Museos anatómicos: cuando el cuerpo y las enfermedades eran un espectáculo

Si preguntamos a cualquier barcelonés si conoce el Museo Roca, la respuesta será que no. Acabada la guerra, desapareció en las sombras de un viejo almacén del Paral·lel sin dejar rastro. Justo ahora estamos en disposición de evocar la historia de este museo anatómico y de fenómenos de feria, que estuvo activo durante los años veinte y treinta del siglo pasado.

© Arxiu Històric de la Ciutat de Barcelona
Dibujos de Alegret y Picarol en L’Esquella de la Torratxa del 6 de enero de 1905: la tarde del domingo en el paseo de Gracia, definido como “el Paral·lel de los señores”, y en el Paral·lel, “el paseo de Gracia del pueblo”.

El Museo Roca es solo el canto del cisne de un mundo extraño y excéntrico que estuvo muy vivo en Barcelona desde mediados del siglo xix. Ahora se encuentra en Bélgica. Viajemos, pues, al pasado y recuperémoslo.

En el año 1854 se derribaron las murallas medievales y la zona de aspecto eminentemente rural que había sido la separación entre estas murallas y las huertas de Sant Bertran, en la falda de Montjuïc, se convirtió en una nueva salida de las calles del Raval y en un espacio ciudadano.

Lugar de paso de arrieros, por donde se escondían los delincuentes camino de la montaña, y de campamentos de gitanos, como nos describe Juli Vallmitjana en La Xava y en Sota Montjuïc, fue pronto el lugar donde las clases populares encontraron el espacio para desarrollar su ocio. En el año 1892 se construyó el Circo Español Modelo (después Circo Teatro Español). Se alzó junto a la calle Nou de la Rambla y fue enseguida el polo de atracción de infinidad de ferias itinerantes, de espectáculos y atracciones de barraca, que poblaron el Paral·lel.

Hasta entonces estas barracas de feria se habían montado en la plaza de Catalunya y en el Portal de la Pau, funcionando como nexo con los teatros y espectáculos de gusto burgués del paseo de Gràcia y de La Rambla. El Paral·lel ofreció la oportunidad de trasladar hacia allí las atracciones que conectaban más con el público obrero y popular. Este público prefería las truculencias, los melodramas y las atracciones de excéntricos, que mostraban una cara de la realidad que les era más próxima. Nos describe aquel ambiente Luis Cabañas1 en Biografía del Paralelo (Barcelona: 1945, p. 19-21):

«No faltaban churreros, cacahueteros, naranjeros, meloneros, “el de los torraos”, ni, en verano, los “helados del Chaumet”, con su carretón blanqueado y pulido: ¡mantecao helao! En aquellos inicios del cafarnaum paralelero […] afluían los charlatanes, exaltando el “ungüento maravilloso de la ballena de los Pirineos”, o como el Noi de Tona, dentista y sacamuelas, el Elixir Geraldine, en homenaje a la Bella Geraldine, que se exhibía en el trapecio del Circo Alegría, en la plaza de Cataluña, tan llena de barracones como el incipiente Paralelo. Recordamos a un charlatán, preconizador de un callicida, golpeando el retrato del inventor del específico: “Este, este es el sabio norte­americano descubridor del maravilloso callicida…” El charlatán seguía dando punterazos al cartelón, en donde aparecía como sabio norteamericano, destructor de callos y duricias, el compositor Rossini, con su caraza burlona y bonachona.

»[…] Frente al Español, en construcción, se colocó un circo, como los de feria, hecho con trapos, y tablones por gradas, y alumbrado de acetileno. Lo original estribaba en que, en él, sólo trabajaba una buena señora que pasaba la maroma, exhibía perros amaestrados y cantaba un cuplé francés, en un escenario que tenía dos metros de anchura. Cantaba sin el acompañamiento de un triste piano y llevaba un traje verde con lentejuelas.

