El proyecto Voces, o la semilla venezolana

Dieciséis niños inauguraron en el año 2004, en Gràcia, el proyecto Voces y Música para la Integración, una iniciativa con la que el director Pablo González revivía en Barcelona la práctica y la teoría musicales del famoso Sistema Nacional de Orquestas Juveniles e Infantiles de Venezuela.

El proyecto Voces, dirigido por el músico venezolano Pablo González, se basa en el trabajo con la voz y, en una segunda fase, en el ejercicio instrumental colectivo. En la página anterior, el jazzman Joan Chamorro, profesor del Taller de Músics, durante un ensayo con la Sant Andreu Jazz Band.

Cuando la Orquesta Sinfónica Simón Bolívar todavía no era lo que es hoy, es decir, un símbolo de integración social a través de los valores de la música, José Antonio Abreu ya ponía en cada uno de sus alumnos la semilla de un gran proyecto. Actuando desde la nada, desde la base, desde las provincias, sin medios, sin ningún referente, hizo depositarios de un sueño ambicioso a los primeros jóvenes que trabajaron a su lado: el sueño de construir en cada ciudad del país, junto a la iglesia y el ayuntamiento, un centro orquestal para niños y jóvenes. Unos espacios que Abreu denominaría “núcleos” y que constituirían la base del Sistema Nacional de Orquestas Juveniles e Infantiles de Venezuela, conocido en todo el mundo como “El Sistema”.

Desde sus inicios, toda la sensibilidad del maestro Abreu ha ido dirigida a transmitir a sus alumnos la importancia de la música como fenómeno socializador; por eso, cada uno de ellos, además de tocar, siempre ha tenido ante sí la opción de formar una nueva orquesta. Asimismo, se ha dedicado a la labor de sensibilización musical pero desde la base, en los lugares más desfavorecidos por la pobreza y la marginalidad, a los que ha llevado la música como herramienta de rescate social. Cuentan que una vez Abreu pidió que llamaran a un joven de diecisiete años que había ingresado en la cárcel por robos en bancos y delitos mayores. “Te ofrezco la oportunidad de que cambies tu vida y a cambio te doy un clarinete –le dijo–. Quiero que estudies en El Sistema”. “¿Y no tienes miedo de que te robe el clarinete?”, le preguntó el chaval. “No lo robarás porque es tuyo”, le respondió el maestro.

La misma voluntad de inclusión fue la que llevó al músico venezolano Pablo González a iniciar el proyecto Voces y Música para la Integración en Barcelona. Fue en el año 2004, en el barrio de Gràcia, donde encontraron acogida en el oratorio Sant Felip Neri. Así fue como dieciséis niños se convirtieron en fundadores de lo que es la semilla de El Sistema venezolano implantada en Barcelona. La idea inicial era incorporar a niños que venían de fuera. En esos momentos la oleada de inmigración era enorme y empezaban a surgir serios problemas dentro y fuera de la escuela. ¿Por qué no llevar a cabo un programa parecido al de las orquestas juveniles de Venezuela, pero con la intención de reunir a niños y familias de fuera con otros de aquí? Nueve años después, la falta de integración aún se debe, más que antes, a motivos económicos; el estatus de muchas familias ha cambiado y los niños tienen que adaptarse. “¿Hay alguna manera mejor, por lo tanto, que hacer frente a la nueva situación cantando, tocando y divirtiéndose?” Pablo nos explica que a muchos de los niños que ahora están en la orquesta les veía jugar a fútbol en la plaza de al lado hasta que un día le pararon para decirle que querían estudiar flauta, violín o contrabajo. Y sigue: “Después conocemos a la familia, a los padres, y si es necesario, llamamos a su puerta. Lejos de la idea de crear un gueto con unas características específicas, aquí tenemos niños de todas partes. Cuando tocamos, todos somos iguales. Hay hijos de médicos que podrían pagarse una escuela de música, pero prefieren estar aquí con nosotros”.

Seis años con la Orquesta Simón Bolívar

Pablo González tuvo el privilegio de compartir seis años de ensayos con José Antonio Abreu en la Orquesta Simón Bolívar. “Si nos explicaba una frase musical, era acompañada de toda una filosofía. Para Abreu, cualquier nota musical tiene capacidad de transmitir. Lo que has de saber es qué quiere decir aquella frase y poner tu sentimiento para expresarla; de otra manera puedes tocar, pero no llegas a comunicar. El compositor checo Antonín Dvo?ák, por ejemplo, invitado a dirigir el Conservatorio de Nueva York, fue el primero que permitió a los músicos negros entrar en un conservatorio, ¡en un momento en que incluso se creía que un negro no podía tocar el violín por razones biológicas! Solo desde este posicionamiento, desde una cierta radicalidad, puede salir una pieza como la Sinfonía del Nuevo Mundo. Mientras los niños están aquí haciendo música, intentamos que tengan presente también lo que está pasando al otro lado”.

