan aisladas, y algunas incluso parece que sobran. La clave que nos facilita su imagen global, clara y definida, es el método que creó. Ahí radica la genialidad inventiva del maestro y la única manera de entender su estilo, del que ya en su tiempo decían que era tan “raro” y “original” que resultaba incomprensible. Etsuro Sotoo me decía hace años que Gaudí “realizó una aportación tan inmensa que en su época no era posible entenderlo. Quizá en el siglo xxi…”

“El viento las abate y nunca más se habla de ellas”

© Pere Virgili
Fragmento de vitral de la iglesia de la Colonia Güell visto desde el interior. Gaudí estudia a fondo los métodos de coloración del vidrio y la orientación de las aberturas para aprovechar de modo creativo las variaciones de la luz solar.

La frase con que Gaudí comparaba los robles, dotados de una fuerza ganada a base de años, y las cañas, de crecimiento rápido pero de fragilidad extrema, expresa muy bien su pensamiento.

Una de las lagunas más manifiestas y al mismo tiempo más apasionantes es la falta de una cartografía precisa del imaginario de Gaudí, de su universo físico, intelectual, cultural, social y espiritual en relación con su personalidad y con su creatividad. Sostenía Isaiah Berlin en El erizo y la zorra que el interés hacia un artista no reside tanto en el análisis formal de sus obras como en identificar de qué modo se consignan en él las ideas, convertidas en mentalidades, concepciones, intereses, ideales y sistemas de valor. Esta es, pues, la perspectiva que corresponde a Gaudí. Su fuerza surge de una tríada históricamente polémica: era un artista genial (es decir, rotundamente personal), radical (completamente libre, situado al margen de modas y vanguardias, a pesar de que fue su precedente en algunos aspectos) y con un componente espiritual fundamentador.

“El viento las abate y no se habla nunca más de ellas”. Esta frase de Gaudí en la que compara la fuerza de los robles, ganada con los años, con la debilidad de las cañas, de crecimiento rápido pero de una fragilidad extrema, expresa muy bien el pensamiento y la espiritualidad del artista, como si de un nuevo Pascal se tratase. Gaudí conocía, pues, la importancia de aquello a lo que destinaba vida y obra. Era un erizo, según la división de los caracteres humanos entre erizos y zorros que hizo Berlin en el texto citado. Por eso lo llamaban el Dante de la Arquitectura, otro erizo insigne.

Gaudí crea vínculos de identificación entre el arte, la sociedad, la naturaleza, la belleza y Dios. Es un hombre no mutilado, en palabras suyas, porque no renuncia a ninguna de sus potencialidades (cuerpo, inteligencia y sentido trascendente), y de esta fuerza interior extrae la genialidad creativa y las ideas sobre la justicia social, el obrerismo, la cultura, el nacionalismo, la pobreza, la gente, los amigos.

Espíritu analítico y de síntesis como fruto de la observación y del estudio de la naturaleza, dominio técnico, uso prodigioso de la imaginación y de la creatividad original, y la espiritualidad como motor: estos son algunos de los rasgos de Gaudí que ligan con las ideas en boga: para Jaspers (1922), como antes para Kandinski (De lo espiritual en el arte, 1911), la práctica artística es la posibilidad de la visión del absoluto mediante las formas finitas, materiales, desde la autenticidad. De ahí el “retorno al origen” de Gaudí para ser original. De ahí “el árbol que veo desde el taller es mi maestro”. De ahí la mirada a la naturaleza para encontrar en ella las formas y las estructuras, las materias y el sentido. De aquí su batallar hasta encontrar la fórmula del Azul Barcelona, que es, según decía, el del cielo de la ciudad una mañana de primavera o de otoño tras soplar la tramuntana.“La belleza es el resplandor de la verdad”. La naturaleza, obra de Dios, es, por lo tanto, perfecta y bella. Por eso el arte es entendido como la colaboración personal con la creación y todo es matéricamente simbólico. Por eso la obra de Gaudí exige contemplación, reflexión y estudio. Por eso se consagra a la Sagrada Família: de 48 años de trabajo, le dedica 44, de ellos 12 en exclusiva. Por eso era una “misión personal”, como apunta Josep M. Tarragona.

