Acerca de Stefano M. Cingolani

Historiador

Ramon Muntaner, historiador (y novelista) de la casa de Barcelona

Los centenarios nos tendrían que estimular a leer las obras de los celebrados, y tal habría que hacer con ocasión del 750.º aniversario del nacimiento de Ramon Muntaner. Pero ¿cómo deberíamos leerlo? El hecho es que nos hallamos ante un gran manipulador, acaso uno de los mayores de nuestro pasado medieval.

Foto: Prisma Archivo
Entrada de Roger de Flor en Constantinopla, óleo de José Moreno Carbonero (1888), del Palacio del Senado de Madrid, que representa el desfile de los almogávares ante el emperador bizantino, Andrónico II, en 1303.

Los centenarios: una vía de crear memoria literaria e histórica a menudo descontrolada. Porque ¿qué hacemos con aquellos autores que no tienen una fecha segura de nacimiento o de muerte, o para los que hay que esperar demasiado tiempo, o que, por alguna misteriosa razón, pasan desapercibidos a pesar de su gran importancia? Pienso en Bernat Desclot, por ejemplo, o en Bernat Metge, posiblemente el mayor autor catalán de la Edad Media.

Un peligro de los centenarios radica en la tendencia a celebrar una gloria patria (real o supuesta) que a menudo no tiene proyección exterior; a no aprovechar la oportunidad para interrogarse y plantear una visión del pasado menos de barretina. podríamos decir, o bien menos académica, de nota a pie de página; y a no comprobar su relación con el presente, sin victimismos ni triunfalismos vacíos y autocomplacientes. Cuando menos, los centenarios tendrían que servir de estímulo para volver a leer las obras de los celebrados, y no deberíamos limitarnos a acudir a algún acto social. Tal habría que hacer con ocasión del 750.º aniversario del nacimiento de Ramon Muntaner. Pero ¿cómo deberísmoa leerlo, ya que, junto con Ramon Llull, nos encontramos ante un gran manipulador, quizás uno de los mayores de nuestro pasado medieval? No hablaré de Llull, puesto que no somos muy amigos, y sí de Muntaner, con quien tengo una relación bastante más dialogante. Ramon Muntaner nos ofrece una gran oportunidad para analizar el pasado colectivo y su relación con el presente. Oportunidad que podemos perder, por desgracia.

Muntaner focalizó (y parece que lo sabía, que lo hizo a propósito) anhelos del país dando pie a una visión cristiana/burguesa/heroica de Cataluña poco fundamentada, que despertó ansias de victorias y de protagonismo internacional. Y al mismo tiempo ha sido tratado por parte de la academia como si fuera un producto absolutamente neutro. He aquí una curiosa, y elocuente, muestra de ciertas idiosincrasias típicas del país, incluida la asepticidad académica. Asistimos a un buen cúmulo de contradicciones, como la de quien acaba celebrando derrotas pero busca su imagen ideal en una época de victorias (aunque solo en algunas); la de un país que se quiere siempre más pacifista y que, a su vez, exalta episodios de extrema violencia, como los protagonizados por los almogávares; finalmente, la de un país que ya desde hace siglos se ha divorciado de la monarquía, que es siempre más republicano y que disfruta, al mismo tiempo, de la visión más falsa, empalagosa y popular, casi de revista del corazón, que la literatura catalana ha dado nunca de sus monarcas. ¿Queremos seguir pensando así, tanto en relación al pasado como mirando al futuro, o, mejor, aspiramos a conocer cómo fueron realmente los hechos, por incómodos que nos puedan parecer, haciéndonos cargo a la vez –consideración importante– de estas contradicciones?

La crítica nos ha transmitido a un Ramon Muntaner guerrero y aventurero, un burgués que se hizo soldado, buen católico y amante de la patria, un buen administrador y un hombre de corazón, servidor desde la infancia de todos los reyes posibles surgidos de la casa de Barcelona; “uno de los hombres más noblemente característicos de la tierra catalana”, escribía Rafael Tasis en los años sesenta del siglo pasado. Pero, ¿de veras fue así? ¿Quién era, en realidad?

Foto: Prisma Archivo
Primer folio de la Crònica de Muntaner, conservada en la Biblioteca Pública Episcopal de Barcelona.

