El Grupo de Trabajo Estable de Religiones, iniciativa que tiene su origen en el Fórum de las Culturas de 2004, reúne a dirigentes de las cinco tradiciones religiosas con más implantación en Cataluña.
El día de Nochebuena de 1990, el entonces arzobispo de Barcelona, Ricard Maria Carles, colocó la primera piedra del Centro Abraham. Se acercaban los Juegos Olímpicos de 1992 y la Vila Olímpica necesitaba un espacio multirreligioso para los miles de deportistas (de diferentes credos) que acogería la ciudad. De aquella propuesta se destiló la necesidad de vertebrar el diálogo interreligioso.
El Grupo de Trabajo Estable de Religiones (GTER) nace durante el Parlamento de las Religiones que se realizó durante el Fórum de las Culturas de 2004. Joan Hernàndez es el director de este grupo, formado por líderes de la Iglesia Católica y de las comunidades protestante, ortodoxa, musulmana y judía. Siempre que montan un taller, el GTER también invita a los mormones, a los sij, a los budistas y a los bahaí: “Contamos con las cinco tradiciones religiosas con más historia e implantación en Cataluña. Coordinarlas ya cuesta lo suyo, y si incorporásemos a otras confesiones con objetivos diferentes, con menos implantación, costaría mucho más”. El Grupo se amplía mínimo dos veces al año, formando el Consejo Intereligioso-GTER, en el que están invitadas todas las religiones presentes en Barcelona.
Esa gran diversidad de comunidades dentro de cada religión dificulta, de vez en cuando, el diálogo entre ellas, del que el propio Hernàndez asume que “es más difícil que el interreligioso”. El director del GTER matiza que lo importante “no es que se peleen, sino qué se extrae de las disputas”, y recuerda que “en los noventa las relaciones eran peores, con alguna demanda judicial entre ellos. Ahora está todo tranquilo.”
Wadud y su comunidad sufí solo tienen relación cercana con otros dos oratorios musulmanes de la ciudad, pero no lo considera un problema “porque somos todos hermanos”. Donde sí ve un problema que, según él, desestructura la comunidad musulmana de Barcelona, es en la influencia de Arabia Saudí en algunas comunidades islámicas: “Este país subvenciona los libros, los oratorios y los viajes de los imames, y paga las peregrinaciones; su mensaje ha calado. Se ha convertido en el adoctrinador del mundo islámico en Occidente y envía a las comunidades gente con un discurso retrógrado, recalcitrante, reaccionario, radical, extremista…, fatal”.
Para la directora de Investigacions en Sociologia de la Religió (ISOR), Mar Griera, el modelo del GTER es “el de los líderes religiosos, con un papel muy importante de la Iglesia Católica”. Otro modelo es el de la Asociación Unesco para el Diálogo Interreligioso (AUDIR), “más de base”, según su valoración.
Francesc Torradeflot es el director de AUDIR, desde donde trabajan por la libertad religiosa de las comunidades y la libertad de conciencia de los ateos y los agnósticos: “Más que diálogo interreligioso, buscamos la interconfesionalidad”, declara. Torradeflot advierte que la reducción de las ayudas oficiales pone en peligro las actividades preparadas. Además, asegura que los fieles tienen otras prioridades: “Les preocupa la propia comunidad, la familia, su trabajo… El diálogo es secundario y está más para resolver que para prever”.
Clausurados los Juegos Olímpicos, el Centro Abraham pasó a ser la parroquia del Profeta Abraham, es decir, la iglesia católica del nuevo barrio de la Vila Olímpica. Habilitar un nuevo espacio multirreligioso volvió a estar sobre la mesa años después. “Hicimos una encuesta e incluso las comunidades más precarias se mostraron en contra, porque lo que querían era un espacio propio –explica Cristina Monteys, directora de la OAR–. Una demanda comprensible, porque el centro de culto es al mismo tiempo la casa de las comunidades”. La idea quedó aparcada.
Vista desde el aire, la planta de la parroquia del Profeta Abraham tiene forma de pez. Recuerda al signo que sirvió en la época de las catacumbas para que los cristianos se reconociesen entre ellos sin peligro y que siglos después pasó a ser un símbolo ecuménico, de unión entre todas las ramas del cristianismo. Pero tan solo del cristianismo.