La fascinación de las vanguardias

Mompou, compositor de acorde metálico y música callada, decía a los autores de moda: “Quizá mi música guste cuando pase la vuestra”. Vanguardista de vía propia como Gaudí, es ahora cuando los entendemos.

Se establecen relaciones de paradoja entre algunos artistas de vanguardia y Gaudí. Por una parte, lo encuentran innovador, genial, de capacidad creativa casi infinita. Por otra parte, lo ven demasiado ligado a la tradición, el artesanado, la naturaleza, la religión. Le Corbusier admiraba su concepción espacial y su estética matérica, Miró lo homenajeaba por su creatividad telúrica, el Dalí más mordaz lo recuperaba para la historia del arte. Intuyeron su genialidad Walter Gropius, Mies van der Rohe y Lloyd Wright. Coincide en el sentido espiritual y social del arte con sus coetáneos Kandinski, Malévich y Van Gogh, y precede a expresionistas abstractos americanos, como Rothko, en la búsqueda del absoluto.

Gaudí era un adelantado cuando teorizaba sobre la línea recta y la curva, antes de Kandinski y la Bauhaus. También lo fue en el ámbito estricto del modernismo: la Casa Vicens se acabó en 1888, mientras que la Casa Tassel, del belga Victor Horta, considerada la primera casa modernista, se finalizó en 1893. Picasso callaba sobre el arquitecto o respondía con agresividad cuando se le preguntaba al respecto, quizá porque fue el único a quien no pudo superar, según se cuenta que confesó a Miró, o porque con el trencadís lo adelantó en la idea del cubismo…

Fragmento de vitral de la iglesia de la Colonia Güell visto desde el interior. Gaudí estudia a fondo los métodos de coloración del vidrio y la orientación de las aberturas para aprovechar de modo creativo las variaciones de la luz solar.

Las bases de una nueva arquitectura

No hay nada nuevo sin investigación, asunción de riesgos y trabajo en equipo. Gaudí lo sabía y se convirtió en gerente de su proyecto artístico. Su actitud era la misma de Einstein, Planck o Higgs.

© Pere Virgili
Las cuatro columnas que sostienen el techo de la cripta de la Colonia Güell, que simbolizan a los cuatro evangelistas, están realizadas con piezas de basalto de Castellfollit de la Roca unidas con plomo. Gaudí emplea siempre materiales locales o de áreas cercanas, lo que ahora llamaríamos “productos de proximidad”. La cripta es la primera construcción en que aprovecha la resistencia de las estructuras parabólicas.

El fruto de la reciente investigación sobre la obra de Gaudí lo podemos resumir en cuatro puntos. El primero indica que el objetivo de Gaudí era crear una nueva arquitectura; por eso resulta original, revolucionario y, cien años después, inspiración de la arquitectura y la ingeniería actuales. En segundo lugar, la investigación establece que lo que había aprendido no le servía: tenía que inventar desde los métodos y procesos hasta los utensilios. Su obrador es un laboratorio, donde nacen innovaciones e inventos. En tercer lugar, no puede abarcar su objetivo solo; necesita un equipo, una mirada interdisciplinaria, y se anticipa así a la concepción moderna de gestión de equipos mixtos. Y, por último, la investigación concluye que el socio inversor y culto que lo hace materialmente posible es su amigo: Eusebi Güell.

No hay nada nuevo sin investigación, riesgo, innovación y trabajo en equipo. Gaudí lo sabe y se convierte en el gerente de este proyecto. “¿Le damos el título a un genio o a un loco?”, se preguntaba el presidente del tribunal de la Escuela de Arquitectura ante un joven Gaudí que afirmaba: “No hay ningún motivo para no hacer algo sólo porque nadie lo ha probado antes”. La misma frase y la misma actitud de Einstein, Planck y Higgs. Veamos sus principales aportaciones.