Administrador de la Compañía Catalana

Nacido en 1265, en Peralada, hijo de un mercader, mercader él mismo y hombre de negocios, sus contactos con los monarcas que vio cuando era niño (Jaime I, Alfonso X de Castilla, Felipe III de Francia, Pedro II, Jaime II de Mallorca) impactaron su fantasía, hasta el punto de formarse de ellos una imagen idealizada, idílica. Sin embargo, pese a lo que se ha escrito, no tuvo tratos directos con ningún rey hasta los últimos años del siglo, cuando ya era un hombre acaudalado. Su vida cambió radicalmente en 1300. Fue a Sicilia, entonces en guerra, donde conoció al pirata Roger de Flor e intimó con él, y lo siguió a Bizancio con la Compañía Catalana de mercenarios que iban a entrar al servicio del emperador. Su cargo era el de administrador de la Compañía, oficio que le permitió acumular una fortuna.

En Anatolia, obligado por las circunstancias, descubre el placer de combatir. Una vez abandonada la Compañía, en 1307, no es hasta 1315, ya casado y con tres hijos, cuando terminan sus peripecias por el Mediterráneo: se traslada a Valencia, donde será un miembro destacado del gobierno de la ciudad, y donde, entre 1325 y 1328, escribe la Crònica. Sus últimos años como alcalde de Ibiza, ahora al servicio de Jaime III de Mallorca, se ven manchados por denuncias de prevaricación, corrupción e intereses privados en la administración pública. Morirá en la isla en 1336.

Hombre de negocios tal vez no demasiado escrupuloso, aventurero y pirata, además de gran escritor, Muntaner narra la época más triunfante de la Corona de Aragón. En su crónica asistimos a las conquistas de Mallorca, Valencia,  Sicilia, Cerdeña y los condados catalanes de Grecia. Esto cala profundamente en su conciencia personal (y en la de mucha historiografía de los siglos xix y xx), así como en la visión de sí mismo en el seno de la historia; por ello necesita rodearse de las figuras de los monarcas para poderse expresar. Pero ¿con qué valores, ideas y visión del mundo?

Los viajes, las comparaciones, las victorias lo llevaron a ser un ferviente defensor de su tierra –que hemos de ver más como los Países Catalanes que únicamente como Cataluña– y de su lengua. La unión de los monarcas de la casa, con la famosa metáfora de la mata de juncos, debía conducirlos a gobernar el mundo, como en el caso de los tártaros. Se convirtió, así, en impulsor de una política agresiva y expansionista dirigida a la formación de un imperio mundial –un imperio catalán medieval no tan amplio es lo que ha quedado de ello en la cultura popular y en parte, aun, de la académica. Todo lo cual, además, acompañado por una falta absoluta de curiosidad hacia el elemento extranjero y por un fortísimo sentimiento de hostilidad, que bordeaba la xenofobia, hacia todo lo que no era catalán o que era enemigo de los catalanes.

Portada del nuevo libro sobre Muntaner del autor de este artículo .

El pasado, espejo o instrumento para entender

Muntaner no es sencillamente un buen cristiano, sino que fue un fundamentalista, porque el Dios que aparece en su crónica no es el Dios misericordioso protector de los buenos, sino el Dios vengativo del Antiguo Testamento, que protege al pueblo elegido (los catalanes) y aplasta con ira a todos sus enemigos, que son, en el fondo, los enemigos de los reyes de Aragón y los del propio Muntaner. Por eso, él modifica, manipula, miente, para darnos una visión de la historia de Cataluña repleta de buenos y políticamente correcta, y en la que su gusto narrativo prima siempre por encima de la fidelidad a los hechos.

¿Son estas las características de la nación catalana de que hablaba Tasis? ¿O quizás son otras, y, sencillamente, hay que pensar que hemos cambiado a lo largo de los siglos, y que el pasado no es un espejo, sino un instrumento para entender? No nos engañemos ni nos dejemos engañar. Estas consideraciones las deberemos tener presentes a la hora de leer la Crònica, sin que nos priven del placer de la lectura. Placer que ha atraído a los lectores exactamente por ese sentimiento de victoria y de superioridad, por el hecho de salir del cercado de la Corona de Aragón y de la península para viajar por el Mediterráneo, por el tono coloquial y dialogante, por la aventura. Todo ello, en muy buena medida, invento del escritor, casi más novelista que historiador.