Ciudad metropolitana o ciudad de ciudades

Barcelona se expande creando constantemente centros de excelencia fuera de sus muros, ampliando su área residencial, conformando la metrópoli europea. La población residente desea una metrópoli mejor y, para ello, se requiere una mayor planificación.

© Sagar Forniés

Todas las grandes ciudades cambian, pero no del mismo modo; las europeas, en general, se ven sometidas a procesos de transformación que, por una parte, amplían su influencia y, por otra, “reducen” sus dimensiones. Cuando una ciudad pierde población y actividades, porque se trasladan en el territorio (emigran), se considera un indicio de una crisis de establecimiento territorial. Sin embargo, aunque sea difícil de aceptar, lo cierto es que es justamente lo contrario: el éxito es lo que lleva a emigrar. El éxito de una ciudad siempre atrae a más personas que desean disfrutar de su calidad, sus servicios y sus instalaciones, en constante crecimiento. Pero al mismo tiempo aumenta el valor de la ciudad y, en consecuencia, resulta cada vez más cara y los inconvenientes de la congestión aumentan. Al llegar a este punto, casi crucial, la población y las actividades se desplazan a zonas próximas para huir de los altos costes y los aspectos negativos de las grandes dimensiones, lo que deriva en el desarrollo de una metrópoli territorial (que ni es compacta ni densa y que ofrece posibilidades de continuidad).

El fenómeno de la “construcción” de dicha metrópoli es sencillo, porque supone una alternativa real para poder disfrutar de las ventajas de la aglomeración (la dimensión) sin aglomeraciones. En resumen, la población se beneficia de las ventajas de una metrópoli sin tener que sufrir sus aspectos negativos. Esto es posible porque morfología urbana y condición urbana, que siempre se han considerado inseparables, hoy se proyectan como dos conceptos distintos. Nos podemos “beneficiar” de la condición urbana, en concreto de la metropolitana, en ausencia de una morfología tradicional. Las razones las encontramos en la distribución de las funciones en el espacio, en la difusión de las relaciones de red y en la mayor movilidad de familias y mercancías. En este caso, todo el territorio afectado por el fenómeno dispone de funciones (residencia, servicios privados, instalaciones públicas, etc.), banales y de calidad al mismo tiempo, de las que hace uso toda la población residente en cualquier parte del extenso territorio.

De forma paralela, el “centro” o la ciudad principal (en este caso, Barcelona) modifica su capacidad de atracción, siendo cada vez menos las familias e individuos que quieren establecerse en ella y, sin embargo, cada vez mayores los flujos de población temporal (estancias por turismo o motivos laborales, para compras, etc.), una realidad que expande la influencia del centro mientras se propaga el reconocimiento territorial de la metrópoli (los nombres de Barcelona, Venecia, Oporto, Marsella, etc., no se refieren solo al territorio de establecimiento tradicional, sino al área amplia urbanizada que engloba otras ciudades, casas dispersas, centros industriales y de servicios, etc.).

Un ejemplo paradigmático que ilustra a la perfección dicho fenómeno es el caso de los japoneses, los australianos, los americanos, etc., que adquieren el “paquete Venecia” y se les ofrece alojamiento en municipios alejados, pero ellos consideran que se están hospedando en… Venecia. A Venecia, la que conocen de las películas, las fotografías y las postales, se les traslada cada mañana en autobús, sin que ello les extrañe: consideran estar pernoctando en la metrópoli Venecia de la que forma parte la ciudad histórica.

Habría que aludir a otro factor: la proliferación de la red aérea de bajo coste (Ryanair es uno de los principales operadores que está detrás de esta realidad y sus consecuencias), no solo multiplica los accesos con una cobertura básicamente a toda Europa, incrementando a su vez los puntos de entrada, sino que además distorsiona la percepción de la organización urbana y metropolitana. Por ejemplo, escoger como aeropuerto principal el de Girona para conectar Barcelona con el resto de Europa, o Treviso para conectar Venecia, acaba por ampliar la percepción del espacio. Girona es considerada parte de Barcelona, y Treviso, parte de Venecia (más allá de su materialidad, Barcelona y Venecia, en nuestro ejemplo, son abstracciones, no dan forma a un territorio definido). En los horarios de Ryanair se hace referencia a Venecia-Treviso o Barcelona-Girona como si fuesen un único ente, lo que alimenta dicha percepción o, mejor dicho, da carácter de unidad territorial amplia (metrópoli) a las dos ciudades.

