La construcción simbólica del suburbio

Foto: Oriol Maspons / Col•legi d’Arquitectes de Catalunya.
Imagen perteneciente a un reportaje fotográfico de encargo sobre el barrio de Montbau en sus inicios, en los primeros años sesenta del siglo pasado, donde se busca una apariencia de discurso realista y no tendencioso. El barrio lo proyectó el Patronato Municipal de la Vivienda para paliar la falta de vivienda causada por la gran afluencia inmigratoria de la época.

Con las oleadas inmigratorias de mediados del siglo pasado el suburbio devino una realidad inquietante, y la inmigración un problema que había que resolver desde la asistencia. ¿Hasta qué punto perdura hoy en día la estigmatización del suburbio?

Hace pocos días miraba y admiraba fotografías en un archivo. Eran imágenes del barrio de Montbau, allá por los primeros años sesenta del siglo pasado. Arquitectura moderna, barrio modélico, urbanísticamente hablando. Una modernidad que los fotógrafos, también modernos, destacaban. Ni que decir tiene que todas las imágenes que contemplaba aquel día eran de reconocidos fotógrafos, que habían sido contratados por los arquitectos que diseñaron el barrio, las constructoras que lo levantaron o bien por la entidad pública que lo promovió, en este caso el Patronato Municipal de la Vivienda.

Las fotografías captaban las fachadas de los nuevos y modélicos bloques de pisos, de la primera fase de construcción del barrio. También pude ver algunas de la plaza, de la todavía hoy magnífica plaza que actúa como centro vital del barrio, a la que dan casi todas las calles.

Pero ¿cómo eran las viviendas? Quería ver los interiores y especialmente las cocinas –espacios olvidados en la iconografía, excepto en la publicitaria. Me pasé un montón de horas revolviendo y admirando fotografías. ¿Y dónde estaban los habitantes? No aparecían por ningún lado. Finalmente una secuencia, una especie de reportaje, captaba a un hombre con un colchón a cuestas. Las imágenes lo seguían hasta que lo descargaba en un interior. No se podía distinguir del todo la estancia, pero el centro de la imagen lo ocupaban un hombre y una mujer en medio de un batiburrillo de muebles, colchones y utensilios dispuestos sin orden ni control. Me entretengo mirándolas. Parece que al final he encontrado a algún futuro inquilino del barrio.

Foto: Oriol Maspons / Col•legi d’Arquitectes de Catalunya.
Imagen perteneciente a un reportaje fotográfico de encargo sobre el barrio de Montbau en sus inicios, en los primeros años sesenta del siglo pasado, donde se busca una apariencia de discurso realista y no tendencioso. El barrio lo proyectó el Patronato Municipal de la Vivienda para paliar la falta de vivienda causada por la gran afluencia inmigratoria de la época.

Oigo una voz me dice: “Estas fotografías son un montaje”. ¿Cómo? “Son un montaje”, repite con la misma contundencia y suavidad. Es la voz de Fernando Marzà, responsable del Archivo Histórico del Colegio de Arquitectos. Dejo de mirar fotos. Me interesa más lo que me explica Fernando: “La gente del barrio no se reconoce en estas imágenes”. Me lo dice él, que vive en Montbau.

Durante unos días ese comentario me lleva de cabeza. Miro y remiro papeles y recurro a textos para contrastar las imágenes fotográficas con los discursos textuales.

“Estas cuevas, estas barracas, estas inmundas mezcolanzas, origen de las más catastróficas destrucciones del espíritu familiar, morbo aniquilador de las mismas esencias de la especie”, decían las autoridades de la época. Y el Patronato Municipal de la Vivienda, por su parte, remachaba así el mensaje: “Para alojar a innúmeras familias que hoy viven en pésimas condiciones materiales que dan como resultado una amoralidad que ni nos atrevemos a describir”. No se podía hacer un retrato más inquietante del futuro habitante de aquellos barrios tan modernos. Y eso que el Patronato, en el caso de Montbau, veló por conseguir un barrio interclasista y que no fuera rojo.

Un sujeto amoral

Pese a la modernidad arquitectónica, en la articulación discursiva de la fotografía, los textos y las memorias oficiales al habitante del suburbio se le mostraba “hacinado”, amontonado, y el amontonamiento provocaba amoralidad. El sujeto suburbial era, por lo tanto, amoral.

En la tensión, en la lucha por definir la Barcelona de los años cincuenta y sesenta, las imágenes pretendían dar apariencia de realismo, de discurso no tendencioso. La misma apariencia de realismo que se otorgó a Donde la ciudad cambia de nombre (1957), de Paco Candel, localizada en el barrio de las Casas Baratas de Can Tunis, otro polígono residencial, construido durante la Dictadura de Primo de Rivera, en 1929. La obra de Candel no pasó desapercibida a los habitantes del barrio y su respuesta no dejó indemne al autor: “A las encolerizadas Casas Baratas, que un día me quisieron linchar”, escribió en una novela posterior, Han matado a un hombre, han roto un paisaje, obra fechada en 1959.

¿Quién es barcelonés?

¿Es barcelonés el habitante del suburbio?

