Aunque no se encuentra en ninguno de sus libros, una de las frases más célebres del escritor y religioso Josep Torras i Bages es la que asegura que “Cataluña será cristiana o no será”. Más de un siglo después, la secularización de la sociedad catalana no es total, pero sí que ha ido más allá de lo que hubiera deseado Torras i Bages: un 52 % por ciento de los catalanes se considera católico, un 15 % profesa otra religión y el 33 % restante no declara ninguna confesión.
Esa multirreligiosidad florece en Barcelona, donde hay 243 centros de culto católicos por 270 que no lo son. La inmigración iniciada en los años noventa es clave para entender la irrupción de religiones como, por ejemplo, el sijismo; pero sería un error creer que todos los no católicos son extranjeros. En el islam, en las religiones orientales y en todas las confesiones cristianas abundan los apellidos catalanes y los DNI sin la x o la y delante del número.
Siglos de estrecha y confusa relación entre el poder político y el eclesiástico hacen que aún hoy el Estado siga regando con abundante dinero público el jardín católico, mientras muchas minorías religiosas carecen de recursos para levantar un lugar de culto digno. En un país aconfesional según su Constitución, la laicidad es como un bicho raro, como un gato escurridizo con demasiado acento francés.