Acerca de Miquel Puig Raposo

Economista

Solo hay dos modelos turísticos: el bueno y el malo

En la medida en que nuestro turismo se basa en la creación de puestos de trabajo mal remunerados, no solo crea poco valor, sino que produce una redistribución favorable para los turistas y los empresarios turísticos y perjudicial para el resto de la sociedad, que se empobrece. El modelo lleva a un serio conflicto.

© Maria Corte

Podemos intentar clasificar el turismo barcelonés en diferentes modelos: de cruceros, de congresos, arquitectónico-cultural, de compras, de despedidas-de-soltero-y-fines-de-semana-de-bajo-coste, etcétera. Cada uno de ellos presenta características muy distintas que apasionan a los expertos y son cruciales para los profesionales. Sin ser ni una cosa ni la otra, mi punto de vista es el del ciudadano que debe convivir con el turismo, y cuyos ingresos no dependen de este más que muy indirectamente. Desde este punto de vista solo hay dos modelos turísticos: el bueno y el malo. El bueno es el que crea mucho valor y lo distribuye bien entre la ciudadanía, y el malo es el que crea poco valor y lo distribuye mal. El turismo barcelonés es de los malos, pero está a nuestro alcance convertirlo en uno de los buenos.

Vayamos por partes. El turismo crea valor y tiene costes, y la cuestión es maximizar el primero y minimizar los segundos. Genera valor porque crea puestos de trabajo y porque los turistas pagan para disfrutar de un patrimonio heredado: el entorno. El turismo tiene costes porque los turistas perturban la misma belleza que persiguen, causan aglomeraciones y encarecen los productos. Está muy bien que coman en las proximidades del Park Güell, pero es una calamidad que devolver la tranquilidad al parque haya exigido establecer una entrada de ocho euros.

Nuestro turismo crea poco valor

Disponemos de estadísticas que miden el gasto que hacen los turistas, sobre todo los extranjeros, y, como es muy alto, se proclama con entusiasmo de manera regular. Ahora bien, el valor que crea el turismo no es igual al gasto que hacen los turistas. De este debe descontarse el dinero que se va de Barcelona: el combustible y la amortización del avión o del crucero, el coste de los artículos de importación que compran en el paseo de Gràcia o en La Roca Village, entre otros. El mejor modo de ver el valor que crea el turismo consiste en sumar los salarios que se llevan a casa los trabajadores de este sector, los beneficios de todos los empresarios que operan en él y los impuestos que obtienen las administraciones públicas. En nuestro caso, este valor es bajo.

Es bajo porque la mayor parte de este valor se lo llevan los salarios, y los salarios que cobran los trabajadores que atienden a los turistas son, en general, muy bajos. Y muy estacionales. Por desgracia esta afirmación no puede basarse en estadísticas fidedignas porque no solo no existen, sino que sería dificilísimo elaborarlas, ya que “trabajador turístico” es un concepto equívoco: ¿hasta qué punto lo es un dependiente del paseo de Gràcia? ¿Y un quiosquero de La Rambla? ¿Y un taxista? Pero hay muchos indicios que apuntan en esta dirección: los aportan los datos salariales de sectores muy estacionales (como la hostelería y la restauración), de comunidades muy dependientes del turismo (como las Baleares) y de colectivos concretos: personal contratado para servir copas en chiringuitos de playa, o el servicio de habitaciones, subcontratado por los hoteleros…

Y tenemos indicios macroeconómicos. Por ejemplo, que los ingresos del turismo por habitante no son superiores en Cataluña que en Austria –unos 1.750 euros anuales–, mientras que la presión turística es mucho más intensa aquí que allí. El motivo es claro: un camarero austriaco cobra mucho más que uno catalán. Llegados a este punto, la pregunta es inevitable y muy pertinente: si Barcelona es mucho más atractiva que Viena, ¿por qué nuestros trabajadores turísticos tienen que cobrar menos por el mismo trabajo?

Una perversa redistribución del valor

El turismo ha creado muchos puestos de trabajo. Sin duda. Pero la mayor parte de ellos han sido ocupados por inmigrantes. Ya he dicho que no se puede hablar con certeza del mercado de trabajo turístico, pero los indicios son también en este caso inequívocos. Por dar solo un dato: en lo que va de siglo, el número de puestos de trabajo creados en España (la Seguridad Social no desagrega territorialmente esta información) por los sectores que habitualmente se identifican con el turismo –hostelería y restauración, agencias de viajes, etcétera, además del comercio– coincide exactamente con el incremento que ha experimentado el número de trabajadores extranjeros. Este hecho limita extraordinariamente el beneficio que la sociedad barcelonesa en general haya podido obtener del turismo.

