El legado de un creador, inventor e innovador

La nueva investigación ha revelado a un Gaudí pionero, adelantado a su tiempo e innovador en procesos de trabajo, aparte de creador de las nuevas formas que ya conocemos. El arquitecto nos aporta un legado aplicable en múltiples disciplinas.

© Pere Virgili
Gaudí elaboró el proyecto de la iglesia de la Colonia Güell con la idea de que tuviese el menor impacto ecológico posible y de que respetase y a la vez mimetizase los pinos de la zona, plantados por Joan Güell. En la imagen, columnas que imitan el tronco y las ramas de un árbol.

En el Museo Diocesano de Barcelona se conserva el libro de firmas de pésame por la muerte de Gaudí. Es un pliego considerable, prueba documental de la fama del arquitecto y de la resonancia de su fallecimiento. En él hallamos los nombres de personalidades políticas y culturales junto a un número ingente de personas no identificadas. De entre estas, que son la mayoría –señal de cómo el pueblo quería a Gaudí–, me llamó la atención un nombre en particular.

No era “nadie”. Ya me entienden, quiero decir que no era ninguna autoridad, nadie conocido. Conmocionado por la tragedia y consciente de lo que aquella pérdida significaba, tomó una hoja de papel para expresar en ella su dolor y su admiración. Es un texto precioso, de tono mesurado y relativamente largo. Lo debió de pensar bien, porque no hay arrepentimientos ni tachaduras, y lo concluyó con un símil genial: “Si Verdaguer era el Arquitecto de las Letras, Gaudí era el Poeta de la Arquitectura”. El hombre debía de ir a la capilla ardiente con su papel y se encontró con que ya había un libro oficial de pésame, de modo que tomó unos alfileres y lo prendió justo en la hoja opuesta a la que ostenta las firmas de grandes nombres de la política, del arte y de la sociedad. El libro se exhibe abierto por esa página.

Impresiona la cantidad y la contundencia escrita de la expresión de duelo colectivo. Para los autores de las innumerables cartas, telegramas y artículos periodísticos, había muerto un santo, un genio y un patriota, el Arquitecto de Dios y del Universo, el Dante de la Arquitectura. Así de claro, así de rotundo, así de compartido. Pero el nombre de Gaudí cayó inmediatamente en una etapa prolongada de olvido y hasta de menosprecio. Paradójicamente, casi tres cuartos de siglo después se convertiría en uno de los iconos más originales de Barcelona y de la historia del arte.

Desde que murió (en 1926) y hasta hoy, Gaudí ha generado mucha batalla de cenáculo. Han sido pugnas ideológicas y políticas antes que artísticas, al tiempo que buena parte de las vanguardias históricas y las de segunda y tercera generación han expresado directamente fascinación por su figura. Tal ha sido desde Walter Gropius y Le Corbusier hasta Miró o Perejaume, traspasando antípodas electivas tan distantes como las de Tàpies y Dalí, que reivindicaba “las formas orgánicas, terroríficas y comestibles, de esencia sagrada”. Un caso curioso: en 1927, Herman G. Scheffauer, periodista del New York Times Magazine, afirmaba que Barcelona era “la ciudad más fantástica del mundo” por el carácter innovador y creativo del nuevo arte de Cataluña, cuyo máximo representante era Gaudí, autor de la Sagrada Familia, “obra […] naturalista y geométrica, con sorprendentes torres-campanarios que semejan botellas de vino en forma de espiral’”.

Factura

© Pere Virgili
Gaudí verificaba todas las facturas junto con sus encargados y ayudantes, y las firmaba personalmente. En esta de un proveedor de material de cerrajería, se aprecia su firma abajo a la derecha.

Más paradojas aparentes: pese a los altibajos, siempre ha pervivido un aprecio de la sociedad por la obra de Gaudí, que ha considerado sus formas como propias hasta que el canibalismo económico del turismo se las ha arrebatado, en un proceso de expropiación pública de su uso ciudadano. Proceso continuamente acelerado de reducción de Gaudí a un activo económico, más relacionado con la gaudimanía, el merchandising y la aportación turística al PIB que con la cultura y el uso civil. El Hospital de Sant Pau y el Park Güell serían ejemplos recientes del fenómeno, junto con la pérdida del sentido expiatorio y de limosna de la Sagrada Familia. Es algo que hay que debatir.

En este largo viaje de idas y venidas, pérdidas y reivindicaciones, se han erigido permanentes islas de salvación, investigación y preservación de Gaudí, siempre rodeadas, no obstante, de tormentas de polémica:

—La continuidad pétrea, de obra y de voluntad, de la Sagrada Familia. Siempre resistente al embate de numerosas campañas de desprestigio y de insulto, gracias al poder moral que le otorga el relevo mantenido de las fuentes y sus valores (Ràfols, Matamala, Jujol, Martinell, Puig Boada, Bonet Garí…).

—Los cuatro gatos como Garrut y Bassegoda que, a menudo desde los márgenes, salvaban y estudiaban piezas, obras y documentación, y se afanaban por proteger las palabras pétreas e interpretativas de Gaudí, muy a menudo en contacto con la investigación y la aplicación de la vanguardia internacional (de Frei Otto a Collins), mientras aquí dormitábamos. Mención especial a la humilde pero persistente labor de los Amigos de Gaudí.

