El problema de los lugares de culto

El fenómeno de la precariedad de los lugares de culto es real, pero no endémico, y afecta a las comunidades más depauperadas. Es una cuestión de estratos sociales, no de religiones concretas. La demanda de espacios para uso religioso es cada vez mayor y la Administración estudia soluciones.

Foto: Arianna Giménez

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La platea del histórico Teatre Principal de la Rambla está llena. El público canta, llora y vitorea. La decena de músicos presentes en el escenario interpreta los compases finales de la tercera canción (“Cantaré al que me rescató / Cantaré al que me recibió”). Uno de los técnicos de la veintena que trabaja en esta mañana de domingo activa las máquinas de humo situadas en el escenario. Poco a poco, avanzando de entre las sombras hacia las luces, se distingue la figura de Juan Mejías. El técnico de sonido modula el volumen de la banda y lo deja al nivel del hilo musical. Ahora solo destaca el órgano. Juan Mejías, pastor de la Iglesia evangélica Hillsong Barcelona, agarra el micro y bendice a los fieles.

A la misma hora del domingo, su tocayo John Asemota aguarda su turno en una silla, con la Biblia sobre el regazo y apuntando notas en una libreta pequeña. Es el pastor de la Power of God’s Grace Ministry, y espera para pronunciar su sermón en el servicio del domingo de esta comunidad evangélica, formada principalmente por personas de origen nigeriano. También cantan –en inglés, como todo el oficio–, el pastor muestra devoción vehemente en su sermón y los fieles rezan en voz alta y con los ojos cerrados. (“I have confidence in you, savior / I have confidence in you, Jesus”.) La iglesia se encuentra en una antigua nave, perdida en una callejuela precariamente asfaltada, de un polígono industrial del Bon Pastor. No es fácil encontrarla por primera vez; por eso los trabajadores del polígono son precisos cuando se les pregunta: “Están ahí a la izquierda, la puerta azul de metal, justo al lado de la chatarrería”.

El Ayuntamiento procura mejorar su situación a través de líneas de subvenciones disponibles desde 2014 para la rehabilitación de los centros de culto, pero a veces el problema es más radical. Gloria García-Romeral es técnica municipal de la Oficina de Asuntos Religiosos (OAR) y trabaja con las comunidades musulmanas. Explica que “en las comunidades africanas, la mayoría de los miembros no tiene papeles, se dedican a la chatarra o son manteros, por ejemplo”.

Hay comunidades que, según la directora de la OAR, Cristina Monteys, levantan la persiana, pintan el local y empiezan su actividad sin estar apuntadas en el Registro de Entidades Religiosas del Ministerio de Justicia. Un papeleo que no está al alcance de aquellas personas sin la documentación en regla: “Si el Distrito abre expediente, la comunidad puede quedarse sin local, ya que están llevando a cabo una actividad sin licencia”. Si se cumple este extremo, la OAR solo puede actuar como mediadora: “No tenemos competencia para dar licencias o permisos, ni para hacer inspecciones”, explica Monteys.

Entre las naves industriales y la Rambla

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El sermón del pastor John Asemota es el más vehemente de los que se escuchan en el servicio dominical de la comunidad evangélica Power of God’s Grace Ministry, formada en su mayoría por personas de origen nigeriano.
Foto: Arianna Giménez

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Niños de la comunidad evangélica Power of God’s Grace Ministry juegan al acabar el servicio dominical. Abajo, el templo Hare Krishna de la plaza Reial. Las meditaciones se acompañan con música del armonio y el mridanga.
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Antes de llegar al Bon Pastor, la Iglesia Power of God’s Grace Ministry pasó por diversos locales de Santa Coloma de Gramenet, que tuvo que dejar por las quejas de ruido de los vecinos. Ahora, rodeados de naves industriales, no molestan a nadie. Y menos durante el servicio del domingo, día en que el polígono está desierto.

En el Teatre Principal de la Rambla, el pastor Hillsong, Juan Mejías, da el sermón. Lo hace de manera llana, plagando su discurso de alegorías actuales. La media de edad de los asistentes no llega a los cuarenta años. “Que la nuestra sea una iglesia moderna no quiere decir que sea superficial”, afirmará durante el encuentro religioso comunitario. La historia de la Iglesia Hillsong Barcelona empieza con unas reuniones de Mejías y su pareja Damsy Mich, también pastora de la comunidad, con otros amigos en un Starbucks. Se dedicaban a leer la Biblia y debatir. Después de estudiar Teología en la universidad que la propia Iglesia Hillsong tiene en Australia, fundaron la sede barcelonesa. Actualmente un millar de fieles asisten a los tres encuentros dominicales que organizan en el Teatre Principal.

