Acerca de Martí Estruch Axmacher

Periodista. Delegado de la Generalitat de Cataluña en Alemania entre 2008 y 2011

La gran familia pakistaní

Foto: Dani Codina

Muhammad Iqbal Chauhdry, propietario de una agencia de viajes e impulsor de la mezquita Centre Islàmic Camí de la Pau, es un referente religioso y político de la comunidad pakistaní. Habla un catalán excelente y no se imagina viviendo en algún lugar que no sea el Raval.
Foto: Dani Codina

Tanto si compramos comida a deshora, como si cogemos un taxi o tomamos un shawarma en Ciutat Vella –acompañado con una lata de un vendedor ambulante–, es muy probable que entremos en contacto con miembros de la comunidad pakistaní. Pero, ¿qué sabemos de estos discretos nuevos barceloneses?

La comunidad pakistaní, con 19.285 miembros según el último padrón municipal, es la tercera más numerosa entre la población extranjera, tras de los chinos y los italianos. En el distrito de Ciutat Vella es el grupo foráneo mayoritario y en el barrio del Raval, donde hay mucha inmigración, supera el 20 % del total de extranjeros.

El vicecónsul del Pakistán en Barcelona, Umer Mela, nos confirma que estas cifras son correctas, algo inferiores a las reales, porque siempre hay personas no registradas e invisibles para las estadísticas oficiales. También nos explica que la mayoría proceden de la misma región, Gujrat, un distrito de la provincia de Punjab, al norte del país, y que de Barcelona les atraen “el ambiente de tolerancia, las oportunidades económicas, los servicios sociales y el hecho de encontrar allí compatriotas de los mismos pueblos”, que acaban formando una gran familia solidaria (baradari).

Dejemos que sea también Umer Mela quien describa la primera característica general de los pakistaníes de Barcelona. Pese a que los estereotipos tienen siempre un algo de injustos y simplificadores, ayudan a tener una imagen general. Según el vicecónsul, “son emprendedores y por ello no les da miedo abrir negocios aquí una vez superan el shock cultural y la barrera idiomática; se ayudan mucho entre ellos, son trabajadores y diligentes”.

Tienen, efectivamente, muchos negocios. Empezaron repartiendo butano y vendiendo rosas por los restaurantes, pero ahora regentan locutorios, tiendas de móviles, restaurantes, barberías, agencias de viajes… En algunas calles del Raval están uno junto al otro. También están las tiendas de comida, claro, hasta el punto de que se ha incorporado el gentilicio en el lenguaje popular: “Bajo al paki a comprar tal cosa”. Ya hay más de un millar de estas tiendas que alargan el horario y también abren los días festivos, y representan la sexta parte del comercio alimentario de la ciudad.

Los primeros pakistaníes llegaron durante la década de los setenta, como destino alternativo a Gran Bretaña y otros países centroeuropeos, que empezaron a endurecer sus políticas migratorias. Una segunda fase va desde el fin de los ochenta hasta mediados de los noventa, cuando empiezan las reunificaciones familiares y llegan las primeras mujeres, aún hoy clara minoría (27 %). La tercera fase empieza con el nuevo siglo y está marcada por los procesos de regularización de inmigrantes de 2001 y 2005. Los pakistaníes tuvieron un papel destacado en las protestas, la huelga de hambre y el encierro en la iglesia del Pi de 2004.

Tampoco es amante de los estereotipos Gaëlle Patin, la responsable del programa de Diversidad e Interculturalidad de Casa Àsia, que de todos modos se atreve a definirlos como una comunidad abierta al entorno, en que la familia y la religión tienen un papel muy importante, implicada en los ámbitos cultural, social y económico, e incluso político. Les gustan la música y la poesía, pero también el deporte, especialmente el hoquey, el críquet y el kabbadi, mezcla de lucha libre y rugbi. Desde Casa Àsia, Gaëlle impulsa diversos proyectos interculturales para difundir el conocimiento de una comunidad que califica de “aún demasiado desconocida”, construir puentes con la sociedad de acogida y facilitar su integración.

