Acerca de Marti Farre

Periodista

El enigma de Clifton Worsley, pionero del ‘jazz’ en Barcelona

Pere Astort triunfó en los Estados Unidos y en otros países con composiciones de autoría propia inspiradas en la música popular del otro lado del Atlántico. Los llamados “valses Boston” hicieron popular su seudónimo de Clifton Worsley.

Brangulí / Archivo Nacional de Cataluña
Baile en el comedor popular La Torrassa, de Montjuïc,
en los años 1916 o 1917.

Poco se sabe del pianista y compositor Pere Astort i Ribas, más conocido –o menos desconocido– por el seudónimo de Clifton Worsley. A pesar de ser uno de los músicos más populares de finales del siglo xix y principios del xx en nuestra ciudad, es casi imposible encontrarlo mencionado en ninguna historia de la música catalana. Apenas si existe alguna referencia enciclopédica, pese a la importancia de su figura: un barcelonés ilustre que triunfó en los Estados Unidos con composiciones de autoría propia inspiradas en la música popular del otro lado del Atlántico. ¿Un pionero del jazz en Cataluña? ¿Un músico visionario que supo adelantarse a la tendencia de moda en los salones  más refinados de la ciudad durante el primer tercio del siglo xx? ¿O simplemente un compositor de piezas populares que, sin tener plena consciencia de ello, escribía valses equiparables a la música de las primeras escuelas jazzísticas? Quizás.

De Pere Astort tenemos la certeza de que murió en Barcelona el 13 de marzo de 1925, en el corazón de Gràcia. Sin embargo, todavía hay una cierto desacuerdo sobre su natalicio: nació, según algunas fuentes –Ramon Civit, por ejemplo–, en la capital catalana, el día de la Mercè de 1873; según otros –Lluís Brugués, en el ensayo de 2009 La música a la ciutat de Girona (1888-1985)–, en la ciudad del Oñar. Nacido en Barcelona o en la “tres veces inmortal”, la mayoría de sus biógrafos coinciden en que Pere Astort se formó como músico en la escolanía de la iglesia barcelonesa de la Mercè y, más tarde, estudió piano con Lorenzo Bau y composición con Domènec Mas i Serracant.

Biblioteca Nacional de España
Contraportada de una partitura de Astort,
con su retrato en el centro.

Antes de adoptar el sobrenombre de Clifton Worsley, Astort empezó a ser conocido por su oficio de dependiente en Can Guàrdia, la popular tienda y editorial de partituras que posteriormente adoptó el nombre de Casa Beethoven. Uno de los máximos expertos en la figura de Worsley, el musicólogo y profesor del Taller de Músics Ramon Civit, explica que el joven Astort conoció en el establecimiento de la rambla de Sant Josep a Mercè Gresa, cuñada de Rafael Guàrdia i Granell, el fundador del negocio. El joven pianista se casó con ella en 1895. Con el tiempo, el ya cuñado del dueño se convirtió en uno de los empleados más apreciados por la selecta concurrencia de Can Guàrdia. Lluís Permanyer, cronista de Barcelona, recreaba en un artículo de La Vanguardia, en 1987, el ambiente de Casa Beethoven a finales del siglo xix. Citando a Anna Maria Guàrdia y un artículo del musicólogo Francisco Hostench en la revista Liceo, Permanyer hablaba de las visitas de Isaac Albéniz, Felip Pedrell, el maestro Millet e, incluso, Mossèn Cinto Verdaguer a Can Guàrdia: “Haz que le pongan alas”, dice Permanyer que exclamaba el autor de L’Atlàntida cuando leía sus versos a alguna de aquellas eminencias. En un extremo de la tienda había un piano de pared –todavía hay uno– donde el dependiente Astort se sentaba a tocar de vez en cuando.

La leyenda cuenta que un día llegó a Can Guàrdia un músico norteamericano, Charles Danton, mientras Pere Astort estaba tocando. Danton quedó boquiabierto con el estilo de una de las composiciones que interpretaba el músico barcelonés. Al saber que ese vals lo había escrito el mismo pianista, le hizo saber que la composición en cuestión sonaba como uno de los valses típicos que estaban de moda en su ciudad, en Boston. Acto seguido le recomendó que se cambiara el nombre para parecer norteamericano. Le sugirió llamarse Clifton Worsley. Astort publicó con la editorial de su cuñado un primer vals Boston, llamado así en homenaje a su descubridor, en 1899. Ramon Civit nos revela que aquel mismo año la Banda de Barcelona lo interpretó en la Ciutadella, en una típica velada veraniega.

Biblioteca Nacional de España
Cubierta de una partitura de valses Boston de Astort,
editada en Barcelona.

Se anunciaba a Worsley como “le créateur de la valse Boston”. ¿Y en qué consistía “la valse Boston”? Civit habla de un género similar en la corte de Luis XV, género que en el siglo siguiente, hacia 1835, dio el salto a los Estados Unidos de la mano del bailarín Lorenzo Papatino. Pero Astort fue más allá, según Ramon Civit: “A pesar de la previa existencia de este tipo de vals, ligeramente más lento que el vals vienés, el joven compositor nacido en el Poble-sec contribuyó, sin duda, a modernizarlo, tanto en su forma como en su armonía”, apunta.

