La mano derecha del doctor Robert

El doctor Manuel Ribas Perdigó, nacido en 1859 en una chocolatería de la calle Ferran, se licenció en 1880 y cuatro años más tarde obtuvo una plaza de profesor en la Facultad de Medicina, donde se convirtió en el máximo colaborador del doctor Robert, futuro alcalde de Barcelona. Entre 1924 y 1927, año de su muerte, presidió la Real Academia de Medicina.

Hubo un tiempo en que los barceloneses encomendaban el alma a Dios y el cuerpo a un médico de aires patriarcales, ceremonioso y grave, con sombrero de copa, chaqué y maletín de cuero negro, como aquellos padrinos de los duelistas del siglo xix. Solían exhibir una barba blanca bien recortada, espesa y redondeada, aunque los más extravagantes se decantaban por la barba de chivo. En un médico la barba de chivo no es muy recomendable, ya que corre el riesgo de que al enfermo se le escape la risa.

© Archivo Rosa Ribas Boixeda
El doctor Manuel Ribas en 1925, cuando ya era presidente de la Real Academia de Medicina.

Eran otros tiempos. Los barceloneses de entonces tenían más fe que los de ahora. Fe en el Sagrado Corazón, en la acracia o en el freno mecánico Castellví. En aquella Barcelona crédula, turbulenta y de vez en cuando colérica, desconocemos qué empujó a Manuel Ribas Perdigó, segundo hijo de un chocolatero y nieto de campesinos de las Hortes de Sant Bertran, a estudiar medicina. Quizás imitó a su hermano Joan, dos años mayor. En cualquier caso, los jóvenes Joan y Manuel siguieron el ejemplo de los hermanos médicos san Cosme y san Damián (aunque, afortunadamente, se ahorraron ser decapitados).

Manuel Ribas Perdigó nació en 1859 en un altillo de la chocolatería Ribas, en la calle Ferran, 16 de Barcelona, un establecimiento muy apreciado por la excelencia de su cacao, traído en barco desde Guinea hasta Vilanova i la Geltrú. Esta chocolatería debió de tener muchísimo reconocimiento en toda la ciudad, puesto que mereció las invectivas satíricas de Pitarra, un honor que no todo el mundo se merece.

De los primeros años no nos han llegado muchas noticias. Sabemos que en 1870 la familia se refugió en una casa de verano que tenían en La Bonanova, en los números más altos de la calle Muntaner, durante la terrible epidemia de fiebre amarilla, también conocida como vómito negro (no se les debía de ocurrir un nombre más horrible). Quizás en aquel momento, al ver aquella mortandad desoladora, los dos chicos decidieron dedicarse a la medicina. Eso es lo más probable, y no que les impresionaran unos callos.

En 1880 Manuel Ribas Perdigó se licenció en Medicina y obtuvo el premio extraordinario concedido con ocasión de la boda de Alfonso xii con María Cristina. Se doctoró en Madrid y recorrió durante medio año instituciones médicas de Alemania. De aquel país adquiere un estilo de vida germánico, regular y ponderado que se traduce, entre otros hábitos, en la consulta diaria de la hora exacta en el reloj de la Real Academia de Ciencias. Costumbre, esta, que perdura entre algunos de sus descendientes. Como su desprecio por la música.

Después del periplo alemán, vuelve a Barcelona y en 1884 obtiene una plaza como profesor clínico en la Facultad de Medicina. Su especialidad es el tratamiento de las enfermedades internas, sobre todo del aparato digestivo, el cardiocirculatorio y el respiratorio. Vaya, todo lo que se encuentra en un puesto de casquería.

El catedrático de medicina interna es el doctor Bartomeu Robert, futuro alcalde de Barcelona. El doctor Ribas Perdigó se convierte en su máximo colaborador, además de amigo, y le sustituye como profesor los días en que el doctor Robert se dedica a sus tareas políticas. Humilde, cordial y muy exacto en sus explicaciones, Ribas Perdigó es un profesor muy apreciado por sus alumnos, como los doctores Pedro Pons, Nobiola, Pi Sunyer, Bartrina y otros, que, ya médicos, a menudo lo solicitarían a consulta. Al presentarse en Madrid a unas oposiciones celebradas para obtener una plaza de catedrático en la Zaragoza, Ribas Perdigó las pierde ante otro aspirante que dispone de padrinos y vuelve a Barcelona decepcionado. “No volveré a poner los pies en Madrid nunca más”, concluye. Pasan los años y no se desdice.

