La gran familia pakistaní

Foto: Dani Codina

Muhammad Iqbal Chauhdry, propietario de una agencia de viajes e impulsor de la mezquita Centre Islàmic Camí de la Pau, es un referente religioso y político de la comunidad pakistaní. Habla un catalán excelente y no se imagina viviendo en algún lugar que no sea el Raval.
Foto: Dani Codina

Tanto si compramos comida a deshora, como si cogemos un taxi o tomamos un shawarma en Ciutat Vella –acompañado con una lata de un vendedor ambulante–, es muy probable que entremos en contacto con miembros de la comunidad pakistaní. Pero, ¿qué sabemos de estos discretos nuevos barceloneses?

La comunidad pakistaní, con 19.285 miembros según el último padrón municipal, es la tercera más numerosa entre la población extranjera, tras de los chinos y los italianos. En el distrito de Ciutat Vella es el grupo foráneo mayoritario y en el barrio del Raval, donde hay mucha inmigración, supera el 20 % del total de extranjeros.

El vicecónsul del Pakistán en Barcelona, Umer Mela, nos confirma que estas cifras son correctas, algo inferiores a las reales, porque siempre hay personas no registradas e invisibles para las estadísticas oficiales. También nos explica que la mayoría proceden de la misma región, Gujrat, un distrito de la provincia de Punjab, al norte del país, y que de Barcelona les atraen “el ambiente de tolerancia, las oportunidades económicas, los servicios sociales y el hecho de encontrar allí compatriotas de los mismos pueblos”, que acaban formando una gran familia solidaria (baradari).

Dejemos que sea también Umer Mela quien describa la primera característica general de los pakistaníes de Barcelona. Pese a que los estereotipos tienen siempre un algo de injustos y simplificadores, ayudan a tener una imagen general. Según el vicecónsul, “son emprendedores y por ello no les da miedo abrir negocios aquí una vez superan el shock cultural y la barrera idiomática; se ayudan mucho entre ellos, son trabajadores y diligentes”.

Tienen, efectivamente, muchos negocios. Empezaron repartiendo butano y vendiendo rosas por los restaurantes, pero ahora regentan locutorios, tiendas de móviles, restaurantes, barberías, agencias de viajes… En algunas calles del Raval están uno junto al otro. También están las tiendas de comida, claro, hasta el punto de que se ha incorporado el gentilicio en el lenguaje popular: “Bajo al paki a comprar tal cosa”. Ya hay más de un millar de estas tiendas que alargan el horario y también abren los días festivos, y representan la sexta parte del comercio alimentario de la ciudad.

Los primeros pakistaníes llegaron durante la década de los setenta, como destino alternativo a Gran Bretaña y otros países centroeuropeos, que empezaron a endurecer sus políticas migratorias. Una segunda fase va desde el fin de los ochenta hasta mediados de los noventa, cuando empiezan las reunificaciones familiares y llegan las primeras mujeres, aún hoy clara minoría (27 %). La tercera fase empieza con el nuevo siglo y está marcada por los procesos de regularización de inmigrantes de 2001 y 2005. Los pakistaníes tuvieron un papel destacado en las protestas, la huelga de hambre y el encierro en la iglesia del Pi de 2004.

Tampoco es amante de los estereotipos Gaëlle Patin, la responsable del programa de Diversidad e Interculturalidad de Casa Àsia, que de todos modos se atreve a definirlos como una comunidad abierta al entorno, en que la familia y la religión tienen un papel muy importante, implicada en los ámbitos cultural, social y económico, e incluso político. Les gustan la música y la poesía, pero también el deporte, especialmente el hoquey, el críquet y el kabbadi, mezcla de lucha libre y rugbi. Desde Casa Àsia, Gaëlle impulsa diversos proyectos interculturales para difundir el conocimiento de una comunidad que califica de “aún demasiado desconocida”, construir puentes con la sociedad de acogida y facilitar su integración.

