Acerca de Montse Pijoan

Comisaria de la exposición “60db / 16kHz. ¿Sientes la violencia?”

¿Sientes la violencia? Entre el caos y el orden

La exposición “60dB / 16kHz. BCN. ¿Sientes la violencia?”, que se pudo visitar el último trimestre de 2016, invitaba al espectador a redefinir la violencia a partir de una nueva mirada sobre el fenómeno.

Foto: Rober Astorgano / Fotomovimiento

Una imagen perteneciente a la muestra del Arts Santa Mònica, donde se denunciaban distintas formas de violencia, aparentes o imperceptibles, directas o estructurales.
Foto: Rober Astorgano / Fotomovimiento

Detrás de las estadísticas oficiales y las noticias de los servicios informativos encontramos todo tipo de violencias directas que son legalmente punibles. Sin embargo, existen otras violencias, simbólicas y estructurales, invisibles por lo cotidianas, que nos ocultan intimidaciones, maltratos, burlas, imposiciones, amenazas, arbitrariedades diversas e innumerables injusticias que tienen lugar en nuestro entorno.

La exposición “60dB / 16kHz. BCN. ¿Sientes la violencia?”, que se pudo visitar en el centro Arts Santa Mònica de Barcelona, al final de la Rambla, durante el último trimestre de 2016, invitaba al espectador a redefinir la violencia a partir de una nueva mirada sobre el fenómeno. La violencia se ha abordado como un hecho consustancial a cualquier relación resultante de un acto de comunicación, en diferentes formas de agresión que afloran en las fricciones de cualquier comunidad.

Los comisarios interpelábamos a los espectadores con la pregunta del título de la exposición, ¿sientes la violencia?”, en el doble sentido de notarla y de escucharla. La violencia se presentaba como una membrana que nos tiene encapsulados de modo permanente en el ruido de fondo de la ciudad. Los 60 dB de contaminación acústica que sufrimos incesantemente en Barcelona es una realidad a la que ya estamos tan acostumbrados que en cierta manera la obviamos. Lo único que podemos percibir si aguzamos el oído dentro de este murmullo caótico son las erupciones de ruidos cotidianos, que podríamos definir como ejemplos de microviolencia.

Para investigar estas y otras formas ocultas de violencia, las comisarias de la muestra salimos a la calle con Francesca Romana (OTOXO Productions) para sondear a los ciudadanos. Nuestro trabajo de campo nos hizo descubrir y cartografiar un espacio de humillación en que todos nos movemos. Las diferentes vivencias humillantes que la gente quiso compartir con nosotros nos hicieron darnos cuenta de la sutileza con que actúa la violencia simbólica.

Asistimos al malestar de chicas que se sienten tratadas como “un cuerpo” mientras pasean por la calle o cuando ponen los pies en un bar. Muchos ciudadanos nos hablaron de la violencia en el ámbito laboral, donde casi siempre todo el mundo brega con arrogancias, jerarquías morales, silencios, miradas y gestos que molestan y se pueden interpretar como agresiones. Los jóvenes nos hablaron de la violencia en los institutos, donde a menudo se sienten categorizados como “buenos” o “malos” estudiantes y se instaura una especie de juicio moral sobre sus personas, lo que condiciona, dentro de un contexto de escolarización obligatoria, un trato particular de profesores y compañeros.

En cualquier ámbito nos encontramos con expresiones de haber sentido la violencia, con confesiones tanto de haberla sufrido como de haberla impartido, a familiares, compañeros de clase o de trabajo, por la calle. Nos encontramos, de este modo, rodeados de innumerables microviolencias simbólicas presentes en cualquier relación, que no solo pueden ser recibidas, sino también ejercidas. Tanto si las sufrimos como si las imponemos o bendecimos, sentirlas es todo un ejercicio que requiere cierta atención.

Foto: Fotomovimiento

Otra imagen de la muestra del Arts Santa Mònica, en la que se aprecia documentación judicial.
Foto: Fotomovimiento

Sordos ante la violencia estructural

Así pues, nuestra ciudad, Barcelona, permanece constantemente envuelta en este ruidoso zumbido. Y nosotros, que vivimos en ella, también nos volvemos sordos ante violencias que podríamos calificar de estructurales, como la limpieza de lo que no se adecua al modelo de ciudad, que se quiere higienizar: cuando a menudo nos interrumpe el paso el sonido intermitente de un camión de la basura o el de una excavadora de obra. Los helicópteros que nos sobrevuelan en cada manifestación nos indican que nos encontramos en manos exclusivas de especialistas entrenados y autorizados para ejercer la fuerza en nombre de nuestra seguridad.