167 centros protestantes

Hay en Barcelona 167 centros de cristianismo evangélico, es decir, protestantes. Aunque llevan casi dos siglos en la ciudad, la llegada de evangélicos latinoamericanos y subsaharianos desde los noventa ha motivado la creación de iglesias independientes, a menudo formadas según sus nacionalidades.

Muchas comunidades (no solo evangélicas) trabajan en materia de drogodependencia y de prevención, o en la acogida de refugiados, según Lola López, comisionada de Inmigración del Ayuntamiento: “Pero no tienen la fuerza de Cáritas, porque son minoritarias”. En el caso de la Power of God’s Grace Ministry, son habituales las campañas para recoger dinero para los más pobres de la comunidad. Más allá de las ayudas con temas burocráticos, la comunidad intenta costear el transporte y la alimentación en casos de necesidad. Grace, la mujer del pastor, explica que han conseguido sacar a muchas compatriotas de la prostitución y evitar más de un suicidio. Igualmente, debido a la crisis en España, muchos de los fieles han vuelto a Nigeria o han probado suerte en otros países europeos.

Foto: Arianna Giménez

El pastor Juan Mejías y su pareja Damsy Mich fundaron la Iglesia Hillsong barcelonesa hace cuatro años. En la imagen, Mejías se dirige a los asistentes de un encuentro dominical de su confesión.
Foto: Arianna Giménez

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Uno de los tres encuentros dominicales que la Iglesia evangélica Hillsong lleva a cabo en su sede del Teatre Principal. En total asisten unas mil personas.
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Ambas comunidades se autofinancian y las dos dedican una parte importante del culto dominical a hablar de la importancia de los donativos. En la nave industrial del Bon Pastor entonan una canción y rezan antes de introducir los sobres en una caja. Los asistentes al Teatre Principal pueden realizar sus “diezmos y ofrendas” a través de un enlace en la web de Hillsong, por transferencia bancaria (domiciliable), e incluso desde el mismo teatro, con tarjeta de crédito.

El fenómeno de la precariedad de los lugares de culto en Barcelona es real, pero no endémico, y afecta a las comunidades más depauperadas. Es una cuestión de estratos sociales, no de religiones concretas.

Los fieles del Grace Ministry salen del oficio cantando aún “People will see, testimony of my life”, y un par de niños presentes en la iglesia se divierten ahora jugando con los dos únicos blancos presentes, los periodistas. Los fieles Hillsong salen del Teatre Principal y pisan la Rambla con los últimos versos de Soberano (“Dios del universo, Salvador eterno”) aún retumbando en la cabeza, rodeados de turistas entre los que pasan bastante desapercibidos.

Demanda de espacio público

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El templo Hare Krishna de la plaza Reial. Las meditaciones se acompañan con música del armonio y el mridanga.
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También en la Rambla, aunque horas después, a eso de las cinco de la tarde, la comitiva Hare Krishna empieza su marcha a la altura de las Drassanes. Desfilan tras un estandarte en el que se lee el mantra que les da nombre, y que no cesan de repetir durante toda la procesión. Llegan a Canaletas, giran y emprenden el camino contrario, Rambla abajo. Hay quien se echa a un lado, otros se apuntan a la marcha y bailan y otros pocos se burlan de ellos. Como los Hare Krishna son pocos, para ellos no es difícil disponer del espacio público para ejercer su derecho a difundir su religión.

Monteys dice que en el OAR prefieren plantear la laicidad como un espacio neutro y abierto a todos (incluidos los no religiosos). El presidente de Ateus de Catalunya, Albert Riba, no se opone a que el hecho religioso ocupe el espacio público, “siempre que no lo monopolice”, y defiende que ese espacio tendría que ser “un ágora de libertad no solo religiosa, sino también de conciencia”.

La demanda de espacios para uso religioso es cada vez mayor y desde la Administración empiezan a buscar otras soluciones. Por ahora, la comisionada de Inmigración,  Lola López, pone el acento en que el Consistorio “ha encontrado espacios para que la gente celebre, por ejemplo, el Corpus Christi o la procesión de los sij, el Vaisakhi”. El portavoz de la comunidad sij, Gagandeep Singh Khalsa, desempeña un rol influyente de mediación entre los intereses de la comunidad y la Administración, un trabajo gracias al cual esta comunidad no tiene demasiados problemas para montar actos públicos: “Lo que más ilusión me hace es ver catalanes entre nosotros, da igual de la religión que sean”, dice Gagandeep, sonriendo tras una barba tupida.