Foto: Dani Codina

Umair trabaja en la peluquería de su padre, en la calle del Tigre, junto a la ronda de Sant Antoni. Musulmán, considera que todas las religiones son buenas y que la suya no es mejor que las otras.
Foto: Dani Codina

Pakistaníes en el Raval: el peluquero

Un chico con la cabeza llena de trenzas abre la puerta y entra decidido. “Quiero esto”, dice mostrando una fotografía en el teléfono móvil. Umair la mira unos segundos y dice sin dudar: “Ah, como los dominicanos”. Da una primera pasada con la máquina, repasa con las tijeras y da los retoques finales en la nuca y alrededor de la oreja con una hoja de afeitar. Con movimientos rápidos y precisos, de alguien que los repite un montón de veces al día. El cliente paga cuatro euros y se va contento.

La peluquería de Umair está en la calle del Tigre, junto a la ronda de Sant Antoni. Es de su padre, lo que le permite organizarse a su gusto los horarios. De cuatro euros en cuatro euros no se hará rico, pero tiene bastante para vivir. Cuando no corta el pelo está en casa o queda con los amigos. Es musulmán, pero enseguida añade que tiene amigos cristianos, que todas las religiones son buenas y que la suya no es mejor que las otras. Recuerda perfectamente cuando llegó a Barcelona: el 21 de junio de 2009. Tenía doce años y su padre hacía tiempo que le había precedido. La escuela no le interesaba mucho, pero se dejó deslumbrar por Messi, y de un día para otro cambió su afición al críquet por el fútbol. Tocaba bien la pelota y llegó a jugar con el Poble-sec y el Espanyol. También probó en el Barça, pero no le cogieron.

Desde que llegó a Barcelona ha vuelto siete veces a su país, pero tiene claro que no podría volver a vivir allí. Su vida está en el Raval y se considera un “pakistaní de aquí”. Dice que en Barcelona hay menos racismo y que la gente es diferente a la de otros lugares de España que ha conocido.

Foto: Dani Codina

Javed Mughal, periodista, es fundador de la publicación quincenal El Mirador dels Immigrants. Además de editar el diario, regenta una imprenta y una copistería, realiza traducciones y da clases de urdú en la Escuela Oficial de Idiomas.
Foto: Dani Codina

El periodista

El diario en el que trabajaba Javed Mughal en Lahore se llamaba Musawat Daily y era de la familia Bhutto. Cuando Benazir Bhutto fue derrocada en 1990 y Mughal vio que algunos de sus colegas iban a la cárcel, hizo las maletas y después de un largo periplo fue a parar a la Barcelona preolímpica, donde un amigo suyo tenía un restaurante.

Puesto que lo único que sabía hacer era escribir, fue a pedir trabajo a la redacción de La Vanguardia, que todavía estaba en la calle Pelai. Sabía inglés, pero no castellano, y naturalmente no le aceptaron. Algunos amigos le animaron a confeccionar un diario en urdú y él se dejó convencer. Pidió al propietario del parking en que hacía de vigilante nocturno que le cambiara la televisión por un ordenador y allí hizo los primeros números de El Mirador dels Immigrants. Los inicios fueron duros. En la imprenta le ponían a menudo los textos del revés, hasta que empezó a colocar fotografías para orientarlos. Ahora, diecisiete años más tarde, Mughal tiene una imprenta gráfica y una copistería en el Raval, sigue editando el diario quincenalmente, hace traducciones y da clases de urdú en la Escuela Oficial de Idiomas cuando hay demanda. Es feliz en Barcelona, “una ciudad abierta a las diferentes culturas y activa las veinticuatro horas del día”.

El facilitador

El Zeeshan Kebabish de la calle Marquès de Barberà tiene fama de ser uno de los mejores restaurantes de cocina pakistaní de Barcelona. Cuando entra Iqbal, las conversaciones se detienen momentáneamente y todo el mundo le saluda y le estrecha la mano. Me han explicado que es un referente de la comunidad pakistaní, religioso y político, y enseguida compruebo que tiene madera de líder. Alto y corpulento, con una espesa barba negra, habla un catalán excelente y se hace escuchar.

