Acerca de Ramon Barlam

Profesor en el INS Cal Gravat de Manresa

La escuela del siglo XXI será digital o no será

Los jóvenes que cursan la educación obligatoria, incluso los que obtienen buenos resultados académicos, no estan lo bastante satisfechos con lo que les ofrece la escuela. Tampoco los padres, los políticos ni los profesionales que trabajan en ella.

© Swasky

Imagine an ‘Education Nation’, a learning society where the education of children and adults is the highest national priority, on par with a strong economy, high employment, and national security…” De este modo empieza Education Nation (2010), el excelente libro de Milton Chen (ex CEO de Edutopia, la fundación educativa de George Lucas). En un momento de grandes cambios la gran pregunta es si la escuela sabrá reencontrar su lugar, si tendrá fuerzas para hacer frente con determinación a los nuevos retos y, sobre todo, si será capaz de vertebrar una sociedad que se denomina del conocimiento pero que aún no acaba de creérselo. Porque la escuela y la educación han de ser, por coherencia, el alma y el motor de esta nueva era que apenas está dando comienzo.

Los jóvenes que cursan la educación obligatoria, incluso los que obtienen buenos resultados académicos, no están lo bastante satisfechos –con contadísimas excepciones– de lo que les ofrece la escuela. Tampoco los padres y los políticos, ni los profesionales que trabajamos en ella. Como padre he disfrutado y sufrido la escolarización obligatoria de mis hijos, que, por cierto, se diferencia muy poco de la mía. Me refiero a aspectos que van desde el abuso de las clases magistrales y de los libros de texto hasta la propia arquitectura de los espacios y la disposición de los alumnos como en una fábrica. Me gustaría que algo cambiara si algún día llego a tener nietos. La escuela del siglo XXI debe mejorar en muchos aspectos, pero en cuanto a la cuestión tecnológica, es evidente que será digital o no será.

En el año 2040 las fisuras y fracturas seguirán siendo más sociales que digitales, pero más amplias y profundas. Ya no hablaremos de nuevas tecnologías, que estarán integradas en el día a día hasta hacerse invisibles. Los ciudadanos que, además de usarlas para relacionarse, adquieran competencias digitales y todas aquellas habilidades descritas en el movimiento 21st Century Skills ocuparán los cargos de responsabilidad y tendrán los puestos mejor pagados. Aún habrá adictos a las redes sociales, a los reality shows del tipo Gran Hermano o los Jersey, Geordie y Gandia Shores de la MTV, excepto en los países en que se haya prohibido este tipo de programas tras no lograr nada con el aviso que dice que “las autoridades educativas y sanitarias advierten que este programa estropea sus neuronas”.

Ya que hablamos de fracturas, existirán dos grupos de países: los que habrán entendido todo esto y los que no. Un grupo garantizará la igualdad de oportunidades, reducirá a la mínima expresión los índices de fracaso escolar y destinará los recursos y el presupuesto necesarios para conseguir el máximo nivel educativo de la población. Con toda seguridad, uno de los mejores indicadores para medir la riqueza de un país será la inversión en el sistema educativo y su calidad. Education Nation.

Durante la primera década del siglo, las grandes inversiones se centraban en la construcción. En el año 2040 las industrias del conocimiento serán las que encabezarán los índices bursátiles del mundo y esperamos que Barcelona sepa aprovechar su atractivo para acoger a las empresas más innovadoras. Los conocimientos adquiridos en gamificación, inicialmente aplicados al mundo de la empresa, se trasladarán a los proyectos educativos, y los mejores desa­rrolladores ya no trabajarán tanto en la creación de videojuegos como en la de las simulaciones educativas en 3D. En la escuela de mis nietos, las recreaciones tridimensionales basadas en realidad aumentada serán un recurso muy efectivo que facilitará situaciones de empatía y la consecución de aprendizajes y conceptos complejos.

