Acerca de Tere Rodríguez

Presidenta de la Asociación Protectora de Animales Exóticos (APAE Cataluña)

Exóticos: viajeros sin billete de vuelta

Los animales exóticos padecen la antipatía extrema o la codicia insultante de los humanos. Pero aún sufren más por la falta de reconocimiento como seres vulnerables. Hay que detener este tráfico, que no aporta beneficio alguno.

Foto: J.M. de Llobet / Museo de Ciencias Naturales de Barcelona

Una mamba verde en la exposición “Enverinats”, que se pudo ver en el Museu Blau entre 2013 y 2015. La mamba es un género de serpientes que viven en los árboles, son extremadamente venenosas y pueden superar a las personas en velocidad de desplazamiento.
Foto: J.M. de Llobet / Museo de Ciencias Naturales de Barcelona

Dicen que el tiempo pone cada cosa en su lugar. Pero quien lo dijo se olvidó del factor humano. Barcelona, que me adoptó hace dieciocho años, es una ciudad en la que disfrutar del anonimato de andar por la calle tan solo es posible para los que no queremos llamar la atención; nadie te ve aunque te miren.

Llevo veintidós años dedicada a la protección de animales; en concreto de esos que sufren una antipatía extrema o una codicia insultante por nuestra parte. Pero de lo que realmente más sufren es de no recibir un reconocimiento como seres vulnerables, y por ello, también, de no tener donde caerse ni vivos ni muertos, cuando el factor tiempo no puede ejercer su derecho propio a dejar a cada uno en su lugar. Animales exóticos, les llamamos.

Barcelona es una ciudad cosmopolita, con un poder adquisitivo alto, y siempre se ha constituido como puerta de entrada de caprichos de lo más originales. No hace muchos años podíamos pasear por la famosa Rambla y espantarnos o hipnotizarnos con una variedad de animales exóticos que no desmerecería de un mercado tailandés. Hoy por hoy sigo pensando que, con ese impresionante escaparate, lo difícil sería librarse del problema que se nos ha acabado planteando: un comercio salvaje de animales difíciles de entender y más difíciles aún de mantener.

A aquellas personas que todavía creen que el problema de los animales de compañía exóticos es menor y que no hace falta “ponerse así”, simplemente les recordaría que desde 2011 disponemos de un Real Decreto de Fauna Invasora. Los reales decretos son como leyes exprés aprobadas para aplicarlas con carácter inmediato; en concreto, este nació para disparar balas de cañón contra animales exóticos que, abandonados sistemáticamente por culpa de un comercio salvaje, se han adaptado al medio natural con todos los supuestos perjuicios subsiguientes y las demás vicisitudes exóticas para las que nuestra ciudad no está preparada. La ley que confirma la teoría del caos.

Insisto en esto del comercio salvaje, un mundo en el que lo legal no siempre va ligado a lo moral y en el que nuestro vecino puede comprar una serpiente de cuatro metros y cuarenta y cinco kilos y luego abandonarla sin que nadie le diga nada. Porque, a pesar de disponer de un marco legal para regular la tenencia de perros potencialmente peligrosos, no se ha regulado jamás la tenencia de animales realmente peligrosos, y así nos vamos encontrando con caimanes sin chipar en Collserola, o con pitones de la India en mitad de la calle, sin saber quién los ha abandonado. Seguramente, si proliferan, acabarán en esa lista negra que nos ha hecho retroceder socialmente y que dice que hay que volver a los tiempos de sacrificar animales de compañía.

Foto: J.M. de Llobet / Museo de Ciencias Naturales de Barcelona

Un grupo de escolares observa una tortuga en los jardines del Instituto Botánico, en Montjuïc, durante el BioBlitzBcn de 2016. Esta actividad consiste en identificar el máximo número de especies en el lugar donde se desarrollan.
Foto: J.M. de Llobet / Museo de Ciencias Naturales de Barcelona

De este modo, el tema de los animales exóticos sí que se ha convertido en un problema para “ponerse así”. Por un lado tenemos el abandono en general de animales que no tienen adonde ir, porque, aunque el comercio está permitido, el plan ético de contención ante la irresponsabilidad de la gente no se ha trazado jamás. ¿Dónde pondremos todos los conejos que acaban en nuestros parques y jardines? Por otro lado, hay un problema de invasión del medio natural, también falto de control auténtico, y queremos pensar que, volviendo a aquellas épocas oscuras de atrapar y sacrificar, dominaremos la situación. No diremos nada sobre la crueldad ejercida contra unos animales que no pidieron llegar aquí, eso lo dejaremos para las charlas de andar por casa.

En cuanto al descontrol sanitario derivado de la demanda creciente de este tipo de animales, por desgracia es un tema que queda circunscrito en ámbitos demasiado técnicos y que solo se airea cuando surgen casos de alarma sanitaria. De este modo, la mayoría de la población permanece desinformada al respecto y es vulnerable a enfermedades propias de los animales exóticos.

Con esta apocalipsis exótica, privando al tiempo de su derecho a ordenar la casa –y dejándolo, por ello, en un ridículo espantoso–, ¿qué vamos a hacer?, ¿qué haremos para controlar a estos animales? Es fácil. Lo mismo que hacen ellos: observar, unirse y copiar. Tomar las leyes que han favorecido a unos y aplicarlas a los otros. Identificar, censar, crear centros de acogida integral…, todas esas cosas que un día pusimos en marcha para tan solo dos especies, los perros y los gatos, pero que debíamos haber aplicado a las más de cuatrocientas (400) que hemos destinado a animales de compañía. Dejar de lado el síndrome de la chistera –sacar un conejo de un sombrero gracioso, y luego hacer el juego de manos para que nadie se pregunte adónde ha ido a parar el animal durante el espectáculo–, ser conscientes de las limitaciones personales e institucionales y frenar este tráfico que no aporta beneficio alguno. Recordemos las pérdidas económicas –de las que tan a menudo se nos informa– causadas por la invasión de especies foráneas, esos animales que llegan aquí con billete de ida, pero sin el de vuelta.