En el parque de Les Tres Xemeneies del Poble-sec hay unas dos mil personas. Han dispuesto larguísimos manteles en el suelo y comen productos típicos del norte de la India, de donde proceden. Están celebrando la procesión del Vaishaki, el bautismo sij. La jornada empezó horas antes con una demostración de artes marciales en la Rambla del Raval. Sobre una lona en el suelo descansaban infinidad de armas: espadas, cuchillos, escudos, lanzas, palos y el chakar (una rueda de filamentos en forma de radios con pesos al final de cada uno). Al otro lado de las armas, cinco jóvenes sij. Al son de dos tambores, los fieles mostraron su pericia en el manejo de las diversas armas con coreografías medidas. Muy de vez en cuando fallaban algún movimiento, aunque sin males mayores.

Los sij tienen un solo local en Barcelona, la Gurudwara. En ella se ofrece comida a todo aquel que quiera entrar, con la única condición de descalzarse, taparse el cabello y postrarse ante el libro sagrado, el Guru Granth Sahib, que consideran guía infalible. Por eso se le trata como si fuese una persona: se le dan ofrendas, se le tapa, se le acuesta cuando es de noche y se le despierta por la mañana.

Bastante más costosas de organizar son las asambleas anuales de los Testigos de Jehová. El pasado mes de junio alquilaron el campo de fútbol del Espanyol, por tercera vez, para una reunión a la que asistieron 23.500 personas. “Fue un programa precioso; el tema central fue la lealtad y la fidelidad para con Dios y el prójimo”, explica Josep Morell, delegado de los testigos de Jehová en Cataluña. Además, se bautizó, por inmersión, a 104 personas. Morell desconoce cuánto costó el alquiler del recinto.

Cristina Monteys, directora del OAR, explica que a veces las comunidades piden espacios municipales a los Distritos, pero reciben negativas poco elaboradas: “No por el rechazo, sino porque a veces, dentro del propio Ayuntamiento, hay una concepción de la laicidad que es… –mide la adjetivación–, digamos, restrictiva”. Para corregir esta situación, el mes de octubre el Ayuntamiento reguló la cesión de espacios públicos y equipamientos municipales para la celebración de actividades religiosas.

El Ramadán

Foto: Arianna Giménez

Miembros de la comunidad musulmana Minhaj-ul-Quran durante la oración del viernes, en el polideportivo de Sant Oleguer, en el barrio del Raval, que alquilan con este propósito.
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Wadud, impulsor de la escuela sufí de la orden Naqshbandi, rompe el ayuno del Ramadán junto con sus compañeros.
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Para otras festividades multitudinarias se han conseguido algunos avances, como es el caso del Ramadán. El Consistorio ha llegado a un acuerdo con el Institut Barcelona Esports para el uso de equipamientos deportivos. Pero aquí, de nuevo, el problema es el dinero: “Hay comunidades que nos piden espacios para las treinta noches que dura el Ramadán y, claro, la solución tampoco es ofrecerles los equipamientos gratis, porque si hay un precio público y la gente lo paga, ellos también deben hacerlo”, dice Monteys.

Una de las comunidades que sí puede pagar un alquiler es Minhaj-ul-Quran. Durante todos los viernes de Ramadán realizaron la oración del mediodía de los viernes (el día sagrado del islam) en una sala del Centre d’Esports Municipal Sant Oleguer, en el Raval. Mohammed Iqbal, vicepresidente de la comunidad, asegura que, aunque siempre han tenido muy buena relación con los regidores del Distrito, las negociaciones no son fáciles: “Los políticos siempre miran los votos, y la opinión pública no suele ver bien estas cosas”.

El Ramadán empezó este año el 6 de junio, coincidiendo, como siempre, con la última luna del octavo mes del calendario islámico. Esa noche, en el oratorio de Minhaj-ul-Quran (uno de los veinticinco oratorios musulmanes que hay en la ciudad), tres centenares de personas rompieron el ayuno después de unas quince horas sin comer ni beber. En apenas un cuarto de hora, todos (no había ni una mujer) habían cenado y un remolino de gente recogía los manteles: “El local no es muy grande, así que por eso nos damos prisa en comer y usamos el mismo espacio para comer y para orar”, explicaba Iqbal, entre decenas de manos que trajinaban platos y manteles.

Con la oración ya comenzada, llegaron algunos fieles más que llenaron la sala. Muchos venían de trabajar. Uno de ellos llegó ajetreado, apenas rezó tres minutos y salió. Al poco rato se le vio de nuevo en su puesto, detrás del mostrador, en una de aquellas tiendas donde se encuentra de todo.

