Jóvenes que dejan de serlo

  • Puja a casa [Sube a casa]
  • Autor: Jordi Nopca
  • L’Altra Editorial
  • Barcelona, 2015
  • 247 páginas

Son cuentos expansivos, con tonos de un Carver pasado por el filtro mediterráneo, y con barceloneses de una clase media devaluada, la de los jóvenes que han viajado en low cost, que van a Casa Àsia y a Starbucks, menos narcisistas de lo que parece, expulsados de la ciudad y cuya formación no casa con la inseguridad en que viven.

A principios de los noventa un escritor declaraba en una entrevista que estaba llevando a cabo una recopilación de cuentos en que los personajes tenían oficios extraños o inusuales. El motivo literario parecía un buen anzuelo, cargado de pintoresquismo y juego. El hecho es que, desde el crac del 2008, muchos libros con carácter generacional como este de Jordi Nopca (Premio Documenta), relativo a los nacidos en los años ochenta, han convertido el trabajo en un rasgo básico –y minado de estupefacción– de los personajes.

Así ocurre en esta sucesión de trabajadores situados en el lugar equivocado, como el peluquero de perros de “Anell de compromís”, la licenciada en arte de “No te’n vagis” o el vendedor de cafeteras de “Navalla suïssa”. Son cuentos expansivos, con tonos de un Carver pasado por el filtro mediterráneo, y con barceloneses de una clase media devaluada, la de los jóvenes que han viajado en low cost, que van a Casa Àsia y a Starbucks, menos narcisistas de lo que parece, expulsados de la ciudad y cuya formación no casa con la inseguridad en que viven. La recopilación también muestra a sus padres o abuelos, que, si bien vemos como una clase más centrada, aparecen a menudo ingresados en una residencia o un hospital.

La incertidumbre de las relaciones hombre-mujer está presente por doquier. Las parejas se aguantan por un hilo y a menudo están socavadas por la infidelidad. El cuento “Cinema d’autor” se centra en el inicio de la relación, pero ya entonces el amor crece torcido.

Escritos con una prosa segura, que hace progresar el cuento con tacto y prescinde de los finales de traca, siempre con algún ingrediente excéntrico que vigoriza el realismo de base, hay cuatro o cinco cuentos (de los diez de la serie) de notable calidad. De hecho, al leerlos no acabamos nunca de atisbar hacia dónde nos llevan, la ironía y el drama se equilibran con perfección y, en conjunto, desbaratan la incómoda etiqueta de “literatura generacional”.

“L’Àngels Quintana i en Fèlix Palme…” refleja bien cómo, en medio de la ciudad-escaparate turística, una pareja se desfibra mentalmente y su único gesto de queja consiste en introducir plátanos en los tubos de escape de los coches. Él se vuelve alcohólico; ella se difumina en una superstición cómica, y al mismo tiempo la superstición del “nos tenemos el uno al otro” actúa como un fermento turbio en una pareja que solo quiere salir adelante.

“Navalla suïssa” es muy bueno, con un fondo psicopático –siempre en el tono solar que comentábamos– que recuerda a alguna de las primeras películas de Haneke: el gesto violento junto a una realidad ordenada, vacua. El sarcasmo es visible en “La pantera d’Oklahoma”, que ilustra muy bien cómo el mundo banal de un escritor de best sellers encuentra un eco en el exterior propagando sus subproductos. Hay que leer el final dos veces para ver cómo el autor destila con celo, sutilmente, la intención que quiere imprimir.

Podríamos pensar que la falta de expectativas vinculada a la crisis llevaría a algunos libros de las nuevas hornadas a plasmar la realidad desde la intemperancia. La cuestión es que algunas de estas obras –pienso en las novelas de David Ventura o la reciente de Daniel Arbós– optan por el lenitivo de la sátira y el humor. Si el humor se hace bien, como en esta recopilación de Nopca, el lector queda agradecido.

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