»[…] Desde los barracones, los reclamos se lanzaban a grandes voces, o aparecían en las pizarras anuncios o avisos, con un gran sabor grotesco. Una vez leímos esto: “Se vende, por causa de salud, un soberbio fenómeno, elegante, muy limpio y manso, en plena libertad. Muy propio para diversiones familiares”. Se trataba de un viejo cerdo amaestrado y achacoso. Otro anuncio decía: “Se enseña un buey que tiene la cabeza de bulldog, la cola de oso y la pata de cerdo. Apacible y amaestrado, es además hermafrodita”.

»La gente se embobaba ante aquellos barracones, iluminados con acetileno. El director solía aparecer con una grasienta y zurcida levita y una abollada chistera, embutidas las piernas en pantalón de dril y calzado con alpargatas. Junto a la visión absurda de los “fenómenos” y la pintoresca de los saltimbanquis, no tardaron en instalarse museos de cera, las quirománticas, echadoras de cartas, ocultistas, astrólogos y una mujer muy gorda, Madame Sphinx, que adivinaba el porvenir, por nebuloso que fuese».

De este mundo que nos describe Luis Cabañas hemos oído hablar, pero nos cuesta situarlo tan próximo a nosotros porque lo rodea una aureola que tiene más de cinematográfica –pensemos en La parada de los monstruos (Freaks, 1932), de Tod Browning– que de real, pues nunca hemos visto ningún testimonio gráfico sobre él.

© Colección Familia Coolen, Amberes
Una muestra de los materiales que se exponían en los museos anatómicos del siglo XIX y primer tercio del XX: representación de la sección de una mujer embarazada. Procedente del Museo Roca, la pieza formaba parte del fondo que adquirió en 1995 el coleccionista belga Leo Coolen en el Mercantic de Sant Cugat.

De aquel mundo de mujeres barbudas, siameses, forzudos, falsas sirenas, de museos de cera y museos anatómicos que enseñaban las llagas de los sifilíticos y exhibían el cuerpo humano con una impudicia como nunca había conocido la gente, no ha quedado ningún rastro documental en Barcelona, más allá de algunos dibujos satíricos de Picarol o de Opisso. En los diarios de la época podemos encontrar alguna reseña, como la del 8 de marzo de 1898, en El Diluvio, que situaba en el número 19 de la Rambla de Santa Mònica, junto al estudio de los fotógrafos Napoleón, esta atracción: “Danae. Espectáculo maravilloso, fenómeno nunca visto, medio cuerpo de hombre con barba completamente cerrada y gran bigote, y medio cuerpo de mujer”. Pero poca cosa más. Se consideraban espectáculos vulgares que no merecían ser anunciados en la prensa; una prensa que, por otra parte, no iba dirigida al público popular debido a que la inmensa mayoría de la población obrera era analfabeta.

Del Paral·lel a Bélgica

Pero la historia de este mundo, que había quedado oculto y olvidado, iba a dar un vuelco. En el año 2010 descubríamos en una librería de viejo un cartel de un llamado Museo Roca, que en una barraca de feria del Paral·lel exhibía “en forma real y para educación del pueblo” una colección de figuras anatómicas de cera que mostraban las consecuencias del vicio, la prostitución y las drogas. Lo llamaba “Los estragos del Barrio Chino”. La exhibición, que se anunciaba bajo el control de la Dirección General de Sanidad, iba acompañada de un espectáculo de fenómenos: “El hombre mono”, “la araña gigante del Japón”, “las hermanas siamesas”, “monstruos humanos”, “galería de curiosidades”, “fetos humanos auténticos”…

Se anunciaban más de quinientos ejemplares construidos en cera. Un montaje de tales dimensiones todavía hacía más extraño que no hubiéramos oído hablar nunca del espectáculo.