En plena efervescencia creativa, Clifton Worsley llegó a escribir cerca de doscientas composiciones, algunas de las cuales fueron publicadas por la Unión Musical Española y por Vidal Llimona y Boceta, en algunos casos con portadas ilustradas por el reconocido dibujante Llorenç Brunet, y con títulos tan castizos como La vaquerita, La vendedora de moras, El fracaso del abate, Mi serrano e Intrigas cortesanas; o en otros idiomas: francés (Tes yeux des flammes, Encore je t’aime), italiano (Il rosaio, Tu sei lontana) y catalán prefabriano (Tres cansons catalanas). La soprano e investigadora norteamericana Suzanne Rhodes Draayer enumera en el libro del 2009 Art Song Composers of Spain algunas de las composiciones más relevantes de Astort: Les patineurs (1895), Beloved! (1906), Good-bye (1915), Thinking of You (1917) o The Crying Fox (1919). Rhodes Draayer insinúa incluso el carácter innovador del vals Beloved!, con el que Worsley se habría adelantado al compositor W. C. Handy, el autor de piezas tan primordiales en la historia de la música negra como Saint Louis Blues o Memphis Blues. Si aceptamos la teoría de la estudiosa de la Universidad Estatal de Winona, el joven del Poble-sec habría sido un auténtico pionero de las músicas populares del siglo xx… ¿O estamos hablando de un hecho casual? Puede ser. Algunas composiciones worslianas tienen un marcado acento de ragtime. Otras nos transportan a la melancolía del vals de principios de siglo.

No toda la obra de Clifton Worsley fue en forma de valses u otro tipo de composiciones cortas bailables, sino que también se atrevió con géneros de más sustancia. En 1916, por ejemplo, se estrenó en el teatro de la Zarzuela de Madrid la opereta Emma, con texto de Gonzalo Firpo y música del mismo Worsley. La crítica de la capital española se ensañó con la obra, hasta el punto de tildar despectivamente a sus autores de “catalanes”, como denunciaba un artículo de La Vanguardia del 6 de julio de 1916. “Se habrá convencido el genio de la Rambla de Cataluña que los madrileños no nos dejamos engañar por un pobre payés”, decía uno de los críticos, que calificaba la opereta de “engendro monstruoso a la altura de una zapatilla”.

Biblioteca Nacional de España
Cubierta de una partitura de valses Boston de Astort, editada en Barcelona.

Más suerte tuvo Worsley con otra opereta, El vals de los pájaros, un éxito sonado que se estrenó en el teatro Tívoli de la Ciudad Condal el 24 de febrero de 1917 y se mantuvo en cartelera varias semanas. Mariano Fuster, el periodista de La Vanguardia que firmaba lo que hoy llamaríamos una previa, destacó el éxito de las piezas cortas de Clifton Worsley: “Sus infinitos valses, two-steps, fox-trots, etc., han recorrido y siguen recorriendo triunfantes los salones aristocráticos, donde se rinde culto a Terpsícore, y mucho. De ellos han logrado tal popularidad, que las ediciones que de los mismos se han hecho, bastarían por sí solas, para haber enriquecido a su autor”. En el mismo artículo Fuster destacaba el carácter afable y discreto de Pere Astort, “siendo, quizá, su excesiva modestia la que le ha impedido alcanzar el premio con que la suerte ha querido regalarle en diferentes ocasiones”.

Con su fallecimiento, en 1925, Astort cayó progresivamente en el olvido hasta el punto de desaparecer de las programaciones de música catalana. Casi cincuenta años después de su muerte, el periodista Pablo Vila San-Juan le dedicaba un artículo en la entonces La Vanguardia Española. A raíz del estreno de una comedia atribuida a un autor extranjero, Vila San-Juan ponía el ejemplo de Astort como el de un autor que tuvo que cambiarse el nombre para obtener la fama que merecía. Y nos desvelaba una visita a Pere Astort en la que, según el articulista, el compositor catalán le habría confesado que, gracias a la adopción del seudónimo, había disfrutado del reconocimiento que no habría tenido llamándose Pere Astort. Una teoría cuando menos discutible si atendemos a los comentarios de la prensa de la época. La anécdota es ilustrativa de una cierta confusión sobre el cosmopolitismo cultural que hoy todavía persiste en ciertos ambientes de nuestra ciudad.

Desde 1925 se ha hablado de Clifton Worsley solo en contadas ocasiones. Jordi Pujol Baulenas cita sus bailables en la introducción de su extraordinaria monografía Jazz en Barcelona 1920-1965. Por otra parte, el Festival Grec de 2008 recuperó algunas de sus composiciones en la obra de Xavier Albertí Pinsans i caderneres, dedicada a la música catalana de final de siglo. Poco más se ha hecho para recuperar la obra de nuestro particular W. C. Handy, Pere Astort i Ribas, pionero del jazz en nuestro país y acaso más allá.