La victoria del 12 de septiembre

El proyecto que perdió el 11 de septiembre de 1714, el camino a la modernidad que no fue del todo posible, es en pleno siglo XXI el gran proyecto de futuro. El mundo está en red y la tecnología le va a favor.

© Guillem H. Pongiluppi

¿Cómo es mejor organizar políticamente un territorio? ¿A través de una especie de pirámide centralizada, con una capitalidad única y muy fuerte, una estructura radial y buscando la máxima homogeneización y uniformidad? ¿O a través de una red con capitalidades múltiples, con estructuras nodales y vertebrando la diversidad a través de fórmulas adaptadas a las heterogeneidades políticas, históricas y culturales? Diría que en este momento, y pensando en el futuro, la segunda fórmula nos parece infinitamente más moderna y más práctica. Ciertamente, quedan defensores de la primera, y actúan. Pero la lógica del mundo futuro, tanto en lo referente a la política como a la tecnología, la cultura o la economía, parece estar enfocada hacia la red. Desde internet hasta la Unión Europea, las construcciones en red parecen más efectivas y adaptadas a la realidad que los moldes piramidales.

Cuando hace trescientos años Barcelona recibió el asedio de las tropas francocastellanas, en torno a las murallas de la ciudad se enfrentaban muchas cosas. Se enfrentaban dos dinastías, pero eso ahora es un poco arcaico. Se enfrentaban dos bloques de alianzas internacionales, y esto ya no lo es tanto. No se enfrentaban estrictamente dos territorios: había partidarios de los Borbones en Cataluña y había austracistas castellanos y aragoneses, pongamos por caso, como bien documentó Ernest Lluch. Mezclados, aunque de modo desigual, entre las dos antiguas Coronas hispánicas. No se enfrentaba la modernidad a la nostalgia: había reaccionarios nostálgicos en ambos bandos y también visionarios innovadores. Podríamos decir, en una terminología actual, que se confrontaban dos concepciones sobre cómo ordenar los espacios políticos. A un lado, la concepción francesa, que apuntaba hacia la pirámide centralizada y uniformizadora, y que era sin duda una vía a la modernidad. Y al otro la austracista, que contenía un camino alternativo hacia la modernidad: bajo una misma Corona se organizaban en red territorios con leyes, instituciones y culturas diversas. En el lado del modelo francés, el Estado. En el otro lado, por la vía holandesa o inglesa, la evolución de las viejas instituciones participativas y, por decirlo así, la sociedad.

El día 11 de septiembre de 1714, la pirámide ganó a la red dentro de las murallas de Barcelona. No por goleada. El día 12 de septiembre, el impulso económico que llevaban la ciudad y el país desde hacía unas cuantas décadas se pudo mantener y puso los cimientos para una revolución agraria que permitió una posterior revolución industrial. Y el 12 de septiembre, por esta vía, se mantuvo el hilo del proyecto de red, que estaría en el paisaje del renacimiento cultural (Renaixença), de nuestra revolución industrial y del catalanismo político posterior. El ideal de red ha permanecido latente, pese a que derrotado. Y ahora resulta que el proyecto que entonces perdió, el camino a la modernidad que no fue del todo posible, es en pleno siglo XXI el gran proyecto de futuro. El mundo está en red. Europa se construye en red, a la manera casi austracista: una gran estructura compartida y muchas realidades culturales y jurídicas que se mantienen. El juego entre unidad y diversidad, entre grandes imperios y pequeñas naciones, entre necesidad del Estado y fuerza de la sociedad está mejor garantizado hoy y mañana por la red que por la pirámide. Y la tecnología le va a favor. Ahora es el momento de la red. Aquí y en todas partes. Nuestra gran victoria del 12 de septiembre (del de hace trescientos años y del que pueda venir).

Vicenç Villatoro

Escritor y periodista. Director del Institut Ramon Llull

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