Ciudad referente en convivencia religiosa

En Barcelona se han sucedido épocas de buen entendimiento entre comunidades y episodios tan lastimosos como pogromos, tribunales de la Inquisición y quema de conventos. Actualmente la ciudad es un referente de paz entre religiones, que aportan cohesión y convivencia. ¿Cómo se ha logrado?

Foto: Vicente Zambrano

Sesión de puertas abiertas y oración en el centro sufí de la orden Naqshbandi Haqqani con ocasión de la Noche de las Religiones, el día 17 de septiembre pasado, una propuesta del Grupo Interreligioso e Interconfesional de Jóvenes de la Asociación Unesco para el Diálogo Interreligioso.
Foto: Vicente Zambrano.

Si tenemos que definir religiosamente a Cataluña, el país se caracteriza por la diversidad; su capital es el mejor ejemplo de ello desde hace ciento cincuenta años. Los protestantes crearon la primera comunidad en Barcelona en tiempos de la Primera República y durante el siglo xx se han implantado continuamente nuevas confesiones: en 1903, los adventistas; en 1917, los judíos; en los años cuarenta, los testigos de Jehová, los mormones y los bahaís; en los años setenta, hinduistas, musulmanes y cristianos ortodoxos; en los ochenta, budistas; en los noventa, sijs; a principios del nuevo milenio, taoístas y, más recientemente, druidas y ravidasis. Todo ello dejando aparte otros movimientos como el espiritismo y la masonería, que habían sido muy influentes en épocas pasadas.

Pese a que la historia de la diversidad religiosa en Barcelona se remonta a un siglo y medio, se percibe como una novedad porque la visibilización pública del fenómeno y su incorporación a la agenda política se producen hace tan solo dos decenios. Podemos afirmar que la diversidad religiosa ha crecido exponencialmente en las últimas décadas contando fieles o centros de culto, bien entendido que muchas prácticas religiosas se han difundido extraordinariamente a través de participantes sin adscripción religiosa: meditación, yoga, taichí, góspel… Ahora bien, además del crecimiento numérico, este pluralismo se ha vuelto también más diverso, hasta el punto de que cuesta distinguir las iniciativas religiosas y espirituales de muchas otras de carácter filosófico, parapsicológico, humanista, filantrópico e incluso –reconozcámoslo– con finalidades lucrativas.

Foto: Pérez de Rozas / AFB

La multitud se congrega en la plaza del monasterio de Montserrat con motivo de las fiestas de entronización de la Virgen de Montserrat, en 1947. Los actos, promovidos por los sectores católicos más abiertos, fueron el primer gesto significativo de reconciliación entre la Iglesia catalana y el antifranquismo.
Foto: Pérez de Rozas / AFB

El peor momento para la libertad religiosa en la historia contemporánea fue la Guerra Civil. Los opositores a la libertad religiosa (tanto los partidarios del nacionalcatolicismo como las facciones anticlericales) se ensañaron con los católicos demócratas y los creyentes de otras confesiones. El primer gesto significativo de reconciliación no llegó hasta 1947, con las fiestas de entronización de la Virgen de Montserrat, promovidas por los sectores católicos catalanes más abiertos, claramente opuestos al règimen dictatorial.

Estos mismos sectores fueron creando estructuras y dinámicas en la línea del posterior Concilio Vaticano II (1962-1965), en favor de las libertades, el pacifismo y el ecumenismo. En aquellos años tienen lugar la Capuchinada, la manifestación de curas o la fundación de Comisiones Obreras en una parroquia, y se crean entidades como Pax Christi, el Movimiento Internacional de Intelectuales Católicos y Justícia i Pau, que a menudo trabajan con otras entidades sociales. En aquellos años también se funda el Centro Ecuménico de Cataluña, que, con fra Joan Botam al frente, se convierte en el referente del ecumenismo.

El proceso de secularización hizo perder fervor a este sector proconciliar, pero, al fin y al cabo, su manera de hacer dialogante y acogedora acaba convirtiéndose en el patrón habitual para la cooperación entre las comunidades religiosas, algunas diezmadas durante la dictadura y otras implantadas con gran precariedad.

