Avanzar treinta años para retroceder sesenta

¿Qué panorama escolar se encontrarán nuestros nietos? Un artículo publicado en 2040 realiza un balance de la situación educativa y de los cambios experimentados durante los decenios precedentes.

(NOTA: Este artículo se publico en la primavera de 2013 en clave futurista)

© Swasky

Hace treinta años (en 2010), el paradigma tecnológico estaba en su mayor auge, comparable a la burbuja tecnológica en el 2000, o a la inmobiliaria en el 2006. Nadie podía prever que iba a desvanecerse como lo hizo. En este periodo pasamos de tener casi todas las aulas de nuestros parvularios con pantalla digital interactiva a no tener ni una en 2040. Pero, ¿por qué nos dejamos seducir tan fácilmente por lo tecnológico en la escuela?

Las causas de la fiebre tecnológica fueron varias: marketing de los centros educativos, hipereducación, preocupación exagerada de nuestros padres –que quizás vivían con el complejo de ser inmigrantes digitales–, el factor moda… ¿Hubo estudios serios que justificaran ese gasto tan desproporcionado? No. Una serie de eventos contribuyeron a convertir los antiguamente etiquetados nativos digitales en emigrantes digitales y a introducir el movimiento Digital Free Schooling.

En 2011 apareció la noticia del primer colegio que se desmarcaba de la tendencia tecnológica, un colegio Waldorf americano, al que iban hijos de altos mandos de empresas tecnológicas de Silicon Valley. A raíz de esa noticia, “sorprendente” para la época, empezaron a publicarse libros divulgativos con los últimos hallazgos científicos que ponían en duda la eficacia del uso de la pantalla en el aprendizaje en edades tempranas y algunos de ellos demostraban los efectos potencialmente perjudiciales para los niños. Poco después, debido a que la gran mayoría de los niños estrenaban el mundo a través de la pantalla y no de la realidad, se comenzó a detectar que algunos veían la realidad en dos dimensiones: ¡vivían en un mundo plano, sin profundidad! También detectaron una pérdida de los sentidos del tacto y del olfato, por desuso. Según un estudio realizado en 2015, todos los niños conocían la vaca a través de una pantalla, pero pocos sabían cómo era su mugido y casi ninguno a qué olía, y ninguno había tocado jamás una. Hubo expertos que empezaron a hablar de dos nuevos trastornos: el “déficit de realidad” y el “déficit de humanidad”. Sabemos que los niños triangulan entre el mundo y las personas que les educan. Descubren de la mano de una persona real en la que confían, que les ayuda a dar sentido a los aprendizajes, cosa que una pantalla no puede hacer. Ante una pantalla que se convierte en intermediario entre ellos y la realidad, los niños se vuelven pasivos a la espera de que la pantalla lo haga todo. Entonces su mente vaga, su sentido del asombro –que es motor de su deseo de conocer– se ve anulado y su creatividad mermada.

Recordemos la controversia de 2017, provocada por un grupo de padres que se quejó al Departament d’Ensenyament por el uso exagerado de la pantalla en un centro concertado. El centro respondió que la falta de fondos, así como el número creciente de trastornos de aprendizaje y el de niños por clase, hacían imposible la gestión del aula sin recurrir a la pantalla. La controversia, que concluyó con la retirada del permiso al centro, inició un diálogo entre ciencia y educación que culminó, a demanda popular, en la reforma educativa de 2020 para 1) reglamentar el uso de las nuevas tecnologías en el aula, y 2) revisar las ratios de alumnos. Esa ley fue vanguardista, ya que requirió la convocatoria de cientos de expertos de prestigio en psicología, neurociencia y pedagogía.

Limitación del uso de les nuevas tecnologías

La reforma recogía las recomendaciones de los expertos, que asociaban el fracaso escolar y numerosos trastornos del aprendizaje a un uso exagerado de la pantalla. Se tomó nota del llamado “efecto desplazamiento”, citado por la literatura americana. Mientras un niño está frente a una pantalla, se pierde otras actividades más “excelentes” que contribuyen en mayor medida a su buen desarrollo, como la lectura, el juego, pasear por la naturaleza, hacer amigos o crear vínculos afectivos con las personas que le cuidan. Siguiendo estas recomendaciones, la reforma prohibía “por motivos de salud pública” el recurso a la pantalla en todos los centros de educación infantil y admitía su uso en cursos posteriores –en menos del 5% de las horas lectivas– siempre y cuando tuvieran un contenido y un objetivo claramente pedagógicos. A raíz de la reforma, recurrir a las películas comerciales en los colegios quedaba completamente prohibido, y en casa se dejaba a los padres la decisión de elegir los contenidos más adecuados para sus hijos. Por fin quedó claro que el colegio no era un lugar para divertir, sino para educar. Y que debíamos obtener un mayor rendimiento del tiempo con el objetivo de que los niños llegaran a casa con menos deberes y pudieran jugar, leer y estar con sus padres durante más rato.