Padre de las estructuras ligeras

Gaudí introduce el uso constructivo de las formas alabeadas regladas (paraboloides, hiperboloides, paraboloides hiperbólicos, conoides, elipsoides y helicoides). Nunca antes utilizadas, permiten estructuras y aberturas más amplias, altas y diáfanas, sin soportes externos ni añadidos, lo que les aporta más luz, funcional y simbólica. Además, con estas formas se gana estabilidad mecánica, se ahorra material y se construye más deprisa. De ahí que Gaudí sea considerado el padre de las construcciones a base de estructuras ligeras, típicas de los pabellones deportivos, los salones de congresos, las estaciones de tren y cualquier edificio que tenga que albergar multitudes.

Gaudí crea formas funcionales a partir de la geometría (“Lo calculo todo, soy un geómetra”, decía), como las columnas inclinadas y las de doble giro, o las maclas, al mismo tiempo funcionales y decorativas. Estructura, forma y función se funden. La razón geométrica las describe y las traduce en parámetros; Jordi Bonet, durante años arquitecto coordinador de la Sagrada Família, afirma: “Si se sigue con rigor la línea de desarrollo de las ideas y de la geometría y las formas estructurales que Gaudí utilizaba, casi de forma indudable se llega a la solución que Gaudí ya había resuelto o a la que sin duda iba a llegar”. Gaudí se anticipa, desde las curvas, al racionalismo y a la arquitectura contemporánea, que encuentra en él razones de resolución.

Otras aportaciones a la nueva arquitectura son el uso de procesos y materiales constructivos inauditos, como un sistema de andamios más seguros y eficaces, sencillos de montar, con menos material y, además, reciclable, ya que los tablones –de maderas diversas– se reaprovechaban después para la construcción de puertas, marcos, etc.; el comienzo de un edificio por la fachada o sin paredes maestras, avanzándose a la arquitectura modulable y diáfana, y la invención del trencadís, genial aplicación adaptable al recubrimiento de fachadas alabeadas, resistente, fácil de limpiar y que cumple funciones de reciclaje, decoración y recubrimiento a la vez.

Gaudí comparte el espíritu de sus colegas modernistas en el uso de técnicas y materiales novedosos, como el hormigón armado, el hierro y la electricidad, pero los lleva más allá gracias a la investigación creativa y a la aplicación a las nuevas formas regladas, en una fusión entre estructura, belleza y funcionalidad, y en una línea estética que después defendería Le Corbusier. Así se convierte en pionero, entre otros, del expresionismo, del brutalismo, de la arquitectura orgánica y eficiente y del reciclaje.

El método de trabajo

Al método de trabajo de Gaudí hoy lo llamamos coworking y codesign, es decir, trabajo en equipo y multidisciplinar, fundamentado en la investigación y en la innovación, tanto sobre sistemas como sobre estructuras, materiales o formas de trabajar, en una clara apuesta por la ciencia. Para la época, este punto resulta extraordinario.

Gaudí rehusaba absolutamente la improvisación –decían de él que era un “puñetitas meticuloso”. El arquitecto, al mismo tiempo artista y gerente, adopta la planificación y la ejecución gerencial y empresarial. La prueba de ello: los millares de documentos firmados por Gaudí que valoran tanto el coste de la obra como su planificación. El ejemplo: casi medio siglo antes de que lo inventaran los japoneses y de que se enseñara en las escuelas de negocios, Gaudí aplica el just-in-time a la gestión de los pedidos, las reservas almacenadas y los ritmos de ejecución de la obra, con el objetivo de conseguir la eficiencia en la obra y la eficacia económica. Todo está perfectamente planificado y documentado.

El método de Gaudí permite inventar, cuando son inexistentes, la tecnología, las herramientas y los materiales necesarios, tal como hacen hoy en día las empresas que apuestan por el I+D+i. Y, cuando algo ya existe, se reaprovecha. Serían ejemplos paradigmáticos de ello los siguientes:

—La maqueta polifunicular, como sistema para representar y calcular las cargas de fuerza de un edificio de manera estructural, a escala y en tres dimensiones, antes de trazar los planos, como llevan a cabo buena parte de los despachos de arquitectura actuales. Se trataba de un prototipo de Autocad que combinaba con fotos múltiples de alta resolución, obtenidas por la manipulación de la fórmula química del flash, que aplicadas a un visor proporcionaban una imagen tridimensional y permitían, por ejemplo, apreciar el impacto urbanístico de un edificio antes de construirlo. En el Politécnico de Moscú explican que cuesta entender que Gaudí pudiera desarrollar, solo con unas maquetas, unos cálculos que ahora se realizan con supercomputadoras. Por su parte, Arnold Walz estudia a Gaudí a la hora de desarrollar procesamientos geométricos en 3D para el diseño arquitectónico.

