Acerca de Mireia Valls

Directora del Centro de Estudios de Simbología de Barcelona y autora del libro La Barcelona subterrània, 2013

Viaje al mundo subterráneo

La realidad es muy diferente de como la suponemos. Lo invisible y oculto es el origen de lo que se acabará manifestando. Los inicios y la razón de ser de Barcelona se esconden en sus entrañas, adonde no podemos descender de cualquier modo, sino bien cogidos al hilo de Ariadna.

© Andreu

Bajo la planicie en donde se erige la ciudad transcurren una gran cantidad de torrentes que transportan agua ininterrumpidamente desde tiempos inmemoriales, los cuales fueron aprovechados por los romanos para fundar la pequeña Barcino. Para llegar a esas corrientes naturales se construyeron a lo largo de los siglos unos larguísimos túneles de la altura de una persona, denominados minas, de los cuales todavía hoy en día se conservan un buen número en perfecto estado; es el caso de la mina del monasterio de Pedralbes, la de Can Travi, la de Can Masdeu o la de una finca del Putxet.

También se excavaron innumerables pozos a diferentes profundidades y en diversas épocas históricas; pongamos como ejemplo los que se esconden en los sótanos de algunas casas del Barri Gòtic y el que Gaudí hizo perforar en Bellesguard, con más de 40 m de profundidad. El agua también se acumula en depósitos naturales en el vientre de la montaña de Montjuïc inicialmente una isla a cuyos pies se dice que el mítico Hércules realizó su obra de fundación–, en pequeñas lagunas actualmente selladas o sepultadas bajo nuevas edificaciones, donde los niños de la zona se bañaban a mediados del siglo pasado. Y si las aguas hacen posible la vida, también es imprescindible evacuar las sucias para preservarla. De ahí que Barcelona cuente con una red de alcantarillas de más de mil kilómetros de longitud, algunas tan curiosas como la que discurre bajo la calle de la Bòria y la plaza de la Llana, un tramo de la antigua Vía Augusta, o la de la Palma de Sant Just, de la época romana y perfectamente conservada.

© Frederic Ballell / AFB
El tren recreativo de la mina Grott de Collserola, en una imagen de junio de 1908 tomada en Vallvidrera.

Los refugios de la Guerra Civil

El mundo subterráneo es idóneo para esconderse, protegerse y escabullirse. Durante la Guerra Civil se construyeron más de 1.400 refugios repartidos bajo toda la ciudad con el fin de preservar a la población de los bombardeos (son visitables el de la plaza del Diamant, el de la plaza de la Revolució y el 307, situado en la calle Nou de la Rambla, al pie de Montjuïc), pero también hay escondites de épocas muy anteriores, como la curiosa sala circular para siete personas bajo el Pati Llimona, o bien lo que se supone que fue un lugar de reuniones clandestinas de Serrallonga y sus esbirros, unos subterráneos hoy hundidos cerca del Palau Mercader.

De la misma manera, podemos referirnos a los incontables corredores (de los que nadie se atreve a hablar por miedo o prudencia) que comunican muchos de los edificios emblemáticos de Ciutat Vella entre sí y que llegan incluso a atravesar los límites de la antigua muralla romana, túneles que se emplearon para escapar sin ser visto. Se conoce, por ejemplo, una red de galerías que conectaban el centro de la ciudad con el Mas Guinardó (donde vivía otro bandolero, Rocaguinarda), e igualmente diversos túneles que incluso cruzaban la sierra de Collserola, uno de los cuales el que empieza en el Palau de les Heures fue utilizado por el Gobierno de la Generalitat durante la guerra, aunque actualmente está hundido. El mundo del hampa también se ha refugiado en el subsuelo de Barcelona, en los famosos túneles de la punta del Morrot conocidos popularmente como el Hotel Montecarlo, o bien en lóbregos corredores bajo una antigua fábrica de juguetes de Horta actualmente denominada La Jungla donde una horda de personas violentas tiene atemorizado al vecindario. Pero a buen seguro, una de las facetas más siniestras del subsuelo urbano es la de las checas, aquellas salas de tortura activas durante la Guerra Civil de las que muy pocas personas salieron con vida.

© Fototeca CLABSA
El colector rebosadero del Bogatell.

Cuevas poco conocidas

Ahora bien, el vientre de la ciudad tiene también una cara acogedora y maternal: la cueva. Un lugar oscuro y silencioso, apto para el recogimiento y el encuentro con uno mismo. Barcelona esconde algunas cuevas muy desconocidas; ya hemos hecho mención de las de Montjuïc, pero están también las que durante el siglo xix serían habitadas por ermitaños en el barrio de Els Penitents. Y no podemos olvidar la que descubrieron Gaudí y Güell en la montaña del Carmel, justo en la actual ubicación del bar, los servicios y el almacén de conservación del Park Güell, donde encontraron restos de un hombre primitivo y de un mamífero. Y por descontado, la sala secreta denominada Capelya que el arquitecto hizo construir bajo el Turó de les Tres Creus, recinto hermético al que solo se podía llegar a través de la red de galerías que surcan el interior de esta montaña. Se trata de un larguísimo entramado de corredores excavados durante la Edad Media, o incluso antes, para extraer mineral de hierro. Son las llamadas cuevas de Xirot y de Cimany, que dan nombre a un centro educativo del barrio. Finalmente, cabe mencionar la extraordinaria gruta que se hizo construir el excéntrico indiano Altimira bajo su finca de la Bonanova, con estalactitas y estalagmitas auténticas, acuarios, lucernarios y una extraña sala en forma ovoide que llamó “del eco”. ¿Un lugar solo de diversión?

Todos estos mundos dentro de mundos, de espacios secretos, solitarios, llenos de peligros y trampas, a menudo muy próximos a las redes de metro y ferrocarril en las que viajamos con tanta frecuencia, conforman un extenso laberinto que conviene recorrer y atravesar. Si no hemos soltado el hilo de Ariadna, este nos llevará directamente al centro, donde está el templo de la Sagrada Familia. Y podremos salir airosos hacia la luz.