Sobre esa misma hora, en una ladera del Turó del Carmel, una chica llegaba también tarde al iftar (la cena del Ramadán). Los demás miembros de la comunidad barcelonesa de la orden sufí Naqshbandi habían roto el ayuno frugalmente –un par de dátiles, algún albaricoque, algo de chocolate–, y realizaban ya la primera oración. La joven bebió algunos sorbos de agua y se unió al rezo. Era su primer Ramadán. Al acabar la oración, mientras la veintena de miembros de la pequeña comunidad preparaba la cena principal –más copiosa, con sopa de lentejas, ensalada y queso–, el presidente, Abd al-Fatah, habló con la primeriza: “Lleva siempre encima un par de dátiles, así cuando se ponga el sol podrás romper el ayuno, estés donde estés. Yo siempre lo hago”.

Rica cultura islámica

Los musulmanes empiezan a visibilizarse en Barcelona en los años ochenta. A partir de entonces, la llegada, sobre todo, de paquistaníes y subsaharianos ha enriquecido la cultura islámica en la ciudad. De manera más residual, algunos catalanes han abrazado el islam como religión. Es el caso de la comunidad de la orden Naqshbandi Haqqani, formada en su mayoría por conversos.

Wadud, natural de un pueblecito del Montseny, formó la comunidad hace unos veinte años. Explica que, tras coquetear con la masonería e iniciarse en el budismo y el hinduismo, encontró “el camino de la realización” en el sufismo, conocido como la rama mística del islam por la importancia de la contemplación, la música, la poesía y el perfeccionamiento espiritual.

Durante la cena, distendida, los sufíes se muestran relajados y bromean. Hombres y mujeres ocupan el mismo espacio, aunque no se mezclan. Acabarán de cenar hacia la medianoche, orarán, cantarán y pasarán la madrugada en comunidad. Y a eso de las cuatro y veinte de la madrugada retomarán el ayuno.

A la salida del oratorio, en la oscuridad de las pendientes del Carmel, una paz casi mística absorbe el bullicio espeso de la gran urbe. “Esto es Barcelona, pero está fuera de Barcelona”, dice Wadud, y tampoco le molesta. Le recuerda su casa, la quietud del Montseny.

La Pascua judía

Foto: Arianna Giménez

Celebración del sabbat en la sinagoga de la comunidad Bet Shalom. Cualquiera de los fieles la puede guiar.
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El rabino Stephen Berkowitz y el presidente de la comunidad Bet Shalom, Jai Anguita, en el encuentro de la Pascua judía.
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En pleno meollo de la ciudad, en un chaflán de la Dreta de l’Eixample, una patrulla de los Mossos d’Esquadra hace guardia ante el Hotel Catalonia. Más tarde acabarán jugando con los niños de la mesa 5, pasándolo todos pipa con las linternas de los agentes. Dentro de la sala, las madres de los niños de la mesa 5 habían llegado a la conclusión de que era más práctico dejar a los críos a su aire que intentar mantenerlos quietos y en silencio. No tienen edad para seguir la Hagadá del Pésaj, es decir, los pasos de la celebración de la Pascua judía. El recuerdo del Éxodo del Antiguo Egipto.

La comunidad progresista Bet Shalom reunió este año a dos centenares de personas en el Hotel Catalonia para celebrar el Pésaj. Durante la ceremonia rindieron homenaje a los refugiados y se habló de igualdad de derechos para los homosexuales y de igualdad de género a través de la figura de la intelectual judía y feminista Susannah Heschel.

Las celebraciones del sabbat (el día sagrado judío, el sábado) se desarrollan en el local de la comunidad Bet Shalom. Ahí los niños también corretean y juegan sin problema durante la ceremonia, esta vez realizada en la sinagoga de la comunidad. El oficio se realiza en hebreo, catalán y castellano. No es un culto demasiado solemne, aunque sí muy devoto. En su sermón, Jai Anguita, presidente de la comunidad, menciona a Adam Smith y a Karl Marx y acaba recordando que “la Tierra es de Dios”.

Durante más de seis décadas, el único colectivo judío de la ciudad fue la Comunidad Israelí de Barcelona (CIB). La llegada de inmigrantes y las diferencias ideológicas propiciaron diversas escisiones en el seno del colectivo que han acabado conformando un mapa de cuatro comunidades, de las que Bet Shalom es “la más catalana y la más progresista”, según explica Jai Anguita. Preguntado acerca de tanta escisión, responde: “Lo que puedan decir los líderes de las comunidades no es lo que piensan sus miembros; nada es unánime. Dos judíos, tres opiniones, ¿sabes?”.

Gerardo Santos

Periodista

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