Indumentaria

  • Indumentària
  • Colección La ciutat del Born. Barcelona 1700
  • Albert Garcia Espuche (dirección)
  • Ajuntament de Barcelona. Museu d’Història de la Ciutat
  • Barcelona, 2013 (previsto)

En un análisis de la sociedad barcelonesa como el que propone la colección Barcelona 1700 no podía faltar un volumen dedicado al estudio de la ropa y el vestuario de nuestros antepasados. El volumen, con colaboraciones de Albert Garcia Espuche, Sílvia Carbonell con Sílvia Saladrigas, Francesc Riart, Julia Bertrán de Heredia con Núria Miró, Aileen Ribeiro y Ruth de la Puerta Escribano, nos ayuda a entender no tan solo el paisaje humano de las calles en los siglos XVII y XVIII, sino también buena parte de las tensiones sociales que atraviesan el período, porque no en vano el textil es desde mediados de siglo XVII el motor de la economía catalana, y la producción de los telares identificará al país durante siglos.

Es el mundo de los mercaderes barceloneses, el de los gremios de la lana y de los tejidos, la auténtica punta de lanza en la innovación (a costa incluso de enviar cuando es preciso “espías” a aprender las técnicas en otros países, desde Holanda e Inglaterra hasta las tierras de Occitania). Y son los gremios de estos ámbitos quienes encargan el Político discurso de Narcís Feliu de la Penya (1681), hito en los estudios de economía en nuestro país.

No es fácil decir si los barceloneses de 1700 iban bien o mal vestidos. Pero es un hecho que el volumen documenta que los vestidos se confeccionaban con 68 tipos de tejidos distintos, y las piezas de abrigo con 35, lo que indica una sofisticación en el gusto y quizás también a una cierta disponibilidad económica. El sorprendente número de camisas que aparecen en los recuentos de la ropa de menestrales y pescadores demuestra, además, que es básicamente erróneo el tópico según el cual nuestros antepasados iban sucios. Y el hecho de que en las excavaciones del Born hayan aparecido gafas con montura metálica –una de las cuales lleva inscrita la palabra “London”– permite pensar que la Barcelona de la época poseía un cierto nivel de sofisticación, tanto en el vestir como en otros ámbitos de la vida cotidiana.

A través de la ropa y del vestuario en general puede observarse de modo muy significativo el cambio social y la fuerza del cambio de las costumbres. Del siglo XVII al XVIII no solo se produjo una transformación lenta pero imparable en las formas de vestir, que pasan de imitar las formas de la Corte española (ropa oscura y poco ágil) a recoger las novedades que llegan de la Corte francesa, donde la ropa era bastante más luminosa y atrevida. Tan atrevida que, como se documenta gráficamente en el libro, en los banquetes las mujeres no necesariamente llevaban cubiertos los pezones. La exuberancia y el lujo del período son muy bien conocidos por los historiadores, e incluso un clásico como Fernand Braudel ya observó que por toda Europa se puede situar el nacimiento de lo que entendemos como “moda” hacia el año 1700. Es interesante saber que en Barcelona en 1716 había un peluquero genovés, otro boloñés y media docena franceses trabajando habitualmente, o que ese mismo año había hasta siete alpargateros en la ciudad. El cosmopolitismo de nuestros antepasados está, por tanto, suficientemente documentado.

Pero el vestuario muestra todavía, a modo de ejemplo, las tensiones sociales producidas por el ineficiente funcionamiento del sistema impositivo (la bolla), que ni era capaz de frenar el contrabando, ni facilitaba un marco jurídico en el que se potenciase la actividad económica. Es bien sabido que las tensiones proteccionistas derivan, en buena medida, de la tradicional desconfianza de los gremios por la actividad comercial. Cuando en el año 1705 las cofradías del textil y de la piel piden “remei” (sic), remedio, por el daño causado por el libre comercio y proponen prohibir “lo consumir y gastar teixits d’or i plata y paños y sargas forasteros” [el consumir y gastar tejidos de oro y plata y paños y sargas extranjeros], es difícil que no resuenen en los oídos del lector las quejas que durante el XIX y gran parte del XX manifestaron los elementos más retrógrados y apolillados del proteccionismo de esta tierra. En historia, lo micro es muy a menudo el lugar en el que se juegan las grandes tensiones sociales.

Ramon Alcoberro

Profesor de Ética en la Universitat de Girona

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