Cautivado por el instrumento, Pablo entró en el núcleo de su ciudad, Maracaí, con tan solo doce años. “Cuando entré, me dieron un violonchelo y me pusieron a tocar en la orquesta. Tan solo dos meses más tarde tuvimos un encuentro con el maestro Abreu en el Poliedro de Caracas. Imagínate: veinte niños de la provincia dentro de un estadio lleno de gente para tocar con una orquesta de quinientos músicos. ‘Aquí no hacemos falta’, pensé. Pero para el maestro y para El Sistema todos éramos importantes. Tocamos la Quinta de Beethoven”.

Pablo González entró en el núcleo local del sistema venezolano de orquestas juveniles cuando solo tenia doce años. En la imagen, ensayando el violonchelo con una de sus alumnas barcelonesas.

En el fondo, lo único que quiere el proyecto Voces es llegar a crear orquestas juveniles que suenen cada vez mejor y conseguir que los niños se lo pasen bien. En un primer momento, el trabajo se basa en la voz y después en el ejercicio con el instrumento de forma colectiva. Solo llegar, los niños ya salen a cantar a la calle con sus compañeros. Así se les abre en seguida la oportunidad de participar, de estar en los conciertos, de ver la sociedad de una forma diferente.

Fue en uno de estos conciertos en el Centro Cívico Les Basses, del barrio del Turó de la Peira, donde la concejala del Distrito se enamoró del proyecto y les ofreció el centro como sede. El proyecto también dispone de espacios en Roquetes (donde funcionan otras iniciativas desde hace tiempo, como la Banda Sinfónica Roquetes Nou Barris), Ciutat Meridiana (donde casi no hay escuelas de música) y Sant Andreu. La idea es crecer y lograr convertir estos espacios en lugares de referencia para los niños y niñas, donde puedan formar sus grupos (orquestas de cámara, coral, etc.) y sentirse parte del proyecto con nuevas iniciativas (hip-hop, teatro musical…).

Fue durante la fiesta mayor de Barcelona de 2011, La Mercè, cuando las dos hijas gemelas de Ana, Bàrbara y Fabiola, violín y violonchelo respectivamente, de siete años, encontraron su oportunidad. “Cuando las vimos, nos quedamos de piedra”, nos cuenta Ana. Era un domingo a mediodía. Llovía. Todo el grupo de la coral estaba sobre la tarima que habían instalado en medio de la plaza de Catalunya. En seguida contactaron con ellos y empezaron con la sensibilización y el canto. Dos meses después ya elegían un instrumento y entraban a formar parte de la orquesta A. Hoy las vemos ensayando con la orquesta B. Todo el mundo está concentrado en la preparación del concierto que darán en el Auditori de Barcelona con la Orquesta Sinfónica de Barcelona y Nacional de Cataluña (OBC), junto con los niños de Xamfrà, otro proyecto que utiliza la música como herramienta de transformación social en el barrio del Raval.

Aparte de la OBC, cada vez son más los músicos que se acercan a estas propuestas para colaborar en ellas. Hace dos años que Natali Smirnoff, violinista de la Sinfónica del Vallès, se dirigió a Les Basses para ofrecerse como voluntaria. Poco podía imaginarse que allí encontraría a Pablo, con quien había compartido la experiencia de tocar durante cuatro años en la Simón Bolívar: “Le saludé y después de ponernos al día le confesé que me sentía como en uno de los núcleos”. Ellos son una de las primeras generaciones de músicos que salen de El Sistema. Más tarde han surgido nombres tan conocidos como Gustavo Dudamel, de treinta y dos años, director de la Simón Bolívar desde 1999 y uno de los principales emblemas de El Sistema, un marco que ha creado diversos productos (formaciones musicales) con el fin de exportar la identidad nacional y la cultura venezolanas. Su éxito es la demostración de que cuando un país entiende cuál es su riqueza es capaz de exportarla con unos resultados que superan las expectativas.

Pertenecer a la Simón Bolívar es la meta más alta en El Sistema venezolano, y solo llegan los mejores. Estar en lo alto de la pirámide significa convertirse en el referente para 350.000 niños y más de 180 núcleos en todo el país. Si bien se exige un nivel para tocar en ella, en cambio no existe un límite mínimo de edad; Natali conoce a niños que han entrado con doce y trece años. Los que no llegan a hacerlo se quedan dando clase en los núcleos o formando otros, porque el movimiento de orquestas juveniles es constante.

“Lo que de verdad cuenta –nos explica– es que, cuando escuchamos un núcleo de un barrio de una provincia venezolana y después a la Simón Bolívar, no tenemos ninguna duda de que algún día aquella orquesta llegará a sonar igual. Porque no es tan solo una cuestión musical, sino también de ideología”. El modelo se ha intentado exportar por todo el mundo. Francia es uno de los pocos países en los que no ha tenido el éxito esperado, porque su prioridad se centra en la búsqueda de los mejores alumnos de los conservatorios, con el objetivo de conseguir una orquesta que suene muy bien. Se pierde la esencia. “Mucha gente con quien coincidimos, hoy solistas o directores de las mejores orquestas del mundo, no habrían llegado donde están si no hubiera sido por la música. Por eso aspiramos a tener algún día una gran orquesta juvenil en Barcelona, una orquesta profesional que haya salido de nuestro propio sistema”.

Eva Vila

Música y directora de cine. Profesora de la UPF

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