Cíborgs en los cuarenta

L’altra (Les ales esteses)

  • Marta Rojals
  • Edicions de la Magrana (RBA)
  • Barcelona, 2014
  • 336 páginas

Una de las formas de leer la nueva novela de la escritora de La Palma d’Ebre Marta Rojals es fijarse en qué otra Barcelona ven unos ojos venidos desde el extremo suroeste de la comarca. Como mínimo hay dos barrios localizados: las plazas de Gràcia llenas a rebosar de jóvenes parados que matan la mañana tomando cafés y cervezas, y un Sant Gervasi más acomodado, pero donde los estudios de diseño van a la baja o están en proceso de reconversión hacia la nada. En todas partes hay barceloneses que no saben hablar catalán si no es incluyendo un 25% de castellano: el oído de Rojals es finísimo y eso se demuestra en los diálogos, llenos de barbarismos, y en el capricho de que la protagonista, que se acerca peligrosamente a los cuarenta años, se quede completamente enamorada de un chico de poco más de veinte por el nivel de catalán que demuestra, superior a la media. La ciudad –y aquí ya no sería necesario que se tratara de Barcelona, sino que en cualquier gran metrópoli pasaría lo mismo– cumple otro papel, el de funcionar como aglutinador y, al mismo tiempo, de aislante de una gran cantidad de individuos. Las dos páginas de pórtico de la novela, espléndidas, hablan de las pantallas que se iluminan cada noche en cada ventana de cada bloque de pisos, como luciérnagas que se buscan, se encuentran, intercambian información y después se repliegan, en una versión 2.0 del “yo, en mi casa, y tú, en la tuya”: separados, pero unidos por nuestro Wi-Fi de cada día.

L’altra se puede resumir en pocas líneas: una pareja de hace años se tambalea en diversos frentes. Él pierde el trabajo, una hermana se les instala en casa y ella pierde la cabeza por un joven skater que le hará replantearse muchas certezas. Con una premisa tan próxima a los clichés, ya se ve que el trabajo de la escritora será de orfebrería para no caer por el acantilado de la literatura femenina, “de sentimientos”, mal entendida: le ayuda una cierta dureza que va de soi en el carácter de mucha gente de las Terres de l’Ebre, pero sobre todo la máxima seriedad con que se enfrenta a la escritura.

No hay digresiones argumentales, no hay personajes sobreros, no hay acciones ni detalles sin función dramática. Hay una férrea estructura con sorpresa final que, lejos de estar sacada de la manga, es la única explicación posible para el carácter extremadamente perfeccionista y neurótico de Anna, la física reciclada en diseñadora que es el segundo gran personaje femenino que nos regala la autora después de la Èlia de Primavera, estiu, etcètera. Si Èlia digería una separación y retrocedía hasta el pueblo para, en cierta manera, matar a su padre, Anna, además de enfrentarse a la pérdida de deseo que implica la rutina de pareja, esconde un secreto que la obliga a descender a los infiernos más psicoanalíticos, en cuyo final, inevitablemente, encuentra a su madre. Todo ello para decir que los dos personajes son ejemplares por lo que tienen de contradictorios y de capas de profundidad, y que eso es lo que los acerca tanto a la realidad de los lectores, que casi sienten su aliento en la nuca.

En torno a ellas orbitan secundarios bien perfilados, como Cati, la jefa de Anna, típico fruto de la Barcelona acelerada de los ochenta y primeros noventa, o Nel, el chico buena persona que lleva años haciendo de muro de contención de la bestia interior de Anna y que tiene una curiosa característica, una prótesis en un punto sensible de la anatomía. O quizás no tan curiosa, porque resulta que el joven patinador también tiene otra prótesis –en el oído, porque es sordo– y quizás resulta que quien lleva la prótesis más evidente, en el bolsillo, es la propia Anna. Pantallas de móvil, de tableta, de ordenador, mensajería instantánea: todos estos mecanismos inundan nuestras vidas hasta saturarlas de una comunicación a menudo deficiente e incompleta. Llenan también las páginas de L’altra para dibujar a unos personajes desorientados y aturdidos por la crisis que se aferran a estos artilugios electrónicos como a un clavo ardiendo: los ojos enrojecidos por un DM [mensaje privado directo en Twitter], la noche en blanco por un icono de Whatsapp. Vida y literatura, a ambos lados de la pantalla.

Marina Espasa

Filóloga y escritora

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