Los sistemas universitarios flexibles y dinámicos barrerán a los basados en sistemas anquilosados. Las universidades que se encontrarán mis nietos no tendrán nada que ver con las de ahora. Si en la primera década del siglo XXI el trending topic era la movilidad, ahora lo serán la flexibilidad y el marketing. En el 2040 las universidades de referencia serán las que mejor hayan definido estrategias efectivas para facilitar a los ciudadanos el aprendizaje a lo largo de toda la vida  (lifelong learning).

Los padres seguirán explicando cuentos (impresos) a sus hijos y haciendo dibujos con pintura de dedos. Pero las tabletas táctiles ya no serán vistas como un juguete, sino como un instrumento imprescindible para el proceso de formación y de crecimiento de las personas. Las aplicaciones disponibles en el año 2040 serán tan espectaculares que privar a los niños de tales recursos será considerado una reacción amish.

El currículum obligatorio se habrá revisado y será más racional y flexible. En las aulas se trabajará más en equipo, desaparecerán las asignaturas y se potenciarán los ámbitos, que facilitan el trabajo por proyectos. El coeficiente intelectual dejará de ser el medidor de la capacidad de los niños y la gran preocupación será que las inteligencias de Gardner se desarrollen al máximo, y de manera equilibrada, en cada niño. Con quince alumnos por aula, el profesor podrá realizar una evaluación formativa con la que no juzgará una vez cada trimestre si los alumnos superan o no el listón común, sino que intentará sacar el máximo partido de cada uno de ellos en un proceso de revisión permanente; en el ámbito cognitivo, pero también en el emocional (inteligencias intrapersonales e interpersonales de Gardner). Estos serán los principios de la personalización del aprendizaje, que tanto defiende César Coll. Por cierto, debido a lo que acabamos de explicar, los informes PISA ya no tendrán sentido en el año 2040 y habrán desaparecido.

El autor considera que las aplicaciones disponibles en 2040 seran tan espectaculares que privar a los niños de estos recursos se considerará una reacció amish. Arriba, clase de inglés con ordenadores en la Escola Carlit.

¿Y en las aulas?

Mayo de 2013. Hemos quedado a las ocho en la estación de Renfe de Manresa. Los alumnos de 4º de ESO del INS Cal Gravat suben al tren. El objetivo de la salida de trabajo es doble: por un lado, saber desplazarnos de manera autónoma por Barcelona y, por otro, localizar los puntos emblemáticos (edificios, esculturas, lugares históricos, etc.) y elaborar un mapa interactivo entre los tres grupos de 4º de ESO. Una vez en el tren, en grupos de tres deben elegir cinco tarjetas al azar. En cada una de ellas encontrarán las coordenadas y un código QR con la información básica de cada punto. Durante la hora larga del recorrido han de elaborar un itinerario teniendo en cuenta las líneas de metro y de bus que les pueden ir mejor. Cada vez que localicen uno de los cinco puntos tienen que fotografiarlo con la aplicación Instagram y añadirle un texto explicativo breve que incluya la etiqueta o hashtag #calgraBCN. Eso hace que, de manera automática, las imágenes de cada grupo aparezcan georeferenciadas en un mapa enlazado desde el sitio web del instituto. Fieles al concepto BYOD (Bring Your Own Device), los alumnos pueden utilizar cualquier aparato (tabletas táctiles, teléfonos inteligentes, etc.) para realizar el ejercicio.

Los resultados podrán verse en el web de Cal Gravat desde mayo de 2014 (http://www.calgravat.cat). Muchos centros llevan a cabo actividades similares, pero en el año 2040 estarán más normalizadas. Hablamos de un trabajo de campo como los de siempre, pero que incorpora las estrategias y la tecnología que forman parte de la vida de nuestros alumnos (y de la nuestra), y que requiere que el profesorado haga un buen trabajo de equipo para elaborarlo. Cuanto más amplio sea nuestro inventario de recursos, metodologías y estrategias (incluidas las TIC), mejores respuestas podremos dar a las necesidades de los alumnos.