Investigando el origen del museo, coincidimos por el camino con Alfons Zarzoso, historiador de la ciencia y director del Museo de Historia de la Medicina de Cataluña, y con Pepe Pardo, profesor e investigador del CSIC, que habían llegado a su conocimiento por fuentes similares. Descubrimos, con sorpresa, que la colección de figuras anatómicas del Museo Roca todavía existe, pero está en manos de un coleccionista particular de Amberes (Bélgica), Leo Coolen, y que con esta colección se habían organizado dos exposiciones, una en el Museo Dr. Guislain, de Gante (Bélgica, 2008), “Kermis of Kennis”, y la segunda “Exquisite Bodies”, en la Wellcome Collection de Londres (2009).

Se trataba de una colección de estudios anatómicos, enfermedades comunes y venéreas, la gestación y el parto, fetos, esqueletos, una colección de fenómenos y monstruos de la naturaleza –animales y humanos–, instrumental médico, aparatos de tortura y una guillotina que formaba parte de un espectáculo como el que quería poner en marcha Nicomedes Méndez, el que fue verdugo de Barcelona, que en el año 1908, una vez retirado, quería construir al lado de La Pajarera Catalana (que después sería El Molino) una atracción, el Palacio de las Ejecuciones, pero no recibió la autorización.

© Arxiu Enric H. March
Retrato del mago y ventrílocuo Francesc Roca.

Francesc Roca, mago y ventrílocuo

El padre de esta “parada de monstruos” se llamaba Francesc Roca Guàrdia y era natural de Tortosa. No sabemos cuándo nació, pero sí que murió el 2 de octubre de 1945 –gracias a la necrológica publicada en Ilusionismo, revista de la Sociedad Española de Ilusionismo. Era mago y ventrílocuo. Pertenecía a la primera generación de magos que en el siglo xix empezaron a actuar para el gran público, como Fructuós Canonge o Joaquim Partagàs.

Desde el final del siglo xix y durante la primera mitad del xx, Francesc Roca y sus hijos, Ernest y Alfons, pasearon espectáculos de magia, ventriloquia, música, circo, autómatas y figuras de cera. Los hijos fueron conocidos como magos con el nombre de The Fak Hongs desde los años veinte. Ernest fue director de la Sala Mozart hasta los años cincuenta.

De las actividades escénicas se tienen noticias, pero del museo de cera y anatómico no había constancia en ninguna parte. La familia Roca se paseó por las ferias con su barraca montando espectáculos de todo tipo hasta que en los años veinte decidieron establecerse en el Paral·lel y después en la calle Nou de la Rambla, donde construyeron un negocio en torno al museo anatómico y de la distribución y exhibición de películas científicas, que ofrecían imágenes de operaciones y de partos2.

Hoy por hoy, poco más sabemos de su actividad empresarial. Las figuras de cera de Roca y todo el material que la familia utilizaba en sus espectáculos fue a parar, acabada la guerra, a un almacén del Paral·lel, seguramente a una dependencia del Teatro Nuevo, en la esquina con Nou de la Rambla.

En el año 1987, este material apareció durante unas obras y lo compraron los anticuarios de la Casa Usher, que después lo vendieron a Francesc Arellano, el propietario de la casa anticuaria Anamorphosis, de la bajada de Santa Eulàlia. Las piezas de artes escénicas las adquirió el Instituto del Teatro; las de magia, el mago Xevi, que las tiene expuestas en su casa-museo de Santa Cristina d’Aro. Pero la colección anatómica no la quiso nadie, ni siquiera las instituciones públicas catalanas y barcelonesas.

Arellano tuvo expuesto el Museo Roca (1988-1995) en un piso de la calle de la Palla, y allí unos alumnos de la Escuela Superior Universitaria de Imagen y Diseño realizaron un documental como trabajo de curso, que podemos ver por internet para hacernos una idea de la impresión que causaba3. En el año 1995 Arellano llevó la colección al Mercantic de Sant Cugat con la intención de encontrar un comprador definitivo, y fue allí donde lo adquirió el actual propietario, Leo Coolen4. Una pequeña parte del material efímero (carteles y propaganda diversa) se quedó en Barcelona y se ha preservado, así como las fotografías tomadas cuando se descubrió la colección.