¿Se trata de una percepción errónea? Se podría decir que no. Al margen de los vínculos administrativos, más allá de la incomprensión de los políticos y de las posibles emergencias de identidad de la población de cada lugar, se trata del reconocimiento (quizá inconsciente) de la nueva metrópoli territorial, que es lo que parece ocurrir en la actualidad, sobre todo en Europa. La metrópoli territorial (que puede recibir otras denominaciones, como “ciudad de ciudades”, “archipiélago metropolitano”, etc.), siempre y cuando esté “designando una ciudad” (Barcelona), define y delinea un territorio más extenso conectado por relaciones funcionales, económicas, sociales y culturales. Existe una gran ciudad de referencia, de la que toma el nombre, pero lo cierto es que da forma a una nueva realidad que conecta entes diversos, funciones diversas y poblaciones diversas. No es un todo compacto, sino una realidad articulada que se entrega, por decirlo de algún modo, a un extenso territorio. Es posible denominar metrópoli europea a esta nueva organización espacial, sin usar “europea” como atributo de lugar, sino más bien de especie (forma organizativa, funciones de relaciones, establecimiento de la población, etc., específicos). Se trata de un cambio reciente que corresponde a una forma particular de gigantismo urbano que parece prevalecer en el ámbito internacional y que se aprovecha del relevante tejido urbano europeo.

Barcelona es quizás uno de los mayores ejemplos de dicha transformación en la organización espacial. La ciudad metropolitana (obviemos en este caso sus problemas políticos y administrativos) ha perdido su carácter de área metropolitana para asumir la condición de Barcelona metrópoli de tipo europeo (o, como le gusta decir a Oriol Nel·lo, de “ciudad de ciudades”).

Una “ciudad metropolitana” se caracteriza por una fuerte jerarquía, que sitúa a la ciudad principal en lo alto de la pirámide y al resto de núcleos como partes dependientes. Porque “todo” (en sentido figurado) se encuentra en esta ciudad apical: los mejores servicios, los mejores centros culturales, las escuelas de mayor nivel, los organismos públicos de gobierno, los centros financieros y de comunicaciones, etc. La aglomeración ha ido determinando este fenómeno de acumulación de funciones, de capital y de población, con frecuencia en un espacio “limitado”, con un flujo pendular de población y de mercancías unidireccional.

No estamos ante un fenómeno casual. De hecho, la dinámica económica, los bienes posicionales tradicionales y la acumulación de energías productivas e innovadoras han seguido atrayendo población y capital al “centro”, una coyuntura que, en conjunto, produce servicios, instalaciones y… calidad. Este proceso entra en crisis cuando las desventajas de la aglomeración superan a sus ventajas (para la población y para las actividades) y cuando los cambios en los estilos de vida, el progreso tecnológico, el incremento de las posibilidades de movilidad, las relaciones a distancia, etc., permiten disfrutar de las ventajas de la aglomeración sin necesidad de sufrirla directamente.

Flexibilización de la jerarquía

© Albert Armengol
Los movimientos de población y mercancías que en una ciudad metropolitana son unidireccionales, de la periferia al centro, en una metrópolis territorial como Barcelona son multidireccionales. En la imagen, la autopista B-23 y la línea R4 de Renfe a su paso por la comarca del Baix Llobregat.

De forma paulatina en algunos casos y con mayor celeridad en otros, gobernadas a veces o con organización propia otras, la población y las actividades se desplazan en el extenso territorio a ciudades de menores dimensiones o al campo urbanizado, rompiendo el esquema jerárquico rígido y determinando el paso de una jerarquía rígida a una jerarquía más flexible. Este éxodo de actividades y personas genera nuevas demandas de servicios privados, al tiempo que reivindica el derecho a los servicios colectivos. En una primera fase se trata de territorios hiperdotados de instalaciones privadas (centros comerciales y de ocio, etc.), pero posteriormente se reconstruye un equilibrio viable entre servicios privados y servicios públicos (parques, universidades, centros de investigación, centros de salud, etc.).

La metrópoli se expande, pero con desahogo. Cada mañana, el metro, los autobuses, los trenes y los turismos trasladan a Barcelona (ciudad) a trabajadores y estudiantes y a otras personas que requieren satisfacer necesidades en los organismos o instalaciones del núcleo urbano, pero esos mismos metros, trenes, autobuses y automóviles también transportan a una numerosa población desde la ciudad hasta la metrópoli territorial, donde existen universidades, actividades económicas, centros de servicios, etc. Y, al mismo tiempo, una gran cantidad de población se desplaza transversalmente en el territorio. Los movimientos de población y mercancías que en una ciudad metropolitana son unidireccionales, de la periferia al centro, en la metrópoli territorial son multidireccionales.

Barcelona no se expande trasladando fuera de la ciudad los elementos menos importantes –en sentido productivo, de servicios y de calidad–, sino creando constantemente centros de excelencia fuera de sus muros, ampliando el área residencial, conformando la metrópoli europea. Como si con su nombre abarcase una área cada vez más amplia, gran parte de la población se sentirá identificada con esta denominación, y su influencia (cultural, de estilos de vida, en innovación, etc.) seguirá creciendo y dilatando los confines y la percepción de la metrópoli.

Esta realidad no es consecuencia de un poder intrínseco, sino que se debe a la capacidad de promover, en un contexto territorial extenso, innovaciones, relaciones más amplias y capacidad de integración. A menudo las autoridades gubernamentales no comprenden este proceso y le ponen trabas, cuando lo que deberían hacer es fomentarlo y planificarlo. La población residente quiere una metrópoli mejor y, para ello, es necesaria una mayor planificación.

Francesco Indovina

Profesor de la Facultad de Planificación del Territorio de Venecia y de la Facultad de Arquitectura de Sassari

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