Llegó a Barcelona en 1989 y dice que no hay ninguna ciudad como esta en el mundo y que el hecho de tener puerto aún la hace más universal. Iqbal se siente catalán y no se imagina viviendo en ningún lugar más que no sea el Raval. Es propietario de una agencia de viajes e impulsor de la mezquita Centre Islàmic Camí de la Pau –de la organización Minhaj-ul-Quran–, ambas en el barrio. Considera el islam  una disciplina de vida, física y moral, que rige su comportamiento y su manera de relacionarse con los demás.

De los dos móviles que ha dejado sobre la mesa, hay uno que no para de sonar e interrumpe nuestra conversación mientras me enseña imágenes de la final de la Catalunya Premier League de críquet en el otro. Cuando le pregunto por el contenido de las llamadas, me explica que son compatriotas que le piden ayuda o consejo sobre cuestiones muy diversas, como por ejemplo temas laborales, dónde organizar un banquete de bodas para doscientas personas o los trámites para repatriar un cadáver.

Iqbal se siente atraído por la política, pero especifica que la de calle, no la de los despachos, y hace años que colabora con el PSC. Sigue con interés el tema de la independencia de Cataluña y opina que algún día el PSC tendrá que romper con el PSOE y hacer su camino. También explica que conoce a mucha gente de Esquerra (“en aquella mesa comimos con Oriol Junqueras”, indica) y que la única clase de catalán que ha recibido en su vida fue con Anna Simó.

Foto: Dani Codina

Komal Naz i Misbah ul Islam. dues activistes compromeses amb el benestar i la promoció de les dones de la seva comunitat, fotografiades al Raval.
Foto: Dani Codina

Activas y activistas

En La Monroe, el bar de la Filmoteca de Catalunya, tuvimos una larga conversación con Komal Naz y Misbah ul Islam en una espontánea mezcla de catalán e inglés. Ellas se conocieron en las clases de literatura pakistaní que imparte la segunda y se han hecho amigas. De hecho, podrían ser hermanas: las une algo especial, las dos tienen claro que no se quieren quedar encerradas en casa sino participar activamente de la la vida que las rodea.

Komal desprende energía por todos los poros; ella misma explica parte de su historia en el texto adjunto. Vive en Montcada desde que llegó, a los doce años; ha estudiado Humanidades en la Universidad Autónoma de Barcelona y ha sacado adelante un montón de iniciativas todas orientadas a ayudar a los demás, sobre todo ayudar a otras mujeres pakistaníes a hacerse más autónomas. Ahora actúa como mediadora en una escuela de Sants, trabaja media jornada en un programa de salud comunitaria de la Fundación Tot Raval y colabora en el proyecto “Aprendemos. Familias en red”, de Casa Àsia.

Misbah llegó a Badalona hace solo tres años siguiendo a su marido, que es taxista, como el padre de Komal. En Islamabad era profesora de una importante escuela de la marina pakistaní, pero es más feliz con el clima de Barcelona y el tipo de vida que lleva aquí, donde da clases de urdú a los niños de la escuela Collaso i Gil del Raval, entre otras actividades.

Ambas coinciden en que el idioma es una de las grandes barreras con las que se encuentran las mujeres pakistaníes cuando llegan. Esto las hace aún más dependientes de sus maridos. La tentación de quedarse en casa cuidando del hogar y de los niños es grande, sobre todo cuando se pertenece a una cultura que tradicionalmente asigna a los hombres la función de mantener a la familia. Ahora, sin embargo, Komal se sorprende positivamente de ver que hay chicas pakistaníes que empiezan a venir a cursar estudios universitarios ellas solas, sin estar casadas.

Dos ciudades a la vanguardia de Europa

Lo que Ámsterdam y Londres representaron en el pasado lo son hoy Barcelona y Berlín, que a menudo comparten posiciones en los rankings de ciudades más atractivas o emprendedoras. También comparten el hecho de ser ciudades de moda y culturalmente muy avanzadas. Los berlineses no disimulan su admiración por la capital de Cataluña.