© Vicens Vilarrubias
Maqueta polifunicular –a base de cordeles o cadenas– invertida de la iglesia de la Colonia Güell, un sistema para el cálculo de fuerzas que inauguró la revolución arquitectónica gaudiniana.

—El invento de la tricromía. Combinando datos de observación astronómica, de la insolación anual y de la física óptica, Gaudí obtiene luz natural de múltiples tonalidades con la superposición de tres vidrios plaqué tratados con los colores primarios. Cubría los vidrios con plantillas que dejaban unas zonas libres y otras preservadas. Vertía ácido fluorhídrico líquido, que rebajaba el tono de color en las zonas libres hasta alcanzar el grado requerido. La forma atrompetada de las ventanas permitía captar la cantidad de luz deseada. Conseguía, así, los efectos de color, luminosidad y reverberación que buscaba para cada lugar y cada momento del día. De hecho, para Gaudí, la luz y el color eran elementos fundamentales para otorgar a la arquitectura un valor simbólico de vida y de belleza.

© Pere Virgili
Verjas realizadas con piezas aprovechadas de las selfactinas (máquinas de hilar automáticas) de la fábrica textil de la Colonia Güell.

—El reciclaje. Gaudí gasta cuando tiene que gastar y ahorra cuando tiene que ahorrar. Aprovecha una pata de silla para sustituir el mango roto de una maza a la vez que se hace traer bombillas eléctricas desde los Estados Unidos o compases de precisión Kern desde Suiza. Es un maestro alucinante del reciclaje, precursor radical del Arte Povera. Recicla siempre que la reutilización tenga una razón operativa, práctica y, además, artística. Así, recupera los desechos de las tejerías y fundiciones para construir los muros dúctiles, ligeros y térmicos de la iglesia de la Colonia Güell; y las maderas de las cajas de embalar de los telares y los flejes de acero de las balas de algodón de la fábrica vecina –un auténtico producto de proximidad, con unos costes de transporte igual a cero– para elaborar unos bancos preciosos y mecánicamente ultrarresistentes, tanto por los materiales como porque el travesaño inferior es parabólico (quizá es el primer lugar donde prueba esta forma). Realmente barato, un objeto que hoy consigue una valoración en subasta de 370.000 euros.

© Vicens Vilarrubias
La cripta de la Colonia Güell en construcción, en 1910. El arquitecto inventa un sistema de andamios económico, basado en el reciclaje de los materiales, eficaz y de montaje sencillo.

Colaboradores y aprendices

Gaudí no tenía discípulos, sino colaboradores y aprendices. Por eso no creó escuela. Trabajaba en equipo para inventar, no para reproducir. Quería lo mejor de cada oficio para cada tarea. El trabajo era colaborativo y Gaudí repetía que había que escuchar y preguntar a quien más sabía, empezando por el albañil y el carpintero de cada lugar. Seguramente fue el primer coarquitecto de la historia. “Si tengo una idea –decía–, Jujol o Cudós ya le sabrán encontrar el color”. Si buscan en el Park Güell, solo encontrarán una firma, y no es en absoluto la de Gaudí.

Más aún. Si había que inventar el modo de conseguir luz de colores a partir de la insolación –un punto en el que fracasó el diseñador neoyorquino Tiffany–, se tenían que buscar especialistas fuera del ámbito constructivo: físicos, astrónomos, ópticos, químicos, músicos, dinamiteros…, y trabajar científicamente. Que sepamos, Gaudí es de los primeros en usar/crear un laboratorio de ensayos para probar materiales. Lo llevó a cabo en la Universidad Industrial de Cataluña. Cada material –como es el caso de las 47 maderas que hemos identificado en la Colonia Güell– era estudiado y escogido en función de la ductilidad, la resistencia, la funcionalidad, el uso, la belleza y el emplazamiento.

