Una pasión transversal y necesaria

Biblioteques particulars de Barcelona

Jaume Subirana. Fotografías de Víctor P. de Óbanos
Ayuntamiento de Barcelona
Barcelona, 2014
197 páginas

Aliento, vida y futuro: Dostoievski asociaba estas tres palabras a los libros. En el mundo actual se da un doble movimiento paradójico que consiste, por una parte, en el progresivo consumo digital de la cultura, y por la otra, en la reivindicación de los soportes físicos en los que esta ha sido transmitida. Del libro se resalta el diseño, la tipografía, la interlínea, el papel que se ha utilizado, el olor que desprende el volumen y la presencia acaparadora que aún tiene a través de las bibliotecas particulares. En Biblioteques particulars de Barcelona, Jaume Subirana investiga las colecciones de libros de trece barceloneses que han tenido o todavía tienen una profesión directamente relacionada con la letra impresa. Lo hace a partir de interesantes entrevistas, acompañadas de imágenes de la biblioteca y de la elección de cuatro libros que aprecie especialmente.

El recorrido empieza con el dramaturgo y guionista Josep Maria Benet i Jornet, que reconstruye su itinerario lector –se inicia con Julio Verne– y admite que procura dejar pocos libros, “porque no vuelven” y eso le “fastidia mucho”. La traductora y ensayista Simona Škrabec supo qué era la literatura después de devorar el Ulises de James Joyce, que no ha vuelto a leer por miedo a “destrozarlo”. Dedicó todo un año a Camino de sirga, de Jesús Moncada, pero gracias a la meticulosidad de la lectura se vería con ánimos de traducirlo años después a su lengua, el esloveno. El dibujante Miguel Gallardo abre las puertas de su trinchera rebosante de cómics: destaca una selección del dibujante de The New Yorker Gluyas Williams, centrado en retratar figuras regordetas en ambientes urbanos.

Cada personaje tiene una manera diferente de convivir con su biblioteca. El doctor en filología románica Ramon Pla i Arxé tiene los 21.000 volúmenes de su colección “registrados en el ordenador”. El historiador Josep Fontana dedica habitaciones a cada bloque temático: al desbarajuste de su lugar de trabajo hay que añadir un cuarto dedicado a la literatura catalana de los siglos xix y xx y otro a “la historia española, de 1808 a 1864”. El compositor Salvador Brotons se ha especializado en acumular partituras, y el experto en juegos Oriol Comas i Coma conserva una ingente cantidad de títulos relacionados con la lúdica disciplina en la que se ha especializado. El político Miquel Iceta recomienda una joya poco conocida de Lawrence Durrell, Antrobus –cuentos sobre un diplomático que le hacen “reír hasta llorar”–, y el físico Jorge Wagensberg no puede soportar que alguien le ordene la biblioteca, aunque reconoce que su desorden le ha obligado a volver a comprarse libros suyos.

Destaca también el gusto impecable de la pareja formada por la sinóloga Dolors Folch y el fundador de la editorial Empúries, Xavier Folch, que tiene casi 3.000 primeras ediciones de poesía catalana moderna. El testimonio de la bibliotecaria Teresa Rovira, fallecida el pasado mes de septiembre a los noventa y cinco años, es uno de los más valiosos: de la colección familiar, requisada por el bando franquista, solo pudo recuperar los volúmenes que estaban dedicados a su padre, Antoni Rovira i Virgili, o los que llevaban su nombre escrito. Gracias a esto, muchos años después de haber leído por primera vez Maria Glòria, de Dolors Monserdà, lo pudo volver a guardar en uno de los estantes de su casa.

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