Democracia no es libertad

Luchar contra el abuso de poder de los representantes políticos y sus organizaciones partidarias; frenar la interferencia en las cuestiones de interés general de los poderes económicos privados y sus redes clientelares: he aquí una propuesta de construcción política con y por la libertad de las personas.

A los activistas de quienes sigo aprendiendo, Maria Mas y Daniel Jiménez Schlegl

Foto: Dani Codina.
Manifestación de vecinos, en julio de 2015, contra la conversión en hotel del edificio del Deutsche Bank, en la confluencia de la Diagonal y el paseo de Gràcia.

Al recibir en Madrid el premio Optimistas Comprometidos, el pasado mes de mayo, la escritora y médica egipcia Nawal el-Saadawi aseguró que “democracia no es libertad”. Así, con esta sencilla afirmación, daba el tiro de gracia a una de las falsedades mejor apuntaladas de la sociedad occidental.

Democracia no es libertad, y la participación, tal como la conocemos hasta ahora, tampoco. Es mi propia experiencia personal la que me lleva a coincidir con esta sentencia. En el año 2002, de la mano de las personas de la plataforma “Una altra plaça Lesseps és possible” [Otra plaza Lesseps es posible] inicié mi investigación-acción sobre participación ciudadana y urbanismo. En calidad de técnica independiente, comencé a ejercer de mediadora entre los vecinos y las empresas mixtas con las que el Ayuntamiento se había dotado para alcanzar sus objetivos urbanísticos. Esta acción gerencial encontraba a su paso pequeños núcleos resistentes de viejas asociaciones vecinales de barrio y numerosos colectivos de nueva hornada, que afilaban las herramientas de la disidencia para hacer frente a la maquinaria eficaz de la propaganda municipal.

Desgraciadamente, la fuerza creativa y transformadora de muchas de las personas que se habían comprometido a finales de los años setenta y ochenta con la administración municipal dejaban paso a una progresiva externalización de los proyectos. La fuerza transformadora y solidaria de vecinos y vecinas topó con la prepotencia autosuficiente de gestores y project managers del Ayuntamiento, siempre ausentes. Esta pérdida progresiva de la capacidad empática de nuestra administración local fue mi principal motivación para comprometerme con la recuperación de su vocación y misión primigenia de servicio a las personas y a la ciudad.

En Lesseps, la flexibilidad, no solo del gobierno del Ayuntamiento, sino también de la totalidad de los grupos políticos del Plenario, permitió demostrar que era posible construir otra plaza de Lesseps diferente a la que inicialmente habían planificado. Sin duda, fueron clave para alcanzar los objetivos tanto el efecto sorpresa e inesperado de la petición vecinal de una mediación entre ellos y los técnicos del Ayuntamiento, como la realización de un proceso de participación organizado desde abajo y abierto indistintamente a todos los actores ciudadanos e institucionales. No volví a ver un proceso parecido hasta que los vecinos y las vecinas de Hostafranchs y los arquitectos del colectivo LaCol ocuparon, hace precisamente cinco años, el bloque 11 de Can Batlló.

Aquel éxito colectivo me supuso, años después, la invitación por parte del equipo del alcalde Jordi Hereu a sumarme al gobierno de la ciudad como concejala de Ciutat Vella. Corría el año 2007 y yo formaba parte de un grupo considerable de personas que debatíamos sobre si era posible o no la participación ciudadana en materia de urbanismo. Entonces, pensaba que un proceso como el que se había dado en Lesseps era irrepetible, porque era en origen una acción no premeditada y un proceso no reglado de participación. No había monitorización por parte de la administración ni por parte del gobierno, y por tanto era un proceso que arrancaba de una necesidad real de la gente y no de una propuesta de arriba abajo. Mi discurso era propio de alguien que había perdido la confianza en la capacidad de las instituciones para transformarse y adaptarse a la madurez de acción política de las personas y los barrios.

