La tecnificación de las aulas es del todo compatible con la indigencia intelectual más profunda. El docente de humanidades debería forjar en los alumnos la capacidad de discernimiento que les haga capaces de enfrentarse con la complejidad de la vida: enseñarles a pensar bien, como condición previa para vivir bien.
Hace ya tiempo que ando enredado por las aulas de la ESO y el bachillerato. Pertenezco al gremio de los profesores de Filosofía y me encuentro, muy a menudo, con que a un sector nada negligible de mis alumnos, tras una estancia generalmente distraída por el limbo de la secundaria, el lenguaje filosófico les resulta de una opacidad invencible, cuando no son completamente refractarios a él. Aunque procuro no hacer demasiado caso de ello ni preocuparme en exceso. No es nada nuevo.
Como a veces me siento un poco aturdido ante la realidad del aula, de vez en cuando hojeo la literatura administrativa del departamento del ramo, sobre todo para averiguar qué se pide. Y es que hemos llegado a un punto en que ya no sabrías decir si eres enfermero, monitor de ocio, psicólogo, proyeccionista, bombero, saltimbanqui, o bien un poco de cada. Según leemos en el DOGC (n.º 5183- 27.7.2008), durante la educación secundaria obligatoria “el alumnado ha tenido ocasión de informarse de los elementos que integran la cultura democrática y ha desarrollado las actitudes y los valores cívicos compatibles con la convivencia”. Ni que decir tiene que encontramos esta frase, aparte de su espeluznante burocratés, de un cinismo palmario. Sin embargo, sabemos que la realidad es otra muy distinta. Muchos alumnos ingresan en el bachillerato vigente sin ni siquiera haber alcanzado los rudimentos más elementales de lecto-escritura, y sus hábitos lectores son, si nos ponemos magnánimos, más bien laxos y, en todo caso, bastante espaciados. Los tuiteos, el muro del Facebook, las crónicas deportivas, un libro a medio leer de Jordi Sierra i Fabra que permanece olvidado en un estante, y eso es todo. Entre los “peñistas”, como diría el profesor Antoni Dalmases, poco bagaje más vamos a encontrar. Es por lo que se refiere a este orden de cosas por lo que quisiéramos presentar algunas reflexiones referentes al contexto educativo que nos afecta. Y lo que nos afecta es, en pocas palabras, un desgobierno político y una incompetencia pedagógica cronificados.
El término “competencia”, en el uso que el Departamento de Enseñanza actualmente le da, posee una connotación semántica de procedencia claramente anglosajona y que está vinculada a la voz competence. Cuando decimos que alguien es competente, en definitiva queremos decir que es apto, que ha desarrollado las aptitudes que son propias de su oficio, de su tarea, que domina con destreza una técnica, es decir, que sabe hacer bien su trabajo. Ahora bien, al introducir este término como concepto axial de nuestro sistema educativo, uno adopta una decisión ideológica, una decisión que, bien mirado, distorsiona gravemente nuestra labor. Sin embargo, esta es una cuestión que aquí no nos corresponde abordar, pero pondremos como ejemplo de esta corriente pedagógica que entroniza la utilidad y la competencia, combinada con la defensa de un tecnologismo a ultranza, una declaración que hace poco leí en un periódico. Se la debemos a Woodie Flowers, profesor emérito de Ingeniería Mecànica en el Massachusetts Institute of Technology e impulsor de EdX, plataforma digital de contenidos educativos que tiene cierto predicamento entre determinados lobbies pedagógicos de nuestro país:
“Las nuevas tecnologías permiten hacer formación de muy alta calidad, con animaciones, vídeos integrados y otras herramientas interactivas y creativas para hacer los contenidos más atractivos. Aún creemos que las clases teóricas son la región de los profesores, pero Brad Pitt y Angelina Jolie, e incluso Lady Gaga, podrían transmitir estos contenidos de manera mucho más emocionante”.
Si nos ceñimos al ecosistema local, quizá habría que rematarlo con celebridades como Carles Puyol y Gerard Piqué, de gran aceptación entre nuestros adolescentes. Creemos que un holograma de tan preclaros personajes tal vez podría cumplir perfectamente, en consonancia con las afirmaciones del profesor Flowers, nuestra labor en el aula, que, por lo visto, se ha vuelto anacrónica, poco glamurosa y del todo prescindible, dado que, en opinión del señor Flowers, no logramos hacerla lo bastante emocionante.
