Grandes relatos

Nacionalisme espanyol i catalanitat. Cap a una revisió de la Renaixença

Autor: Joan-Lluís Marfany

Edita: Edicions 62

950 páginas

Barcelona, 2017

La voluntat i la quimera. El noucentisme català entre la Renaixença i el marxisme

Autor: Jordi Casassas

Edita: Editorial Pòrtic

319 páginas

Barcelona, 2017

El Noucentisme a Barcelona

Autores: Aleix Catasús y Bernat Puigdollers

Editan: Àmbit Serveis Editorials y Ayuntamiento de Barcelona

301 páginas

Barcelona, 2016

Hace años que Jordi Casassas conceptualiza la historia de Cataluña en el encadenamiento de tres cosmovisiones: Renaixença, noucentisme, marxismo. Su último ensayo –La voluntat i la quimera, galardonado con el premio Carles Rahola– está centrado en el noucentisme, presentado como una variante de los movimientos que a principios del XX se replicarán en el sur de Europa (establece comparaciones con los casos francés e italiano) para dar respuesta al conflicto inherente a la sociedad democratizada de masas. La aparición del libro ha coincidido con la edición de otro estudio de análisis cultural: la asombrosa revisión que Joan-Lluís Marfany propone del mito de la Renaixença en Nacionalisme espanyol i catalanitat. A la fuerza debería obligar a reformular la idea establecida sobre la primera de aquellas cosmovisiones.

La visión tradicional, que la ligaba a la aparición del catalanismo, ha explicado la Renaixença como un movimiento fundado con “La pàtria” de Aribau. La génesis de las trovas es conocida. Estando en Madrid, el 10 de noviembre de 1832, Aribau dirigía una carta a Barcelona y en castellano (la lengua en la que normalmente escribía), y adjuntaba el poema. “Para el día de S. Gaspar presentamos al Gefe algunas composiciones en varias lenguas. A mí me ha tocado el catalán”. Sería retrospectivamente, con el afán de construir un relato legitimador, cuando se otorgaría a “La pàtria” una significación equiparable a la primera piedra de un edificio nacional. En los bajos se habría producido primero una rehabilitación del catalán como lengua literaria; encima se habría cimentado un movimiento político que daba carácter central a la identidad y establecía la lengua propia como factor determinante.

Con su tocho Marfany ha acabado de derribar la vieja visión tradicional. Establece una cronología alternativa (1800/1859) y ensancha el corpus usando textos poco o nada trabajados por la filología catalana. El cambio de óptica altera la comprensión del periodo. Durante aquellos años lo que predominó aquí fue la implicación en la forja del nacionalismo español, sin que eso significase que los nacionalistas de nuestra tierra, burgueses y liberales, no expresasen un inequívoco doble patriotismo (para expresarlo con la fórmula Fradera). Este nacionalismo español inventado en Cataluña no fue, por supuesto, monolítico. Evolucionó y fueron adquiriendo más y más peso formas diversas de regionalismo. Formas que, como él documenta, tuvieron su translación a la piel de Barcelona. Lo prueban la nueva decoración de la fachada del Ayuntamiento, por ejemplo, o monumentos que se proyectaron entonces.

El intento de consolidar una hegemonía –una cosmovisión– desde las instituciones se manifiesta de muchos modos. Impulsando una historia, unos símbolos, una estética. Formas que pueden tener más o menos éxito. A mi entender, Casassas da en el clavo cuando sistematiza el noucentisme como un movimiento político, nutrido por intelectuales que actuaron como equipo entorno a Prat de la Riba, cuya pretensión era regenerar una población civilmente abatida a partir de una nacionalización sistemática y modernizadora.

El despliegue de esta cosmovisión también dejó su rastro en la piel de la ciudad. Lo muestran, con rigor descriptivo, Aleix Catasús y Bernat Puigdollers en El noucentisme a Barcelona. El principal interés de su libro, fastuosamente ilustrado, es la sistematización enciclopédica de una parte sustancial del arte realizado en la ciudad durante las tres primeras décadas del siglo XX. No todo el arte, pues convivían estéticas diversas, pero sí aquel que puede englobarse en una laxa cosmovisión de lo que convenimos en denominar noucentisme. Dejando de lado los dos primeros capítulos –sobre ideología y literatura–, demasiado simplificadores, el conjunto es una aportación utilísima porque, sin corsés, rescata figuras desdibujadas, pero sobre todo porque unifica manifestaciones estéticas de tipología muy diversa: desde la pintura hasta las artes aplicadas a la arquitectura, desde la joyería hasta el diseño de jardines.

Los autores evitan fijar el código genético del noucentisme. Pero diseminan multitud de pistas. El ejemplo más clarificador es su análisis de las tres versiones de la Deessa de Josep Clarà. No lo es menos la descripción que hacen de las escuelas proyectadas por el Ayuntamiento, subrayando la simbiosis entre el mobiliario, los murales o los esgrafiados. Los casos se podrían multiplicar.

¿Por qué se colapsó aquel loable proyecto civilizador? Uno de los aciertos de Casassas es mostrar que el choque del noucentisme con momentos de gran crisis –la Semana Trágica, la Gran Guerra– determinó su evolución. En el capítulo sobre pintura mural, Catasús y Puigdollers describen el papel de Torres-García en la reforma del Palau de la Diputació como sede de la Mancomunitat: caracterizan La Catalunya eterna (1913) como obra paradigmática del movimiento y reproducen el esbozo de 1917 del fresco que Puig i Cadafalch descartó, titulado La Catalunya industrial. Quizás en este episodio, como en la posterior defenestración de Eugeni d’Ors, podríamos imaginar una respuesta al interrogante del colapso.

Jordi Amat

Filólogo e investigador de la Universidad de Barcelona

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