Pero hay más. Es mucho más importante el impacto que tienen sobre la sociedad en general los trabajadores con bajos ingresos. En síntesis: una persona que cobre menos de 1.200 euros al mes pagará en impuestos a lo largo de su vida (sobre todo, por el IVA de lo que consuma) una cantidad muy inferior al gasto público que generará en educación y salud y en el ámbito sociosanitario. En cuanto a los trabajadores estacionales, tienen derecho a una pensión que supera el valor de sus cotizaciones. Todo ello es el resultado de una estructura social que protege a los que menos ganan y que nos caracteriza como sociedad civilizada, pero que es totalmente relevante para analizar la distribución del valor generada por el turismo: un turista que paga un servicio prestado por un trabajador cuyo salario mensual no llega a los 1.200 euros o que es estacional, está siendo subvencionado, porque el servicio de esa persona cuesta más.

Dicho de otro modo, en la medida en que nuestro turismo se basa en la creación de puestos de trabajo mal remunerados –la mayor parte ocupados por inmigrantes–, el turismo no solo crea poco valor, sino que lo redistribuye en favor de los turistas (y de los empresarios) y en contra del resto de la sociedad, cuyo empobrecimiento se manifiesta en forma de servicios sociales más congestionados y de pensiones más amenazadas. Los vecinos de la Barceloneta protestaban por las molestias que les causan los turistas. No sabían que, además, los empobrecen.

¿Qué se puede hacer?

Los atractivos turísticos de Barcelona son excepcionales, como excepcional es el acierto que ha caracterizado a los gestores privados y públicos que los han promocionado. No obstante, nuestro turismo crea poco valor y lo distribuye de una manera perversa. La solución no pueden aportarla los empresarios, porque habría que subir el salario mínimo o bien aumentar la presión fiscal. Un camarero vienés gana más que uno barcelonés no porque sea más hábil con la bandeja, sino porque así está estipulado. Con respecto a los impuestos, cuando AENA dobló la tasa en El Prat y cuando la Generalitat implantó la mal llamada tasa turística, se oyeron predicciones apocalípticas, pero el número de visitantes no ha parado de crecer. El empresario no pierde en ningún caso porque puede trasladar el coste al turista. Y los turistas no dejarán de venir a Barcelona porque la cerveza sea más cara; si tal fuera el caso, dejarían de ir a Viena.

Me piden una predicción a diez años. Es evidente: si continuamos con el actual modelo de minimizar salarios y maximizar el número de turistas, llegaremos a un serio conflicto, porque este modelo beneficia a unos pocos y perjudica a la mayoría. Si somos capaces de trasladar al turista los costes reales que ocasiona, los barceloneses estaremos pagando un precio razonable por vivir en una ciudad deseada.

Barcelona, ¿a dónde vas?

Se quiere consolidar a Barcelona como una ciudad puntera en Europa. La materialización del proyecto tiene cuatro requerimientos: un hinterland con una economía potente, comunicaciones con el mundo, creación de ciencia y tecnología y atractivo para vivir en ella. ¿Cuál es la situación de Barcelona en cada uno de estos ámbitos?

© Sagar Forniés

Si nos levantamos muy temprano, pero muy temprano, muy temprano, muy temprano […] somos un país imparable. Josep Guardiola, 8 de septiembre de 2011

En nuestra infancia, la imagen de una ciudad moderna y dinámica era la de un downtown de ciudad americana. Sin embargo, cuando le fue posible construir rascacielos, Barcelona resistió la tentación de concentrarlos. ¿Por qué? Porque los barceloneses detestaban la idea de un barrio que se quedase desierto a partir del anochecer. Perseguían el equilibrio a través de la dispersión de las zonas de oficinas: edificios “singulares”, pequeñas concentraciones en la parte alta de la Diagonal, en la calle Tarragona, más tarde Diagonal Mar…, con el fin de que no solo no mataran la vida de los barrios, sino que creasen en ellos puestos de trabajo revitalizando su tejido tradicional: las viviendas, las tiendas, los talleres, los puntos de socialización. El resultado: una ciudad atractiva para vivir y trabajar en ella.

Ahora bien, pese a este conservadurismo urbanístico, se pretende consolidar a Barcelona como una ciudad puntera en Europa. La materialización de este proyecto tiene cuatro requerimientos: un hinterland con una economía potente, comunicaciones con el mundo, creación de ciencia y tecnología y atractivo para vivir en ella. ¿Cómo está Barcelona en cada uno de ellos?

Afortunadamente, segmentos muy importantes de la industria catalana –el automóvil, el alimentario, la química– resisten, pero en un contexto de lento retroceso: incluso en relación con la media española, Cataluña es una economía que se desindustrializa. Por otro lado, así como el puerto ha seguido expandiéndose y se beneficia del hecho de que la principal ruta marítima pasa ahora por el Mediterráneo, ha sido imposible vencer la desidia del estado español a la hora de mejorar sus conexiones con el exterior. A su vez, la ciudad ha preferido dedicar el pulmón de terrenos que la rodean a actividades desvinculadas de este (una prisión, una ciudad del audiovisual, una villa olímpica) comprometiendo las oportunidades de desarrollar en ella actividad económica (logística y manufactura) directamente vinculada al tráfico marítimo. Me temo que, en este caso, el objetivo de crear barrios equilibrados es un error, porque el puerto tiene un gran futuro, pero debe poder respirar.