Por otro lado, George Steiner afirmaba en una entrevista reciente que su tarea como profesor implicaba sensibilizar a los que han aprendido a leer con él: “Me gustaría que me recordasen como un buen maestro de lectura, entendiendo la lectura reparadora en un sentido profundamente moral. La lectura debería vincularnos a una visión, comprometer nuestra humanidad…” Como escribió el filósofo Hans G. Gadamer, comprender e interpretar textos lleva con toda evidencia a la experiencia humana del mundo, al mismo tiempo que conecta con aquellas formas de experiencia (la filosofía, el arte, la historia, la poesía) que no pueden ser verificadas con los medios de que dispone la metodología científica, formas de experiencia frente a las que, al fin y al cabo, la conciencia científica debe admitir sus límites. No obstante, lo que gran parte de los padres de nuestros alumnos espera de nosotros podría resumirse en un comentario al pie de una noticia que informaba del actual descalabro educativo: “La solución a nuestros problemas –leíamos– pasa por un capital humano más sofisticado, capaz de generar productos y servicios de mayor valor añadido”. Of course. Nada de valores morales, antes “valor añadido”. En este sentido, la tecnificación de las aulas, y el embarullamiento y confusión conceptuales que ha comportado (Aula 2.0, Pissarra Digital, eduCAT 1×1), creemos que es del todo compatible, cuando no multiplica su efectos hasta límites insospechados, con la indigencia intelectual más profunda de nuestros alumnos, quienes, tal como ha sucedido, y tal como los docentes de humanidades también nos temíamos, han sido abducidos por la abisal ventana a que les invita a asomarse el ordenador portátil que hemos puesto en sus manos. Ahora bien, no es que planteemos un retorno a los tiempos del magister dixit, al contrario. Pero tampoco comulgamos con quienes querrían disolver la figura del docente entre una panoplia de cables e ingenios tecnológicos pretendidamente infalibles, como parece que propugnan algunos tecnófilos felizmente instalados en la isla de Bensalem.
Pese a todo, a algunos de nosotros nos apetecería reservar un espacio dentro del cual se fomentase en nuestros alumnos el espíritu crítico, disentivo y dialógico. Lisa y llanamente, deseamos enseñarles a vivir bien. Y vivir bien comporta la condición previa de pensar bien. Todo ello, si se nos permite ponernos un poco atenienses, entronca con la célebre therapeía tes psychés socrática, esto es, el cuidado del alma en el conocimiento. Creemos, pues, que nuestra labor no puede verse reducida a la repetición maquinal de cuatro tópicos, perfectamente vaciados de sentido, en torno a la ciudadanía y los valores de un sistema democrático convertido en una criatura que se mantiene como puede, desmedrada y arreglada de cualquier modo con cuatro harapos. Todo lo contrario: deberíamos contribuir, en la medida en que nos sea posible, a la revisión de estos conceptos, hoy tan maleados, para forjar en nuestros alumnos la suficiente capacidad de discernimiento, sobre todo con el fin de que puedan enfrentarse con la complejidad de la realidad que se les presenta, cada vez más densa y acrecentada. Todo esto lo decimos porque cuando uno invita a sus alumnos de ESO a expresarse con más concisión y recibe por respuesta ese enigmático “yo ya me entiendo”, uno se da cuenta de hasta qué punto el correcto uso del lenguaje les resulta ajeno. Pero este “me entiendo” no es capaz de entender que, bien mirado, sin el lenguaje, de uno mismo no podemos decir gran cosa, y del mundo aún menos. Y sin un dominio plausible del lenguaje, el mundo se vuelve abrumador.
Todo esto nos lo planteamos en un momento crítico, en el que la figura del profesor de secundaria sufre un descrédito social que se vislumbra irreversible. La nuestra no es la sociedad del conocimiento, como pretenden algunos intelectuales serviles. En este orden congelado de un presente sin memoria, la lectura tiene un papel perfectamente lateral, marginal diríamos. Los efectos se han dejado sentir profundamente en nuestros adolescentes, cada vez más incapaces de estar atentos en el aula, de seguir con un mínimo de concentración lo que intentamos transmitir los docentes. La filosofía, entendida como memoria de la herencia europea, debería contribuir a fertilizar el pensamiento de nuestros alumnos. Pero no sabemos si estamos a tiempo. La política de recortes que sufrimos no ha hecho sino agravar la situación en las aulas. LOGSE, LOE, Maragall, Wert, los psicomagos de la pedagogía… Por muy buena voluntad que se ponga, a veces da la impresión de que el mal no tiene arreglo. Ahora bien, como decía el bello adagio del filósofo, “no quejarse ni exultar, no llorar ni reír, sino comprender”. No nos resignaremos a dejar de hacer comprender.
Totalment d’acord. Tota aquesta invasió de màquines (ordinadors, tablets, etc…) és perfecta per a la propaganda política (“mireu, mireu com invertim diners en educació”) però totalment buida de continguts; són, al cap a i a la fi, joguines per a disfressar l’immens fracàs educatiu que patim.
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Hola Albert,
Malgrat que les confessions d’una alumna aïllada tenen poc a fer amb la magnitud de la tragèdia que aquí exposes, arribada aquí (qui sap com) no vull deixar de dir-te que sis anys més tard encara recordo les teves classes, conservo els apunts de Filosofia I i algun examen, i fins i tot diria que em queda viva alguna de les neurones que vares estimular. Crec que no hi ha tablet ni ordinador que pugui substituir l’excitació al descobrir a Kafka o els primers intents d’escriure algunes reflexions amb cara i ulls (segons tu, amb un caire marcadament existencialista). En fi, significatiu o no, t’agraeixo altra vegada aquell curs que recordo encara ara amb tanta estima, i al que recorro de tant en tant quant de referents pedagògics es tracta.
ànims mestre, “que son pocos y cobardes”!