Ignàsia Robira, empresaria encajera a finales del siglo XVIII

Ignàsia, hija del menestral Pere Claver y esposa del zapatero Gaspar Robira, dominaba el arte de hacer encajes y se dedicó a la elaboración de este tejido, actividad que completó con el negocio de telas y confección y con el préstamo de dinero. La empresaria llegó a coordinar a un equipo de artesanas de trece pueblos del entorno barcelonés, desde el Maresme hasta el Baix Llobregat.

© Christian Maury
Encajes expuestos en la Escola de Puntaires de Barcelona.

Es un hecho probado que, al menos desde la Edad Media, en Barcelona ha habido mujeres –solteras, casadas y viudas– que han abierto un negocio propio y lo han sacado adelante, contribuyendo así al bienestar de sus familias y al suyo propio. Se trata de una larga tradición de barcelonesas empresarias muy poco conocida, pero ello no significa que no exista.

Esta continuada presencia femenina en el mundo de los negocios presenta unas características que hay que destacar. Desde el siglo XIV hasta el XIX, los negocios que eran propiedad de mujeres se concentraron –posiblemente como ahora– en dos sectores específicos. Por un lado, en la venta de comestibles, telas, ropa confeccionada y complementos de vestir. Y, por otra parte, en la elaboración de prendas de vestir y complementos (guantes, sombreros, corsés…), así como de ciertos tejidos. Esta concentración de la actividad económica femenina autónoma se debía a razones tanto ideológicas como económicas, sobre todo a partir de la aparición y difusión de los gremios –en Barcelona, desde el siglo XIV–, que reservaban la mayoría de los oficios, los mejores, a los hombres.

Con todo, quedaron unas pocas actividades productivas que no llegaron a ser reguladas por los gremios, y ello permitió que hubiera mujeres con negocios propios. Una de estas actividades fue la elaboración de encajes de bolillos –que cuando se confeccionaban con hilo de seda se llamaban blondas–, un producto de lujo que permitía obtener unos beneficios elevados.

Se sabe sobradamente que la mano de obra del sector era siempre femenina –con una retribución de miseria–, pero en cambio se desconoce que hubo también empresarias muy decididas. Una de ellas fue la barcelonesa Ignàsia Claver i Castells (Barcelona, 1760 aprox. – Reus, 1811). Esta hija del menestral Pere Claver, “porgador e garbellador” [purgador y cribador] de Barcelona, y de Eulàlia Castells, se casó a principios del decenio de 1780 con el zapatero Gaspar Robira, también barcelonés. Entonces tomó como primer apellido el del marido, tal como era costumbre, para pasar a llamarse Ignàsia Robira i Claver. Así firmaba los documentos. El hecho de conocer los secretos del complejo arte de elaborar encajes –ignoro cómo los adquirió– empujó a Ignàsia a dedicarse a la producción de este tipo de tejido. Hay que destacar que sabía escribir, lo que le facilitaba llevar las cuentas y la correspondencia del negocio.

Firmas de Ignàsia y de su marido en un documento notarial de Antoni Comellas, que se conserva en el Arxiu de Protocols.

Las cosas entre la pareja no fueron nada bien, de modo que Ignàsia presentó una demanda de separación ante las autoridades eclesiásticas. Al parecer, el principal problema estribaba en el hecho de que la actividad económica que sostenía a la familia fuese la de la mujer, y no la del marido como zapatero. No obstante, en 1799 la pareja reconsideró esta decisión y firmó un convenio ante notario para reconducir su relación y dejar bien claras las bases de la actividad económica que sustentaría a la pareja y a sus cuatro hijos.