En cambio, Barcelona ha hecho una apuesta decidida por potenciar el turismo, cuyo inicio se asocia con los Juegos Olímpicos, que dieron a conocer la ciudad al mundo bajo una luz favorable: una ciudad mediterránea que era capaz de organizar unos Juegos a la vez frescos y eficientes. Después recuperaría la capacidad para organizar grandes ferias y congresos dotándose de infraestructura –el Palacio de Congresos de Cataluña, el Centro de Convenciones Internacional de Barcelona, la Fira de Barcelona-Gran Via– y, gracias a la tenacidad del alcalde Maragall, enfrentado por este motivo al lobby hotelero, de nuevos hoteles. Por su parte, el puerto realizaría un esfuerzo considerable para posicionarse como receptor de cruceros.

El éxito ha sido extraordinario, y Barcelona se ha convertido en un destino turístico que sobresale en los segmentos profesional, de cruceros, urbano y low cost. Entre otras cosas, ello ha sido posible porque el aeropuerto se ha dotado de una gran terminal y una nueva pista que, aunque corta, es apta para la mayor parte de los vuelos que llegan, lo que le ha permitido absorber el gran crecimiento del tráfico generado por la explosión del turismo y disponer aún de mucha capacidad excedentaria. Por otro lado, el turismo profesional y de cruceros ha estimulado la lenta pero constante apertura de rutas transcontinentales, imprescindibles para la competitividad de la ciudad.

Más limitados han sido los avances en el tercer frente, el del “conocimiento”. Un barrio entero fue recalificado como “22@” para especializarlo en actividades económicas vinculadas a las tecnologías TIC y el multimedia. Los resultados han sido positivos pero modestos, y al menos en parte amenazados por la deserción de la Comisión del Mercado de las Telecomunicaciones.

Ahora bien, en este campo Barcelona se beneficia del hecho de que desde hace unos quince años la Generalitat mantiene un esfuerzo importantísimo para desarrollar un polo científico que tiene su máxima densidad en la ciudad. Gracias a ello, Barcelona dispone, aparte de los equipos de investigación en la universidad y en los grandes hospitales, de una treintena de centros de investigación de primer nivel (en genómica, en fotónica, en biotecnología…). Un dato bastará para calibrar la magnitud de la apuesta: por cada investigador que el estado tiene en Cataluña (en el CSIC), la Generalitat (en los CERCA) tiene cuatro. Otro bastará para demostrar que la impresionante productividad del sistema: los recursos por millón de habitantes que los investigadores catalanes han sido capaces de captar del Consejo Europeo de la Investigación solo son inferiores a los captados por Suiza, Israel, Países Bajos y Suecia. Ahora mismo la Generalitat lidera la implantación –a caballo entre los municipios de Barcelona y Sant Adrià– de un proyecto de alto nivel en formación en el campo de la ingeniería.

Es incierto si la Generalitat podrá mantener la apuesta por la ciencia y la tecnología en el contexto de su angustiosa crisis financiera, pero que lo haga o no constituye el factor más importante para determinar el dinamismo y la prosperidad de Barcelona.

© Albert Armengol
El puerto no ha cesado de expandirse y se beneficia del hecho de que la principal ruta marítima pase ahora por el Mediterráneo, pero no se ha podido vencer la desidia del estado español en cuanto a mejorar las conexiones con el exterior. En la imagen, la terminal de contenedores desde lo alto de Montjuïc.

Por último, queda el frente de la calidad de vida, que tan celosamente querían preservar las autoridades urbanísticas y la población. Las promesas de no construir nuevas vías rápidas fueron olvidadas, y perdonadas, en el contexto de la preparación de los Juegos Olímpicos de 1992, que comportó la ejecución de todos los proyectos del porciolismo, pero también una grandiosa apertura de la ciudad al mar.

Barcelona es percibida como una ciudad con una gran calidad de vida, lo cual es, hoy por hoy, su principal atractivo para captar inversiones. Atractivo que se ve amenazado por la conversión de varios barrios en parques temáticos sin más vida que la de prestar servicios al turismo. Es muy fácil comprar un helado junto al Born, pero cada vez cuesta más comprar pescado. Además, una parte muy importante del turismo barcelonés es el que identifica España con la laxitud en los horarios, el ruido y el alcohol. ¿Tiene sentido que la misma ciudad que luchó contra el predominio de los rascacielos permita que barrios enteros se transformen al servicio de la diversión barata y molesta? Es una actitud suicida, porque la calidad de vida que importa para atraer actividad económica no es la del turista low cost sino la del ejecutivo que se plantea mudarse a la ciudad; quien, a diferencia del anterior, quiere levantarse temprano.

Barcelona puede convertirse en una ciudad puntera en Europa, pero elloo no depende del volumen de turistas sino de su capacidad para proteger la calidad de vida –amenazada, sobre todo, por el turismo barato–, del desarrollo de actividad económica en torno a su puerto y de la apuesta que se está realizando por la ciencia y la tecnología. Por sí sola, Barcelona poco puede hacer en el tercer campo, bastante en el segundo y mucho en el primero. No estoy seguro de que las ideas estén del todo claras.