Punto de inflexión

La consolidación de la libertad religiosa en la democracia, la inmigración de población procedente de países poco (o nada) secularizados y el intercambio cultural facilitado por la globalización desfasaron los antiguos litigios sobre el papel de la religión en la sociedad y, sobre todo, la desconfianza entre confesiones.

En cinco años hubo en Barcelona una eclosión del diálogo interreligioso y el reconocimiento social del hecho religioso, que convirtieron a la ciudad en un referente internacional. El Ayuntamiento creó el Centro Interreligioso de Barcelona (actualmente, Oficina de Asuntos Religiosos) en el año 1999 y un año después la Generalitat de Catalunya puso en marcha el organismo que ahora se denomina Dirección General de Asuntos Religiosos. Ambas instituciones encargaron el mapa religioso al equipo de la Universidad Autónoma de Barcelona dirigido por Joan Estruch, que hizo aflorar la diversidad religiosa desconocida hasta entonces. Su difusión fomentó una imagen más plural de la ciudad y a la vez se iniciaron políticas de reconocimiento institucional, subvenciones, sensibilización y mediación.

Simultáneamente, bajo el magisterio de Raimon Panikkar, el liderazgo de Fèlix Martí y la dirección de Francesc Torradeflot, se creó la Asociación Unesco para el Diálogo Interreligioso, que ha sido el laboratorio más fructífero para este diálogo: crea grupos de diálogo; publica la revista Dialogal y otros materiales; asesora a administraciones y coordina la Red Catalana de Entidades de Diálogo Interreligioso, que agrupa a una veintena de asociaciones desde Perpinyà hasta Alicante, y desde Lleida hasta Palma. Junto con el Ayuntamiento, logró que Barcelona fuese la sede del IV Parlamento de las Religiones del Mundo, en el marco del Foro de las Culturas 2004. En consecuencia, el arzobispado de Barcelona crea el Grupo de Trabajo Estable de Religiones, que agrupa a cinco comunidades de la ciudad. Con esta plataforma, la sinergia institucional, académica y social se completa con la coordinación de representantes de las confesiones católica, protestante, ortodoxa, islámica y judía.

Este aluvión de proyectos no ha estado exento de tensiones, pero ha establecido una base de confianza, de conocimiento mutuo y de horizontes que consolidan la convivencia a largo plazo. Si bien no responde a ningún plan previamente establecido, se ha acabado construyendo un sistema singular. Se ha convertido en un referente a escala internacional, no tanto para ser copiado, sino como modelo sostenible que crece (organismos como el Consejo Asesor para la Diversidad Religiosa, editoriales como Fragmenta, etc.) y a la vez también se reproduce a escala local. Así, por ejemplo, cuando se ha anunciado el traslado de un oratorio islámico al Raval, han sido un conjunto de entidades de diversas confesiones las que han salido a defender su derecho a abrir un centro de culto. En Barcelona, todas las confesiones colaboran en favor de la libertad de culto.

Esta colaboración interreligiosa será puesta a prueba constantemente. El contexto internacional vuelve a tensarse, ahora a cuenta del extremismo yihadista y de la islamofobia, y a escala nacional, ahora que la libertad religiosa ya no es un derecho cuestionado, habrá que abordar la colaboración entre religiones y Estado. La necesaria actualización de la obsoleta normativa sobre libertad religiosa obligará a eliminar las prerrogativas de la Iglesia católica (opción aconfesional) o bien a extenderlas a otras confesiones (opción pluriconfesional). En cualquier caso, el conocimiento por parte de la sociedad del mundo asociativo religioso, y la interacción de los diferentes actores (confesiones, entidades, etc.), evitan la proliferación de prejuicios, limitan el alcance de los conflictos puntuales y ponen en práctica el diálogo que todas las confesiones predican.

Joan Gómez i Segalà

Sociólogo. Secretario del Consejo Asesor para la Diversidad Religiosa de la Generalitat de Catalunya

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