Una veintena de museos y colecciones

Lo primero que nos viene a la cabeza es preguntarnos cómo y por qué aparece el Museo Roca; por qué el cuerpo y las enfermedades se convierten en un espectáculo. El fenómeno no es puntual. Se inscribe en un proceso que se desarrolla durante un siglo, desde mediados del xix (aunque los antecedentes los tenemos que ir a buscar mucho tiempo antes), y se da en toda Europa y América.

La investigación sobre el Museo Roca nos ha permitido documentar en Barcelona, entre 1849 y 1938, una veintena de museos y colecciones anatómicas. Surgen como continuación natural de los museos de cera tradicionales, que mostraban escenas bíblicas e históricas y acabaron incorporando elementos antropológicos y de las ciencias naturales, a imagen de las antiguas cámaras de maravillas –colecciones particulares de elementos exóticos y extraños que, desde el siglo xvi, al inicio de las grandes colonizaciones, habían despertado la curiosidad de nobles y burgueses.

En el siglo xix, el interés general por la ciencia y la aparición de las exposiciones universales hacen que las colecciones privadas lleguen a un público no especializado. Unas alimentarán los primeros museos públicos; otras se convertirán en atracciones itinerantes. La exhibición pública y el espectáculo del cuerpo irán asociados, a menudo, tanto a la anatomía médica como a la antropología, que incorporaron a seres vivos, indígenas de las colonias, expuestos a la curiosidad del hombre blanco en museos y en zoos humanos, que en Barcelona también existieron. En el año 1897, en un descampado de la ronda de la Universitat con la plaza de Catalunya, se exhibía una tribu ashanti de Ghana; en 1913, una tribu mahometana en el Turó Park, y una senegalesa en el Tibidabo; en 1915, la tribu de Los Himalayas, en el Turó Park, anunciados en La Vanguardia como “los fenómenos más raros del mundo, ni hombres ni monos”; o el Village Liliputiense, una “original reproducción de un poblado, con sus calles, casas, iglesia, etc., y sus diminutos habitantes”, como también anunciaba La Vanguardia (julio de 1917).

Con alguna excepción, los museos anatómicos de Barcelona del siglo xix aparecen en la parte céntrica de la ciudad, en teatros o locales bien acondicionados. Las colecciones llegan después de haberse paseado por Europa y América; proceden de lugares como París, Estocolmo, Suiza o Estados Unidos, y vienen avaladas por la comunidad científica, por las campañas higienistas y por el éxito de público. Son colecciones dirigidas a un público burgués –aquello que los cronistas llaman un “público inteligente”– para evitar cualquier confusión con la pornografía, como ya había pasado en Londres o en Estados Unidos. Y a menudo van dirigidas solo al público masculino, señal inequívoca, también, del carácter de su contenido.

Quizás a nosotros se nos hace difícil ver en estas figuras cualquier cosa que despierte la morbosidad y la libido, pero deberíamos ser capaces de situarnos en una época y una forma de pensar para las que mostrar el interior del cuerpo era tabú. Sin olvidar que las figuras que se exhibían estaban desnudas. Se expone anatomía humana, procesos fisiológicos y enfermedades, pero es inevitable fijar la mirada en la desnudez. Una de las piezas más admiradas de estas exposiciones, por ejemplo, eran las Venus anatómicas. Viéndolas podemos hacernos una idea del impacto que debían de producir en el público del siglo xix.

El despliegue: 1849-1892

© Archivo Enric H. March
Publicidad de una exposición del Gran Museo Anatómico de París en la calle Ferran de Barcelona, en 1886.

A manera de inventario, haremos un repaso de las colecciones y los museos anatómicos documentados hasta ahora en Barcelona, con algún comentario breve que nos permita identificar su carácter. Es casi seguro que hubo más: no está agotada la investigación. Empezamos por el periodo que va desde 1849 hasta 1892, año de inauguración del Circo Español Modelo en el Paral·lel.

