El Tao de la educación

Tenemos el reto de recuperar la educación como estilo de vida y método para convertirnos en mejores personas. Con el desarrollo humano como finalidad, la educación dejaría de ser un mero instrumento al servicio de la economía.

© Ana Yael Zareceansky

Europa –especialmente los países del sur– vive una época de luto por los daños de una crisis financiera y económica global que no se acaba de superar. A la mala salud de los datos macroeconómicos se suman las consecuencias sociales de los recortes centrados en la salud y la educación. Uno de los colectivos más afectados es el de los jóvenes. A pesar del esfuerzo y el dinero dedicados a procurarse una formación de calidad, no pueden hacerse un lugar en el mercado de trabajo. Ello hace que crezca la frustración del colectivo juvenil, que confía cada vez menos en la educación dentro de un sistema que no genera oportunidades; y también aumenta la decepción de los adultos por no haber sido capaces de diseñar un sistema que ofreciera un futuro mejor a sus hijos y nietos.

En Asia, en cambio, parece que las cosas van mejor. En los países desarrollados de la región más oriental como Japón, Corea del Sur, China (costa este, Hong Kong, Taiwán) y Singapur, de tradición taoísta y confuciana, la educación ha sido y es un factor clave del progreso socio-económico y de la cohesión interna de la sociedad. Con el impulso de otros países emergentes del sur como Malasia, Indonesia, Tailandia, Vietnam y la India, Asia se ha convertido en el motor del crecimiento económico mundial, que hace tambalearse la hegemonía política y económica atlántica. Asia deja de ser conocida tan solo como la fábrica del mundo para convertirse en uno de los principales centros neurálgicos de la dinamización económica, la inversión, el comercio y la innovación.

La valoración de la educación está muy arraigada en la psique colectiva de los países confucianos, lo que les representa una importante ventaja. El mayor gasto en educación en los países asiáticos es solo un indicador del compromiso político y familiar con el desarrollo del factor humano. El elevado estatus social de maestros y profesores, así como la estrecha relación entre la universidad y la empresa, son los otros dos pilares de un sistema que refleja el gusto de los asiáticos por el conocimiento aplicado.

La valoración de la educación como motor de progreso viene acompañada por la cultura del esfuerzo manifestada a través de la disciplina y la diligencia, virtudes que Confucio defendió hace más de dos milenios como claves para mejorar la calidad humana. Los jóvenes estudiantes tienen el reto de formarse y adquirir conocimiento de una forma imparable, y reciben una presión social en el mismo sentido. Las jornadas intensivas diarias en la escuela se complementan con actividades académicas extraescolares agotadoras. Los más resistentes alcanzan resultados destacables, constituyen un capital de talento al servicio del progreso del país y pueden subir por el ascensor meritocrático hasta ocupar posiciones de liderazgo en los ámbitos de la industria y la tecnología, de la investigación y el desarrollo. El cansancio y el recelo se combaten con obediencia y resignación en una cultura en la que el bien colectivo se antepone al individual.

En la sociedad global de hoy la educación se concibe todavía como un medio para conseguir un progreso material, en el que el objetivo es encontrar o emprender un buen trabajo que permita alcanzar un estatus socioeconómico relevante. El modelo de éxito se basa en la acumulación de riqueza material con el mínimo esfuerzo, en el culto al individuo y en la promoción de su imagen social. La sinergia del mercado y los valores confucianos de la educación y del esfuerzo han hecho que la adaptación de los países de Extremo Oriente al mundo capitalista haya sido meteórica. Asia ha sabido introducir y desarrollar el capitalismo con una identidad propia. El capitalismo confucionista optimiza el rendimiento de una sociedad educada para el beneficio colectivo, lo que refuerza el desarrollo económico a partir de la construcción del talento y de su aplicación a la economía. Si nada trunca la estabilidad política en la región, parece indiscutible que Asia ascenderá rápidamente a costa de un eje transatlántico –Estados Unidos y Europa– cada vez más deteriorado.

A pesar de todo, hay síntomas alarmantes de que no es oro todo lo que reluce. En un sistema en el que, a menudo, las expresiones de identidad individual se ocultan para mantener la armonía social, los valores confucionistas tradicionales como la obediencia y el respeto a la jerarquía se empiezan a poner en duda, también por efecto de la globalización, frente a filosofías más libertarias vinculadas al carpe diem del mundo occidental. Algunos jóvenes asiáticos, presionados y desesperados, no consiguen expresarse ni encontrar el equilibrio y su lugar en el mundo, como reflejan las elevadas tasas de trastornos psicológicos y de suicidio juvenil en países como Corea del Sur o Japón.

Confucio ha dejado una fuerte huella en Asia Oriental, pero su legado va mucho más allá de esta puesta en valor de la educación. El funcionario chino, desencantado del sistema político de la época, inició un viaje para comprender las vicisitudes del ser humano y su papel en la política y la sociedad. Al cabo de doce años, ya convertido en maestro, volvió a su tierra natal para divulgar su pensamiento, centrado en el arte de ser humano. Para Confucio, la educación no es solo un modelo o un medio para conseguir un objetivo, sino sobre todo un camino de vida y una manera de vivir (el camino del tao). Ser es aprender, es el proceso continuado que guía el desarrollo del individuo desde un punto de vista integral y holístico. El aprendizaje no es tan solo la acumulación de conocimientos; no importa saber mucho, sino pasárselo bien aprendiendo. Por ello Confucio enfatiza el valor del aprendizaje como actividad que hay que vivir a través de la experimentación directa. La educación forma parte del desarrollo humano, entendido como acción conjunta de la misma sociedad, no como un hecho aislado que es competencia de la educación pública.

El concepto de la educación de Confucio y su apuesta por el “hombre aprendiz” forman parte de una cosmovisión taoísta en la que el ser humano se sitúa entre el cielo y la tierra, comportándose como un pequeño universo que cambia constantemente. El conocimiento es sinónimo de conciencia, y su desarrollo se articula desde el cielo hasta la tierra mediante la educación. Confucio creía en la regeneración de la conciencia pública y privada mediante la educación. Pero la globalización ha desmitificado la educación y la ha reducido a un instrumento de progreso material, aunque también facilita el acceso general al conocimiento.

Se nos presenta un doble reto. Por una parte, recuperar el valor de la educación. Y por la otra –igual que en Asia–, aprender por el placer de aprender, como estilo de vida y método para llegar a convertirnos en mejores seres humanos. Con el desarrollo humano como finalidad, la educación dejaría de ser un mero instrumento al servicio de la economía. El fomento del talento y de la autorrealización personal impulsaría la creatividad y la innovación, lo que a su vez favorecería el desarrollo económico, medioambiental y espiritual de la sociedad.

Caminar por el tao de la educación no es una empresa fácil, pero el legado de Confucio es universal y aplicable en cualquier lugar. Como el propio sabio decía, es necesaria una regeneración de conciencia que, empezando por el individuo, se transmita a la sociedad y, después, al sistema político. En este nuevo escenario la economía deja de ser el señor y la educación, el vasallo. Guiados por el tao, los líderes del futuro no perderán la ilusión y la pasión por aprender. Si la economía va bien, pondrán la creación de riqueza y de puestos de trabajo al servicio del desarrollo humano; si no, tolerarán mejor las frustraciones y aprovecharán los cambios para aprender y adaptarse a la realidad cambiante. Seguro que contribuirán, de todos modos, a aumentar la felicidad global bruta.

Josep Maria Coll

Profesor asociado de la Maastricht School of Management y director-fundador del Centro de Promoción de Negocios de ACCIÓ en Corea del Sur

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