Dibujo del propio Gaudí correspondiente a los estudios previos del proyecto.

Objetivo, misión y contexto

Gaudí se propone como objetivo crear un arte racional, al servicio de las personas (por eso decía que, para elaborar una obra, primero se requiere amor y después, técnica). Un arte, por lo tanto, que sea funcional y a la vez dotado de vida, repleto de color y de movimiento, inspirado en las soluciones, las formas y los colores presentes en la naturaleza, que es perfecta y de la que derivan valores de belleza, humanización, eficiencia, ergonomía, utilidad y reciclaje.

Dos ejemplos curiosos de lo último: el asiento hecho a medida de las nalgas de una dama, a quien sentó sobre el yeso fresco para obtener el molde, y el diseño de la caja por la que corre, entre cuatro cilindros, la cuerda de una matraca (rueda de percusión de madera), que fabricó pensando en un campanero zurdo. ¿Quieren más ergonomía?

Simbolismo y belleza constituyen su misión; realizar unas obras que alcancen el ideal de belleza, entendida como resplandor de la verdad. De ahí el uso de los materiales del lugar, el empleo masivo de materiales reciclados e incluso de desecho, la integración o la referencia a la naturaleza (la cripta en medio del bosque o las columnas arbóreas), la escala humana o del entorno (la altura de la Sagrada Familia, por debajo del punto más alto de Montjuïc) y la simbología (de tradición clásica, histórica o popular).

El ejemplo más bonito quizá lo aportan las columnas inclinadas de basalto de la cripta de la Colonia Güell. Pere Viñas, el aprendiz, le confiesa: “No me gustan, son bastas, agrietadas y no las entiendo”. A Gaudí le complace su interés y le explica la función estructural de la columna inclinada –como de bastón en que se apoya una persona–, y le lee el pasaje del “Éxodo” en que Dios pide a Moisés que no profane la piedra trabajándola para construirle un templo.

De todo esto no sabríamos nada, o solo haríamos elucubraciones al respecto, si Manuel Medarde no hubiera efectuado investigación antropológica, localizado a los trabajadores de Gaudí y a sus descendientes y recuperado un tesoro escondido: el diario de uno de sus aprendices, que explica punto por punto el día a día del maestro, cómo pensaba, trabajaba y por qué hacía lo que hacía. Emocionante.

© Pere Virgili
Maqueta a escala 1:25 de la nave superior de la iglesia de la Colonia Güell, que Gaudí no pudo acabar, realizada por la Cátedra de la Historia de la Construcción y Patrimonio Arquitectónico de la Universidad de Innsbruck.

En su arte se integran de manera absoluta la tradición, la actualidad y la inventiva de vanguardia, la conciencia nacional catalana, la preocupación social y el anhelo religioso. Un caso que lo resume: el uso de la bóveda de ladrillo plano. Heredada de la tradición popular, Gaudí ve en ella unas posibilidades funcionales extraordinarias (espacios más amplios, abertura de luz cenital, etc.) en combinación con las formas regladas que inventa. Los artistas son aquellos que saben captar lo que les rodea y convertirlo en algo nuevo. De la arquitectura neoyorquina de Guastavino a los estadios olímpicos de Otto en Múnich y de Candela en México, hasta el recentísimo Centro Nacional de Convenciones de Qatar, de Isozaki, las formas regladas, arbóreas y de tradición catalana son reconocibles, identificables y confesadas. Es Isozaki quien cree que Gaudí produjo tanta modernidad con ellas que rompió los límites formales de la arquitectura conocida.