Vistes des del turonet Teufelsberg

© John Mac Dougall / AFP / Getty Images
Las vistas desde el Teufelsberg, donde los berlineses van a pasar el día cuando hace bueno

Si hay algún lugar de Berlín desde el que puede verse Barcelona, tiene que ser el Teufelsberg, la montaña más alta que hay en la capital alemana y sus alrededores. En alemán, Teufelsberg significa “montaña del diablo”, pero no pasa de ser una colina de unos ochenta metros de altura. Puestos a analizar, no es ni montaña ni colina: es el lugar en que al final de la Segunda Guerra Mundial acumularon parte de los escombros de la ciudad bombardeada y destruida, que no eran pocos. Actualmente los berlineses acuden a ese paraje a pasar el día cuando está despejado, a hacer volar cometas o simplemente a disfrutar de la vista. También pueden visitarse los restos de la gran estación de radar que los militares norteamericanos instalaron para escuchar lo que decían los del otro lado del telón de acero.

Actuació dels Bastoners de Llorenç del Penedès

© Guim Bonaventura
Actuación de los Bastoners de Llorenç del Penedès durante el Karneval der Kulturen de 2010

Aprovechamos la altura y la tradición de espionaje del lugar para llevar a cabo un experimento. Es una mañana limpia y soleada, que en Berlín son escasas, y el resultado es abrumador. A la pregunta de cómo ven Barcelona, no hay diferencias entre quienes pasean al perro, las parejas de enamorados y quienes se entrenan con el parapente: a todos se les dilatan las pupilas y se les dibuja una sonrisa de oreja a oreja, acompañada de un “oh” inicial muy intenso para ser en alemán. Todo el mundo ha estado en nuestra ciudad hace poco o tiene un billete en el bolsillo para venir. Quien no tiene un hijo haciendo un Erasmus, se detuvo aquí más tiempo de lo habitual cuando viajaba con InterRail o pasó unas vacaciones inolvidables.

Los conceptos positivos asociados a Barcelona son muchos y conocidos: el buen tiempo, la comida, la arquitectura –con Gaudí en un pedestal–, las tiendas, el mar, el Barça, las noches de fiesta…

Sin embargo, los hay que van más allá de los tópicos y han descubierto otras caras de Barcelona. Roland, por ejemplo, pertenece a un club de amantes del vino y ha utilizado Barcelona varias veces como campamento base para explorar las regiones vinícolas catalanas. El Priorat es su preferida. Helene ha descubierto Cataluña gracias al éxito de las traducciones alemanas de Jaume Cabré y ya ha estado en dos ocasiones en Barcelona para aprender catalán. En cambio, Michael es de los muchos que conoce Barcelona como capital de Cataluña pero después se hace un lío porque cree que Cataluña es el equivalente a Baviera y, por tanto, el catalán un dialecto y no una lengua propia. Norbert y Sybille, por su parte, se encontraron hace un año por sorpresa en medio de las fiestas de la Mercè y les impresionó la riqueza de las tradiciones populares. Ya conocían los correfocs porque habían vivido en directo el primero que la Delegación de la Generalitat organizó en Berlín, durante el verano de 2010, con los Diables d’Argentona. Pero las torres humanas, los castells, fueron una novedad que les impactó tanto que ya han decidido que algún día volverán a Cataluña a realizar una ruta de jornadas castelleres.

El potencial internacional de los castellers es grande y aún está por explotar, como se demostró hace unos meses en Nueva York. Naturalmente, el coste de los desplazamientos masivos es el principal freno. En Alemania, uno de los despachos de abogados y consultoría más importantes del país utiliza desde hace meses la imagen de los Castellers de Barcelona para su imagen corporativa. En la web, en la publicidad, en los powerpoints…, los conceptos de unión, esfuerzo colectivo y perseverancia para alcanzar los objetivos van acompañados con imágenes de esta colla. Invitarles a actuar frente a la Puerta de Brandenburgo de Berlín o dentro del edificio del Bundestag es un proyecto embrionario todavía pendiente. Hasta ahora la presencia de grupos catalanes de cultura popular en la capital alemana siempre ha tenido mucho éxito. A la mencionada de los Diables d’Argentona, hay que añadir la participación de la Colla de Gegants i  Grallers de Corbera del Llobregat y de los Bastoners de Llorenç del Penedès en dos ediciones diferentes del Carnaval de las Culturas berlinés, un festival que se celebra en  mayo y que saca a la calle a más de medio millón de personas.