Escribe Patogenia y tratamiento de la constipación habitual (la constipación es el estreñimiento, y no tiene nada que ver con el resfriado), Diagnóstico y tratamiento de la gastroectasia (la dilatación del estómago) y Tratamiento de la neurastenia (donde recomienda la restricción del coito en los enfermos por su condición debilitante, aunque también hay que reconocer que ilusiona un tanto).

© Frederic Ballell / AFB
Una máquina esterilizadora de agua en la plaza del Pedró, en 1914, cuando Barcelona sufrió una grave epidemia de tifus que mató a cerca de dos mil personas.

En 1898 ingresa como miembro de la Real Academia de Medicina de Barcelona, institución que presidirá a partir de 1924, con el discurso “Tratamiento curativo de la tuberculosis pulmonar”. Le responde su gran amigo el doctor Robert. También cabe destacar que en 1909 leyó el discurso inaugural de la Real Academia, “Tratamiento general de la arterioesclerosis”, de 72 páginas. Uno de los más extensos que se recuerdan.

En 1888 se casó con la joven de diecinueve años Carme Casas Güell, con la que tendría nueve hijos: Cristina, Margarita (muerta a los tres años), Joan (oftalmólogo), Bonaventura, Josep (mi abuelo), Antoni (otorrinolaringólogo), Maria, Margarita (mucho más resistente que la primera) y Mercè. Quiero agradecer especialmente al doctor Manuel Ribas Fernández –nieto del doctor Joan Ribas Perdigó– su Memòria del doctor Manuel Ribas i Perdigó, que me ha sido de gran utilidad al escribir este retrato.

Los primeros años vivió en la Rambla de Sant Josep número 37, frente a la iglesia de Betlem, en la casa llamada El Regulador, y abrió una consulta en un piso de la calle de Santa Anna, 24. Durante un tiempo se resistió a trasladarse a la Rambla de Cataluña, 11 porque temía que los enfermos no quisieran arriesgarse a atravesar la plaza de Catalunya, ventosa, mal iluminada y poblada de unos individuos erráticos y de mirada turbia. Un poco como ahora. Por fin, hacia 1895, decide trasladar su vivienda y consulta a aquella casa, un poco apartada, de la Rambla de Cataluña. El despacho se ha conservado gracias a la viuda del doctor Manuel Ribas Mundó, catedrático de medicina interna de la Universidad Autónoma de Barcelona, y nieto de Manuel Ribas Perdigó.

Participó en el Congreso de Ciencias Médicas celebrado en Barcelona en 1888 en el marco de la Exposición Universal, con “Papel que representan las enfermedades extracardíacas en el descubrimiento de la asistolia” (no se desanimen, yo tampoco he entendido nada) y en el Congreso Médico Internacional de Moscú de 1894 con “Formas clínicas de la cirrosis hepática”.

A raíz de la muerte del doctor Robert en 1902 abandonó la universidad y se concentró en la medicina privada. No solo atendía a enfermos de Barcelona y de los alrededores, sino que también visitaba a pacientes en París, a donde viajaba a menudo. De lo que sin duda obtenía notable satisfacción, ya que París bien vale un enfermo.

En 1914 participó en una comisión médica contra el tifus que asolaba la ciudad. Una indicación suya que nos ha llegado de generación en generación es que el punto negro de los tomates puede provocar tifus y, como consecuencia, ninguno de sus descendientes lo ingiere. Ahora mismo solo nos faltaría coger el tifus, francamente.

En 1924 el doctor Ribas Perdigó fue proclamado presidente de la Real Academia de Medicina de Barcelona –que en 1991 pasaría a llamarse de Cataluña– y bajo su presidencia se conmemoró el centenario de la muerte del doctor Salvà Campillo, no sin tiranteces con el gobierno militar del general Primo de Rivera. Mantuvo el cargo durante tres años, ya que en 1927 cayó enfermo de cáncer de estómago y murió al cabo de seis meses.

Cuando se nos mueren los médicos, nos quedamos un poco más solos.

Enric Gomà

Guionista

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