Foto: Dani Codina

Umair trabaja en la peluquería de su padre, en la calle del Tigre, junto a la ronda de Sant Antoni. Musulmán, considera que todas las religiones son buenas y que la suya no es mejor que las otras.
Foto: Dani Codina

Pakistaníes en el Raval: el peluquero

Un chico con la cabeza llena de trenzas abre la puerta y entra decidido. “Quiero esto”, dice mostrando una fotografía en el teléfono móvil. Umair la mira unos segundos y dice sin dudar: “Ah, como los dominicanos”. Da una primera pasada con la máquina, repasa con las tijeras y da los retoques finales en la nuca y alrededor de la oreja con una hoja de afeitar. Con movimientos rápidos y precisos, de alguien que los repite un montón de veces al día. El cliente paga cuatro euros y se va contento.

La peluquería de Umair está en la calle del Tigre, junto a la ronda de Sant Antoni. Es de su padre, lo que le permite organizarse a su gusto los horarios. De cuatro euros en cuatro euros no se hará rico, pero tiene bastante para vivir. Cuando no corta el pelo está en casa o queda con los amigos. Es musulmán, pero enseguida añade que tiene amigos cristianos, que todas las religiones son buenas y que la suya no es mejor que las otras. Recuerda perfectamente cuando llegó a Barcelona: el 21 de junio de 2009. Tenía doce años y su padre hacía tiempo que le había precedido. La escuela no le interesaba mucho, pero se dejó deslumbrar por Messi, y de un día para otro cambió su afición al críquet por el fútbol. Tocaba bien la pelota y llegó a jugar con el Poble-sec y el Espanyol. También probó en el Barça, pero no le cogieron.

Desde que llegó a Barcelona ha vuelto siete veces a su país, pero tiene claro que no podría volver a vivir allí. Su vida está en el Raval y se considera un “pakistaní de aquí”. Dice que en Barcelona hay menos racismo y que la gente es diferente a la de otros lugares de España que ha conocido.

Foto: Dani Codina

Javed Mughal, periodista, es fundador de la publicación quincenal El Mirador dels Immigrants. Además de editar el diario, regenta una imprenta y una copistería, realiza traducciones y da clases de urdú en la Escuela Oficial de Idiomas.
Foto: Dani Codina

El periodista

El diario en el que trabajaba Javed Mughal en Lahore se llamaba Musawat Daily y era de la familia Bhutto. Cuando Benazir Bhutto fue derrocada en 1990 y Mughal vio que algunos de sus colegas iban a la cárcel, hizo las maletas y después de un largo periplo fue a parar a la Barcelona preolímpica, donde un amigo suyo tenía un restaurante.

Puesto que lo único que sabía hacer era escribir, fue a pedir trabajo a la redacción de La Vanguardia, que todavía estaba en la calle Pelai. Sabía inglés, pero no castellano, y naturalmente no le aceptaron. Algunos amigos le animaron a confeccionar un diario en urdú y él se dejó convencer. Pidió al propietario del parking en que hacía de vigilante nocturno que le cambiara la televisión por un ordenador y allí hizo los primeros números de El Mirador dels Immigrants. Los inicios fueron duros. En la imprenta le ponían a menudo los textos del revés, hasta que empezó a colocar fotografías para orientarlos. Ahora, diecisiete años más tarde, Mughal tiene una imprenta gráfica y una copistería en el Raval, sigue editando el diario quincenalmente, hace traducciones y da clases de urdú en la Escuela Oficial de Idiomas cuando hay demanda. Es feliz en Barcelona, “una ciudad abierta a las diferentes culturas y activa las veinticuatro horas del día”.

El facilitador

El Zeeshan Kebabish de la calle Marquès de Barberà tiene fama de ser uno de los mejores restaurantes de cocina pakistaní de Barcelona. Cuando entra Iqbal, las conversaciones se detienen momentáneamente y todo el mundo le saluda y le estrecha la mano. Me han explicado que es un referente de la comunidad pakistaní, religioso y político, y enseguida compruebo que tiene madera de líder. Alto y corpulento, con una espesa barba negra, habla un catalán excelente y se hace escuchar.

