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Escritor

Cataluña, ensuciada

Nazis a Barcelona. L’esplendor feixista de postguerra (1939-1945)

Autores: Mireia Capdevila y Francesc Vilanova

Editan: L’Avenç y Ayuntamiento de Barcelona

227 páginas

Barcelona, 2017

No es ningún secreto que el régimen franquista, pese a mantener una neutralidad formal durante la Segunda Guerra Mundial, era adicto entusiasta al bando fascista (Paul Preston reveló los detalles más destacados de este partidismo en su biografía de Franco, publicada en 1994). Pero hasta ahora no había habido ningún libro capaz de describir hasta qué punto este filofascismo se manifestó visualmente, tanto en el ámbito oficial como el popular. Nazis a Barcelona llena, con creces, este hueco en la memoria histórica colectiva de los catalanes.

Foto: ANC. Solidaridad Internacional - La Prensa

Foto: ANC. Solidaridad Nacional – La Prensa

Foto: Pérez de Rozas (AFB)

Foto: Pérez de Rozas (AFB)

En pocas palabras: el gobierno y los militares franquistas manifestaban abiertamente su apoyo a los regímenes de Hitler y Mussolini: invitaban a altos cargos nazis y fascistas a Barcelona y a otros emplazamientos catalanes, y les regalaban cenas de gala, medallas y discursos repletos de elogios en los que la lucha fascista y nazi se describía como una continuación sin fisuras de la cruzada franquista. Las revistas y panfletos propagandísticos de la Alemania nazi –incluidos los discursos de Hitler– se difundieron en versión castellana por toda España. La Residencia Militar de Oficiales de Barcelona se dotó de una Sala Alemania con un busto de Hitler en la mesa y un cuadro con una cruz gamada a la pared. (La cruz gamada, por cierto, se convirtió en un emblema habitual en la Universidad de Barcelona, en el antiguo Parlamento de Cataluña, en la Diputación, en el campo del Barça y en el Palau de la Música).

El libro está repleto de fotografías impactantes –a menudo inéditas o poco conocidas– de los incontables actos profascistas que tuvieron lugar en Barcelona, Montserrat, Sabadell y Terrassa. Inquieta notablemente ver a un coro infantil cantando en el Palau de la Música para celebrar el cumpleaños de Hitler, o contemplar a los monjes de Montserrat saludando con sonrisa aduladora a Heinrich Himmler.

Ahora bien, si algo falta quizás en el libro es alguna referencia a lo que los nazis iban haciendo entre visita y visita a la Ciudad Condal, que pusiese de manifiesto la obscenidad de estas visitas. Por ejemplo, cuando Himmler aterrizó en 1940, sus grupos especiales de las SS, los Einsatzgruppen, ya habían fusilado a centenares de miles de civiles judíos y polacos. El año 1940 vio la creación, por parte de las SS, de guetos en que miles de personas murieron de inanición. En 1941, casi un millón de judíos fueron fusilados en los territorios ocupados por los alemanes durante la invasión de la URSS. En 1942 se abrieron los campos de exterminio de Belzec, Sobibor y Treblinka, donde murieron un total de 1.274.166 judíos, gitanos y polacos, todos gaseados, fusilados o apaleados hasta la muerte. Entre 1943 y 1944, un millón cien mil personas, la mayoría judías, fueron gaseadas en Auschwitz, y 79.000 personas más, también judías en su mayor parte, gaseadas o fusiladas en el campo de Majdanek (18.400 de ellas en un solo día de 1943, el día de Acción de Gracias por la Cosecha, celebrado oficialmente en Barcelona por la comunidad alemana y diversos oficiales franquistas en el Palau de la Música).

Si bien es posible que el gobierno de Franco no supiera nada de la Shoá al principio de la guerra, es inconcebible que no tuviera información fiable a partir de finales de 1942. Pese a ello siguió dando apoyo a Hitler hasta 1944. Quizás no estaría de más que algunos personajes públicos actuales, antes de acusar a ciertos políticos catalanes de ser nazis y fascistas, echasen un vistazo a la actitud que algunos de sus antepasados tuvieron hacia los nazis y fascistas de verdad entre 1939 y 1945.