El diseño de la ciudad, una tarea conjunta

Cuando intento entender por qué acepté formar parte del Gobierno de la ciudad, me doy cuenta de hasta qué punto fue clave la confianza en la metodología de acción combinada de ciudadanía y Administración desplegada en Lesseps. No fue un proceso participativo, sino una práctica ciudadana de reivindicación de la capacidad de influir en el diseño de la ciudad y un trabajo de cooperación, de igual a igual, con los trabajadores públicos del Ayuntamiento. Allí, juntos, hicimos posible algo que se nos decía que no era posible. Desarrollamos una eficacia crítica y un nivel de criterios técnicos y de diseño urbano extraordinarios. Nos dimos el tiempo de reunirnos y debatir y no nos conformamos solo con alegaciones al proyecto ejecutivo que estaba en exposición pública en la sede del Distrito de Gràcia. Todo eso pasó porque no dudamos, ni por un momento, de que era responsabilidad nuestra hacerlo mejor de como estaba a punto de hacerse.

Una vez cruzado el umbral de la realidad administrativa e institucional del Ayuntamiento, volví a constatar el nivel y la valía de los trabajadores municipales. Fuimos capaces de diseñar y desplegar acciones contundentes en el distrito para mejorar la vida vecinal con el impulso y la exigencia de sus asociaciones y activistas. Regulamos el uso de las viviendas turísticas y su precintado cuando fuera necesario; aprobamos en el Plenario la prohibición definitiva de construir más hoteles en Ciutat Vella y el Plan de Usos que reivindicaba el equilibrio entre las poblaciones residente y flotante; frenamos el denominado Plan de los Ascensores de la Barceloneta y lo transformamos en un plan de barrios.

Lo que no había previsto, sin embargo, era que me toparía con la arbitrariedad del poder en la toma de decisiones. Pese a la representatividad y la fuerza que en teoría me daba el hecho de ser un cargo electo, no pudimos detener el hotel del Palau de la Música. Esta misión imposible estaba reservada otra vez a la lucha y la perseverancia de unos vecinos que desenmascararon la falsedad del concepto de interés general con que se quería justificar un despropósito urbanístico a costa del patrimonio público y del sistema de equipamientos educativos del barrio.

Foto: Dani Codina.
El Palau de la Música, a la izquierda, y en el centro la casa Agustí Valentí, en la esquina opuesta de las calles de Amadeu Vives y de Sant Pere Més Alt, una finca catalogada donde se proyectaba instalar el hotel del Palau, previa una recalificación urbanística.

La constatación de que nuestro sistema de representación política podía ser considerado democrático pese a desobedecer peticiones ciudadanas argumentadas y legalmente bien fundamentadas, me catapultó fulminantemente fuera de la institución. Desde allí asistí poco después al despliegue de la acción coherente de los vecinos y de la Fiscalía contra el hotel del Palau y su planeamiento. Participé como testigo en la instrucción del caso y en el juicio años después. Como me había pasado en Lesseps, nuevamente, de la mano de la ciudadanía libre y autoorganizada, experimenté la fuerza y la dignidad de formar parte de las estructuras de contrapoder.

¿Hay una verdadera acción política más allá de las actuales instituciones y de los mecanismos de representación del sistema de partidos políticos de nuestra democracia? Yo respondería con propuestas de nuevas instituciones ciudadanas de democracia directa como la que se hace desde el Grupo Impulsor del Parlamento Ciudadano y con iniciativas como la Red de Observatorios Ciudadanos Municipales y el Observatorio Ciudadano contra la Corrupción

Luchar contra el abuso del poder de nuestros representantes políticos y sus organizaciones partidarias; imposibilitar la interferencia en las cuestiones de interés general de los poderes económicos privados y de las redes clientelares correspondientes: he aquí una propuesta de construcción política con y por la libertad de las personas.

Si a la declaración de que “democracia no es libertad” añadimos la constatación de que la libertad es una práctica, tendremos señalados la semilla y el camino de todos los futuros procesos de pensamiento crítico radical y libre en nuestras ciudades. Tendremos iniciativas ciudadanas a cuyo servicio se articulen nuestras administraciones y sus técnicos; tendremos construcción de infraestructuras para la confianza y las alianzas entre los habitantes de la ciudad y los que hacen de diseñadores de los protocolos administrativos; tendremos creatividad e infinitas posibilidades de prácticas ciudadanas para la transformación de la ciudad y las nuevas institucionalidades que se deriven de ello.

Itziar González

Arquitecta. Institut Cartogràfic de la reVolta

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