En dicho documento el marido admitía que el comercio de blondas y el capital del mismo pertenecían a la mujer “per haberlos adquirirt ab molt treball e industria, sens perjudici de la economica administració de sa casa y familia” [por haberlos adquirido con mucho trabajo e industria, sin perjuicio de la económica administración de su casa y familia]. Por tanto, el marido reconocía la pericia manufacturera y mercantil de Ignàsia, su autonomía económica, que había creado un capital y que además no había desatendido las obligaciones domésticas. En el mismo documento se establecía que a partir de aquel momento él pondría capital en el negocio de su esposa, con lo que se convertiría en socio. Para ello, él cobraría la parte de los beneficios que le correspondieran y, además, en los recibos, cartas y demás papeles debería añadirse “y Compañía” al nombre de la firma de Ignàsia. En otro artículo del convenio se establecía que, “per un efecte de generositat” [por efecto de generosidad], ella daría la mitad de sus beneficios al marido para que este pudiera atender “la obligació de alimentar y vestir a ella y a sos fills que com a marit y pare deu desempeñar” [la obligación de alimentarlos y vestirlos, a ella y a sus hijos, que como marido y padre debe desempeñar]. Eso sería así siempre que él cumpliese con esta responsabilidad, y en caso contrario “quedarà abdicat de la percepciò de la dita mitat de beneficis” [quedará excluido de la percepción de la mencionada mitad de beneficios]. Por otro lado, Ignàsia concedió a su marido la función de cobrador de las ventas del negocio de blondas, sin renunciar a intervenir cuando le pareciese oportuno.

El negocio que Ignàsia había levantado sumaba un capital de unas 7.500 libras –aparte de las más de 2.500 libras de deudas que se consideraban incobrables–, cantidad que indica que se trataba de una familia artesana y no de la clase mercantil alta y rica.

Compraba a crédito y se sabe que al menos llegó a deber más de 3.500 libras, una cantidad considerable, dado el capital en que se valoraba el negocio. Ello demuestra que disfrutaba de consideración y de crédito entre sus proveedores.

Con el fin de compensar la pérdida de competencias en el negocio de encajes, Ignàsia decidió abrir otro negocio paralelo, que orientó a la venta de tejidos y ropa confeccionada. Algunos de los vestidos llevaban lujosos bordados. Su clientela no era solo la que iba a comprar a sus tiendas, sino que también tenía clientes en Valencia, Madrid y “América”.

Sabemos que en 1803 tenía a la venta 107 mantillas de blonda y diferentes piezas de encaje de seda negras y blancas. El negocio de los encajes no era simple, pues se sustentaba en la existencia de una red de encajeras en diferentes localidades, controladas por una intermediaria. La complejidad del negocio de Ignàsia Claver era notable, ya que articulaba la producción de mujeres que trabajaban en trece pueblos diferentes del entorno barcelonés, desde el Maresme hasta el Baix Llobregat.

© Luisa Ricciarini / Prisma
Encajeras alemanas en una pintura del artista barroco Giacomo Francesco Cipper (Todeschini).

Los beneficios que obtenía del negocio de los encajes le permitieron acumular cierto capital, que orientó al préstamo. En un caso prestó más de quinientas libras a una misma persona.

La posición económica de Ignàsia llegó a ser bastante sólida, como lo demuestra el hecho de que, cuando se casó su hija Francesca con el sastre Josep Gustà, en 1803, le dio en dote quinientas libras en metálico más dos cómodas con el ajuar, valoradas en otras mil libras. Todo ello sumaba una cantidad bastante superior a la que los artesanos barceloneses invertían en la boda de sus hijas. La muchacha tuvo que pedir la autorización paterna para casarse porque era menor de edad, pero quien le dio la dote fue su madre.

Al empezar la Guerra del Francés, Ignàsia decidió refugiarse en Reus, donde murió en abril de 1811. El testamento decía que vivía en esta población desde unos meses antes. Si no llegó enferma, debió de enfermar allí, puesto que no tuvo fuerzas para firmar el testamento.

Su hijo Josep Robira i Claver heredó el negocio materno de encajes de bolillos, pero nunca fue un empresario importante del sector. Prefirió dedicarse a ampliar el patrimonio adquiriendo algunas casas en Barcelona. Esta doble ocupación le garantizó una posición económica notable, de modo que su hijo Joaquim Robira i Torrabadella pudo estudiar medicina y se hizo médico y cirujano en 1847. Así pues, no hay duda de que el ascenso social de la familia se basó en la triple actividad económica de la abuela Ignàsia: la producción de encajes de bolillos, los préstamos de dinero y el negocio de telas y confección.

Àngels Solà Parera

Universitat de Barcelona

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