—1849. Museo del Doctor Soler, calle de Sant Llàtzer. Gabinete de curiosidades con una colección de figuras anatómicas realizadas en cera por Chiapi, quien también ejecutó algunas de las figuras de la colección anatómica de la Facultad de Cirugía y Medicina (1843).

—1866. Gabinete Anatómico, calle de Raurich. Procedente de Estados Unidos. Ochocientos objetos expuestos. Según El Principado: “Se ha abierto en la calle Raurich un gabinete anatómico que contiene más de ochocientos ejemplares de diversos fenómenos de los que se realizan en el cuerpo humano, muchas figuras de tamaño natural dispuestas para el estudio de anatomía y cirugía práctica y otras distintas, objetos dignos de ser visitados por los inteligentes”. Y también: “Llama la atención un hidrocéfalo, y una rica exposición de fetos desde su estado de embrión hasta su completo desarrollo”.

—1867. Historia Natural, calle de Quintana 12, 1º. Tienda de venta y exposición de material de ciencias naturales, con esqueletos, frenología y modelos de anatomía en cera.

—1868. Museo Anatómico, Antropológico y Etnológico, Rambla de Canaletes. 15.800 objetos expuestos. “A consecuencia de numerosas peticiones que han dirigido al señor director del mismo Museo habrá sesión extraordinaria para las señoras” (El Principado).

—1875-1876. Museo Alejandro Hartkopff. Salón Teatro del Circo Barcelonés, calle de Montserrat, 18-20. Procedente de París y Estocolmo.

—1876. Gran Museo de Figuras de Cera. Teatro Romea, calle del Hospital, 51. Gabinete reservado.

—1876-1877. Gran Museo de Figuras de Cera. Rambla de Santa Mònica, 2, al lado del Teatro Principal. Gabinete reservado.

—1878. Museo Anatómico de Figuras de Cera. Teatro Tívoli, calle de Casp, 8. “El próximo domingo se celebrará la inauguración del gran museo anatómico de figuras de cera que se están preparando en el Tívoli, asistiendo á ella las autoridades y representantes de la prensa con otras personas que serán objeto de incitación [sic]” (La Imprenta).

—1885. Museo Anatómico O. Thiele. Plaza de Catalunya, en una barraca junto al Circo Ecuestre.

—1885. Gran Museo de Figuras de Cera. Histórico y Anatómico. Calle del Hospital, 101. “Único en su clase. Es el mejor y más grande que viaja por Europa, nuevo en esta capital” (La Vanguardia).

—1886. Gran Museo Anatómico de París, del Dr. F. Sestacq. Calle de Ferran, 34. Con una Venus anatómica y una galería de enfermedades sifilíticas. “Galería reservada de Patología Especial según el Museo Dupuytren”.

—1887-1889. Casa Darder, plaza de Jaume I, 11. Gabinete de Historia Natural, Mendizábal, 19. Museo Darder, vía Diagonal, 125 (Gràcia). Tienda museo de Francesc Darder.

Las noticias sobre estas exposiciones se publican en los diarios de la ciudad, se hacen crónicas entusiastas y se anuncian en la sección de espectáculos en medio de los acontecimientos teatrales. Es, sin embargo, un contexto culto, porque, aparte del Teatro Odeón que programaba melodramas populares, los teatros de la ciudad eran frecuentados por un público menestral y burgués.

No podemos olvidar que, además de estas colecciones temporales abiertas al público, la que entonces era la Facultad de Cirugía y Medicina (1843) disponía de un museo anatómico destinado a la enseñanza de la práctica médica, situado en su sede de la calle del Carme, en el antiguo Hospital de la Santa Creu. La colección anatómica de la facultad tiene su origen en el Gabinete de Especímenes Anatómicos del Real Colegio de Cirugía de Barcelona, iniciada a finales del siglo xviii. Estuvo en este emplazamiento hasta que la facultad y el museo fueron trasladados al nuevo Hospital Clínic en el año 1906. Despreciado y fuera de uso con el paso de los años, abandonado y muy estropeado, fue más tarde recuperado y restaurado, y desde 1981 forma parte del Museo de Historia de la Medicina de Cataluña, en Terrassa. En el antiguo Hospital de la Santa Creu permanece la Real Academia de Medicina y el magnífico anfiteatro anatómico del siglo xviii.

