De los ‘fab labs’ a las ‘fab cities’

El proyecto Fab City pretende desarrollar una ciudad completamente productiva, cuyos ciudadanos compartan conocimiento para resolver problemas locales y generar nuevos negocios y programas educativos. Barcelona ya cuenta con dos ateneos de fabricación, que se inspiran en esta filosofía.

© Eva Vázquez

Las crisis económicas, medioambientales, sociales y políticas de nuestros días son el resultado de un modelo productivo que se ha ido forjando desde hace más de cien años. Este modelo está basado en el petróleo como fuente de energía y de materia prima, en la producción en serie y en la creación de un sistema económico global estandarizado. La industrialización actual se alimenta de las materias primas de África y América, de los recursos petrolíferos de Oriente Próximo y de la mano de obra barata de Asia.

Hoy en día, la tecnología, las fuentes de recursos y la organización administrativa de las ciudades –generalmente basadas en modelos surgidos bajo las condiciones económicas, sociales, políticas, medioambientales y tecnológicas de hace décadas e incluso siglos– se aproximan a la obsolescencia, al tiempo que nuestro actual nivel de consumo pone en riesgo su sostenibilidad para las generaciones venideras.

El modelo que dio forma a la ciudad industrial estableció en su seno centros de producción y absorbió población de las áreas rurales. Más tarde la producción abandonó las ciudades y se trasladó a miles de kilómetros de distancia, lo que produjo un aumento del consumo de combustibles fósiles, disminuyó las oportunidades de trabajo y, lo más grave, separó las actividades de consumo de los procesos productivos. Las ciudades se han convertido en grandes fábricas de basura y su subsistencia depende de la tecnología que se produce lejos de ellas. Son el ejemplo físico de nuestro modelo actual basado en el consumo.

Las urbes –que son la creación humana más compleja, el escenario donde se produce la mayor parte de nuestras interacciones y donde se lidia con los principales retos del futuro– necesitan tecnología para funcionar, para ofrecer comodidades a los ciudadanos y satisfacer sus necesidades. Pero, además, necesitan innovar y crear su propia tecnología para compartirla con otros centros urbanos: se trata de desarrollar soluciones mediante la ciudad y sus habitantes.

De la artesanía a la globalización

En las ciudades medievales la mayor parte de la actividad productiva tenía lugar dentro de las murallas. El objeto del trabajo artesano era satisfacer deseos y necesidades locales, y solo secundariamente se conectaba con otros núcleos de población.

Más tarde la industrialización separó de su realidad inmediata el proceso de fabricación, que se fue ampliando para dar cabida a los intereses regionales, nacionales y globales y, más aún, a un sistema de producción estandarizado que finalmente creó lo que vemos hoy: una persona de Nueva Delhi, por ejemplo, usa en su ordenador el mismo microprocesador que alguien de Buenos Aires, Ciudad del Cabo o Washington.

En cambio, en diferentes lugares no tienen por qué usarse las mismas tazas o mesas, los mismos juguetes o herramientas. En el caso de un utensilio quizás este hecho no importe mucho, pero sí importa cuando se trata del alumbrado público de una ciudad, del sistema de transporte o de los muebles de nuestras salas de estar. La mayoría de esos objetos y soluciones se concibieron para un contexto medioambiental y unos usuarios diferentes, y se han ajustado a un patrón común para configurar un kit estándar medio y global preparado para el consumo.

La industria militar ha desarrollado una gran parte de la tecnología que consumimos actualmente y que define nuestra cotidianidad. Las dos guerras mundiales nos han proporcionado útiles como el microondas, la cámara fotográfica compacta o los ordenadores personales. Más tarde, la Guerra Fría dio pie a la internet actual cuando Vinton Cerf y sus colegas concibieron un sistema distribuido de nudos interconectados para mantener el flujo de la información en caso de ataque nuclear. Internet ha resultado ser la invención reciente de mayor influencia y modela el modo en que vivimos, compartimos y producimos.

Vicente Guallart, arquitecto jefe de Barcelona, en su libro La ciudad autosuficiente (2012), desarrolla la idea de cómo un enfoque multiescalar basado en la confluencia entre las TIC, el urbanismo y la ecología cambiará nuestro modelo actual de ciudad, del mismo modo que ocurrió cien años atrás con la industria del petróleo o la producción en serie. El modelo industrializado está en crisis, y nos hallamos en transición hacia el desarrollo de nuevas herramientas que redefinirán y modelarán la realidad. Poner las herramientas de información y producción en manos de los ciudadanos parece ser un factor clave en este proceso, según Guallart: “La regeneración de las ciudades siguiendo el modelo de autosuficiencia conectada solo tiene sentido si se permite que la gente tenga más control sobre su vida y más poder como parte de una red social”.

