La ciudad orgánica

La ciudad autosuficiente

Autor: Vicente Guallart

RBA Libros

Barcelona, 2012

256 páginas

Nos hemos tenido que tragar discursos tan perversos sobre Barcelona que todavía hoy, cuarenta años tras la muerte de Franco, me sorprende leer un libro que hable con pasión del futuro de la ciudad sin insultarme la inteligencia. Ya se sabe que desde el siglo xvii, y con la excepción de los cincuenta años anteriores a la Guerra Civil, el futuro de Barcelona casi siempre ha pasado por dejar sitio a Madrid renunciando a su historia, a su cultura y a sus ambiciones de liderar el Mediterráneo.

La ciudad autosuficiente es un ensayo escrito con una prosa marquetiniana y un punto buenista que a veces recuerda el cosmopolitismo blanqueado de la etapa socialista más esplendorosa. El libro, no obstante, rebosa de ideas, y las afirmaciones grandilocuentes y vaporosas quedan siempre en un segundo plano. Vicente Guallart no insiste en las cuestiones geopolíticas que condicionan el desarrollo de toda gran ciudad, pero tampoco las evita, lo que le permite situar a Barcelona en el centro de un discurso un poco visionario pero muy sólido y cosmopolita.

Según Guallart, la globalización obligará a la humanidad a superar el modelo actual de metrópolis moderna. El libro insiste en que si las ciudades se continúan construyendo con los viejos esquemas el mundo se colapsará, porque la humanidad no dispondrá de los recursos necesarios para completar el proceso de urbanización en el que está inmersa. Guallart cree que la misma tecnología que tradicionalmente había alejado la vida urbana de la naturaleza ahora tendría que servir para favorecer una reconciliación que generara formas de producción y de consumo más eficientes.

El libro recuerda que las ciudades actuales todavía son fruto de las esperanzas que en los siglos precedentes se depositaron en las máquinas. Prueba de ello serían las ciudades que crecen como setas en Asia. Muchas, recién estrenadas, ya se ven antiguas, porque remiten a un mundo económico y político obsoleto, superado por la tecnología y las experiencias del siglo xx. Si nos fijamos, dice Guallart, recuerdan a los barrios europeos reconstruidos durante la posguerra mundial con criterios estandarizadores y de baja identidad, con edificios de más de treinta plantas.

La tarea de las capitales occidentales sería corregir esta tendencia. La ciudad artificial y consumista, separada de la naturaleza por un muro cultural y económico inhumano, tendría que evolucionar hacia un tipo más orgánico y ecológico, y también más democrático. El autor considera que si la tecnología está revolucionando nuestra manera de vivir y de trabajar tarde o temprano también revolucionará la organización de las ciudades. Guallart es muy consciente de la relación que existe entre la cultura productiva, la cultura urbana y la cultura política, y, por medio de esta relación, trata de proponer un futuro en el que las ciudades tengan un papel casi redentor.

Sin usar estas palabras, porque no es el tono del libro, Guallart parece convencido de que la globalización potenciará la idea de civilización que Barcelona tiene grabada en sus piedras. En la concepción urbanística del arquitecto en jefe del Ayuntamiento de la ciudad resuena un cierto naturalismo de Gaudí. Cuando afirma que el reto de las ciudades del siglo xxi es volver a ser productivas, creo que quiere decir que las ciudades se tienen que repensar recuperando algunos de los elementos de la tradición urbana medieval proscrita por la Revolución francesa y por la Revolución industrial –y también, naturalmente, por los ejércitos que entraron en Barcelona en 1714.

Enric Vila Delclòs

Escritor y periodista. Profesor de la Facultad de Comunicación Blanquerna

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