© Museo de las Artes Escénicas del Institut del Teatre
La barraca donde Francesc Roca presentaba sus espectáculos ambulantes.

La marginación: 1892-1938

Fue a partir del estallido del Paral·lel como lugar de ocio popular cuando los museos de figuras de cera y anatómicos desaparecieron de la parte noble de Barcelona. El proceso de traslado iba acompañado, normalmente, de la desaparición de estas colecciones de las noticias de prensa. Como hemos dicho antes, las atracciones del Paral·lel se consideraban vulgares, y los museos anatómicos quedaron connotados y marginados en cuanto ocuparon el mismo espacio de los lugares asociados al vicio y la prostitución.

—1896. Museo Histórico y Anatómico de Figuras de Cera. Paral·lel, 80, esquina con la Ronda de Sant Pau.

—1900. Museo Anatómico. Paral·lel, 63-65. Documentado en un dibujo de Opisso.

—1915. Museo Anatómico de Figuras de Cera, en venta. Calle de Sant Pau, 111.

—1922. Exposición Anatómica, procedente de la calle de Sant Pau, 10. Nou de la Rambla, 58.

—1922 (mayo). Museo Anatómico de Enrique Crespo. Calle de Sant Pau, 10. “El día 16 del corriente, tuvo lugar la inauguración oficial del Museo Anatómico instalado en el número 10 de la calle San Pablo. Al acto de inauguración asistieron además de numerosísimo público, varias personalidades médicas que, como los demás asistentes, tuvieron frases de elogio para el Museo. Don Enrique Crespo propietario del mismo, recibió muchas y merecidas felicitaciones” (La Vanguardia).

—1927. Museo Anatómico. Calle de la Unió, 9.

—1930 Museo Anatómico. Nou de la Rambla, 44. Anuncio de venta de un museo anatómico, cestos y atracciones.

—1937-1938. Museo Anatómico de la Cruz Roja, de Ramón Catalán (Boletín de la Cruz Roja, marzo 1938). Nou de la Rambla, 22. “A beneficio de las necesidades generales y de los Hospitales del frente y la retaguardia de la Cruz Roja: hoy domingo, a las tres de la tarde, se inaugura en la calle Nueva de la Rambla, núm. 22, un Museo Anatómico. La profusión de figuras, la sensación de realidad de las mismas, lo interesante del asunto, y la perfecta instalación del local, aseguran un éxito, y con él, un ingreso económico que ayudará a sobrellevar los cuantiosos gastos de tan humanitaria institución” (La Vanguardia, junio de 1937).

En el año 1944, un anuncio de La Vanguardia informa de que se pone en venta en la Ronda de la Universitat, 44, un “museo anatómico propio para feriantes”. Es la última noticia que tenemos de este tipo de exhibiciones en Barcelona. La guerra, el cambio de mentalidades y la represión de la dictadura son los factores que llevaron a la desaparición de los museos anatómicos, lo que no evitó que sobrevivieran por las ferias ambulantes.

La historia abierta del Museo Roca

Fue en este contexto de ocio popular en el que apareció la colección Roca. Después de haberla exhibido en el Paral·lel entre unas fechas que no podemos precisar, pero que estarían entre los años veinte y treinta del siglo xx, se instala en la calle Nou de la Rambla, 25. A pesar de la magnitud de la atracción y del interés por hacer publicidad por parte de Roca, no hay ninguna noticia en la prensa.