Incluso en espacios de protección, como los parques infantiles, donde los niños juegan recogidos en un recinto vallado, podemos sentir como estamos sometidos a las normativas que regulan la actividad en el espacio público, ya que, sin darnos cuenta, tenemos a los niños limitados a moverse dentro de esta especie de precinto de seguridad. Cuando nos cruzamos con un grupo de turistas que buscan el Park Güell un domingo por la mañana, no percibimos nunca a estos extranjeros adinerados como inmigrantes. Y cuando después entramos en el metro, nos cruzamos con los manteros y con gran número de personas a quienes, bajo incontables presiones administrativas, ni tan solo se les da la oportunidad de sobrevivir en la ciudad si no obtienen un sello que les diga quiénes son y a qué tienen derecho.

La violencia estructural suena en todo momento, por ejemplo cuando nos imponen que la calle sea un lugar de paso y no de encuentro con bancos unipersonales situados estratégicamente en direcciones contrapuestas. Suena y se hace evidente también cuando la reforma de un barrio comporta la expulsión de la gente que lo habita.

En el libro La ciutat horitzontal. Urbanisme i resistència en un barri de cases barates de Barcelona, Stefano Portelli recoge una serie de litigios entre los agentes municipales y los vecinos, que no se ponían de acuerdo en la reforma de un conjunto de casitas de planta baja que ya han sido parcialmente derribadas. La sensación de haber sido expulsado de tu casa perdura entre los habitantes del barrio del Bon Pastor. En el libro colectivo Repensar Bon Pastor se recogen un conjunto de propuestas presentadas a un concurso de ideas por un movimiento vecinal llamado a decidir el futuro del barrio, un futuro sin demoliciones ni reformas diseñadas desde un despacho municipal. El movimiento participativo de Bon Pastor espera aún la respuesta de la Administración. El silencio administrativo es también una forma de violencia.

El barrio del Raval destaca por haber sufrido múltiples violencias estructurales de tipo urbanístico, que recogen tanto el libro Matar al Chino, de Miquel Fernández, como el documental del mismo título que elaboró para la exposición el Observatorio de la Vida Cotidiana. Los autores ponen de manifiesto que en las intervenciones sobre el Raval emerge la contradicción más clara entre las pretensiones urbanísticas oficiales (transformar la morfología urbana para mejorar las condiciones de vida de sus habitantes) y las consecuencias efectivas sobre la población residente, como la expulsión o expropiación de su casa. Lívia Motterle da voz a diferentes núcleos de resistencia en cuatro calles del Raval, en su estudio etnográfico Cartografía carnal de la resistencia, para mostrar ejemplos de la vida que palpita para combatir la invisibilización a que las violencias estructurales someten este espacio.

Ni excepción ni accidente

Así pues, nuestra sociedad está configurada por relaciones que nunca quedarán del todo ajustadas, bajo las que este agobiante zumbido caótico expresa la idea central: la violencia no es una excepción ni un accidente, sino que aparece disuelta en la vida cotidiana de todos nosotros. Los movimientos caóticos de violencia presentes en nuestra normalidad cotidiana pasan desapercibidos para la mayoría, y por eso en la exposición los representamos con un tono agudo de 16 kHz, inaudible para muchos. Y esta normalidad no se debería ver como un problema, sino como una solución, si la violencia es fuente reguladora de desigualdades.

Pese a ello, es sintomático que las violencias directas, que son las que solemos hallar en los medios informativos, sean más visibles que las simbólicas o estructurales. La violencia directa es la ejercida por los agentes sociales, por los aparatos represivos y por las multitudes fanáticas que, frente a una incertidumbre que pueda ser intrínsecamente dolorosa y trágica, se aferran a la imposición de cierto universo de sentido. Así, priorizan la seguridad en lugar de aceptar una realidad que podría poner en peligro su propia existencia.

En oposición a estas estrategias de seguridad y control, la dialéctica entre caos y orden concluye que la máxima probabilidad de orden (tal como se da en la normalidad) requiere la presencia de movimientos caóticos y de incertidumbre, resistencias y desobediencias.