L’hotel Gat Point Charlie

© Guim Bonaventura
Hotel de diseño Casa Camper, que cuenta con dos establecimientos en Berlín.

Barcelona está presente en distintos lugares de Berlín y de formas diversas, a menudo silenciosas o anónimas. Seguro que son pocos los compradores de ropa multicolor que salen de la tienda berlinesa de Desigual, la más grande de Europa con 1.400 metros cuadrados, sabiendo que la sede central de la exitosa multinacional textil está en Barcelona. O los que compran en la moderna zapatería que Vialis inauguró en la capital alemana en el año 2008.

Más difícil es ignorar la marca barcelonesa del Bar Raval, situado en el vital barrio de Kreuzberg, abierto hace poco más de un año bajo el impulso –y con el capital– del actor Daniel Brühl. Este, de padre alemán y madre catalana, es conocido en Cataluña por la interpretación que realizó, en catalán, del personaje de Salvador Puig Antich en la película Salvador (2006). En Alemania es muy popular, con éxitos cinematográficos sonados como Good Bye, Lenin! (2003). Gran enamorado de Barcelona, Brühl ha puesto por escrito su amor por la ciudad en el libro Ein Tag in Barcelona (Un día en Barcelona), recientemente publicado, y que a día de hoy decora los escaparates de las librerías de Berlín. En el Bar Raval, tanto el nombre como la decoración, las tapas y la cerveza Estrella o las retransmisiones de los partidos del Barça recuerdan la ciudad que da razón de ser al local. Ahora bien, quien convoca a centenares de aficionados en los partidos importantes del Barça es la activa Penya Barcelonista Berlín Culé, que esta temporada estrena nuevo local en el Cine Moviemento.

También hay algunos hoteles en Berlín que no esconden su relación con Barcelona: desde el lujoso Eurostars Berlin, un cinco estrellas del grupo Hotusa que el alcalde de Barcelona, Xavier Trias, inauguró en noviembre del año pasado; hasta el hotel de diseño Casa Camper, que solo tiene dos establecimientos, uno en la capital catalana y otro en la alemana; pasando por el aún más lujoso Schlosshotel Grünewald, del grupo Alma, situado en las afueras de la ciudad, que tiene libros en catalán en la sala de lectura y una habitación decorada al excéntrico gusto del diseñador de moda Karl Lagerfeld porque se aloja aquí a menudo. Menos lujoso y por tanto más asequible, además de muy bien situado, es el Gat Point Charlie, que utiliza el gato como elemento simbólico del establecimiento. El restaurante del hotel, con un concepto gastronómico creado por la pareja de cocineros Paula y Flip, es de los pocos lugares en donde los berlineses pueden probar cocina catalana de verdad. El otro restaurante en que se pueden encontrar los platos que descubrieron en su viaje a Barcelona es el Mariona, en Kreuzberg, donde Josep Troiano ofrece una carta que cambia cada día según su inspiración y lo que encuentra en el mercado.

Con frecuencia Barcelona y Berlín comparten posiciones en los rankings de ciudades, ya sea como las más atractivas para los turistas o como las más emprendedoras. Comparten, también, el hecho de ser ciudades de moda, culturalmente muy avanzadas, donde pasan cosas y a las que hay que ir de vez en cuando si se quiere estar al día en lo que se refiere a la cultura alternativa, el videoarte o la música más moderna. Lo que Ámsterdam y Londres representaron en el pasado, lo son hoy Barcelona y Berlín. Quizás Berlín un poco más que Barcelona, aunque solo sea porque el precio de la vivienda y de los espacios de creación es mucho más asequible para los jóvenes y los artistas. Pero Barcelona, sobre todo en pleno invierno, sigue provocando un “oh” muy sonoro en boca de los berlineses.