Lengua y literatura

  • Llengua i literatura
  • Colección La ciutat del Born. Barcelona 1700
  • Albert Garcia Espuche (dirección)
  • Ajuntament de Barcelona. Museu d’Història de la Ciutat
  • Barcelona, 2011
  • 287 páginas

El sexto volumen de la colección Barcelona 1700 ha sido dedicado al tema siempre arriesgado de la lengua y la literatura, e incluye artículos de Joan Santañach i Suñol, Xavier Torres Sans, Xavier Cazeneuve i Descarrega, Albert Garcia Espuche, Francesc Feliu y Josep Solervicens. Como toda la serie, también este volumen incide en la microhistoria y en la historia social con el fin de mostrar el crecimiento cultural de una ciudad que en 1516 contaba con diez libreros y que antes de 1714 había llegado a albergar hasta 23. Artículos como “La decadència de la Decadència. Consideracions sobre un concepte historiogràfic prescindible” [La decadencia de la Decadencia. Consideraciones sobre un concepto historiográfico prescindible], de Joan Santañach, establecen que hay que revisar la construcción romántica (y muy ideológica, en el peor sentido de la palabra) de la supuesta “vergonyosa decadència / en què vui jau la catalana faula” [vergonzosa decadencia / en la que hoy está sumida el habla catalana], por decirlo como Aribau a Ramon Muns en 1817. Confundir la diglosia, políticamente obligada por el absolutismo, con la castellanización ha sido un error demasiado frecuentado hasta no hace mucho, pero hoy es una posición documentalmente insostenible.

El texto de Xavier Torres Sans sobre “Llegir, escriure i escoltar a la Barcelona del Sis-cents” [Leer, escribir y escuchar en la Barcelona del Seiscientos] coincide con las observaciones de Albert Rossich y Pep Vallsalobre al valorar el esfuerzo de los literatos de finales del XVI por construir una literatura más exigente en catalán, frustrado por el “silencio espeso” de la posguerra de los Segadores. Queda por revisar sin prejuicios el apócrifo Llibre de feits d’armes de Catalunya que trabajó Coll i Alentorn y que, siendo un texto forjado por un supuesto rector de Blanes del siglo XV, constituye en realidad una “forma oblicua de polémica política”. También habría sido interesante analizar en profundidad la figura, tan compleja, de Narcís Feliu de la Penya, y su Fènix de Catalunya (1683), que, pese a tener fama de constituir “literatura de contrición”, posiblemente es mucho más que eso. Feliu es un personaje difícil y excesivamente marcado por lo que en historia literaria se denominan “lecturas retrospectivas”.

Pero es un hecho que el retroceso del catalán no empieza con la derrota de 1714; hay que ir a buscarlo sobre todo en la crisis política posterior a la Guerra de los Segadores. Cada vez es más evidente para los historiadores que la pérdida de las libertades catalanas debe leerse como una tragedia en dos actos y no solo en uno. Desde un punto de vista sociolingüístico, resulta obvio que la pérdida de poder político de un país siempre está acompañada por la pérdida de prestigio social de la lengua propia. El autoodio de los vencidos es un factor bien conocido también por los psicólogos, de modo que no puede sorprender que la vacilación lingüística y la tentación de abandonar la lengua propia para adoptar la de los vecinos constituyesen una característica muy obvia en las clases dominantes al cabo de dos derrotas, en la Guerra de los Segadores y en la de Sucesión, que dejaron al país muy maltrecho y sin clases dirigentes lo suficientemente seguras de sí mismas. La misma mezcla macarrónica de catalán, castellano y latín que usan poetas de la época como Jaume de Portell, estudiado por Francesc Feliu en el artículo “La llengua literària” [La lengua literaria], solo puede producir hoy una sonrisa de conmiseración. Del mismo artículo de Francesc Feliu vale la pena recuperar un fragmento muy breve del canónigo Josep Romaguera, fechado en 1681, en el que este desea “desmentir lo error vulgar ab què.s desprecia nostra llengua per basta y per grosera” [desmentir el error vulgar con el que se desprecia nuestra lengua por basta y por grosera]. Romaguera, que posteriormente formó en el austracismo militante, muestra también hasta qué punto al menos la gente más lúcida de Cataluña en la época era consciente de la existencia de graves problemas en el ámbito de lo que hoy llamamos diglosia.

La situación se puso definitivamente mal para la lengua catalana con la derrota del 11 de septiembre. El notario Aleix Claramunt, en la crónica del asedio de Barcelona de 1713-1714, explícitamente titulada Per desengany dels esdevenidors, escribió: “Vulla sa divina magestad mirar-nos amb ulls de pietat perquè sapiam esmenar-nos y complir a la obligació de lleals vassalls. Que amb lo temps s’acomódan las cosas” [Quiera su divina majestad mirarnos con ojos de piedad para que sepamos enmendarnos y cumplir con la obligación de leales vasallos. Que con el tiempo se acomodan las cosas]. Como es sabido, las cosas “no se acomodaron” en absoluto, pero la lengua catalana estaba muy viva en la calle y resistió incluso en la más dura persecución política; una persecución que fue brutal y que ha sido documentada por Ferrer i Gironès de un modo incontrovertible.

Quizás por eso lo más innovador del volumen son sendos artículos, “Paraules de la ciutat del Born” [Palabras de la ciudad del Born], de Garcia Espuche, que documenta el léxico de la época en su riqueza, y el extraordinario “La llengua de la documentació notarial de la Barcelona del 1700” [La lengua de la documentación notarial de la Barcelona de 1700], de Xavier Cazeneuve, donde se muestra que el castellano era prácticamente inexistente en los documentos anteriores a 1714 para ser anecdótico después, simplemente por el hecho de que la gente no conocía la lengua de Castilla. Fue necesario todo un programa represivo brutal orquestado hasta el detalle por el absolutismo borbónico para intentar cambiar las cosas y minorizar la lengua catalana.

Ramon Alcoberro

Profesor de Ética en la Universitat de Girona

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos necesarios están marcados *