De color de rosas

Acaso lo más sorprendente de la fiesta de Sant Jordi sea que incite a centenares de miles de personas a revolver y comprar libros. Pese a las advertencias sobre el declive del material impreso, la fascinación que los libros despiertan en todo un país durante ese día denota que aún mantienen su protagonismo.

Vicente Zambrano

San Jorge es el patrón de veintiún países, incluidos Inglaterra y Cataluña. No recuerdo que el día de este santo matadragones (el 23 de abril) se celebrase mucho en Londres (a excepción de la peculiar –y absolutamente prescindible– exhibición de la tradicional danza de Morris). En cambio, en Barcelona, la fecha se conmemora de una manera tan excepcional –casi extravagante– que infunde una especie de sorpresa eufórica incluso en los participantes más experimentados, por no hablar de los recién llegados. En Sant Jordi, es entrar en la Rambla o en la rambla de Catalunya o en el paseo de Gràcia, y verse arrastrado, se quiera o no, por un mar de gentes flanqueado por puestos de libros al aire libre en los que muchos célebres autores locales e internacionales se encuentran apostados tras sus mercancías tal si fueran pescaderos. Y entre los puestos de libros se ven cubos repletos de rosas rojas cuyos vendedores van en busca de posibles compradores con los ojos bien abiertos.

Las rosas llegaron mucho antes que los libros: ya en el siglo xv, en los alrededores del edificio de la Generalitat, en la plaza de Sant Jaume, se vendían rosas como parte de la celebración del día de los enamorados (el día de San Valentín, que se popularizó en muchos lugares después del siglo xviii, nunca llegó a arraigar del todo en Cataluña). Los libros, sin embargo, no hicieron su primera aparición en el día de Sant Jordi hasta 1929, después de que un librero valenciano intentara durante dos años promocionar un festival literario en toda Cataluña. Como fecha se fijó el 23 de abril porque, además de ser el día del patrón de Cataluña, es el día en que Cervantes fue enterrado y en el que murió Shakespeare (y, en 1981, también resultó ser el día de la muerte de uno de los mayores prosistas del siglo xx en lengua catalana, Josep Pla).

El ritual de regalar una rosa y un libro cumplía un protocolo sexista hasta principios de los noventa: los hombres ofrecían una rosa a las mujeres, presuntamente más sentimentales, y las mujeres, un libro a los hombres, presuntamente más listos. Ahora que se ha erradicado totalmente esta costumbre vetusta, los libros y las rosas se regalan indistintamente entre enamorados, amigos y familiares de todos los sexos (en 1995 la Unesco declaró el 23 de abril Día Mundial del Libro y de los Derechos de Autor).

En muchos países los escritores suelen ser figuras más bien distantes que solo se dejan ver en entrevistas televisivas o, en el mejor de los casos, leyendo cosas suyas en vivo y desde una tarima. Sin embargo, el día de Sant Jordi, decenas y decenas de ellos están totalmente disponibles, firmando libros durante todo el día en diferentes puestos y más que contentos de atender a sus lectores, charlar con ellos, intercambiar opiniones, etcétera. Esto también es bueno para los escritores, pues nos permite conocer la opinión directa de las personas para quienes escribimos (y también hace milagros en nuestros egos notablemente inestables).

Quizá lo más asombroso del día de Sant Jordi es que hace que cientos de miles de personas hojeen y compren libros (y no solo en Barcelona, sino en toda Cataluña). El hecho de que las publicaciones impresas, cuyo declive o desaparición se ha declarado inevitable en tantas ocasiones, pueda provocar semejante fascinación en un país entero –aunque se trate de un solo día– indica que los libros aún tienen un papel que desempeñar, de la misma manera que la radio nunca ha dejado de tenerlo después de la llegada del cine, el cual a su vez también ha mantenido su papel mucho después de la aparición de los vídeos, los DVD, YouTube y otras cosas por el estilo.

Video never killed the radio star, el vídeo nunca llegó a matar a la estrella de la radio, y sin duda todo el abanico de nuevas (o relativamente nuevas) formas de comunicación y entretenimiento no acabará nunca con el placer que solo puede hallarse al leer una voz escrita que nos habla de tú a tú, en silencio, y henchida de sentido.