En el polígono, en el suburbio, lisa y llanamente, todos son migrantes, lo sean o no lo sean realmente. En Barcelona la gran mayoría somos migrantes, de primera, segunda o tercera generación. Desde que Barcelona derribó las murallas, hace muchos, muchos años, la ciudad fue creciendo con la aportación de personas recién llegadas y otras que habían nacido en la ciudad y que, en un momento determinado, cambiaron de barrio: de Sants a Montbau, de Sant Andreu a la Guineueta, del Raval a Can Tunis…

” La gran mayoría de población de Barcelona es migrante, de primera, segunda o tercera generación. “

La imagen que más ha circulado sobre los migrantes de fuera de Barcelona, más allá de las mismas personas migradas, los muestra acarreando maletas muy poco elegantes, a punto de reventar. Demasiado a menudo se olvida que tras la migración, especialmente en los años cuarenta y cincuenta, además de motivos económicos también los había políticos. Personas que abandonaban su lugar de origen por miedo a las represalias por su adscripción al ideario republicano, o que no encontraban trabajo por sus ideas políticas. Personas, también, en algunos casos, que venían con una formación y una experiencia profesional que aprovechó la industria, especialmente la textil. Y una última imagen sobre la migración: siempre eran hombres; ellos llegaban primero. Varios estudios han puesto de relieve que no siempre fue así. Quiero mencionar el magnífico de Clara-Carme Parramon Similituds i diferències. La immigració dels anys 60 a l’Hospitalet, en el que aporta luz sobre el comportamiento migratorio según las comunidades de origen y demuestra que, en muchos casos, las mujeres fueron las primeras en migrar.

La inmigración era un problema. “Un hecho que ejerce una influencia negativa […] es que la condición económica y social de la gran mayoría de recién llegados es mucho más humilde que la de los elementos locales”, escribía Jordi Pujol, en un monográfico de la revista Cuadernos de arquitectura dedicado a los barrios, en 1965. La persona migrante era “una preocupación” a resolver desde la “asistencia”, en palabras del propio autor, y no desde el reconocimiento de derechos.

La reticencia a la hora de otorgar la consideración de barcelonés o barcelonesa no solo se extendía a la primera generación; también a los hijos y las hijas, que igualmente eran considerados charnegos pese a que su madre o su padre fueran catalanes. Ahora bien, no en todos los casos. Difícilmente se aplicaría el apelativo a Muñoz Ramonet, hijo de padre andaluz y de madre catalana, uno de los empresarios textiles más importantes del franquismo, que murió en Suiza para evitar ser encarcelado por fraude fiscal. La condición de migrante o de charnego estaba en relación con la capacidad económica y no con la procedencia geográfica.

El inquietante suburbio

El suburbio siempre generaba, genera, noticias inquietantes, tanto para publicaciones especializadas como divulgativas. Podía, puede, ser un problema urbanístico o arquitectónico; podía, puede, ser un problema de asimilación, de comportamiento, de droga, sí, sí, de venta de droga, de sexo o de rock-and-roll, pero problema, en definitiva.

El suburbio era “una enfermedad, una enfermedad ciudadana de proporciones inmensas”, leemos en Tele/Estel el 18 de noviembre de 1966. No importaba demasiado la exactitud geográfica al hablar de conductas no apropiadas para un ciudadano de Barcelona. El suburbio no siempre se correspondía con un espacio concreto. Era, es, una construcción, una articulación discursiva.

¿Qué capacidad de negociación tienen los habitantes suburbiales con las imágenes que los representan?

Foto: Ginés Cuesta / Archivo Histórico de Roquetes-Nou Barris.
La señora Gertrudis en su bien dispuesta cocina de las Cases del Governador, retratada por su vecino Ginés Cuesta.

Foto: Kim Manresa / Archivo Histórico de Roquetes-Nou Barris.
Los vecinos como sujetos de la acción política, en una imagen de Kim Manresa de los últimos años setenta.

El actor y fotógrafo Ginés Cuesta, habitante de las barracas de Les Corts y después emigrante en las Cases del Governador, del barrio de Verdun, retrató a su vecina, la señora Gertrudis, en la cocina comedor de su casa. Cocina comedor que, pese a sus reducidas dimensiones, no presenta desorden ni amontonamiento. Ginés Cuesta retrató a la señora Gertrudis sin impostura. Compartían “una comunidad de significados”, en palabras de Marta Rosler.

Kim Manresa, otro fotógrafo y habitante de la periferia, construía imágenes de las vecinas y los vecinos como actores de la escena política, si entendemos por política el hecho de estar y actuar entre los demás.

Desde Sant Adrià, por su parte, Javier Pérez Andújar escribe Paseos con mi madre (2011): “No hay manera de estar cerca de Barcelona si antes no lo estuvieron tus antepasados”.

¿Hasta qué punto perviven los estigmas creados sobre los habitantes del suburbio? ¿Por qué mecanismos se renuevan? ¿A quién o a qué amenaza el suburbio? Y, finalmente, ¿cómo afectan estos estigmas a la vida de los habitantes de los barrios?

Isabel Segura Soriano

Historiadora

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