Llegó a Barcelona en 1989 y dice que no hay ninguna ciudad como esta en el mundo y que el hecho de tener puerto aún la hace más universal. Iqbal se siente catalán y no se imagina viviendo en ningún lugar más que no sea el Raval. Es propietario de una agencia de viajes e impulsor de la mezquita Centre Islàmic Camí de la Pau –de la organización Minhaj-ul-Quran–, ambas en el barrio. Considera el islam  una disciplina de vida, física y moral, que rige su comportamiento y su manera de relacionarse con los demás.

De los dos móviles que ha dejado sobre la mesa, hay uno que no para de sonar e interrumpe nuestra conversación mientras me enseña imágenes de la final de la Catalunya Premier League de críquet en el otro. Cuando le pregunto por el contenido de las llamadas, me explica que son compatriotas que le piden ayuda o consejo sobre cuestiones muy diversas, como por ejemplo temas laborales, dónde organizar un banquete de bodas para doscientas personas o los trámites para repatriar un cadáver.

Iqbal se siente atraído por la política, pero especifica que la de calle, no la de los despachos, y hace años que colabora con el PSC. Sigue con interés el tema de la independencia de Cataluña y opina que algún día el PSC tendrá que romper con el PSOE y hacer su camino. También explica que conoce a mucha gente de Esquerra (“en aquella mesa comimos con Oriol Junqueras”, indica) y que la única clase de catalán que ha recibido en su vida fue con Anna Simó.

Foto: Dani Codina

Komal Naz i Misbah ul Islam. dues activistes compromeses amb el benestar i la promoció de les dones de la seva comunitat, fotografiades al Raval.
Foto: Dani Codina

Activas y activistas

En La Monroe, el bar de la Filmoteca de Catalunya, tuvimos una larga conversación con Komal Naz y Misbah ul Islam en una espontánea mezcla de catalán e inglés. Ellas se conocieron en las clases de literatura pakistaní que imparte la segunda y se han hecho amigas. De hecho, podrían ser hermanas: las une algo especial, las dos tienen claro que no se quieren quedar encerradas en casa sino participar activamente de la la vida que las rodea.

Komal desprende energía por todos los poros; ella misma explica parte de su historia en el texto adjunto. Vive en Montcada desde que llegó, a los doce años; ha estudiado Humanidades en la Universidad Autónoma de Barcelona y ha sacado adelante un montón de iniciativas todas orientadas a ayudar a los demás, sobre todo ayudar a otras mujeres pakistaníes a hacerse más autónomas. Ahora actúa como mediadora en una escuela de Sants, trabaja media jornada en un programa de salud comunitaria de la Fundación Tot Raval y colabora en el proyecto “Aprendemos. Familias en red”, de Casa Àsia.

Misbah llegó a Badalona hace solo tres años siguiendo a su marido, que es taxista, como el padre de Komal. En Islamabad era profesora de una importante escuela de la marina pakistaní, pero es más feliz con el clima de Barcelona y el tipo de vida que lleva aquí, donde da clases de urdú a los niños de la escuela Collaso i Gil del Raval, entre otras actividades.

Ambas coinciden en que el idioma es una de las grandes barreras con las que se encuentran las mujeres pakistaníes cuando llegan. Esto las hace aún más dependientes de sus maridos. La tentación de quedarse en casa cuidando del hogar y de los niños es grande, sobre todo cuando se pertenece a una cultura que tradicionalmente asigna a los hombres la función de mantener a la familia. Ahora, sin embargo, Komal se sorprende positivamente de ver que hay chicas pakistaníes que empiezan a venir a cursar estudios universitarios ellas solas, sin estar casadas.

Martí Estruch Axmacher

Periodista. Delegado de la Generalitat de Cataluña en Alemania entre 2008 y 2011

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