Persistir en el acierto

Proyectar el sistema de investigación catalán hacia el futuro pasa por dar continuidad a las buenas decisiones que se han tomado hasta ahora y por conseguir el apoyo de la ciudadanía a la investigación científica.

© Òscar Julve

Si pidiéramos a cualquier barcelonés que enumerara algunos de los rasgos que identifican a la ciudad, sería difícil que señalara la investigación, y menos aún la investigación biomédica. Sin embargo, desde hace unos años, Barcelona y su área metropolitana se han convertido en un centro científico reconocido, especialmente en biotecnología, biomedicina y tecnologías médicas. Tanto es así que, el pasado mes de marzo, un total de catorce investigadores que trabajan en el país –algunos de ellos en biomedicina– recibieron diversas ayudas en la segunda convocatoria de las Consolidator Grants, que otorga el Consejo Europeo de Investigación (ERC, de sus siglas en inglés).

El escenario que acabamos de describir era inimaginable en los años noventa, hasta que, a principios del siglo xxi, se produjo una coincidencia excepcional de ideas y de decisiones que dieron como resultado el actual sistema catalán de investigación. Un sistema desburocratizado, basado en la captación de talento, la evaluación del rendimiento, la autonomía de los centros, la excelencia como divisa y, sobre todo, ligado a una visión de país y no de partido. La arquitectura de este edificio corresponde a Andreu Mas-Colell, quien, con la complicidad y el esfuerzo de muchas otras personas, llevó a cabo con éxito un injerto de la pragmática mentalidad anglosajona en Cataluña.

Cabe, con todo, destacar un hecho importante: este éxito del modelo no ha sido nunca garantía de supervivencia. Algunos de sus protagonistas –directores de instituciones de investigación– reconocen que el sistema es frágil. De hecho, no dudan en afirmar que habría podido desaparecer con la crisis, y que, si esto no ha ocurrido, es porque ha habido una clara voluntad política de protegerlo, y porque los profesionales que forman parte de él se han comprometido al máximo.

Con respecto a las autoridades, el acuerdo tácito de apostar por la ciencia más allá de las circunstancias del poder ha permitido blindar la investigación y seguir aportando los recursos mínimos para mantener los centros en funcionamiento. La idea de que la investigación es una línea estratégica se ha abierto paso de forma transversal en la esfera política.

En cuanto a los profesionales que integran el sistema, no se puede obviar que han recibido múltiples ofertas del extranjero. Los ofertantes han tenido buenas razones para pensar que, con la fuerte recesión, algunos investigadores se podrían ver tentados por unas condiciones más prometedoras en otros lugares. De hecho, el Estado ha perdido a once mil investigadores desde 2010 como consecuencia de los recortes del Gobierno central, y, si bien no todos se han marchado al extranjero, los datos envían un mensaje inequívoco al mundo de que España ahora mismo es un país poco acogedor para la investigación.

En Cataluña el planteamiento fue el opuesto: se tuvo una clara conciencia desde el inicio de la crisis de que no defender el sistema de investigación podría precipitar su hundimiento. Y esto no se podía permitir por dos razones: la primera es que había costado mucho construirlo, y la segunda, que, a pesar de ser joven, era un modelo performant, capaz de conseguir recursos económicos provenientes de la Unión Europea por sus propios méritos. Hay que tener en cuenta que las convocatorias del ERC se resuelven de manera exclusiva con criterios de excelencia científica.

Ahora que empieza a haber indicios de una evolución económica más favorable, es oportuno preguntarse hacia dónde se debe encaminar un sistema en que la investigación biomédica es un componente esencial. Una vez que se establezcan los próximos objetivos para el sistema –lo que exige un debate aparte–, habrá que dar respuesta a una cuestión fundamental: ¿qué hacemos como sociedad para alcanzar las metas que nos marcamos? La mención a la sociedad puede llegar a sorprender teniendo en cuenta que gran parte de la ciudadanía no conoce los retos del mundo científico. Pero, tal y como acabamos de subrayar, la investigación catalana es el resultado de un impulso político que, en democracia, refleja lo que quiere la sociedad.

Implicación ciudadana

Cuando se plantea este aspecto a personas que están al frente de instituciones clave del sistema, todas coinciden en subrayar que falta una implicación mayor de la ciudadanía. El director del IRB Barcelona (Instituto de Investigación Biomédica), Joan Guinovart, cita la sociedad norteamericana como un ejemplo de implicación, porque, junto a las aportaciones estatales, muchos ciudadanos contribuyen voluntariamente a través del mecenazgo o las donaciones. ¿Corresponde ello a una cultura científica más extendida? No necesariamente. El director ejecutivo de la ICREA (Institución Catalana de Investigación y Estudios Avanzados), Emilià Pola, lo vincula más bien a un simple reconocimiento de la importancia de la investigación para la colectividad, a la creencia de que es mejor promover la investigación que no hacerlo. Una frase afortunada ilustra muy bien esta visión: “Los países no investigan porque sean ricos, sino que son ricos porque investigan”.

El hecho de que, tal y como sosteníamos, la investigación biomédica tenga una posición destacada en el conjunto puede estimular la conciencia ciudadana. Uno de los principales enemigos de la continuidad de las inversiones en ciencia –y de tantas otras cosas– es el populismo. Los últimos años se han oído voces que contraponen unas supuestas “necesidades reales e inmediatas” a los esfuerzos realizados en otros campos, entre los ellos la investigación. Estos pseudoargumentos son fáciles de desmontar porque, por ejemplo, la investigación traslacional que se lleva a cabo en los hospitales está orientada a encontrar soluciones a problemas médicos concretos. Los enfermos se pueden beneficiar de ella de forma directa. En el caso de la investigación básica o de la clínica –los otros tipos de investigación biomédica–, también es evidente que mejoran las expectativas de salud de muchas personas. El cáncer, los problemas cardiovasculares y las enfermedades neurodegenerativas son necesidades muy reales e inmediatas. Pese a la fuerza de esta evidencia, la tentación populista sigue siendo una espada de Damocles que hay que vigilar.

Aparte de la necesidad de generar un apoyo social amplio, los expertos consultados defienden la continuidad de todo lo que se ha hecho bien hasta ahora: consolidar las instituciones creadas, financiarlas adecuadamente, evaluar el trabajo, mantener una cierta tensión positiva entre los grupos de trabajo para ganar competitividad y, last but not least, preservar la autonomía de los centros, un punto para que la excelencia no se vea sustituida por una uniformización que suele conducir a la mediocridad.

Intercambio entre disciplinas

Los mismos expertos no creen que en los próximos años haya un incremento significativo en el número de centros y de investigadores. En cambio, apuntan que el potencial de crecimiento vendrá del contacto entre disciplinas que ahora tienen una relación incipiente entre sí, como la biología y los nuevos materiales. Estas interconexiones podrían dar lugar a avances inesperados. Naturalmente, la curiosidad innata del espíritu científico juega a favor de ello, pero no hay que despreciar el hecho de que Barcelona haya sido capaz de atraer y retener una gran cantidad de talento, lo que hace más probables los intercambios fructíferos.

Quedan todavía retos pendientes de diferente magnitud, como las relaciones con la empresa, o la clarificación del marco político catalán en el que se deberán tomar las futuras decisiones. De momento disponemos de una estructura organizativa, de un método y de un clima adecuados para hacer que algún día la investigación se convierta en un elemento más de nuestra identidad colectiva.

Albert Punsola

Periodista y politólogo

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