De la Colonia a la Sagrada Familia

Gaudí desarrolló toda la investigación en el obrador de la Colonia Güell, y después en el de la Sagrada Familia. Un auténtico laboratorio a imitación del estudio Black Maria de Edison; un emplazamiento de lujo donde Güell le decía que estaba encantado con todo lo que realizaba y no le importaba lo que hiciera, tardara o gastara. El sueño de todo artista. La Colonia era, en palabras de Gaudí, el espacio de investigación para probar todo lo que imaginaba: “Sin las pruebas que llevé a cabo en la Colonia no me habría atrevido a aplicarlo a la Sagrada Familia”. Allí ingenió el grueso de sus innovaciones revolucionarias, del diseño a la realidad construida: la maqueta polifunicular, el pilar inclinado que sigue la dirección de empuje, la estructura arbórea, la pared de superficie plegada de formas parabólicas…

La Colonia Güell es, además, atípica, un triple modelo de revolución artística, arquitectónica y científica, por una parte; de innovación técnico-fabril, en segundo lugar, y también de revolución social y cultural (Xavier Melgarejo, experto en educación, ha escrito: “Buscaba un modelo de éxito educativo en Finlandia y resulta que lo tenía, desde hace cien años, justo aquí al lado”).

Los objetivos siempre son, primero, prácticos y sociales: en la Sagrada Família, como el cliente no tiene prisa, lo primero que construye es la escuela para los niños y las niñas de los obreros, ese edificio humilde de ladrillo perfilado por los conoides que maravillaron a Le Corbusier. En la Colonia, la fábrica, las casas, la escuela, el ateneo…, todo lo necesario fue lo primero. Y cuando Gaudí ya ha levantado las casas de los hombres, diseña la casa de Dios, la obra que inaugura la nueva arquitectura, desarrollada cuando no tiene prisa ni presión y puede ser artista en plenitud.

Agárrense fuerte: la revolución de la historia de la arquitectura, que nace con esa calculadora avant la lettre que es la maqueta polifunicular, la emprende con un equipo inaudito: un albañil, un aprendiz adolescente y un ingeniero. Este le servirá para descubrir el modo de efectuar unos cálculos que nunca antes se habían planteado (hoy es habitual el equipo ingeniero-arquitecto, pero no tenemos constancia de él antes de Gaudí); el otro será un aprendiz eficaz y, por edad, un provocador educado que preguntará el porqué de aquello tan extraño y nuevo cuando nadie se atreve a hacerlo. Y el albañil, porque en las manos lleva, por transmisión de la experiencia, toda la tradición constructiva que funciona.

© Pere Virgili
Muestra de escoria de fundición y de ladrillos requemados aprovechados en la fachada de la iglesia.

Seguridad, higiene y salud

No me extrañó mucho que los primeros interesados en los resultados de la investigación fueran empresarios y profesionales, antes que historiadores y arquitectos. Di una conferencia y, al acabar, se me acercó un hombre y me explicó que se dedicaba a la emisión de certificados ISO de calidad e higiene laboral. “¡Usted me acaba de explicar que mi trabajo ya lo hacía Gaudí!”, me dijo. Pues sí, Gaudí instauró normas de seguridad, de calidad y de higiene cuando el sector estaba huérfano de ellas. Y era duro si no se cumplían.

Algunos ejemplos de lo anterior: Gaudí establece que en la fábrica textil de la Colonia Güell las mujeres trabajen sentadas y no de pie para evitar lesiones de columna, y que lleven una red que les recoja el pelo para evitar que se les enganche en las máquinas, un accidente habitual en aquel entonces. En la obra hace regar el suelo para evitar que se levante polvo, interrumpe la jornada laboral con pausas para comer y obliga a lavarse. Da consejos sobre caminar y tomar el sol, sobre alimentación y sobre la medicina natural de Kneipp, e invita a la práctica del deporte (por eso uno de los equipamientos de la Colonia fue… un campo de fútbol).

© Pere Virgili
Detalle de un banco tallado a mano con criterios ergonómicos.

Aire, agua, luz, color y sonido

Dotar un edificio de luz es relativamente fácil para un arquitecto. Más para él, que aplicaba las formas regladas. Sin embargo, ¿cómo se le confiere vida y movimiento a un edificio, que, por definición, es algo estático y pesado? En ellos Gaudí recrea la naturaleza porque es movimiento, expresión de vida. Lo consigue con la combinación de materiales y de sus irregularidades, con la orientación del edificio, con las formas curvas, con el tratamiento óptico del color y la integración natural, etc. Sus edificios se convierten en cambiantes, a veces volátiles, porque en ellos se difuminan los límites constructivos cuando la luz y el cambio de colores modelan los espacios.