—Una serie de intelectuales que, más allá de los círculos gaudinistas, vieron su valía y batallaron contra el escandaloso vacío. Destaca con luz propia la visión innovadora, profética y combativa de Juan Eduardo Cirlot.

— Y, de modo especial, una multitud anónima que ha sido la salvaguardia del recuerdo y de pruebas materiales y documentales capaces de revolucionar el conocimiento del genio. De entre todos, quiero destacar a la gente de la Colonia Güell y a los trabajadores y colaboradores de Gaudí, que Manuel Medarde ha conocido, estudiado y apreciado. Maestro del método científico de investigación, Medarde ha sabido unir el estudio directo de las obras de Gaudí, multidisciplinar y sin apriorismos, con el de las fuentes y los documentos, y todo ello con la antropología de campo aplicada a los que conocieron al maestro y trabajaron con él. Este método de investigación le ha permitido recuperar centenares de piezas y objetos y, sobre todo, 5.800 documentos inéditos firmados por el propio Gaudí.

Los frutos de esta investigación son tan sabrosos que ya podemos (re)escribir auténtica y documentalmente un nuevo relato sobre Gaudí, reafirmando aquí, matizando allá y desmintiendo donde sea necesario. Junto con un retorno a las fuentes documentales primigenias (Ràfols, Matamala, Puig Boada…), el nuevo conocimiento obliga a repetir el estudio directo de las obras desde novísimas perspectivas y situar a Gaudí en el lugar que le corresponde desde un punto de vista académico. El primer paso: publicar. El segundo: exponer. El tercero: llenar vacíos incomprensibles, como el de cátedras de Gaudí.

Pero hay más: aspectos insospechados, sorprendentes. La investigación, en un giro inesperado, se ha convertido en semilla e impulso para la innovación actual. Hemos descubierto a un Gaudí pionero, adelantado a su tiempo, innovador en procesos de trabajo, aparte de creador de las nuevas formas arquitectónicas que ya conocemos. Un creador-inventor-innovador que, más allá de la etiqueta de arquitecto, y desde la inimitabilidad de su estilo, nos aporta un legado aplicable hoy en día a múltiples disciplinas, desde el diseño ergonómico hasta la gestión empresarial.

… Y es que Gaudí es complejo, muy complejo

Gaudí se paseó entre la arquitectura y la acción social, recorriendo todos los campos y los caminos del arte, la ciencia y la gestión. Por la química, la tridimensionalidad y la fotografía de alta resolución, la cromatología y la iluminación como practicidad y símbolo. Por el cine, el cooperativismo social, la educación, el feminismo, el cristianismo y el anarquismo. Por el mundo de las corporaciones y los negocios, dando él mismo los primeros pasos del coworking, el codesign, el networking y las técnicas just-in-time. Por la higiene y la seguridad en el trabajo. Por el dominio del oficio y la incorporación del diseño. Por la cerámica y la ebanistería. Por la invención de lo que necesitaba y quería y por la admiración hacia Edison, modelo y guía. Por la ecología como pensamiento y fundamento, por la eficiencia energética como voluntad y necesidad, y por el naturalismo, el reciclaje y la sostenibilidad. Por eso tan moderno de la ingeniería como cooperadora necesaria de la arquitectura, por la física constructiva, la geometría, el cálculo y el modelismo previo a los planos. Por la gastronomía, la salud y el deporte en las funciones de la praxis del arquitecto. Por la música y la acústica de los objetos y del espacio. Por la liturgia y el uso social en la concepción arquitectónica. Por el urbanismo y el paisajismo. Por el I+D+i como método de trabajo…

Todo eso es Gaudí, de todo se preocupó, todo lo estudió y trabajó con equipos ad hoc, en una combinación magistral de equipos fijos y flexibles, siempre interdisciplinarios. Todo lo que fuera conveniente o necesario lo aplicó a su obra y, si no existía, se lo inventaba, ya fuera pieza, material, técnica o método. En Gaudí todo encaja y todo tiene sentido: no hay lugar para la improvisación ni la futilidad. Obra y pensamiento, funcionalidad técnica y humana son las tramas y las urdimbres que, si las deshaces, pierdes el tejido y entonces, entre las manos, te queda solo una maraña de hilos inexplicable.

Es como un rompecabezas: aparentemente las piezas son incomprensibles y se presentan aisladas, y algunas incluso parece que sobran. La clave que nos facilita su imagen global, clara y definida, es el método que creó. Ahí radica la genialidad inventiva del maestro y la única manera de entender su estilo, del que ya en su tiempo decían que era tan “raro” y “original” que resultaba incomprensible. Etsuro Sotoo me decía hace años que Gaudí “realizó una aportación tan inmensa que en su época no era posible entenderlo. Quizá en el siglo xxi…”

Marià Marín i Torné

Cofundador de The Gaudí Research Institute con Pere-Jordi Figuerola y Manuel Medarde

Un pensamiento en “El legado de un creador, inventor e innovador

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