Medicina y farmacia

  • Medicina i farmàcia
  • Colección La ciutat del Born. Barcelona 1700
  • Albert Garcia Espuche (dirección)
  • Ajuntament de Barcelona. Museu d’Història de la Ciutat
  • Barcelona, 2011
  • 303 páginas

El volumen Medicina i farmàcia (2011), de la colección Barcelona 1700, incluye contribuciones de Albert Garcia Espuche, Alfons Zarzoso, Josep Maria Camarasa, Àlvar Martínez Vidal, José Pardo Tomás, Teresa Huguet Termes, Adrià Casas Ibáñez y Julia Beltrán de Heredia Bercero. De hecho, el tema de la medicina en los siglos XVII y XVIII resulta central no solo desde el sentido estricto de la salud, tanto en lo relativo a la higiene pública como a la privada, sino también por la aportación que los médicos realizaron a la aparición de una nueva mentalidad, lo que en filosofía se denomina el empirismo. Medicina e higiene pública son dos de los parámetros centrales en que se expresa la modernidad.

No se ha explicado suficientemente la gran importancia de los nuevos descubrimientos médicos en la conformación del cambio de las mentalidades populares en el paso a la Edad Moderna. Sin los primeros éxitos médicos en la lucha contra una larga serie de enfermedades, el poder de la Iglesia –y en general de la tradición– no habría recibido el golpe de sufrir bajo las Luces. Pero la medicina no es solo un tipo de conocimiento; desde la mirada del historiador, es también un gremio que acumula poder. Los médicos catalanes (y muy especialmente gerundenses) tenían desde la Edad Media una larga tradición de ampliación de estudios en Montpelier (que en los siglos XVII y XVIII fue uno de los centros del materialismo médico, incluso glosado por Diderot en El sueño de D’Alembert) y constituían una parte central de la oligarquía política e institucional. Por ello el debate que en la segunda mitad del XVII recorrió toda la medicina europea, el que enfrentaba a los galenistas tradicionales con los innovadores “químicos”, tuvo una amplia resonancia en Cataluña, en un doble sentido, científico e institucional.

El Estudio de Medicina barcelonés, creado en 1565, no tan solo estaba articulado en torno a la facultad y el Hospital de la Santa Creu, sino que había construido una compleja red de salud pública, en la que médicos, boticarios, cirujanos y barberos, sanadores, comadronas e incluso veterinarios tenían cada uno un ámbito de responsabilidad propia y en la que a menudo aparecían complicados problemas de convivencia. De hecho, los médicos no tan solo tenían que saber catalán, sino también latín. Obras como la Pharmacopea catalana, de Joan d’Alòs (1686), muestran la dificultad de la regulación de la profesión. Y no está de más saber que este texto fue sustituido en 1739 por la Pharmacopeia matritensis, impuesta con voluntad uniformadora por el Real Tribunal del Protomedicato de Castilla.

La ruptura que significó la derrota catalana en la Guerra de Sucesión truncó la tradición médica catalana, tal como documenta el valioso artículo de Alfons Zarzoso “Més que metges: ‘gaudints’” [Más que médicos: “gaudints”]. Los médicos eran personas de lectura y a menudo establecían complejos mecanismos para formar parte de la gente bien (los “gaudints”) de la ciudad. Pero al mismo tiempo, la medicina y la actividad científica estaban muy vivas; en este ámbito destacó la estirpe de botánicos Salvador y, especialmente, Jaume Salvador i Riera (1683-1726), formado en Francia y en Italia, que mantuvo una extensa correspondencia con científicos de la época y que muestra la vitalidad de la cultura en la época del Archiduque. Los trabajos sobre “Mestres cirurgians i mestres anatòmics” [Maestros cirujanos y maestros anatómicos], de Àlvar Martínez Vidal y José Pardo Tomás, y sobre “L’Hospital de la Santa Creu”, de Teresa Huguet Termes, aportan también numerosa documentación acerca de una actividad científica nada despreciable, que cesó de una manera brutal a consecuencia de la derrota del país.

Ramon Alcoberro

Profesor de Ética en la Universitat de Girona

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