Más física constructiva: gracias a la elección de materiales, en los sistemas de ventilación (como el proporcionado por las falsas columnas, que son, de hecho, chimeneas que por efecto Venturi absorben y renuevan el aire, formando una especie de aire acondicionado natural y sin coste energético) y en los de drenaje (fosos, suelos elevados, túneles de ventilación, recogidas de agua que, a su vez, se aprovecha para regar, etc.), Gaudí consigue regular la variabilidad térmica y el grado de humedad entre el interior y el exterior (solo consideren el ahorro en calefacción que esto permite). Esta combinación de ventilación, drenaje, iluminación natural y elección de materiales conforma un auténtico sistema de sostenibilidad ecológica y de eficiencia energética.

El uso de las fuerzas naturales, gracias al estudio de la física aplicada a la construcción, se añade a la investigación edisoniana de la electricidad, en plena expansión comercial en aquel momento. Ejemplos que abren horizontes: Gaudí diseñó una sala de cine, teniendo en cuenta la luz, la transmisión del sonido y la música en directo (en ningún edificio de Gaudí se producen reverberaciones). Sobre acústica y música, lo más espectacular seguramente es que las torres de la Sagrada Família sean campanarios que acogerán inmensas campanas tubulares, formas que ya había probado antes, a pequeña escala, en una ópera de Wagner en el Liceu. Y de lo más grande a lo más pequeño: la matraca de la Colonia Güell es un prodigio en cuanto a la elección de maderas para producir escalas sónicas y, al mismo tiempo, imitar el sonido de los telares como símbolo de la fábrica.

© Pere Virgili
Interior de la escalera del campanario de la iglesia de la Colonia Güell, que no se acabó de construir, y que combinaba esta función con la de chimenea de ventilación para climatizar el templo por medios naturales.

Innovación empresarial y social

La innovación –artística, técnica o de procesos– es un activo irrenunciable del binomio Güell-Gaudí. Entre el mecenas –empresario y político– y Gaudí –creador– se establece una relación de mutua influencia, un verdadero coworking como reto artístico, oportunidad de negocio y compromiso cívico, nacional, social y obrero, basado en la innovación y el diseño.

Esta insólita manera de trabajar que, con el objetivo de crear algo radicalmente nuevo, aúna la economía con las necesidades sociales y la innovación, no vio la luz en ninguna capital del arte, de la política o de la economía, sino en sus márgenes, en una colonia obrera socialmente modélica y única por su concepción. Pensemos, pues, en creación e industria, en proximidad e interconexión, como factores complementarios de crecimiento.

La Colonia Güell, semillero creativo de Gaudí, en el primer Congreso Mundial sobre su figura

Del 6 al 10 de octubre del 2014 se celebra en Barcelona el I Congreso Mundial sobre Gaudí, organizado por The Gaudí Research Institute con la colaboración de la Universidad de Barcelona (UB), con el objetivo de compartir investigación y aplicación industrial y creativa.

Siendo el primero de una serie, el congreso se focaliza en la Colonia Güell por constituir el semillero creativo de Gaudí, el lugar donde instaló el laboratorio en el que nacería una arquitectura basada en un revolucionario método de trabajo y de creación de nuevas formas.

Aunque el simposio se centrará en la Colonia Güell, esta no será su tema exclusivo. Así, entre otras actividades, se presentará la traducción al inglés del estudio filosófico de Carles Rius Santamaría Gaudí i la quinta potència. La filosofia d’un art, obra coeditada por la Universidad de Barcelona y el Ayuntamiento de la ciudad.

En esta primera edición participan Arata Isozaki, Rainer Graefe, Jos Tomlow, Arnold Walz, Manuel Medarde, Jan Molema, Etsuro Sotoo, Carlos Flores, Tokukoshi Torii, Antonio Sama, Leonid Demyanov, Arnau Puig yFerran Adrià, entre otros. El reto apasiona: hacer de Barcelona la capital de la investigación y la innovación sobre el artista que más obras tiene declaradas como patrimonio de la humanidad.