Sí que disponemos del material publicitario que generó el mismo Francesc Roca. Un material donde se pone énfasis en el aspecto científico de la exposición, fingiendo que cuenta con el apoyo de la Cruz Roja. La excusa es la lucha contra las enfermedades venéreas que, ciertamente, eran una plaga ya desde finales del siglo xix. Pero lo que resulta sospechoso es que en el material que edita se hace propaganda de curativos que se vendían durante la exposición y de los que él era el representante. Roca estaba ejerciendo de charlatán. El museo era el cebo, un cebo eficaz porque apelaba a los bajos instintos del público. Por mucho que se subraye el aspecto didáctico, detrás de la sífilis y de las llagas estaba el elemento que nunca falla: el sexo. Y eso es lo que ve representado el espectador: no las consecuencias del acto, sino el acto en sí mismo. Imaginación que se ve reforzada junto a la sensual Venus anatómica y la exhibición de genitales y de fenómenos que llaman la atención como los hermafroditas.

La historia del Museo Roca está llena de sombras, de misterios y de interrogantes con respecto al origen y al impacto que causó entre los barceloneses. Sin embargo, estamos convencidos de que las investigaciones futuras nos aportarán nuevas datos. Su aparición nos ha permitido entrar en un mundo que desconocíamos y nos ha permitido descubrir que en Barcelona había una larga tradición de museos anatómicos que abarca cerca de un siglo. De estas colecciones solo quedan algunos vestigios documentales: noticias de prensa, algunos carteles y dos catálogos sin ilustraciones. En cambio, el único vestigio material que existe, la colección Roca, está lejos de Barcelona.

Los museos anatómicos fueron un espectáculo importante entre las masas populares, pero su “vulgaridad” los ha borrado del mapa. La historia del Paral·lel –lo comprobamos en la exposición “El Paral·lel 1894-1936” (Centre de Cultura Contemporània de Barcelona, 2012-2013)– está repleta de olvidos. Podemos discutir sobre la bondad del uso del material que se exhibía, pero es incuestionable que los museos anatómicos, y en especial el Museo Roca, conforman un relato que nos explica la manera como la ciencia era utilizada por profanos ocupando espacios de ocio que, en principio, no son los propios de la ciencia. Es, al mismo tiempo, una historia del cambio de mentalidades y de cómo ocultamos lo que nos desagrada de nosotros mismos.

Actualmente el Museo Roca está en Amberes. Quizás valga la pena traerlo temporalmente a Barcelona y reconstruir aquel mundo que fascinó a nuestros antepasados. Un mundo extraño en el que la curiosidad y la representación de la realidad convirtieron en espectáculo el cuerpo humano. No se trata de revivir la morbosidad de aquellas atracciones de feria con fenómenos y zoos humanos, sino de reconstruir un tiempo y unas formas que nos han llevado, sin saberlo, hasta donde nos encontramos ahora. La evolución del ser humano está formada tanto por ganancias como por todo lo que dejamos atrás.

 Notas

  1. Seudónimo de Rafel Moragas, Moraguetes, y de Màrius Aguilar.
  2. Ver Enric H. March, “Francesc Roca i el cinema: Los averiados (1933)” [en línea], en Bereshit (http://dom.cat/9f6); Enric H. March, “Francesc Roca i el cinema: Como venimos al mundo (1934)” [en línea], en Bereshit (http://dom.cat/9f5).
  3. Estragos del Barrio Chino, en YouTube.
  4. La colección Roca de Leo Coolen, en YouTube.

Enric H. March

Filólogo y autor del blog Bereshit (http://enarchenhologos.blogspot.com)

6 pensamientos en “Museos anatómicos: cuando el cuerpo y las enfermedades eran un espectáculo

    • Me alegro que te haya gustado el artículo, Gema. La idea que expones es justamente la que me llevó a investigar este tema absolutamente desconocido hasta ahora. Cuando acercamos el zoom hasta el nivel de la calle los detalles permiten descubrir una realidad mucho más cercana al individuo. Solo la memoria oral y la magnífica riqueza que atesora la prensa escrita nos permiten dar con esa información.

      Un saludo,

      Enric

  1. Pingback: Barcelona se llena de magia » Doble Dorso

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