Las TIC facilitan nuevas formas de participación en las decisiones que afectan a la vida cotidiana. Podemos acceder a herramientas y plataformas de código abierto y utilizarlas para denunciar irregularidades y crímenes, compartir un evento, crear una nueva voz en el barrio o relacionarnos con nuestra comunidad. El fascinante caso de Martha, una niña de nueve años del Reino Unido que tomó fotos de la comida de su colegio, las compartió en su blog y creó conciencia sobre el nivel de nutrición de los niños, se convirtió en tendencia en los medios en 2012. Pero, más allá del empleo de las herramientas ya existentes en forma de páginas web, aplicaciones y otros útiles tradicionales, la participación actual de los ciudadanos en los procesos de responsabilidad puede verse modificada por la introducción de “herramientas para crear herramientas”.

Un cerebro global con acción local

Los fab labs son laboratorios de fabricación digital equipados con tecnología punta que permiten democratizar el acceso a la producción y a la invención. Lo que empezó como un programa de participación del Center for Bits and Atoms (CBA) del Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT) ha llegado a convertirse en una red global de personas, proyectos y programas que comparten una filosofía abierta sobre la fabricación digital.

Estos laboratorios proporcionan los medios de invención para que cualquier persona pueda lograr prácticamente cualquier cosa: la obtención de resultados es la prioridad. Los de Lyngen (Noruega) nacieron en torno a un proyecto para monitorizar ovejas perdidas; los de la India, con el desarrollo de unos filtros para medir la cantidad de grasa de la leche; los de Detroit, con un programa de huertos urbanos en solares abandonados, etc. De hecho, el éxito de los primeros fab labs sorprendió incluso a sus creadores; tal como ha comentado alguna vez informalmente el director del CBA, Neil A. Gershenfeld, “surgieron por accidente” cuando el centro proporcionó a una comunidad de Boston una serie de herramientas y máquinas como parte de su programa de compromiso social.

Durante la primera década del siglo empezaron a propagarse por Ghana, Noruega y la India, y luego se extendieron a Barcelona, Ámsterdam y otras ciudades del mundo. Hoy en día existen cerca de 350 laboratorios en más de 40 países de todos los continentes. Comparten el mismo inventario de máquinas y procesos y se conectan por internet y videoconferencia, conformando uno de los colectivos de creadores más grandes del mundo.

La ciudad productiva: Barcelona 5.0

En la actualidad nuestras ciudades importan bienes y producen basura. El lema “Del PITO al DIDO” (PITO, siglas en inglés de entrada de productos y salida de basura; y DIDO, de entrada de información y salida de información) propone la adopción de un nuevo modelo basado en la producción dentro de la propia ciudad, en el reciclaje de materiales y en la satisfacción de las necesidades locales con invención local. En el nuevo modelo DIDO las importaciones y las exportaciones de una ciudad se producirían principalmente en forma de bits (información), y la mayor parte de los átomos se controlaría a escala local.

En eso consiste el proyecto Fab City: en desarrollar una ciudad completamente productiva, constituida por ciudadanos que comparten conocimiento para resolver problemas locales y generar nuevos negocios y programas educativos. El concepto de la fab city reivindica la idea del ciudadano como centro real del conocimiento, el punto de partida y el final de una cadena en la que se integran investigadores, universidades, industria, comercio, administraciones, etcétera. Se trata de producir localmente utilizando tecnología básica y de vanguardia, y compartirla para potenciar el desarrollo de nuevas soluciones en cualquier momento y cualquier lugar del mundo.

Imagínense barrios productivos equipados con laboratorios de fabricación digital conectados con otros barrios y ciudades del mundo para intercambiar conocimiento y solucionar los problemas de la comunidad, en ámbitos como el alumbrado público, las zonas de juego, las condiciones medioambientales, la producción energética, la producción alimentaria o, incluso, la producción local de bienes; barrios que emplean basura como materia prima, reciclan plástico para realizar impresiones 3D o utilizan electrodomésticos viejos para producir nuevos dispositivos.

Barcelona es una de las ciudades comprometidas con el desarrollo del nuevo modelo. El proyecto Fab City barcelonés prevé la apertura de varios ateneos de fabricación, inspirados en la filosofía de los fab labs, en el transcurso de los próximos años. El primero se inauguró hace un año en el próspero distrito de Les Corts, al que ha seguido recientemente el de Ciutat Meridiana, área periférica con un modelo de desarrollo de los años sesenta, superbloques y altos niveles de desempleo juvenil. El tercero se instalará próximamente en la Barceloneta.

© Vicente Zambrano
Demostración del uso de impresoras 3D durante la celebración del Fab10, la conferencia internacional de fabricación digital que tuvo lugar en el Disseny Hub de Barcelona el mes de julio de 2014.