Es significativo que el cambio ocurriera justo después de la Ley de Conciliación de 2018, que permitió reducir la hora de comer a media hora y convertirla en un periodo remunerado, de modo que todos los empleados pudieran acabar la jornada laboral en ocho horas. Ahora que en la mayoría de las familias ambos padres llegan a casa al mismo tiempo que sus hijos, se han reducido de forma drástica las horas de consumo de pantalla y han aumentado las dedicadas a los juegos en la naturaleza y al deporte.

Durante la “crisis de 2009-2016” se habían incrementado las ratios de niños por aula a treinta, en infantil y primaria. El cambio, que solo respondía a una lógica cortoplacista de recorte, fue revisado de forma radical por la reforma educativa. Siguiendo el consejo de expertos que reivindicaron, para un buen desarrollo del niño, la importancia de la creación del vínculo de apego en los primeros años de vida, y que recomendaron apostar por una educación personalizada en los cursos posteriores, se decidió reducir las ratios de alumnos de treinta a diez por aula. A fecha de hoy, estudios longitudinales publicados en revistas indexadas ponen de manifiesto los beneficios que estos cambios les han supuesto, a todos los niveles, a los niños que ahora llegan a primaria, y citan a nuestro país como un modelo a seguir en el resto del mundo.

La reforma educativa imaginada por la autora para el año 2020 prohibirá las pantallas en todos los centros de educación infantil “por motivos de salud pública”. Abajo, una clase de educación infantil con los medios tradicionales en la Escola Ramon Llull de Barcelona.

Consecuencias de la reforma educativa

Pocos años después de la reforma educativa, los expertos daban cuenta de una disminución de los trastornos de aprendizaje, del bullying escolar y de los actos de violencia. Y, a título anecdótico, podemos añadir que cayeron en picado las ventas de libros educativos con métodos para hacer dormir, comer u obedecer a los niños. Los expertos opinan que el cambio se ha debido a que los padres pasan más tiempo con sus hijos, y por lo tanto han desarrollado una mayor receptividad hacia sus necesidades, lo que repercute positivamente en la relación mutua. Ahora los padres no precisan de la “industria del consejo empaquetado”.

Hoy en día queda bien declararse emigrante digital. Pero nuestra generación no lo es del todo, puesto que más de un 50% de los padres trabajan desde casa por internet para poder atender mejor a sus obligaciones familiares. Pregunto: ¿no nos estaremos pasando un poco en nuestro rechazo a lo digital? Internet sigue siendo una herramienta estupenda para quien sabe lo que está buscando y lo que no está buscando.

En definitiva, hemos avanzado treinta años para retroceder sesenta. Con la diferencia de que hace sesenta años pensábamos que el progreso era sinónimo de novedad, mientras que ahora sabemos que la novedad puede ser ilusión de progreso. El progreso es búsqueda de la excelencia, es recuperar un contexto que nos permita conectar con la belleza, con la maravilla de la realidad. Así que, afortunadamente, el transcurso de estos últimos sesenta años no habrá sido en vano.

Catherine L'Ecuyer

Autora de Educar en el asombro. https://catherinelecuyer.com

2 pensamientos en “Avanzar treinta años para retroceder sesenta

  1. Catherine un placer recibir sus articulos, vaya si nos ayudan a pesar y revisar las practicas educativas, la verdad que su libro de educar en el asombro me llamo a querer leerlo ya que estoy leyendo lo que puedo sobre como motivar esa capacidad del hombre tan maltratada en este tiempo como la voluntad, muchas veces he sentido impotencia al ver la capacidad de los ninos y adolescentes que frecuento en mi trabajo docente, pero con la enorme barrera de la falta de voluntad ante lo que implica un poco de sacrificio, o renuncia o tal vez sea descubrir que vale la pena, y que probablemente esa capacidad de asombrarse fue adormecida desde pequeno por todo lo que el mundo de hoy ofrece entre ellos las nuevas tecnologias su uso indiscriminado y cuando no su mal uso. Gracias por compartir sus reflexiones.Monica

  2. Pingback: L’escola. De la crisi a la revolució | Núvol

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos necesarios están marcados *