Hacia un segundo Renacimiento

 El trabajo artesano se dota de nuevos medios y herramientas para crear, colaborar y producir tecnología.

La introducción de nuevas herramientas y tecnología en nuestra vida cotidiana ha transformado lo que aprendemos y cómo lo aprendemos. Hasta los años sesenta la mayor parte del trabajo se producía en oficinas sin ordenadores: el material con que se estudiaba en las universidades estaba impreso, y el negocio medio llevaba su contabilidad con libretas catalogadas en estanterías. En los años setenta, los ordenadores comenzaron a ser accesibles para pequeñas y medianas empresas y organizaciones, y requerían nuevas aptitudes de los empleados. Finalmente, en los ochenta, se popularizaron y llegaron a todos los hogares. A principios de los noventa, la mayor parte de las escuelas del mundo occidental los introdujo en las aulas y las bibliotecas, y aprender a utilizar procesadores de texto o software de tratamiento de imágenes empezó a formar parte de los programas educativos estándares. Pero, como casi todos sabemos, este modelo de puesto de trabajo –un individuo frente a un ordenador– ya ha quedado obsoleto; la crisis del 2008 quizás solo fue el punto de partida de un gran colapso.

Parece que el esquema de “primero el trabajo y luego el descanso” ha perdido toda vigencia, así como la ecuación de “tiempo igual a dinero” que utilizamos para cuantificar y calificar qué, cómo y cuándo hacemos las cosas. Actualmente la mayor parte de los desempleados dispone de tiempo pero carece de dinero; la quiebra del sistema procede justamente del hecho de que “nada se mueve sin dinero”, una patología que intenta curarse con fuerza de voluntad. Internet nos permite acceder a cursos de alta calidad sobre ciencias de la computación, neurología, física y electrónica, y también a cursos sencillos de Photoshop o de programación. Aprender ya no está vinculado a una institución formal, sino que cualquiera puede conseguirlo, en cualquier lugar y momento, gratis. Igual que aprendemos a utilizar Word, Excel o PowerPoint, aprenderemos a modelar en 3D, a operar con una cortadora láser o a programar un microcontrolador. Estas nuevas aptitudes determinarán nuestro poder para influir en el modelado de la realidad.

Recientemente se ha debatido sobre la importancia de aprender a programar o a teclear código . De acuerdo con la BBC, estudiar código podría compararse con la enseñanza del latín hace dos mil años; y, lo que es más, aprender código es forjar una nueva manera de pensar. No solo codificar, sino también utilizar las herramientas de modelado y de escaneo de software, o cualquier otra aptitud que nos permita relacionar el mundo físico y el digital, se convertirán en contenido obligatorio de los programas educativos.

Tecnología y factor humano

“Lo que una vez fue un almacén ahora es un laboratorio de tecnología punta donde los nuevos trabajadores dominan la impresión 3D, que tiene el potencial de revolucionar la forma en que lo hacemos casi todo” (Barack Obama. Discurso sobre el estado de la Unión, 12 de febrero del 2013). El presidente Obama se refería a la impresión 3D como principal impulso del modelo de producción actual, pero esta visión podría ser demasiado simplista. La impresión 3D es solo la punta del iceberg; la fabricación personal y distribuida es mucho más compleja en esencia y, por otra parte, podría llevar aún varios años llegar a imprimir objetos completamente funcionales.

Neil A. Gershenfeld afirmaba en un artículo de la revista Foreign Affairs (2012) que la fiebre de la impresión 3D se puede comparar con el seguimiento del microondas que hicieron los medios en los años cincuenta, cuando se consideraba un sustituto de la cocina. Este electrodoméstico mejora nuestra vida, pero seguimos necesitando el resto de los utensilios para preparar platos más complejos. Los fab labs pueden compararse con la cocina, y la impresora 3D, con el microondas. En lugar de comida, lo que se produce en estos laboratorios son nuevos inventos a una velocidad superior a la de la industria y las universidades.

Puede que la impresión 3D en sí no cambie el mundo, pero es el detonante de un movimiento de mayor alcance. Se diría que nos hallamos ante un nuevo ciclo histórico en que el trabajo artesano se dota de nuevos medios y herramientas para crear, colaborar y producir tecnología. Parece que el factor humano es lo único que se ha mantenido igual, pues la mayor parte de los procesos de los que hablamos hoy han formado parte de un periodo anterior de la historia humana. Lo que realmente está cambiando son los medios para llevar a cabo esos procesos, y también cómo conectamos elementos que antes parecían incompatibles.

Los próximos años serán de transición y resultarán críticos para la construcción de lo que probablemente se llamará “segundo Renacimiento” o “época medieval de la alta tecnología”.

Tomás Díez

Director de Fab Lab Barcelona

2 pensamientos en “De los ‘fab labs’ a las ‘fab cities’

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